martes, 5 de febrero de 2013

35


Grecia, verano 2012


Salí a tirar la basura


y al abrir la puerta de la calle me topé con un par de colegas que venían a verme. Me acompañaron hasta los cubos y nos fuimos a tomar unos cacharros a un bar cercano. Estaba vacío, nos acercamos a la barra y pedimos unos cubatas. El camarero nos miraba con desconfianza, aunque a mí me conoce y nunca le di motivos para mostrar ahora esa actitud. Era bastante tarde y mis amigos quizás no tengan un aspecto demasiado tranquilizador, o tal vez fuera más justo y menos moralista decir que su apariencia no es la más convencional, pero ni son delincuentes ni camorristas, más bien al contrario, lo que no significa que no tengan sus arrebatos como cualquier hijo de vecino. Todos nos dimos cuenta de las reticencias del camareta al servirnos y las miradas que, con insistencia y alternativamente, dedicaba a la registradora y al más castoso de mis compinches. Era como si nos estuviera señalando el objetivo. Para los tres fue evidente que no había hecho la recaudación del día y en el cajón le aguardaba un buen fajo de euretes. El más pícaro de mis socios intentó alejarlo pidiéndole un pincho de cocina, más por provocarlo que por aviesas intenciones, pero el camarero no picó diciendo que ya no había cocinera y estaba todo apagado. En el poco tiempo en que estuvimos allí no se despegó de  la barra y no le quitó el ojo al que más lo inquietaba, un tipo que es casi un bendito si lo conociérais. En realidad el más peligroso, sin ser un Capone, repito, era el menos sospechoso. Cuando iba a pagar me dice este cabrito, Déjalo, ya pago yo, esperadme fuera. Salimos mientras sacaba la cartera y le preguntaba al camarero lo que se debía. A través de una cristalera de la cafetería vimos desde la acera toda la escena. El camareta se acercó para dejar la nota y el colega, que tenía una mano ocupada con la cartera, agarró al camarero con la otra por una ridícula corbata que llevaba en plan uniforme y lo acercó a  diez centímetros de su cara. No oíamos lo que decía, pero se entendía todo, sólo vimos cómo el pobre diablo asentía, todavía con la corbata estrangulándole el pescuezo y cómo, ya liberado, se apartaba hacia el fondo de la barra acariciándose la garganta. No hubo robo ni más nada. El amigo salió a la acera y dice tan tranquilo, ¡Muy simpáticos los de tu barrio, nos invitó! Estuvimos toda la noche de farra y debí de llegar a casa en condiciones muy penosas. Al día siguiente no recordaba casi nada, dudé de que todo esto hubiera sucedido, pero por si acaso no he vuelto a entrar en ese bar.


El Pulgarzito.  Nómadas.



Salud y felices pesadillas


ra

lunes, 4 de febrero de 2013

34


Grecia,  verano 2012


Salí a tirar la basura


muy cansado de todo un día de rodar. En realidad venía arrastrando el cansancio del día anterior, de la semana, del mes... . No había luna. Tenía la impresión de salir a tirar la basura más veces que días tenía el calendario y me lié a discutirme a mi mismo ésta, sin duda, apreciación subjetiva. Pensé que no me llevaría mucho tiempo convencerme de lo que parecía obvio: los domingos no hay recogida de basura, pero aún saliendo una vez al día, lo que ya es bastante, nunca podrían ser más días de los que tiene el año. Pero como ya esta primera aseveración me pareció sólo una verdad a medias, me acabé de liar. No pueden ser más de trescientos sesenta y cinco/seis los días que salga, porque el año no tiene más, de acuerdo, pero sí puedo salir más veces. Tal vez no salga todos los días, sin embargo algunos salgo más de una vez, circunstancia que ya he vivido en muchos lugares y ocasiones. Y no siempre por amor al arte, que también, sino porque aprovecho otras salidas para deshacerme de lo indeseado o maloliente, si sé que pasaré cerca de mis muy detenidamente observados contenedores. No recuerdo los cálculos mentales que echaría, las cuentas de la vieja, los kilómetros que anduve o el tiempo que pasó, pero cuando llegué a los cubos, cerca del puerto, empezaba a clarear. Ya en este punto (limpio) del paseo y del discurso, tan retórico, churrigueresco, aritmético y deambulante, como no voy sobrado de salud ni de humor, mi fuerte no son las matemáticas, los esfuerzos me perjudican y dar la vuelta me parecía heroico, ¡era casi un defunto, oiga!, solté las bolsas y me eché sobre unas redes, junto al puerto. Quedé frito al instante. No habría pasado ni un hora, cuando me despertó el patrón de un pesquero ofreciéndome trabajo. ¿Es a mí?, le dije con cara merluzo. Puso unos ojos como paelleras cuando le rogué que me dejara descansar.


