Ya os conté hace unos días que estuve con el Arrubarrenensis en casa de la curruca Centenalis comiendo un cocido maragato.
Antes de entrar en el comedor de la Mirlona hice algunas fotografías del pueblo y, tras el ágape, varias más del grupo de vividores/bebedores que componemos, cuando el morapio berciano galopeaba ya desbocado por la azotea.
Ellos habían dejado los coches en Astorga para evitar complicaciones pero yo lo llevé y no me pude soltar como hubiera querido.
No obstante ninguno estábamos todavía para el arrastre, somos mayores y tenemos el gorgüelo curtido por el aguardiente. Yo, que creía estar más sereno que el resto, sólo puedo aprovechar unas dos o tres de las veinte fotos que hice, y son de lo más corriente. Las demás desenfocadas, movidas, fuera de plano, mutiladas..., en cambio la otra veintena que saqué del pueblo antes del bebercio, sin ser una maravilla es aprovechable.
No se me da bien el retrato, sólo con una Pentax antigua no los hice malos, sobre todo de la morena de mi copla y de los niños cuando eran pequeños, pero a base de insistencia y suerte.
Recuerdo unas imágenes que sacó el Cascanueces Fidelensis cuando el mayor tenía dos años y volvíamos de Limnos un verano por el Prat para pasar un par de días con ellos en su casa de Barcelona. El guaje estaba morenín, con esos ojos oscuros preciosos, ¡para comérselo como a un bizcocho recién salido del horno! La curruca Publicitaria sólo hizo dos o tres disparos, pero las fotos eran tan buenas, y no es sólo pasión de padre y amigo, y las guardé con tanto mimo, ¡que ahora no sé dónde las tengo! En fin, Cebolleta.
Con esta maquinina, tan práctica para otras cosas, todavía soy peor. Ni un diez por ciento de ellas valen algo la pena.
Bien, pues la de hoy tan poco comprometida e interesante, en el último bar de la noche, mal iluminada, parece por lo menos enfocada. Si no la consigo, con el codo apoyado en la rodilla haciendo de trípode, era pa matarme.
Como éstas son del gusto y estilo de algunas de las de Aedotor (hay un autoretrato suyo en una acera de León con la Popa, su perra, en esta etiqueta, en El mirlo rubio), pensé que me iba a permitir convocar en una sola entrada a varias de las currucas, aunque sólo fuera a través de una mención, y al propio tiempo me daría la oportunidad de ir incorporando las patitas de las currucas calzadas, ya que los picos, el plumaje y las colas no me salen como quisiera. A algunas las veo muy poco y no sé cuando podré cazarlas, como no sea al vuelo y con mostacilla...
Llegado a este punto siempre me digo, a la griega, sigá sigá, poco a poco.
Éramos ocho y la celebración fue grupal, no hubo mucho lugar para los apartes y no sería educado, sólo la última media hora ocupamos sillas vecinas y, quizás menos cargados que la mayoría, estuvimos charlando un poco.
Nos veíamos también en la calle compartiendo pitillos porque somos los únicos fumadores del colegio. Pero con esta curruca me veo cada mes para un tratamiento común de choque, antiarrugas. Salgo planchao de mis encuentros con él. Y él con apresto.
Me quedan todavía dos capítulos sobre tapias, el primero de adobes con tres o cuatro fotos, y el segundo, que será también el último de estas dos series, por ahora, de huecos. Más adelante quiero colgar también imágenes de ventanas, puertas y portones, para las que prepararé otro serial que irá también en Arquitectura.
Ahora que parece volver la rutina debería atender otras etiquetas que tengo aparcadas. Y hace días que quiero preparar otro capítulo sobre Shutterchance como había prometido en el primero. Pero llevo más de una semana con problemas de tiempo, en la que no he podido ver más que las fotos de mis favoritos y para abordar esa entrada quería volver a repasar las fotografías de aquellos de los que hable. Veremos.
