lunes, 14 de noviembre de 2011

Veranillos e invernuelos.



Oviedo, noviembre 2011
La mañana

Hablamos del Inviernillo de san Zacarías o del Borromeo en la primera semana del mes tras los Difuntos. El 11 fue san Martín cuyo Veranillo ya había asomado el flequillo el mes pasado, adelantado.

Pasó Eugenio, el santo poeta visigodo, y estamos en santa Veneranda que, respetando su tradición, nos regala a su vez nuevas jornadas de sol, algo más frescas que las tibias castañeras, pero cálidas en todo caso.
Ayer teníamos 22ºC al mediodía. Pero se nubla el sol también todos los días, con unas nubes tipo cúmulos densas y azules, sin llegar a la "panza de burro" que anuncia nevadas. Y llueve un poco, un día sí y otro casi. Por las mañanas y las primeras horas de la tarde tenemos ese cielo y este color en los arces.

Eustaquio o Saturnino, a finales, deberían traernos nuevas alegrías solares. A ver si es verdad, porque a mí lo que me trajo el Zaka y su invernillo fue una recaída en el resfriado y la tos.
Supongo que el santo de la mudez estacional, que era un poco cascarrabias, estará mosca conmigo por tratar su biografía de forma una miqueta irrespetuosa.
Pero él sabe que mi intencion era pura, sólo la de actualizar un lenguaje, el del santoral en este caso, que se nos ha quedado obsoleto y muchas veces resulta incomprensible para el hombre religioso moderno. Y yo soy monje ahora, me debo a mis feligreses, pocos pero fieles.
Pienso además que no me excedí, otra cosa será lo que diga el muy galego ruca-ruca que rouco, Varela
y su Banda de Gaiteros y Chiflaos (por el chiflo).

Vanguardismo santoril hubiera sido haber interpretado el encuentro entre el ángel del Señor y el anciano Zacarías, en el que le anunciaba su futura paternidad, ¡¡como para no enmudecer!!, explicándolo desde la perspectiva contemporánea: el mensajero le llevó unas cajas de Vinagra celestial, que Dios ya lo tiene todo inventado desde el principio de los Tiempos, incluídos los afrodisíacos, para usar sólo en el seno del santo matrimonio, por descontado, y gestar hijos para el cielo.

La Vinagra celeste no venía con ese nombre comercial, naturalmente, sino con el genérico que las  farmacias paradisíacas, democráticas y ahorradoras como pocas, envasan para consumo de pobres diablos, almas quería decir, cotizantes de la Seguridad Social con escasos ingresos o en la solemne miseria, grupos que reunen a la gran mayoría de la población mundial, que también procrean, más que nadie en realidad, cuyos hijos, bautizados o no, van todos derechos al cielo detrás del Bautista, el primer bebé probeta (según otras versiones menos complacientes que la mía).

"Esencia Pura del Amor Divino", es el nombre del principio activo, que apenas enmascara otras realidades más prosaicas. No nos pararemos a analizar eso de la esencia del amor por si acaso, pues todavía hay mucho cristiano estrecho que sólo admite el lenguaje parabólico y aguarda a que se restablezca la puta Inquisición en su forma prístina, que la moderna, aunque funciona, no contempla todavía la purificación por la tortura y el fuego real. Todo se andará.

Oviedo, noviembre 2011
La tarde

Pero dejemos el santoral hextremaño, pues sólo quería hablar del color y la luz de estos días.
En la foto se aprecia el momento de transición del sol mañanero a la oscuridad que presidirá la tarde. Desde que aparecen la nubes hasta que ocultan finalmente el sol hay unas horas de tránsito  guapísimas, los colores brillan iluminados contra un fondo nuboso en contraste, gris azulado.

En Oviedo plantaron hace años un montón de arces americanos (Ácer negunda?), una de las especies de elección en la jardinería urbana, y privada, por su resistencia pero sobre todo por su  belleza, particularmente en el otoño.
Es una especie mucho más pequeña que nuestros pláganos, el nombre asturiano del arce (Ácer pseudoplathanus), y por lo tanto más fácil de adaptar a las no muy anchas "avenidas" carbayonas. De hecho en algunas calles se pasaron y las ramas, que llegan a las ventanas de los pisos inferiores en varios casos, quitan la poca luz y sol que tienen, somos la franja menos insolada de la penénsula.

Contamos además con una jardinería de lujo que no estoy seguro que nos podamos permitir, sobre todo en los escaparates que son las entradas de la ciudad y en el centro. Para los barrios llega menos o no alcanza.
No ponemos reparos estéticos a los jardines o al color, nos alegran un poco la vista y la vida, sino al reparto desequilibrado y al exceso.
El alcalde, muy amigo de la imagen, rentable en las urnas, nos llenó la ciudad de esculturas y fuentes, aunque también tenemos el índice de humedad más alto del país. Algunas han sido reconvertidas en pequeñas islas verdes porque el agua entraba por las ventanas  de las casas a poca brisa que soplara, tan cerca de las viviendas las habían hecho.

La alta pluviosidad y las temperaturas benignas casi todo el año abaratan el coste de mantenimiento y ahorran mucha agua, porque no es preciso regar o se hace muy esporádicamente, y esa templanza del termómetro y la humedad elevada animan el desarrollo de las vivaces, y en general de la mayoría de las especies plantadas.
Nada que decir en ese sentido, está bien aprovechar las condiciones favorables que nos ofrece la tierra, y de los profesionales que se encargan del cuidado tampoco hay quejas.