La Joda.   Un vago yo soy.


http://www.youtube.com/watch?v=MI6lD_3HZck



Salud y felices pesadillas


ra

domingo, 3 de febrero de 2013

33


Eubea,  Grecia, agosto 2012


Salí a tirar la basura


muy positivo, aunque no me tocaba a mí. Incluso levanté la cabeza y eché atrás los hombros, ¡ahí voy yo!, parecía decir, como si fuera alguien, pero enseguida me di cuenta que la calle estaba vacía y no hacía falta mantener tanta compostura que, como poco, siempre exige cierta tensión física y un estado de conciencia en alerta. Así que, sin abandonar el positivismo mental, me relajé un pelín y seguí avanzando en la noche, resoluto y magnífico. Pero el gusano del despecho roía ya, oculto en mi interior. ¿Porqué yo de nuevo? Las bolsas pesaban lo que no está escrito, los contenedores no estaban cerca y no soy un abanderado de la maratón ni del control postural a ultranza. De este modo, cuando llegué al punto limpio iba arrastrando un cuerpo de babosa, las bolsas dejaban un rastro de arena y basura a los lados y por el centro había una rodada como si una foca embarazada hubiera arrastrado por allí su barrigota. Si me relajo un poco más me quedo dormido antes de salir de casa. ¡Odio el positivismo ajeno!


La 33.  Te lo voy a devolver.


http://www.youtube.com/watch?v=f4TdKaKLz-0



Salud y felices pesadillas


ra

sábado, 2 de febrero de 2013

32


Al norte del Ática, después del Penteli


Salí a tirar la basura


y me di de morros con el día, rompí tres dientes. Con los ojos solares, incandescentes, y la boca sangrando, fui de lado a lado buscando mi destino. Esto suena muy profundo si no fuera tan de superficie el recorrido, tan común y maloliente esa meta. Sin embargo en mi ceguera tuve la intuición de que sólo repetía un rito trascendente. ¿Sólo? ¡Nada más ni nada menos!. Como el misterio de la trasnsubstanciación en la consagración del Sacrificio de la Santa Misa, no por cotidiano y rutinario menos milagroso. Todo es sagrado. Me estremeció un repeluzno, ¡bajo el sol ático!, aunque me tiran del pijo todos esos rollos de aquelarres, brujas y pedorros milagreros, sean de la religión o confesión que sean y especialmente los apostólicos romanos. Me parecía todo tan solo, tan abandonado, ¿dónde estaba el oficiante, el monaguillo o los fieles, ese pueblo religado, hermanos? No sé porqué me dio por pensar en misas y hostias consagradas, pero ese prodigio de los números y las probabilidades, la casualidad, hizo que me viera como por ensalmo junto a un grupo de contenedores rebosantes de gracia de dios: había cajas enteras llenas de recortes de pan de ángel, después de haber aprovechado hasta el límite la oblea para extraer las Sagradas Formas. Yo no estoy muy dispuesto a buscar verdades ocultas en las cosas y, además de que no veo muy bien, me da por probar cualquier porquería, pensé que nada me podría pasar por picar un poco de aquel santo alimento, que tantas veces de niño y adolescente compré en el torno de las monjas de clausura de la gran Augusta astur. Sólo me faltó santiguarme y sacar la lengua para recibir el Cuerpo de Jristos, pero juro que fue una comunión canónica en aquel entorno clásico, y no es coña, que seguimos en el Ática. Hostias un poco rancias, pero comestibles. Mientras volvía limpio, transfigurado por la gracia recién adquirida, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía. ¿Qué fue de las bolsas de basura?, preguntó una voz a la altura de mi hombro, tipo conciencia, como para romper la magia del momento. Pero aquel pan de ángel debía de estar impregnado de algún producto diabólico porque yo pasé de la llamada del deber, sólo tenía ojos ya para arder en pura llama mística en mármol pentélico, notaba los cojones encogidos como aceitunas arbequinas. Lloraba de alegría dolorida, de soledad masoquista y de abandono ático. No sé qué pasó después y no me importa. ¡Al carajo!


