sábado, 15 de diciembre de 2012

Sombras de Albons -2


¿Robert Crumb  o  Juan Calonje?
Albons, julio 2012. 
 
Himalayas


Era un viernes por la tarde, teníamos un fin de semana largo, cogimos el tequi, la tienda y los sacos de dormir y, con otras dos parejas, nos fuimos a pasarlo en el campo.
Como todo fue preparado algo precipitadamente, no llevábamos comida, pensábamos comprarla por el camino, quizá en uno de los últimos pueblos, antes de dejar el coche y enfilar el sendero que nos subía al monte.
Serían dos días largos de total aislamiento y no nos apetecía desandar el camino a diario para bajar a comer en alguna aldea del valle que, en este lugar concreto, quedaban algo lejos.

No éramos grandes excursionistas ni mucho menos montañeros, preferíamos quedarnos en las proximidades de algún núcleo habitado, y si disponía de un buen fogón, aunque sólo fuera mediano, mejor que mejor.
Muchas de nuestras salidas tenían en cuenta ese detalle, de manera que pudiéramos comer bien sin el esfuerzo de comprar, llevar y hacer la comida, con todos los utensilios correspondientes, una lata. Al fin y al cabo los paisajes eran siempre hermosos, en el ir y venir abríamos el apertito y hacíamos pierna, ¡qué más pedir!.

Hicimos la compra en el último lugar habitado, uno de esos bares-tienda que menudean por el país. Pensábamos que el colmado estaría más surtido, pero nos engañó la memoria, porque de comer no había mucho, y más que ultramarinos o alimentación, era ferretería y droguería, en un desorden monumental.
Casi acabamos con la reserva de conservas de la tiendina. La dejamos sin chicharros en escabeche, sin sardinas en aceite y sin calamares en su tinta. Y arramplamos con todos los chorizos y salchichones que colgaban en la sección charcutería, es un decir, que tampoco eran muchos.

El jamón que tenían empezado detrás del mostrador del bar, no nos lo quisieron vender. Pero dijeron que al día siguiente recibían un pedido y, si bajábamos, nos reservaban uno. Reusamos el ofrecimiento, estábamos decididos a no volver al valle en 48 horas, por lo menos. Nos vendieron también hogaza y media de pan, de las más grandes, seis litros de leche y un kilo de queso, que era lo que les quedaba.

Deberíamos de haber cenado antes de salir, unos huevos con chorizo, jamón y patatas fritas, que era lo que tenían, porque a ninguno nos pareció, la que llevábamos, suficiente comida para dos días y seis personas como nosotros.
Pero estábamos ansiosos por plantar las tiendas en aquel lugar idílico que todos conocíamos ya. Llevábamos más de dos meses sin hacer una salida y la ciudad es muy estresante.

Creo que ha quedado suficientemente claro que se trataba de un grupo de buenos comedores, más que andadores. Llenamos las cantimploras de agua para el camino. En la campera donde montaríamos el campamento, había una fuente de agua fría y cristalina, por ese lado ningún problema.

Estábamos a poco más de dos horas de la campa, siempre hacia arriba, eso sí, pero con subidas largas, tendidas y cómodas. Sólo en la última parte, el sendero se volvía pindio, zigzagueando por la pendiente hasta alcanzar una zona llana de praderías, en la base y al abrigo ya de los picos pelados de la gran cordillera.
The Ramones.   Psycho Therapy.
 
 

Albons,  Girona, julio 2012

En la ascensión los fumadores, que éramos tres, nos fuimos quedando poco a poco atrás. El peso de las mochilas no era tampoco excesivo, pero cuando la pulmona dice que no, no hay tu tía. Llegamos media hora más tarde, pero llegamos.

Ya oscurecía, habían montado una tienda y trataban de encender un pequeño fuego. Todos estábamos hambrientos.
Esa primera noche, sentados en torno a la hoguera, cayó la primera hogaza acompañada por la mitad del salchichón, del queso y el chorizo, y media lata de chicharrillos en vinagre, pero de las grandes de dos kilos.
Llevábamos también un par de botellas de wisky y completamos, con una, la ración de calorías por aquella noche.

No hablamos del tema, pero todos sabíamos que habría que bajar al día siguiente si no queríamos quedar a dos velas muy pronto, incluso antes de la siguiente cena.

En el monte se come mucho, el aire y el ejercicio abren el apetito. En el desayuno acabamos con el pan y el queso que quedaba. Ya reconfortados, no planificamos bien los siguientes pasos.
Habíamos pensado hacer un pequeño recorrido conocido, que no nos debería de llevar más de tres horas. Calculábamos que para las 12 del mediodía estaríamos de vuelta en la campa, y entonces podíamos pensar en las provisiones.