En realidad sólo queremos que la belleza circule libremente, pero por todos los rincones posibles y en especial donde más falta, que la ciudad la hacemos todos y el voto del barrio vale lo mismo que el del centro.
Pero por añadidura, antes que una jardinería lujosa preferimos una  modesta y que se preste más atención a otras necesidades perentorias que acucian o ahogan a muchos ovetenses y asturianos.

El alcalde y sus socios presumen de una de las ciudades más limpias y bellas de Europa, con muchas calles peatonales, merecedora de la escoba de oro con incrustaciones de pedrería.
Pero tenemos una tasa de paro juvenil de las más altas del continente, y la progresiva retirada de las ayudas sociales a las escuelas, libros, becas, comedores, bibliotecas, música, asociaciones ciudadanas de base, grupos culturales, a los más necesitados en definitiva, convierte los logros estéticos en fuegos de artificio para exclusivo disfrute de estómagos agradecidos.

Cuando rujen las tripas no hay espacio para la lírica, mejor un bocadillo de jamón, no pedimos el menú del Bulli. Después es posible que nos paremos a contemplar lo bello que es el mundo.

Y sería de locos pensar que esta masa de jóvenes sin empleo se vaya a formar en jardinería con la esperanza de encontrar un curro municipal.
La felicidad de la mayoría pasa menos por la estética colorista otoñal que por una vivienda digna, un trabajo seguro y un sueldo suficiente para vivir.
Ver a sus hijos, a los que sigue alimentando, mano sobre mano es desagradable, pero es peor verlos pidiendo limosna debajo de un maravilloso arce, americano o asturiano.
Ese sí que es un contraste potente y no el de las hojas contra el cielo, por muy rucia que tenga la panza.

Nuestra oposición al despilfarro, pues, no entra en contradición con el amor a Flora, mártir y santa cordobesa de S.IX decapitada por los musulmanes, que se celebra el 24 del presente mes.
En relidad la Cloris griega y Flora romana, patrona de los jardineros y deidad de las flores anterior al cristianismo, que éste se vió obligado a incorporar, con otras, para cubrir el hueco de  las grandes diosas paganas de la naturaleza, Rea/Cibeles, Deméter/Ceres, Perséfone/Proserpina..., al margen de la existencia real de dicha santa y su martirio.

Las ausencias del panteón pagano femenino en el cristiano están cubiertas sobradamente por las distintas advocaciones marianas, que celebran su onomástica en Mayo, el mes de las flores y de María, la Persefonis resurrecta.

No sé, ¿decía algo?, toy perdío...

Salute.

Er monje.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Kérkyra, Corfú



Grecia 2011


Recaí en la tos y no estoy entero, por eso me apoyaré en el comentario que hice en Desde la Popa el día 22-06-2011, para la crónica del Capi del 10-06-2011. Paseando hasta Murtos-Sivota, con alguna nota a mayores para los que lo hubieran leído ya.

Hablo menos de Corfú que de los hermanos Durrell, Lawrence y Gerald, en cuyos libros bebimos la mayoría de los que amamos Grecia. Pero no tengo ninguna etiqueta de literatura general y no quiero más de momento, por eso irá en Archipiélagos que la llevo más atrasada.
La razón es que conocemos la capital, pero la atrayente costa sólo desde un barco. Todos los amigos que han estado cuentan maravillas de la isla, incluído Alberto y, a pesar de ser una de las que más información tenemos, pero a través de la literatura, por Gerald ante todo, no hemos podido siquiera  alquilar un coche y dar una vuelta.

En tanto no la vivamos, seguirá siendo para nosotros ese mundo maravilloso de caja de cartón, de bolsillo, el paraíso que fue para el pequeño Gerry.

Tiene su riesgo enfrentarse con la verdad cuando se idealiza algo, pero la cosa no pasa de un pequeño juego entre imaginación y realidad que unas veces se resuelve a favor de una y otras de la otra. En ocasiones aquel lugar que te pintaron con los mejores colores resulta ser un sitio vulgar donde nos amontonamos un batallón de turistas casposos con menos interés quer Botinehi (como perzona, que como banquero ye lo suyo). Eso nos ocurrió en algún lugar de Samos o Kos. Y hasta en Zákinzos.
O, al contrario, un rincón apenas esbozado esconde aquella pequeña maravilla que andamos buscando todos los ansiosos viajadores. Lo mejor llega cuando uno descubre lo que no busca ni espera. Y de todos modos pocas veces nos dejamos guiar a ciegas por más solera que tenga el lazarillo. Preferimos la sorpresa.

Kérkyra nos recuerda, lo dije, nuestros primeros escarceos griego-literarios. Nadie que disfrute ambas cosas será ajeno a la familia inglesa de los Durrell.
De Lawrence, "Larry", pequeñucu y trabau, pero más espurríu y montesín -sólo por el Parnaso-, nos gustan sus ciclos novelísticos sobre Alejandría y Avignon, el Cuarteto y el Quinteto, y apenas un libro acerca  de Grecia, Limones amargos, agrios de verdad, de Chipre.
No están mal Reflexiones sobre una Venus marina, de Rodas y el Dodecaneso y los dedicados a la Italia griega, Cefalú y Carrusel sicilano que, escrito a la carrera por encargo según declara, es una buena guía culta sobre Sicilia y además se permite ironizar sobre ese turismo masivo, estresao y enajenado, al que irá dirigido el libro.

