Tapia de una huerta San Justo de la Vega, León 2011 |
Hola. La fotografía pertenecía a otra serie, Sol y sombra, pero tenía tantas que la reservé para las Tapias porque se ve bastante bien la base, de cantos rodados y muy alta, casi un metro, para lo que suelen tener (80 cms. aprox.). Es el mismo tapial de las tejas que vimos anteayer y tiene cerca de dos metros y medio de alto en algunas zonas.
En su día debió rodear una huerta que ya no se cultiva, al lado de una casa de tapia donde sólo queda un solar rodeado de altas paredes que cierran más huertos y otras casas del mismo material, una de las cuales con su cuadra es la que asoma por la izquierda. Aquellas del fondo derecho son ya de moderna construcción, de ladrillo.
Hoy voy a reducir el tamaño del capítulo y durante tres días estaré medio ausente, me tocó guardería infantil carnavalera y paso el día fuera de casa, cuando vuelvo con la tropa estoy pa planchar (oreja), y res mes.
Contesté a dos comentarios de Ana Capsir (recuerdo, Navegando por Grecia, en la Maga), pero aún no abrí los blogs de los 5 magníficos, fotógrafos, que visito a diario y no sé si tendré fuerzas hoy para algo más que echar un vistazo. Antes debo terminar estas cuatro columnas y después hacer la cena. ¡Véis!, una de las ventajas de la edad es que ya no necesitas cenar todas las noches, o por lo menos no es preciso hacer platos de tenedor o cuchara que es lo que hay que darle a estos rapazones que comen como la urticaria.
Tapial, San Justo 2011 |
Esta fue una señora tapia, con tanta piedra menuda parece una muralla, pero sin el acabado y la grandiosidad de la china, que según leí en Internet tiene grandes tramos de tapial, como la Alambra de Granada, y aquí diría belleza y elegancia.
Es más ancha que la anterior, más alta y antigua. Parece haber sido construida a tramos espaciados en el tiempo y distintas proporciones de material, con añadidos sucesivos incluso de material medio de escombrera, con trozos de teja y ladrillo, y pegotes de restauración comidos ya por el tiempo.
La superficie es volcánica, llena de distintas texturas y agujerada como un paredón de fusilamiento, que no fue. En este pueblo no hubo de eso.
La apariencia de ventanuco cegado de algún hueco me hizo pensar si no sería primitivamente la pared interna de una cuadra pero, si lo fue, hace muchos años que dejó de serlo para cercar un huerto y limitar un lugar baldío. Por encima creo que se ven también los restos marrones de los cembos que se colocaban para protegerlas de la acción de la lluvia, lo que también sugiere una tapia de huerta.
Aquí abajo recupero el primer plano de una imagen del patio de las sombras, la chimenea y las flores. En realidad la pared también era de tapial, ahora revocada y pintada. En el entorno de las casas muchas de ellas llevaban cristales de botella en la parte superior, para dificultar la labor de los cacos. Digo dificultar y no impedir porque recuerdo algunas historias que escuché de guaje, quizás en casa de mi abuela paterna, en las que los robachorizos, ¿pleonasmo?, se salían siempre con la suya llenando el saco.
Cristales antiasalto |
Una de esas historias fue el asalto a una despensa poco después del medio día, cuando los vecinos reposan la comida aunque no duerman la siesta. Y era en invierno. El ladrón entró por la puerta del pajar que estaba en un altillo del primer piso en la parte posterior de la casa, debieron dejarla mal cerrada porque no la forzó. Después bajó a la cuadra y buscó la cocina de curar.
Cuando salía con el botín a cuestas metido en un saco lo vió un vecino y empezó a gritar. Le pareció alguien conocido pero no acertó a concretar. El caco se vió obligado a cambiar de camino y tiró hacia el monte. Lo seguía el vecino que lo delató, el dueño de la casa, que había cogido una escopeta y dos hijos mayores. Hasta la mujer salió detrás aunque se paró a las afueras del pueblo y se quedó allí esperando el resultado. Parece que el robo era de poca entidad, una docena de tripas de chorizo como mucho.
El ladrón les llevaba bastante ventaja aunque podían verlo porque hay una zona de un kilómetro, más o menos, sin apenas vegetación entre el final del pueblo y el comienzo de lo que nosotros llamamos el monte, un gran bosque autóctono de encinas y robles. Si no lo cogían antes sería difícil echarle mano allí.
El paisano metió dos cartuchos de mostacilla en la escopeta, una munición de plomo menudo que se usa para matar pájaros en bandadas, abre mucho el abanico del disparo y la densidad de perdigones es alta. Pero no llega muy lejos ni causa mucho daño si no eres gorrión.
Hizo el primer disparo y un instante después vieron cómo el ladrón se paraba llevándose la mano libre al culo ¡pero sin soltar el saco! Disparó el segundo cuando el hombre arrancó a correr de nuevo, sin parar de restregarse las posaderas pero con el saco al hombro.
No lo cogieron. Aunque no recuperaron los chorizos volvían riéndose satisfechos de haberle embutido algún perdigón en el culo al asaltante.
La sorpresa los aguardaba en casa: en su ausencia alguien había levantado el resto de la matanza.
Al final me lié con la historia y saqué una entrada como la de cualquier día. Si es que esto de coser y contar todo es empezar.
Os dejo con Arto Tunçboyaciyan, un músico armenio que ha vivido y grabado en Grecia, y colaborado con infinidad de músicos y muy especialmente con los griegos, y a quien supongo que la mayoría conoceréis. Es una música menos melódica que la habitual suya, pero tan original.
Música con botella y pandereta.
Salud y que tengáis buen día.
Barbarómiros.
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