No sé cómo nos entretuvimos, íbamos tranquilamente, desde luego, lo cierto es que no volvimos hasta las tres, ¡con un hambre que pa qué!

Devoramos lo que quedaba, que sólo nos parecieron unos pobres restos, sin pan. Media lata de escabeche de chicharro, calamares en su tinta templados a la brasa en sus propias latas, sardinas en aceite sobre rodajas de chorizo y/o salchichón, todo ello regado con la leche que había sobrado. Maridajes turbios de ocasión o conveniencia, Santas Hostias cuando hay gazufa y juventud.

Quitamos el hambre sólo por un rato. De hecho, mientras engullíamos hablábamos de cómo resolver el asunto.
Con dos que bajaran sería suficiente, esta vez no había que cargar con tiendas, sacos y demás impedimenta. Conscientes de que soy el más afogao de los seis, mis colegas se ofrecieron, yo quedaría arriba con las mujeres. Una hora para bajar y dos para subir, hacia las cinco podrían estar de regreso.

Pasaron las seis, las siete y las ocho, empezaba a oscurecer y los prendas sin aparecer. ¡Estábamos los cuatro con una jambre que no te cuento!.


Albons,  Girona, verano 2012

Por fin, cerca de las nueve, asomaron el pico por el borde de la campa, donde ocho ojos ansiosos estaban clavados ya desde hacía tres horas. ¡Virgen del Divino Ayuno!
Nos echamos sobre las provisiones como lobos sin preguntar por los motivos de la tardanza.

Enseguida nos enteramos. En nuestra ansiedad no habíamos reparado en las mochilas de los colegas, ¡venían medio vacías!.
El bar estaba cerrado, no sabían porqué. No llevaban las llaves del coche y tuvieron que bajar caminando a la siguiente aldea, que no está cerca.
Había otra tienda-bar, pero aún más desabastecida que la de ayer. Cogieron lo que pudieron y subieron.
Sólo pararon un poco a mitad de camino para comer algo de queso y pan, tenían tanta hambre como los demás, tal vez más.

Compartimos lo que había y nos trincamos la otra botella de escocés al amor del fuego. Habíamos dejado algo de leche, queso, y unas galletas de las que subieron, para asegurar por lo menos un mínimo tentempié en el desayuno.
Esa noche de sábado, cuando nos retiramos a las tiendas, cariacontecidos, creo que a todos nos rugían las tripas.

Nos quedaba un día completo, la noche del domingo y una mañana. Habíamos pensado marchar el lunes al medio día, que era festivo, para no coger toda la caravana de entrada a la ciudad.

No quiero alargar la historia porque lo fundamental está contado. Tuvimos que bajar otras dos veces, pero lo hicimos los seis juntos. Comimos como gochos en el primer bar, ¡y qué huevos! (expresión y realidad). Había vuelto a abrir. Cerró el primer día por un accidente del dueño, rompió un brazo y ahora lo llevaba escayolado.

La tercera y última vez que bajamos fue ya el lunes por la mañana, con todos los trastos, mucho antes de lo previsto, ¡teníamos un hambre canina!, y la sensación de que volvíamos del Karakorum...

Ramiro Rodríguez Prada
 
 
En vivo, producción de Javier Limón, en el XII Festival de Músiques Religioses de Girona. Anoushka Shankar.  Traveller. 
 
 
Salud

viernes, 14 de diciembre de 2012

Sombras de Albons


Albons,  julio 2012
 
Un paso al frente


Lo echamos a suertes. En aquella compañía nunca salía un voluntario para hacer ese trabajo, y eso que todos habíamos visto morir a más de un compañero. Pero, la última vez, la negativa de uno de nosotros a formar parte del pelotón, a una orden del teniente, le había costado la vida: el oficial desenfundó la pistola y descerrajó un tiro en la cabeza del soldado, delante de los que esperaban a ser fusilados y del resto de la compañía. A continuación formó al pelotón y dio las órdenes, con el soldado tirado en un gran charco de sangre, en medio del espacio que los separaba de los infelices sobre los que iban a disparar, que aplastaban la espalda contra el muro.