El tan conocido de Las Islas griegas, otro encargo, casi un imprescindible, nos provoca sentimientos encontrados.
Por una parte es un libro muy bien informado, con mucha letra y poca foto, frente a tanta guía al uso haciendo publicidad de equis núcleos turísticos, complejos hoteleros y lugares comunes del ocio-negocio, con profusión de fotos prescindibles en páginas de papel de lujo.
Sigue siendo útil por eso. Un hombre de su cultura no podía sino primar a ésta sobre los intereses romos, sólo monetarios, de la industria turística. Se le agradece.
Pero en aquellos pasajes en que se queda sentado en la cubierta del barco anclado en el que viaja, tomándose un daikiri y contemplando la isla en cuestión a esa distancia para, a continuación, declarar que no piensa bajar porque el lugar no tiene interés, ahí se retrata. Son las típicas pasadas del sobrao, más pequeño de lo que se cree.
Eso lo cuenta él. La realidad es que tenía una castaña de ron tan monumental que se hubiera partido el cráneo cayendo por la escalera si le da por desembarcar.

Bien, lo uno por lo otro, o lo comido por lo servido que decimos en Asturias. El de las Las islas lo damos por bueno, pero el de La celda de Próspero, sobre Corfú precisamente, es para mí la versión más insufrible del gran nadador que fue Larry, como Byron, según cuenta Fermor. Leyéndolo revivía la pintura que de él hace su hermano pequeño Gerry en su trilogía sobre Corfú, más creído y estúpido de la cuenta.
Por mucho mito y buen gusto aristocrático que le eches, si no hay acción e historia, y no las hay, la cosa se queda en una reunión de tipos fatuos y aburridos, cuando los británicos pijos se ponen dandis y estupendos, como otros cadáveres exquisitos. Es un tostón repleto de erudición barata de enciclopedia y de personajes machistas y pedorros, un libro que se le perdona por sus otras obras y que se cita, supongo que por gente con mucho morro que no leyó un línea u otros gilipoyas como los que nos muestra Larry, entre los que figura él mismo.

Para disfrutar y saber de Kérkyra, además del Teach, leed la trilogía de Corfú de Gerald "Gerry" Durrell, Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses.
Es una escritura viva y divertida llena de peripecias, la historia iniciática de un niño que llega a la isla con su madre y sus hermanos, desde la neblinosa Londres y antes de la India, donde el padre trabajaba para el Foreign Office.
Conoceremos con él la minúscula fauna marina y terrestre de la isla, porque era aficionado a la Biología y en particular al mundo animal. Sus aventuras costeando con un pequeño bote, las veladas nocturnas  veraniegas de su familia y los amigos que visitaban a su madre o a su hermano, las casas donde vivieron.
Nos familiarizaremos con Spiros, el taxista corfiota que los recibe, traslada y soluciona sus problemas al llegar a la isla, y durante su estancia de años. Persona a la que también conocerá Henry Miller -otro que tal baila el amigo americano de Larry- en su viaje griego al filo de la 2ª guerra europea.
Miller hablará de él en El coloso de Marusi, título que recordaba al pintor griego Yorgos Katsímbalis, el mismo que le había recomendado a Lawrence en Atenas leer La papisa Juana de Enmanuil Roïdis. El pintor, un gigante, fue un personaje carismático en el grupo de artistas griegos e ingleses en la Grecia de los años 40.
Cita también a Spiros en su autobiografía Con una pequeña ayuda de mis amigos. Tiene noticias de lo putas que lo están pasando en plena ocupación alemana, pero la ayuda del vividor Henry a sus amigos no sabemos si llegó a Corfú algún día.

Repito que para disfrutar de una  historia vital mágica, griega y mediterránea, delicada y llena de sabiduría, en un entorno natural pleno de luz, de mar, hay que leer al naturalista Gerald.
Y ya de puestos la divertidísima y levemente alcohólica colección de libros sobre animales, escritos en sus viajes por el mundo, comisionado por zoos, para capturar todo tipo de bichos. En sus trabajos no se olvida del animal humano al que trata con sorna pero benevolencia al fin y al cabo.

Quien aprendió a mirar en Kérkira, Corfú, y a ver con esa luminosidad y alegría irónica a Grecia, supo también penetrar el secreto de otros muchos lugares por donde pasó, observando con los ojos inquisitivos y burlones, pero inocentes y fascinados de un niño.

Y aquí viene la cita de unos versos de Valle-Inclán que, por un error, dió origen a una persecución que duró meses y a la etiqueta de los Zombis geniales. Decía que hablando de niños y asombros, y de animales, don Ramón lo había expresado de modo magistral, sublime:

"En mi ardor infantil no cupo el miedo,
La vaca vino a mí, de luz dorada,
Y en sus ojos enormes, con el dedo,
Quise tocar la claridad sagrada"

(Rosa del mito solar)  

Esa, añadía, ha de ser la magia de la literatura, meter el dedo en el ojo de Corfú o, lo más difícil aún, meter el ojo en el dedo...

Salud. Geia sas.

Barabarómiros.
   

sábado, 12 de noviembre de 2011

Rock catalá


Barcelona 2001
Acuarela, pintura en polvo. Espátula.
Ramiro Rodríguez Prada


No lo tenía previsto porque prometí hablar primero de Radio Futura en esta etiqueta y, sobre todo, de los Auserón, y ahora que acaban de darle el premio nacional de nuevas músicas a Santiago, de lo que nos congratulamos, sería muy oportuno hacerlo.
Pero lo seguiré posponiendo por las mismas razones que, pero al contrario, Siniestro Total o los Ilegales entraron antes de lo esperado. Cuestión de casualidad.
Tampoco la otra noche don Ramón pudo seguir su plan inicial de llevarme a Vilanova y las circunstancias impusieron otros derroteros.
Y por otra parte el título no responde del todo ni a mi intención ni al contenido,  porque no haré un repaso, que sería excesivo, al rock catalán. Es casi una excusa.