Kim Fowley.   Born To Make You Cry.  Nacido para hacerte llorar. 



Salud y felices pesadillas


ra

viernes, 1 de febrero de 2013

Succión/Reacción


Amanita muscaria  recién salida de la volva
León,  noviembre 2012

¿Era la seta estetal o era la teta estatal?
Travaluengas


De pequeño, jugando al fútbol, ya chupaba, aunque después de juvenil lo que más chupó fue banquillo, y eso que su padre tenía mando en plaza y al entrenador no le quedaba más remedio que ponerlo alguna vez, pero tenía menos estilo que Franco vestido de merengue. Rouco ya luciría más pinta de zaguero correoso. ¿Y de culé, qué me dices, parlando catalá y con barretina roja!

Como vio que no había futuro para él en el estrellato balompédico, se aplicó al teto paterno durante su desarrollo como chupóptero profesional, carrera muy exigente, de altos vuelos y mareantes trepadas pisando calvas y orejas de otros mamones de la misma escuela. Licenciarse en mamadas y mamoneos no está al alcance de cualquier bocabierta o Fela Kuti de tres al cuarto.

Se casó con una teutona tetuda que tenía bien forrado el sobaco de euros con la efigie de la Merkel disfrazada de Juan XXIII, el papa bueno, ¿o era el papo?, pero tiraba de otros pezones aún más sustanciosos. Por ejemplo, las tetas del estado habría que calificarlas de ubres por la abundancia de su caudal y la impunidad con la que se podía succionar todo la substancia de la vaca pública hasta dejarla en los purititos huesos.  

Fue de la empresa a la política y viceversa, pasando temporadas de vacaciones en la dacha del sindicato, en línea directa y primera clase, de un teto al otro, a velocidades supersónicas en ocasiones, no sólo por los vuelos intercontinentales, vía transferencia pero en espíritu impuro, de los lácteos extraídos, convertidos ya en queso exportable a cualquier paraíso fiscal de fromage gourmets, secreciones rancias de glándulas mamarias, que diría Marvin Harris, en este caso frescas frescas y ordeñadas por la cara, a cuatro manos mejor, decía que fue a velocidades increíbles de una fuente a la otra, también, cambiando de imagen, de siglas, de corriente, de polzrona, de pezón, de nombre fiscal y hasta de apellido, pero sin soltar nunca la teta estetal y cual, y varias privadas.

En fin, son una plaga estas fijaciones orales, porque una vez enchufados los candidatos a la corriente continua ya no hay manera de despegarlos de allí hasta que las espichan. Y en caso extremo de destete no hay poblema, porque la provisión que ya almacenaron no tienen que devolverla, sólo la regurgitan para sus rapaces, quiere decirse aves rapaces, la segunda generación del mamón clásico. Tienen para rumiar el bolo toda su vida y para sus descendientes, aprendices de mamones en la infancia, buitres en la madurez.

Indivia Con Formaggio, apicultora, turuta.
(Los Abruzzos de Extremadoura. Espein, ¿ein, que era Espain?) 

Os Resentidos.   Succión.


¡Salute!