Al capitán sólo lo veían los asistentes, era un hombre débil e incapaz que se pasaba el día borracho. Había cedido toda su responsabilidad al teniente, un fanático, paranoico y asesino, que tenía por norma y misión, limpiar todos los lugares que las tropas íbamos ocupando. Aquel día, en voz baja, en los corrillos no se hablaba de otra cosa. Alguien sugirió adelantarnos al siguiente fusilamiento y propuso que la suerte decidiera por nosotros, escogiendo a quienes deberían presentarse voluntarios ante el teniente, llegado el caso. Aceptamos sin demasiada convicción. Pero creo que algo se iluminó en nosotros y muchos, desde ese momento, empezamos a pensar ya en otra cosa.

¿Cuando el teniente nos sacaba de las filas a empellones, para que formáramos el pelotón, no era también la suerte quien decidía? Esa noche apenas pude conciliar el sueño. Despertaba con la imagen ensangrentada de aquel desgraciado compañero, en el suelo, asesinado impunemente por ese animal a la vista de todos. Era un pobre chico, un jornalero humilde y tímido, sobrepasado como los demás por la brutalidad de aquellos horribles meses. No es cierto que uno se acostumbre a los baños diarios de sangre o, por lo menos, no es cierto que todo el mundo se acostumbre. Me repugnaba aquel individuo, ¡tantos buenos chavales caídos y aquella hiena ni una herida en toda la campaña!.

Kim Fowley.  Night of the hunter.  La noche del cazador.


Albons,  Girona, verano 2012

Después de aquel triste y aleccionador episodio, tuvimos dos jornadas de marchas forzadas hasta alcanzar nuestro siguiente objetivo. Estábamos agotados. El enemigo más que en franca retirada huía a la desbandada, sólo esporádicamente se enfrentaba a nuestras fuerzas, más numerosas y mejor equipadas. En realidad sólo lo hacía ya cuando se veía copado. Entonces oponía una resistencia numantina. Llegamos a las inmediaciones de aquel pueblo unos minutos antes del amanecer y lo rodeamos. Cuando el primer grupo intentó penetrar, filo de las tapias, fue recibido por una lluvia de balas. Todo el día estuvimos porfiando, estrechando el cerco sin éxito. Había una ametralladora emplazada en la torre que dominaba todas las descubiertas del pueblo.

Por la noche cesó el ataque, pero recibimos la orden de mantener nuestros puestos y hacer guardias, relevándonos cada hora, para impedir que los centinelas se llegaran a dormir. Aún así a muchos los venció el sueño, y todos dormimos poco y mal, con un frío de mil diablos, tapados con los capotes y recostados contra las tapias, con el fusil en el regazo. Faltaría una hora para el amanecer y se oyeron disparos. Enseguida supimos que algunos sitiados habían conseguido escapar forzando el cerco y en el lance había caído uno de los nuestros, era el segundo que perdíamos en aquel pueblo. El teniente, enfurecido, había ordenado avanzar y atacar inmediatamente, adelantándose a la hora prevista.

Mientras nos acercábamos a la iglesia, amparados por la oscuridad de las casas, arrimados a sus muros, no hubo problema, pero la primera descubierta fue contestada por una ráfaga. Un nutrido grupo de compañeros había recibido la orden de atacar la torre con fuego cerrado desde lados opuestos, dando ocasión para que otros grupos se aproximaran. Pero el oficial, frenético, envió a dos soldados antes de comenzar la maniobra de distracción, a morir. Los vimos caer sin lograr alcanzar el abrigo que buscaban. Tuvimos ese día otros tres muertos y una docena de heridos. Hubo que dinamitar la torre para desalojar a sus defensores. El teniente iba de un lado a otro fuera de sí.


Albons,  julio 2012

No hubo prisioneros. Contamos ocho cuerpos, entre ellos los de tres mujeres y un adolescente con uniforme de miliciano que le quedaba grande. Para ser tan pocos nos tuvieron en jaque dos días. Los escasos civiles que habían quedado en el pueblo estaban reunidos con el cura en la rectoral. Sólo ancianos de ambos sexos, alguna mujer mayor y unos cuantos críos. Los sacó a la plaza y los alineó contra el muro de una casa. Eran catorce personas. El cura, mayor y con pinta de borrachín como nuestro capitán, recibió un golpe en la cabeza con la pistola, por intentar oponerse a la barbaridad que el teniente pretendía llevar a cabo. De pie, a la puerta de la rectoral, con la cara llena de sangre, se tapaba la herida de la frente con un pañuelo, contemplando el drama que se estaba preparando.