Sabéis que colaboro en el blog  Geotropía, de Lucas, un amigo extremeño de Hervás que tengo en Favoritos. Ahí llevo dos etiquetas, Geomancias y Geotermias, e intervengo en los comentarios, no tan extensos como los que hacía en Desde la Popa, pero bastante. Y Lucas polemiza además y hay diálogo por tanto.
Ayer colgué un texto en Geotermias titulado Sol, solet, sobre una canción popular catalana que grabó Pau Riba en junio del 75. Era  la suya una rama ácida de la Nova Cançó. Mi amigo comenta la entrada recordando a los músicos, cantautores, que escuchábamos por los mismos años y alguna anécdota infantil de su viaje y paso por Barcelona el año 77. A ver si hay suerte y sale el Sol, solet:

http://live3.goear.com/listen/074f71538f2eb66a743cdf1205bdb611/4ebd9fca/sst5/mp.

(Pues no, parece que no hay suerte...)

En nuestra biografía, como en la vida, se mezclan muchas cosas y la música es de las más relevantes. A veces identifican o unen a una generación, a unas ideas y hasta a un país. Es imposible sustraerse a la banda sonora de una época, porque no es algo que exija esfuerzo como leer un libro, y casi ni dinero, no es necesario comprarla para escuchar una buena parte de ella. Y para mí entonces un disco era casi un artículo de lujo.

Estuve en Barcelona y Gerona en los curas del 64 al 69. Y volví a Barcelona el 73, el año en  que ajusticiaron a Salvador Puig Antich, ácrata militante de la FAI, que pasó por los mismos curas que yo. Lo acusaron de la muerte de un policía.
En la ciudad había una efervescencia política extraordinaria, con manifestaciones de protesta contra la condena casi a diario y una gran actividad estudiantil. Yo estudiaba, trabajaba y estaba más en la inopia que ahora, que ya es decir.

Un domingo por la mañana paseando con un amigo por la Plaza de Cataluña, que habían tomado los grises a caballo y los antidisturbios de entonces, vi las primeras palizas brutales a los manifestantes.
Recuerdo todavía la primera escena que presencié en una lateral de la plaza, la Puerta del Ángel, donde un policía como una montaña persiguió a una rapaza de no más de 16 años y grapándola por la melena en plena carrera la tiró al suelo y la estaba machacando con la porra. Varios de los que andábamos cerca increpamos al gorila y una señora mayor recibió cuatro o cinco toletazos porque agarró el brazo del policía para que no siguiera pegando a la cría.

Así se empieza porque ese era el panorama. Y ya estamos ubicados, en situación, como se dice en el teatro.

Pero quería hablar de música.
Por esa época yo apenas conocía a los Beatles, los Rolling, Creadence, Simón y Garfunkel, Led Zeppelin y cuatro más. Y del rock español no tenía ni idea. Todos habíamos escuchado el Garrotín de los Smasch, a Maik Ríos y a Bruno Lomas, Pekenikes, Brincos, Sirex, Canarios, o Lone Star..., y para de contar.
Mi generación, y más la rural, apenas tuvo noticia de grupos de los 60, más duros en lo musical y cercanos al rock o r&blues que se hacía en Inglaterra o Estados Unidos. Como Salvajes, Cheyenes, The Brisks, Les Fantics, Gatos Negros... .
Creo que el único catalán que escuchaba era a Serrat. Me interesaba más en aquel momento la poesía y la literatura en general. Pero un compañero de habitación tenía en la mesita que compartíamos un tocadiscos con una colección de Elvis que me dejaba pinchar. Y con otro colega de clase coincidí  en el gusto por el blues y el jazz, que yo empecé a escuchar ese año en las radios catalanas, junto con el flamenco. ¡Tuve mi  primer flas fuerte con él en Barcelona!

Viví un tiempo muy cerca de una sala que estaba entonces en pleno apogeo, la Zeleste, junto a la Vía Layetana. Cuando pasaba por allí y veía el personal a la puerta, todos melenudos y floridos, me sentía intrigado. Parecían una especie de secta, eran los primeros hippies públicos y todo aquel lío de las drogas no ayudaba a acercarse a ellos porque las drogas -prohibidas-, hoy y siempre, están rodeadas de mito y secretismo.
La Zeleste organizaba todo tipo de eventos programando a lo más selecto y vanguardista del jazz-rock del momento, tanto nacional como extrajero. Entonces Tina Turner todavía cohabitaba con el bestia de Ike. Y allí me llevó una noche, a ver a John Mayall, el compañero catalán de clase que no era ni la mitad de paleto que yo y ya lucía una melenita prejipiosa.

De vuelta en León, los hijos del secretario del pueblo que tenían hermanos mayores, buena gente a quienes gustaba Dylan y Leonard Cohen, fueron los primeros que me hablaron de grupos psicodélicos americanos e ingleses. Y hasta de Flaying Burrito Brothers. O Desde Santurce a Bilbao Blues Band, el primer proyecto musical de un Moncho Alpuente, como  Andrés, del que hablaré a continuación, sembrao y adelantado a su tiempo, aunque la de Moncho fuera psiquedelia baturra. ¿Fue su primer grupo, Las madres del cordero, recordando en versión casera al Zappa de The mothers of invention?, es posible, me lo dice la morena de mi copla y debe tener razón.