Autoretrato con la curruca Kardiológika Castrillo de los Polvazares, febrero 2012 |
Ya os conté hace unos días que estuve con el Arrubarrenensis en casa de la curruca Centenalis comiendo un cocido maragato.
Antes de entrar en el comedor de la Mirlona hice algunas fotografías del pueblo y, tras el ágape, varias más del grupo de vividores/bebedores que componemos, cuando el morapio berciano galopeaba ya desbocado por la azotea.
Ellos habían dejado los coches en Astorga para evitar complicaciones pero yo lo llevé y no me pude soltar como hubiera querido.
No obstante ninguno estábamos todavía para el arrastre, somos mayores y tenemos el gorgüelo curtido por el aguardiente. Yo, que creía estar más sereno que el resto, sólo puedo aprovechar unas dos o tres de las veinte fotos que hice, y son de lo más corriente. Las demás desenfocadas, movidas, fuera de plano, mutiladas..., en cambio la otra veintena que saqué del pueblo antes del bebercio, sin ser una maravilla es aprovechable.
No se me da bien el retrato, sólo con una Pentax antigua no los hice malos, sobre todo de la morena de mi copla y de los niños cuando eran pequeños, pero a base de insistencia y suerte.
Recuerdo unas imágenes que sacó el Cascanueces Fidelensis cuando el mayor tenía dos años y volvíamos de Limnos un verano por el Prat para pasar un par de días con ellos en su casa de Barcelona. El guaje estaba morenín, con esos ojos oscuros preciosos, ¡para comérselo como a un bizcocho recién salido del horno! La curruca Publicitaria sólo hizo dos o tres disparos, pero las fotos eran tan buenas, y no es sólo pasión de padre y amigo, y las guardé con tanto mimo, ¡que ahora no sé dónde las tengo! En fin, Cebolleta.
Con esta maquinina, tan práctica para otras cosas, todavía soy peor. Ni un diez por ciento de ellas valen algo la pena.
Bien, pues la de hoy tan poco comprometida e interesante, en el último bar de la noche, mal iluminada, parece por lo menos enfocada. Si no la consigo, con el codo apoyado en la rodilla haciendo de trípode, era pa matarme.
Como éstas son del gusto y estilo de algunas de las de Aedotor (hay un autoretrato suyo en una acera de León con la Popa, su perra, en esta etiqueta, en El mirlo rubio), pensé que me iba a permitir convocar en una sola entrada a varias de las currucas, aunque sólo fuera a través de una mención, y al propio tiempo me daría la oportunidad de ir incorporando las patitas de las currucas calzadas, ya que los picos, el plumaje y las colas no me salen como quisiera. A algunas las veo muy poco y no sé cuando podré cazarlas, como no sea al vuelo y con mostacilla...
Llegado a este punto siempre me digo, a la griega, sigá sigá, poco a poco.
Éramos ocho y la celebración fue grupal, no hubo mucho lugar para los apartes y no sería educado, sólo la última media hora ocupamos sillas vecinas y, quizás menos cargados que la mayoría, estuvimos charlando un poco.
Nos veíamos también en la calle compartiendo pitillos porque somos los únicos fumadores del colegio. Pero con esta curruca me veo cada mes para un tratamiento común de choque, antiarrugas. Salgo planchao de mis encuentros con él. Y él con apresto.
Me quedan todavía dos capítulos sobre tapias, el primero de adobes con tres o cuatro fotos, y el segundo, que será también el último de estas dos series, por ahora, de huecos. Más adelante quiero colgar también imágenes de ventanas, puertas y portones, para las que prepararé otro serial que irá también en Arquitectura.
Ahora que parece volver la rutina debería atender otras etiquetas que tengo aparcadas. Y hace días que quiero preparar otro capítulo sobre Shutterchance como había prometido en el primero. Pero llevo más de una semana con problemas de tiempo, en la que no he podido ver más que las fotos de mis favoritos y para abordar esa entrada quería volver a repasar las fotografías de aquellos de los que hable. Veremos.
Javier Krahe, No todo va a ser follar,
Salud
Cannabina Karduélis, pardilla común.
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