El oficial mandó formar a la compañía. Había un silencio ominoso sólo roto por el llanto de los rapaces, que se agarraban a las faldas y a los pantalones de los abuelos. Mientras nos poníamos en fila, buscando cada uno su lugar, yo temblaba y veía a mis compañeros cercanos, igualmente mudos, espantados. Un hombre se separó de la pared llamando al teniente, ¡Mi teniente, haga el favor! El militar se giró apuntándole con la pistola, ¡Vuelva a su sitio!, gritó enrojecido, sacudiendo amenazador el arma. El hombre reculó en silencio y volvió a la fila del muro. ¡A ver, maricones!, chilló el teniente, ¡Tenemos siete bajas, que serán más, porque dos están destripados y no pasan de esta noche!, ¿quién sale por la brava?, ¡¿o tengo que sacaros yo a patadas?!

El teniente dio un paso hacia delante, en un gesto de provocación y amenaza, con el arma montada todavía en la mano, alzando el brazo. ¡Los patriotas que den un paso al frente!, volvió a bramar. En las filas sólo nos atrevíamos a mirarnos de reojo, nadie movía un pelo, yo no había dejado de temblar y trataba de dominar aquellos estremecimientos incontrolados, que me daba la impresión de que todo el mundo notaba. Era uno de los elegidos por la fortuna para dar el paso al frente y lo di como un autómata, sin pensar, como tratando de escapar de aquellos temblores, que cesaron al instante. Algunos más habían dado también el paso. Salimos quince. Cuando el teniente ordenó, ¡Fuego!, dirigimos los fusiles contra él y disparamos.

Ramiro Rodríguez Prada
 
Kim Fowley.  California gypsy man.
 

 
Salud.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Petros Márkaris, Ο Πέτρος Μάρκαρης -4


Plaka,  Atenas, julio 2012.
 
Liquidación final
(Περαίωση)


Peréosi es el título en griego de la última entrega del comisario Jaritos, de Márkaris. Una buena novela policíaca, para quien disponga de un poco de tiempo libre en estos días de campanas sobre campanas. Nadie mejor que él para hablarnos de la Grecia real y actual.

Fue editada el mes pasado por Tusquets, y trasladada al español dignamente por Ersi Samará, como la mayoría de la serie.
Poco que decir de la traducción, que no puedo valorar desde el griego, sólo en cuanto al uso del castellano: un par de preposiciones raras que no merecía la pena ni apuntar o la frase "pido por el director", por pregunto por el..., (38). ¿Quizá modismo americano?.

Y algo que parece un error, no de traducción, en la frase, "El tipo se ha cobrado ya nueve vidas y nadie sabe cuando parará". (306): los asesinados eran muchos menos.
 
Siguiendo mi costumbre, y puesto que ya dediqué tres capítulos al autor, donde apunté algunos datos biográficos, hoy sólo traeré una serie de citas. Nunca me canso de repetir que una cita siempre mutila el original, no lo sustituye, en ocasiones incluso lo desvirtúa, lo altera. Como mucho consigue ser un aperitivo, una golosina, pero es necesario ir al texto para que una cita alcance su completo sentido. A eso invito.

La novela es la segunda de una Trilogía  de la crisis, que comenzó con el anterior título reseñado aquí, de la misma editorial y traductora, Con el agua al cuello.
Ésta cuenta el caso de un asesino en serie, pero el escenario que determina la acción es la situación crítica de la economía griega y sus consecuencias en todos los niveles de la vida de las personas.
Así, la historia no empieza con un asesinato, sino con el suicido colectivo de cuatro mujeres pensionistas, cuya nota de despedida decía, entre otras cosas:

-"Nos dimos cuenta de que somos una carga para el Estado, para los médicos, para las farmacias y para la sociedad entera". (12)

Y seguimos:

-"Pasamos delante de unos cubos de basura. Dos negros, metidos en los cubos hasta la cintura, buscan comida con desespero". (15)
-"Es la típica griega que, porque tiene un hijo en Londres, piensa que Grecia desmerece". (24)
-"No saben que los griegos no nos comemos a los extrajeros: nos devoramos entre nosotros". (31)
-"¿Cómo decía aquella consigna?,  ¿<<Para un futuro mejor>>?". (64)

El asesino mata a defraudadores ricos, y se hace llamar el Recaudador Nacional, no debo decir más del argumento.

-"Si fuéramos por ahí cargándonos a los que defraudan al fisco, la población de Grecia quedaría reducida a los empleados públicos, a los asalariados privados, a los desempleados y a las amas de casa". (74). Y...
-"Si cada griego que se ha topado con la burocracia se hubiera puesto a matar, ya habríamos perdido la mitad de la población griega". (323)

Γιάννης Νεγρεπόντης, Λουκιανός Κηλαηδόνης.  Τα λόγια και η πράξη. La teoría y la práctica.


Plaka,  Atenas, verano 2012.