Y después, el año 75, conocí en León al que me acabó de desasnar en materia musical, el tantas veces mentado Andrés Edo Tornos, cuyo fotoblog también figura aquí en Favoritos.
Andrés había vivido su primera juventud en un León precoz en materia psiquedélica y musical donde, pese a su apartamiento y provincianismo, siempre hubo una juventud inquieta que, además, probó el ácido muy pronto. Las aprehensiones policiales de la escasa droga que circulaba entonces por el país podrían atestiguarlo. Son los últimos sesenta.
¡Se podían ver hasta pintadas de los Probos!, otra movida previa a los hippies.

El  primero que me puso un disco del Pau Riba o de Sisa fue Andrés, que se sabía de memoria en catalán aquella canción sobre los personajes infantiles, Blancanieves, Pulgarcito, Los 3 cerditos,...   Qualsevol nit pot sortir el sol, Cualquier noche puede salir el sol:
   
Oh, benvinguts, passeu, passeu
de les tristors en farem fum
A casa meva és casa vostra
si que hi ha cases d´algú


(Oh, bienvenidos, pasad, pasad/de los tristes haremos humo/Nuestra casa es vuestra casa/si hay casas de alguien)
Letra que resume a la perfección algunos de los ideales jipis. La paz, la alegría, la hospitalidad y la crítica al egoísmo de la propiedad privada. Las dos últimas estrofas son incluso una ironía del propio estatus del autor.

Y todo esto es lo que me ofrecía, y ofrece, Andrés Edo en la práctica, lo que aprendí con él por encima de músicos o canciones: generosidad.
Creo que era eso lo que más interés tenía en enseñarme, sin que ejerciera conmigo, a sabiendas, un papel de reformador moral. Una tontería pero se trata de un valor ético que parece ajeno a los pasaos. No sé si fui capaz de ponerlo en práctica, pero si no lo hice fracasé.
Y lo mismo que de la música podría decir de los canutos, u otras drogas que probé, ligadas muchas veces a ella, a un grupo, a un concierto, en las que no me inició él. Sin rebajar la peligrosidad que su uso entraña, no era el haschís, que también, sino lo que compartíamos y aprendíamos juntos, más desinhibidos, lo que tenía interés. Escuchábamos música y el petardo circulaba, ahora nos fumamos solos el ful y nos reímos menos. El que fume.  Ahora Deporte y salud como cantaron después los punkis Tapones Visente del Púlgar.

Y fue también Andrés el primero que me puso un disco de Syd Barret del inicial Pink Floyd, de King Crimson, de los que tocaba con su flauta el Formentera lady, de Electric Prunes, los Trolls o de Grateful Dead, por citar algunos más conocidos. Formentera donde, por cierto, vivió también Pau Riba y nacieron sus hijos. 
Y junto a la música me descubrió a la generación Beat, Ginsberg, Kerouak, Corso, Leary..., a Leopoldo Mª Panero a pesar de que yo soy de al lado de Astorga, o a la revista Star, de música y comic, que se hacía en Barcelona también y de la que yo no tenía noticia, aunque me cruzaría más de una vez por las Ramblas con el Nazario de Anarcoma, y sus colegas, travestidos, los pioneros exhibiendo su condición ¡y de qué modo!.  
De casualidad conocía el Disco Expréss que era un periódico musical que se editaba, como no, en la Ciudad Condal. Allí leí los primeros artículos firmados por Los Corazones Automáticos, alter ego de los Auserón.

En Star creo que fue donde se dió a conocer Loquillo, entre otros, con unas fotos promocionales que no se sabía muy bien si pagaba él o la revista. Y allí toda la escena musical layetana, barcelonesa, catalana y nasioná. Los últimos grupos del rock sinfónico y los primeros punks, como La Banda Trapera del Río, con el Morfi, de San Adriá del Besós, el cinturón industrial. A los de Atila, de Girona, no recuerdo cuándo los encontré.

La Orquesta Mirasol, Toti Soler, Max Suñé, La Dharma, La Tribu de Santi Arisa...

En León hubo el año 76?, también en Burgos y más sitios, un megaconcierto de 24 horas con todos los grupos  importantes del momento. Sólo recuerdo algunos, pero la muestra es significativa: Traidor, Inconfeso y Mártir, Granada, Triana, Bloque, Coz, Iceberg, Pau Riba y hasta la rubia Nico, musa de la Velvet Underground, con su armonium acompañada por una guitarra acústica. 

Y llego al final de esta miscelánea, batallitas de abuelo Cebolleta más que música, ¡pero avisé que no os fiárais del título!, no soy traidor. Lo inconfeso se queda en el coleto y madera de mártir no creo tener.

Salut!

Ramiro.

P.D.  Según me informa la curruca Blasensis Atila figuraba también en el cartel del concierto de León  y los que no aparecen, en cambio, son Granada.

De Jaume Sisa, Qualsevol nit pot sortir el sol:


Vale.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Vida inquieta



Amanecía. Desperté con las piernas doloridas como si hubiera estado toda la noche en danza. En un primer momento no recordaba nada, pero poco a poco empecé a ligar algunas imagenes sueltas que me ofrecía la adormecida memoria.

Podía ver a Valle Inclán vestido con la capa que llevaba la noche de la reunión de pastores, pero había algo que desentonaba, cubría su benemérita testa con la boina de Paco Gila y calzaba alpargatas de esparto como el manchego. Resultaba más estrambótico que nunca.
Me levanté, me duché y preparé el café mientras iba recuperando el resto de las escenas más significativas del sueño.