-"Antes hablábamos del sueldo y los suplementos, ahora hablamos del sueldo y los recortes". (84)
-"La mitad de los comercios han echado el cierre definitivo". (En Patisíon) (83). Y, "la avenida Patisíon está vacía y tenebrosa" (89)
-"... pero la mitad de los griegos no declaran sus ingressos, sino que se dedican al feliz deporte de la evasión". (92)
-"Poco falta para que todos los defraudadores y los corruptos hagan sus compras en supermercados suizos, para luego venir a preparar la comida en Grecia". (99)
-"Mi padre solía decir que las buenas noticias llegan en cuentagotas; las malas a raudales". (101)
-"Una cosa es que la echemos a perder nosotros, y otra muy distinta que la echen a perder los extranjeros. Entonces nos enfurecemos". (A Grecia...) (205)

-"Los dulces de cuchara son para los invitados, como le enseñó su madre, que era de Asia Menor". En nota a pie de página apunta Ersi: "Dulces caseros hechos de frutas, que se asemejan a la mermelada pero contienen trozos de fruta bañados en jarabe dulce; se sirven en platillos y se comen con cucharilla". (210)

-"En la Grecia actual, los que realizan esfuerzos más dignos se quedan estancados". (257)
-"Si hay que entregar el alma, cuanto antes mejor". (259)
-"...empecé a buscar un ingreso complementario". (261)

-"...tendrían que fusilarnos por haber permitido que se echen a perder personas como él". (Sobre Zisis, un personaje recurrente en todas las novelas anteriores, comunista al que el policía conoce en los calobozos de la calle Bouboulinas, "cómo le torturaron" durante la dictadura de los coroneles, amigo entrañable del teniente Jaritos) (261)
El mismo Zisis dice en otro momento, hablando de la emigración actual de jóvenes bien preparados: "Este país no se puede permitir otra generación perdida".

Νικόλας Άσιμος.   Varethika.  Estoy cansado.


Manolis
Plaka, Atenas, julio 2012

-"Así acabaremos todos -dice-. Aunque no pongamos fin a nuestra vida, nos pasaremos la vida papando moscas. No podremos cumplir con nuestras obligaciones, cerraremos nuestros negocios y no tendremos para comer ni para pagar los estudios de nuestros hijos. Eso también es una forma de suicidio". (Ante el cadáver de un ahorcado) (295)
-"Mi mujer vive todavía en la época en que un puesto en el sector público era como un lugar en el paraíso y no quiere reconocer que ahora caminamos a marchas forzadas hacia el infierno". (328)

-"El estado griego es la única mafia del mundo que ha ido a la quiebra. Todas las demás evolucionan y prosperan". (340)

-"Si no elogias a tu casa, se te caerá encima" (341). Ése es el número de páginas de la novela.

 Νικόλας Άσιμος.   Παράτα τα.  A pesar de... (Pasa de todo!)   
 

martes, 11 de diciembre de 2012

El fuego de Petriés


El fuego quedó a los pies de  Petriés.
Al fondo el monte que ardió alrededor de la casa de Lizy y Diamandís.
Desde el autobús de Ayii Apostoli a Aliveri, agosto 2012.

He venido repitiendo que Petriés es el pueblo de Yiannis Tsakós, apodromos, en cuyo puerto Agioi Apostoloi (Ayii Apostoli, Santos Apóstoles), pasamos las vacaciones los tres últimos veranos.
Fumando un cigarro con Yiannis, sentados los dos en el suelo del monte a la sombra de un carrasco, el primer día que nos vino a visitar, en un lugar casi a la misma altura en que está tomada esta fotografía, podíamos ver todo ese monte carbonizado, casi tan verde entonces como el primer plano de su pueblo que tenemos delante. Y al fondo a la derecha el mar; debajo, ya fuera de nuestra vista, la playa de Geromili, desde donde Diamandís me enseñó su casa poco después, cuando Yiannis nos llevó.

La aldea de Petriés, como sería más justo llamarla dado su pequeño tamaño, está un poco retirada de la mar, aunque muy próxima y a su vista, emplazada en las dos laderas soleadas de un pequeño valle, que termina en una de las numerosas playas que se abren en esta parte de Eubea.

El vallecico con su rico verdor, esconde todavía más las construcciones, en origen de piedra de la zona, lo que visto desde el mar, constituye un camuflaje perfecto
Como en muchos otros núcleos rurales costeros de todo el Mediterráneo, esta localización alejada de la mar, fue una estrategia de defensa contra el ataque de los piratas que, durante siglos, asolaron sus costas.

La casa de Lizy y Diamandís pertenece también a Petriés y es una de las varias, aisladas, subidas en las muchas cimas que rodean el pueblo, con vistas preciosas a los profundos valles y a las escalonadas montañas. Y a las islas cercanas: al norte Skyros con sus islotes meridionales, al este Antipsará y Psará junto a la orilla turca, al sur el final de Eubea, o la propia bahía con su puerto chiquitín y su isla al fondo, y varias islitas, cabos, rompientes y playas que salpican el paisaje costero.

Ellos vinieron de Atenas y se enamoraron del lugar. Tienen hijos en Holanda, creo que en Francia, tal vez ahora en Atenas, y en Australia, con nietos que van creciendo y sólo conocen por fotografías. Tampoco recuerdo si Lizy maneja ahora el Skype y los han podido ver algo, más en vivo.

La noche del segundo incendio cenamos con ellos en la taberna de Stavrula y ya en la sobremesa empezó a soplar con fuerza el Bóreas, que lleva el nombre del punto cardinal de su origen (el Norte).

Uno de los momentos de más humo en  Ayii Apostoli,
a tres kilómetros del foco del incendio.

El viento había sido bastante violento toda la semana, y se encargó de avivar aquel primer fuego que vimos la segunda vez que subimos a su casa.
Recuerdo que por las mañanas, tomando el helinikó con la parea en lo de Spiros, venían esos días rachas repentinas, que barrían la explanada del puerto, levantando oleadas de polvo, como si pasara el mismo condenado demonio arrastrando el rabo. ¡Ásto Diálo!, decían los paisanos, ¡Vete al Diablo!

Sería poco más de la una de la madrugada cuando marcharon. La noche se había vuelto desapacible y tampoco tenemos ya edad para mucho velar. Les dijimos buenas noches en el puerto y se fueron.  Nosotros recogimos también.

Al subir no vieron el fuego, que parece ser que ya había empezado sobre la una, según todos los indicios en la playa de Geromili o en sus proximidades. ¿Un fuego de campamento mal apagado reavivado por el viento, la colilla de un fumador, y delincuente en este caso, quién lo sabe?
Llegarían a casa antes de la una y media y se acostaron.

Debió ser Diamandís el que primero se alarmó por el olor a humo antes de dormirse, ¿o fueron los perros quienes lo pusieron sobre aviso?. Se levantó, se asomó al borde del gran desnivel en que está situada la casa y vio las llamas, que avanzaban muy rápidamente empujadas por el desatado Bóreas.

No les daba tiempo a nada. En la imagen de abajo, su casa creo que es la última de la derecha, y aún tengo dudas de que esté por detrás de esa cresta, pero en todo caso tienen muy difícil acceso al camino que atraviesa la ladera y que baja a Petriés. Ellos suben por otro más corto y pendiente, que enlaza directamente con Geromili y con la carretera asfaltada de la orilla del mar, que lleva al pueblo y a Ayii Apostoli.

Por éste último ya no podían bajar porque lo cubría el frente más activo del fuego, y toda la parte baja, el fondo del valle de esas lomas, viniendo desde el mar, a la derecha de la foto, estaba cubierto de humo y, aunque no podían verlo, tal vez empezando ya a arder. Sólo les quedaba salir caminando hacia lo alto, monte a través, arriesgándose a que el fuego pudiera cortarles el paso más arriba, antes de llegar a sitio seguro.
 
Topio stin omichli (1988), Paisaje en la niebla. Dirigida por Theodoros Angelopoulos.
Ελένη Καραΐνδρου.
 


Las casas de  Lizy y Diamandís,  y sus vecinos, desde el bus de  Aliveri.
Petriés, Eubea, Grecia, verano 2012.

No sé exactamente a qué hora dieron aviso y comenzaron a actuar los bomberos, que estuvieron trabajando toda la noche con las cisternas y el día que marchamos, el siguiente del incendio, permanecían todavía en esta carretera donde hice la primera y la tercera fotografía, en retenes de guardia, vigilando la posible reactivación de algún foco.

Lizy y Diamandís estaban en contacto telefónico con las casas vecinas, con la gente de Ayii Apostoli y con los bomberos.

La evacuación para éstos no era tampoco fácil, tenían un par de todoterrenos pequeños, pero no mucho más potentes que el del propio Diamandís, y la dificultad no era el vehículo, sino cómo llegar hasta ellos, con muy escasa visibilidad por el humo, que muy pronto cubrió toda la ladera e impedía ver a qué velocidad avanzaba el fuego, muy rápido en cualquier caso, porque el norte no paró de soplar con fuerza toda la noche, y aún buena parte de la mañana.