En esta ocasión no me fue a buscar a casa. Estábamos otra vez en el puerto de Xufre, en la isla de Arousa. Era de noche y la calle se veía desierta. Íbamos tomados del brazo por el paseo inferior, al borde del muelle, donde habían instalado una serie de mesas y bancos corridos dispuestos para alguna celebración gastronómica veraniega. Sé que era verano porque, aunque de noche, lucía el sol como en Grecia al mediodía.
¡Me duele el pie, va a llover!, clamó de pronto. Estaba sudoroso, yo lo miré pero no contesté.  
Llegando ya al final, antes de los pantalanes, en la última mesa había dos servicios preparados, seis platos, dos con quisquillas, dos de mejillones al natural y otros dos con trozos de empanada que después supe que era de berberechos. Y una botella de viño Albariño, de Cambados. 

Don Ramón tomó asiento como si fuera lo más natural del mundo y todo estuviera preparado para nosotros. Me sirvió el vino en una copa de cristal, nada del horrible plástico de esas kermeses populares. Levantó la suya y vi que se disponía a pronunciar un brindis de su cosecha. Le brillaban los ojillos y tenía las mejillas encendidas, ya venía algo alumbrado.

 ¡Corónate de pámpanos, poeta,
házte el bigote y desarruga el gesto,
si quieres disfrutar dicha completa
a rey muerto rey puesto!  

Brindé con él un tanto desconcertado, ¿quién era el rey al que se refería? O viño estaba friín y era un gusto con aquel sol nocturno calcando sobre nuestras cabezas.

¿A qué viene tanta alegría, don Ramón?, le pregunté.
Anteayer enterraron a Tista.
¿Quién, el de la vodka?
El mismo.
¿Qué pasó?
No despertó desde aquela noite. Al parecer lo sacudió la parienta para decirle que íbamos a volver nosotros, pero no respondió. Pasó el día durmiendo y el siguiente y otro mais. Como no depertaba, llamaron al médico.
¿Y?...
Levaba dos días morto. Pero no olía, se ve que se bebió toda la vodka que le quedaba y se conservó como un feto en formol. ¡El malandrín no nos dejó ni la prueba, era fooogo diviiíño!.
¡Vaya!. ¿Y quién es el  nuevo rey por el que brindamos?

Pero no me contestó. Agachó la cabeza y se lió con los camarones. Yo me apliqué a los mejillones dejándolos para el final.
Antes de que hubiera acabado la mitad de mi plato había terminado él con el suyo de quisquillas, y eso que son mucho más engorrosas de comer. Volvió a llenar las copas y bebió pero no brindó en esta ocasión. Sin mirarme apartó su plato de cáscaras a un lado, agarró el mío de camarones y se hundió en él de nuevo. 
Cuando terminaba los mejillons le quedaban a él media docena de animalicos, los más ruinos de las 5 ó 6 docenas que llevarían aquellos platos. No había levantado la cabeza de los crustáceos en el cuarto de hora que tardó en ventilar las 120 ó 130 quisquillas que se tripuló.

Don Ramón, déjeme un par  para probarlas.
¡Ah!, ¿pero le gustan?, pensei que prefería los mejilons. Y añadió, Un par no sirve como prueba, hay que comer dos docenas, para empezar. Y en un silbido peló, chupó y comió las cuatro que restaban.
Bebimos el último trago y se levantó como un cohete.
¡Vamos, arreando!, dijo, Coja la empanada  que nos hará un buen apaño más adelante.
¿Y los mejillones?
No son de mi agrado.

Se quitó la boina y, como un pretidigitador, sacó de ella un trozo de papel de estraza plegado muy curioso y me lo alcanzó. Envolví la empanada y nos fuimos.
Le queda mejor el sombrero, aproveché para decirle.
Pero la boina es un regalo de don Pío, e intentó imitar la cara tristona de Baroja, pero con aquella facha, la boina, las lentes, la barba, la capa y las alpargatas parecía más uno de sus propios esperpentos.

Estábamos muy cerca del pino desde el que le gustaba contemplar las cercanas luces de Castro y A Pobra do Caramiñal. Se me había colgado del brazo y tiraba de mín hacia aquel rincón junto al acantilado.
¿Porqué siente tanta querencia por este lugar, don Ramón?
Pero antes de llegar al pino ya estaba transpuesto y no me oía.
Guardé prudente silencio mientras él permanecía absorto, sin parpadear, fija su mirada en algún punto de aquel horizonte de luces, en una tensión que yo notaba en la fuerza con que me apretaba el brazo. 

Salió del éxtasis bruscamente, cual era su costumbre, echando a andar y recitando con voz rota:

¡A mí, hombres duros y de pelo en pecho!
¡A mí los demagogos proletarios!
Uno por uno me los escabecho
y que haga la Prensa comentarios.

Me tiraba del brazo como si fuéramos a perder el tranvía. En ese momento se nubló el sol y noté que al buen arousano le daba un escalofrío.
Como si me hubiera leído el pensamiento, dijo, Estoy destemplado, y añadió marchoso, ¡Pasemos por el sótano del Bene!, y enfiló precediéndome hacia la vereda de las huertas y el sendero de los repolos.
Yo no sentía muchos deseos de volver por aquel antro lleno de tipos patibularios y pendencieros, con un orangután detrás de la barra, un dueño torvo y repulsivo llamado Benedicto que se parecía al papa, pero aún más siniestro, y un ron de caña que don Ramón decía que era la flor de Cuba, pero que a saber en qué refinería de petróleo lo destilarían.
Ensayé una tímida protesta cuando salíamos de las berzas a la calle, pero el de Vilanova se hizo el sordo.