Serían las tres o tres y media de la madrugada cuando yo desperté porque creí oír campanas. Como en Grecia tengo sueños muy vívidos no hice mucho caso, pensé que estaría en una de esas aventuras oníricas disparatadas y seguí durmiendo. Pero debiron pasar sólo algunos minutos cuando volví a despertar, me pareció que la mi morena se había levantado y creí oír voces a la puerta de casa. Por la ventana de la habitación no se filtraba claridad alguna y la morena efectivamente no estaba a mi lado.

Entró al poco contando que había estado hablando con María, la hija de los caseros y que trabaja también con Stavrula.
Tocaron las campanas a fuego y se habían reunido los hombres junto al puerto, para organizar algunas partidas que ayudasen a los bomberos, a otra gente del pueblo con propiedades en el lugar, que llevaban horas peleando contra las llamas, y a los propios vecinos de Petriés que tenían ya el fuego a la puerta de sus casas, como quien dise.

De momento podíamos dormir tranquilos porque no había peligro para Ayi Apostoli. Y si necesitaran la ayuda de más hombres la pedirían. No sabía nada de Lizy y Diamandís pero el fuego había obligado a evacuar o a abandonar sus casas a varias familias de la zona. No cabía duda de que en ese momento el pueblo estaba preocupado.

Los helicópteros reunudan el trabajo por la mañana.
Ayii Apostoli, agosto 2012.

Ayii Apostoli amaneció lleno de humo y de carbonilla que arrastraba el todavía fuerte Bóreas, como una nevada de pavesas negras. Y ese olor del fuego cercano, inolvidable para quien lo vivió.
La comarca es montañosa y complicada, tal como he contando, muchos caminos pero muy malos y en los lugares donde la arboleda es más densa no hay cortafuegos. Bien es verdad que el bosque más espeso es sobre todo el bajo, carrascos, retamas, tomillos, flora mediterránea típica. Ralean las manchas arbóreas, y cada día más con estos atizones.

Las lomas que enmarcan la bahía de Ayii Apostoli están totalmente peladas de otro incendio, creo que del año 92. Y lo mismo el resto de las cimas, eso fue de algún modo un seguro para nuestros amigos, que se quedaron toda la noche en la casa con la manguera en ristre, vigilando que las llamas, que poco a poco se acercaban y acabaron por rodearlos totalmente, no prendieran algo en la casa o en su entorno inmediato.
Afortunadamente para ellos y para la mayoría de estas casas, que se salvaron aunque perdieran sus huertos, sus olivos o sus vides, estaban también protegidos por un círculo preventivo alrededor, sin vegetación.

Con todo, verte enmedio de algo así, de noche, con aquel viento, aunque lo que arda sean carrascos de tres metros, escobas de dos y algún arboluco, y no pinos de diez, no es algo tranquilizador. De hecho, cuando al medio día siguiente los vi en lo de Spiros, donde habían bajado a comer después de conjurado el peligro, Lizy me confesó que había pasado miedo, aunque un palikari como Diamandís nunca lo reconocería. Estaban además agotados, de la tensión y de no dormir.

La riqueza forestal que se quemó no fue mucha, el incendio no cubrió demasiada superficie y duró poco más de 12 horas. Unos cuantos huertos, y algunos apriscos y cuadras con cerdos y ovejas, olivos, viñas y árboles frutales, son tal vez las pérdidas mayores.

Lo malo, con ser mucho, no es la cuantía o el desastre ecológico que siempre significa un incendio en el monte, que tarda años en recuperarse o no se recupera, es que además parece que a las dificultades actuales de Grecia se sumaran nuevas desgracias, por mucho que los incendios se repitan cada año, éste en Jíos o en el Átika, y sientes que se hace verdad allí ese refrán tan nuestro de "A perro flaco, todo son pulgas", Για το κοκαλιάρικο σκύλος, όλοι οι ψύλλοι? ...

Juan Perro.  A un perro flaco.
 

Cargando agua en la bahía de  Ayii Apostoli,  frente al pueblo y la playa.
Eubea. Grecia, verano 2012.

Dos helicópteros y dos avionetas contraincendios comenzaron a volar desde las primeras luces, y al medio día el fuego estaba controlado.
Esa madrugada no me bañé al amanecer y fuimos hasta lo de Spiros para conocer el desenlace, todavía soplaba el Bóreas y traía el humo del incendio. Pero ya supimos que Lizy y Diamandís estaban bien.