Llegamos a la puerta del chamizo y entramos. La impresión que me causó fue semejante a la del primer día, como ingresar en la boca del lobo.
Esta vez salió el Bene de las sombras a recibirnos, aunque no dijo ni palabra. Hizo un gesto al simio que sacó la frasca del ron y llenó tres vasos. Nos acodamos a la barra con el manco enmedio.

Acostumbrado ya a la obscuridad del agujero, poco a poco empecé a vislumbrar las mismas caras torcidas de aquela noite de la luz bisunta. Me palpé el bolso posterior del pantalón. Allí seguía la barbera de Van Gogh.
Don Ramón y el Bene se habían bebido el ron y llenaban el segundo vaso.
Acerqué el mío a los labios con cautela y sólo del olor me dió la tos. Pero logré contenerla. Los dos colegas se habían vuelto hacia mí y en silencio, con expresiones burlonas, esperaban otro ataque  como el que me dió nada más beber la primera noite, para romper ellos a reír como energúmenos. No les dí ese placer.
Pegué un sorbo que de mano ya me quemó la lengua y me dejó los labios adormecidos. ¡Virhen del Divino Aliento!. Posé el vaso soplando y presté oreja a la conversación de los galegos. Pero no hablaban, el Bene gruñía y Valle bisbiseaba. Sólo fui capaz de pillar palabras sueltas de don Ramón porque el otro no articulaba. Hablaban de un tal Saturno, de Vilanova, de una barca, de Tista y del chibuquí, pero no pude descifrar el contenido de aquel diálogo de zumbaos. 

Se habían echado al coleto el segundo vaso y se servían el tercero cuado se oyó jaleo en la puerta. Llevé la mano a la cheira  instintivamente recordando al valentón pero no pasé de ahí porque se abrió  y cayó rodando escalones abajo un jorobeta  que provocó las carcajadas de la fauna del bodegón.

¡El conde de Romanones!, saltó Valle Inclán.

Los risas cesaban y el jorobado que, en efecto, era el vivo retrato del conde con el bigote a lo Góngora y la mandíbula inferior de prognático, como los Morbones, se incorporó y se acercó a nosotros. Apenas podía tenerse en pie, traía una soberana curiosa.

Don Ramón, farfulló, Lo que usté mande...

¡Saturnino!, chilló Valle, ¡Ya le metiste mano al Terry!, ¿eh, bribón?!
El otro agachó la cabeza y no respondió. Estaba empapado y el agua le pingaba de los escasos pelos  pegados al cráneo.
¿Qué te pasó, caíste al agua? El joraba se hacía el mudo como el manco el sordo.
¡Contesta, pazguato! Llevo una hora esperándote aquí -se volvió y señaló al mono, al Bene y a mí- con estos señores...
Chove,  dijo Saturno.
¡Si chove que chova, carallo!, gritó el viejo, Tengo que pasar por Vilanova con este amigo antes de que amanezca y con la tranca de brandy que traes quién rema ahora. Aquí el joven tiene un hombro perjudicado y si remo yo no salimos del círculo. 
Saturnino levantó la vista del suelo y me miró brevemente.
Que reme la joroba, dijo entre dientes.

Don Ramón que no anda bien del oído, o eso parece, pero las pilla todas al vuelo antes de que las palabras le alcancen la oreja, se volvió para coger el bastón que había dejado sobre el mostrador, pero cuando quiso blandirlo Saturno ya se había parapetado en el fondo del local, tras una mesa.

¡Sal de ahí, enredador, chepa, vendedor de ratoneras!

Saturnino estaba muy regao pero el que cayó al suelo tan largo como era fue el manco, que no estaba mucho mejor. Las risotadas y el guirigay que se escuchaba en la covacha era ensordecedor.
Me acerqué para ayudar al anciano. Había perdido las lentes que recogí de debajo de la mesa. Un cristal estaba hecho añicos pero los trozos se mantenían unidos en la montura. Se las puso y se levantó.


El corcovado, por si acaso, aprovechó para refugiarse en otra mesa más cercana a la puerta.
Nos arrimamos al mostrador y lo primero que hizo fue apurar de un trago mi vaso de ron del que yo apenas había bebido dos sorbos.

Ya repuesto buscó al criado en la oscuridad. El hombre hizo ademán de tomar las de Villadiego pero el manco lo frenó con una voz que parecía ensayada, la de un oso el doble que él.
¡Quieto ahí, pintarrajo!, y sacudía el bastón. ¿Dónde amarraste la barca, modorro?
En el acantilado del pino, dijo Saturnino, temeroso.
¡Pues arrea y aparéjala que embarcamos, vivo! Y le señalaba la puerta con el bastón extendido. Con la chepa ya arreglaré cuentas otro día, habrá que enderezarla un poco, ¡arranca!, añadió.
Saturno cayó también al subir los escalones acelerado. Lo despidieron las carcajadas de la poco respetable caterva de facinerosos.

Al poco salimos nosotros.
Chove miudiño, me dice aparentando optimismo. Pero yo lo veía amostazado. Su ego había sufrido un fuerte castigo en la taberna. El criado se pitorreó de él y los parroquianos se burlaron obscenamente de su pequeño tropiezo. 
Don Ramón, chove abondo, dije yo. ¿Porqué no manda aviso a Saturnino y se queda a dormir en mi casa? Con esas alpargatas se le van a calar los pies y cogerá un resfriado. Él callaba.
De los bordes de la boina y de la punta de la nariz le pingaban goterones sobre los hombros y las barbas. Parecía el probe un Bendito Cristo cuando nos metimos por el senderín de las berzas entre los huertos.