A lo largo de la mañana las idas y venidas contínuas de avionetas y helicópteros acabaron con el fuego, a los bomberos que no habían parado en toda la noche, se los veía derrotados de cansancio pero felices.

Ελένη Καραΐνδρου. The Weeping Meadow. Eleni, film de Theo Angelopoulos.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Κοκκινοτσιροβάκος της Εύβοιας, La curruca eubiota


La perna y los pinreles de la  Kurruka eubiota.
 Geromili. Petriés. Eubea, agosto 2012.

La Curruca carrasqueña oriental, Sylvia cantillans albistriata, subs. eubiota, también conocida por la Tsakonensis de San Juan, tiene su asiento en los alrededores de la capital de la isla de Eubea, y constituye uno de los más raros endemismos de todo el sur de Europa, pues esta subespecie concreta sólo es posible localizarla en dicho emplazamiento, pese a que la especie se distribuye por todos los territorios del Mediterráneo nororiental, incluida la costa turca, así como por el interior de Asia Menor, hasta el río Sangario, por lo menos... 

En la isla de Patmos, donde San Juan el Evangelista escribió el Apocalipsis, existe otra subespecie muy semejante y ésta es quizá la razón de que lleve también el nombre del apóstol amado de Cristo. 

Tiene la Tsakonensis varias pasiones confesables y algunas inconfesables, por lo menos aquí, como todo pájaro pardo.
Curruca en el nido, calentando y alimentando a la pollada.

Entre las confesables está en primer lugar su apego al nido. Raramente se aleja de sus lares esta avecilla y siempre en volidos cortos por áreas próximas. Frecuenta las orillas del Golfo de Eubea, se baña en sus hermosas playas de arena y, de cuando en cuando, se interna por caminos interiores bordeados de carrascos, que prestan el nombre a su especie.

Otra de sus pasiones es la Biología. Andando a caracoles, y otras formas de vida marina, animal y vegetal, por el borde del mar, en las playas de guijarros y entre los acantilados, este pajarín se olvida de todo, hasta de comer. Sabe que el nido con sus polluelos está bien atendido por su pareja, porque se trata de una subespecie muy familiar y con hembras altamente competentes, como en la gran mayoría de las especies, por otra parte.

A pesar de ser canora, tocar la guitarra, gustar del rebétiko y la psicodelia, tiene un canto más bien suave y dulce, pía en voz baja, sonríe y asiente. Sin ser muda, no es ave con mucho pico. En estas cosas me recuerda a otra curruca, el Mirlo rubio, aunque éste sopla la frauta.
Los dos cargan también con una cámara de afotar, vuelen donde vuelen, casi como un apéndice soldado a la rabadilla, o una rémora benigna.
Curruca carrasqueña (Sylvia cantillans
http://www.youtube.com/watch?v=sHJ8uWsDscs&feature=related

La  Karraskeña tsakonensis.  Pie entre sol y sombra.
Eubea. Grecia, verano 2012.
  
Porque la última pasión del Tsakonensis es la fotografía. No digo que sea la última de sus aficiones, no quisiera equivocarme estableciendo jerarquías, pero lo indudable son sus altas capacidades para las imágenes. Gran discípulo del Tàpies en sus ratos españoles.

Como es también curruca callejera, en varios sentidos απο δρόμος, αpodromos, de la calle, nos ofrece retazos pictóricos de las paredes, de enorme expresividad y vivo colorido, junto a otras de gran realismo o profunda tristeza, en las que se denuncia  la situación de deterioro del nicho ecológico en el que habitan las carrasqueñas como ella, nicho que hemos dado en llamar, para entendernos, Grecia, y Eubea como ejemplo concreto.

Si éste pájaro no aparece en la lista roja de las especies amenazadas, que todo es posible, se debe a su escasez. Quedan muy pocos ejemplares como él, contados, y pocos saben dónde construyen sus nidos, muchos pajarólogos los dan ya por desaparecidos.
Pero yo puedo dar fe de que, en medio de todas las fourtunas, tempestades y huracanes, la cóncava y frágil barquilla helena lucha aún con arrojo por mantenerse a flote, por sobrevivir.
Así de dura es la vida para algunas currucas pardas, queridas avitas, avichuelas?, que no es lo mismo que habichuelas.

Κοκκινοτσιροβάκος της Εύβοιας, el Kokinotsirobákos de Eubea, Chuck, Juanito Caricias, Υγεία, φίλε μου!, ¡Salud, amigo!.

Un tema intenso que me envió la Tsakonensis el mes pasado,
Sixteen Horsepower Flutter 2004 

 Cannavina Carduélis, pardilla común, rebétissa, psilikosa.