Cuando llegamos al pino íbamos los dos chorreando y no había rastro de Satur ni de la barca. La capa de Valle tenía aspecto de pesar una tonelada con el agua que había absorvido. El viejo parecía más aplastado por las circunstancias que nunca. Lo así por el brazo porque, en Babia, contemplaba las luces de Castro hipnotizado. Entonces ya llovía como pa una traída.
Tiré de él y se dejó llevar sin una palabra ni un reproche.
Bajamos a Xufre y busqué el portal en el que pensaba que me hospedaría, porque no recordaba nada antes del banquete de quisquillas, sólo el paseo del muelle.

Pero fue don Ramón de nuevo quien me indicó una puerta. Entramos en un portal que de inmediato reconocí como el nuestro de Asturias. Valle pasó delante y sin esperar se metió en la cocina.
Cuando entré se había quitado la capa y la boina. Con la lente rota parecía un búho tuerto. 
¿No tendrá un poco de ese brandy añejo?, me preguntó de sopetón.
Ya nos lo bebimos, don Ramón, le dije. Si quiere tengo un poco de orujo berciano.
¡Vamos a ello!, animó el manco con visibles muestras de satisfación.

Saqué la botella y dos copas y nos sentamos a la camilla.
¿Qué fue de la empanada?, inquirió con rintintín. ¿No la perdería?
No, aquí la tengo. Casi la olvido en lo del Bene pero el orangután me avisó cuando nos íbamos.

Estaba preñada de berberechos y buenísima. Don Ramón devoró la suya y se me quedó mirando fijamente. Partí un buen trozo y se lo pasé. ¡Era como un niño y tenía los mismos ojos pillos de un danzante! En dos bocaos le dió término.
Yo no tenía ganas de beber más y sólo lo acompañé con la empanada y la primera copa. Me disculpé y me fui a la cama. Él ya sabía cuál era su habitación y me despidió sirviéndose la segunda.
¡Hasta mañana, pollo!, dijo cachondo levantándola, ya totalmente restablecido.
De la cabeza le subía una columna visible de la evaporación, en parte por el calor de la cocina y en parte del aguardente. 


La botella vacía y las dos copas encima de la mesa cuando desayunaba hoy, me indicaban que no perdió el tiempo. Pero él no estaba en la habitación y no había dormido en la cama porque apareció intacta, sin deshacer.

Felices sueños.

Preto Confuçao das Mantas.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Tzatziki


El tzatziki del cocineru


INGREDIENTES

4 yogures tipo griego
1 pepino pequeño
6-8 cucharadas soperas de aceite de oliva
2 dientes de ajo
Pizca de pimienta molida
Unas gotas de vinagre
Sal
Aceitunas negras 
Ramín de menta


PREPARACIÓN

Rayar en tirillas largas y finas la piel verde del pepino y parte de su pulpa, desechar las semillas. Escurrir sobre un papel absorvente espolvoreando sal fina para que arrastre el jugo.
En un bol vaciar los yogures después de quitarles el poco suero que suelen tener por encima.
Añadir el pepino y los dientes de ajo aplastados y bien desmenuzados. Salpimentar y mezclar.
Incorporar poco a poco el aceite mientras se sigue mezclando, y las gotas de vinagre.
Rectificar de sal y decorar con aceitunas negras, un chorrín de aceite y el ramín de menta.


El tzatziki es la mezé (tapa...) más característica de la cocina griega. La consumen sola acompañando a otras mecedes, a la pita yiro  o, con menos frecuencia, como una salsa blanca, sustituyendo a la mahonesa por ejemplo.
Su frescura en un clima tan cálido la hace especialmente apetitosa.  

Al final el hijo precede al padre porque tenía previsto empezar por el yogurt. Sigo sin encontrar la foto, que tampoco tiene tanta importancia: sólo era un montón de leche cuajada sin suero y un plus de nata, que eso es el yogurt griego.
Lo que lo hace particularmente bueno, a mi humilde parecer, no es tanto la calidad de las leches que usan que también, sino la temperatura, el grado de humedad, y otras variables en que se desarrollan los hongos que actúan sobre la leche.

Conjeturo que el proceso de producción, fermentación, etc., es común a todas la industria láctea. El tipo de hongo puede ser, desde luego, determinante.
Los yogures que hemos probado en países de la misma área geográfica y climática son todos ellos sobresalientes, los griegos, los turcos o los búlgaros.
El yogur griego que nos venden aquí utiliza la receta helena, es cierto, pero no puede copiar esas condiciones genuinas de la tierra y su microbiótica.
Estamos hablando de un producto de consumo masivo, estandarizado, la diferencia cuando se trata de un yogur más artesano, con otras leches, como el de oveja, que también es relativamente frecuente, es aún mayor.

Sin duda la composición cuantitativa y cualitativa, la proporción de grasas, la calidad del producto, es la base, pero si otros países usan leches equiparables en calidad, ¿porqué no logran un yogurt de aquella consistencia, densidad, sabor o grado de acidez como el griego, balcánico o medio oriental?

No creemos en brujas pero habelas haylas.


Entre las líneas de aquesta reflexión
 ha de hallarse el quid de la cuestión


Geia sas kai kali órexi!
    ¡Salud y buen provecho!    


Barabarómiros.