domingo, 9 de junio de 2013

Tο καρπούζι, La sandía -3


El  Ómfalos  del mundo.
Grecia,  verano 2012.

La sandiOna -2


¡Menos mal que no se me ocurrió hacer otras compras! No sé como me las hubiera arreglado para llevarlo todo. La sandía era la más grande de la frutería, pero era también la más redonda. Normalmente las grandes suelen ser más apepinadas, alargadas, y hablo de esa variedad listada, no de la habitual de nuestro supermercados, verde oscura y redonda como una balón de reglamento.

Por aquel tiempo todavía no tenía problemas con el hombro y cargué la sandía como si tal cosa, metida en una bolsa de plástico tamaño gigante. Aunque soy de pocas carnes, doce kilos tampoco son para reventar a nadie.

Era muy incómoda de llevar, porque si no la levantaba a pulso con una sola mano, que era la manera normal de cogerla, la bolsa, que era muy larga, rozaba el suelo. Con esfuerzo todo fue más o menos bien al principio, pero a los cincuenta metros el fondo de la bolsa cedió y se abrió de golpe.
Acerté a poner el pie a tiempo, porque la sandía cayó y logré evitar que se escachara sobre la acera. Salió rodando unos metros mientras yo me dolía del sandiazo.
Pasó alguien riendo que me saludó en griego. Cogí la dichosa cucurbitácea y me la puse debajo de un brazo, sujetándola con la otra mano para que no se me escurriera.

No sé si habéis llevado alguna vez en brazos una sandía de estas características un kilómetro, que era la distancia que me separaba de casa. Yo no me veo. O no me veía en ese momento. La verdad es que iba a pleno sol y hacía ya un calor que espatarraba, sudaba como un obispo estreñido en el retrete.
Pero de cualquier forma, os aseguro que no hay manera de meter mano y repartir bien el peso de un objeto tan redondo, grande y pesado como ese.

A los cien metros de salir de la frutería ya había cambiado tres veces la posición de la sandiona: sobre el costado derecho, sobre el izquierdo y por delante, en posición fetal cogida con las dos manos.
Hice la primera parada después de la rotura de la bolsa y la posé en el suelo con cuidado. La sandía volvió a rodar unos metros.

Es evidente que el sopor del mediodía me afectaba no sólo en lo físico, el torpor era también mental. ¿Cómo no me había dado cuenta la primera vez? Esperé que pasara un peatón y en adelante llevé la sandía rodando. Al principio la empujaba con las manos y me daba un poco de vergüenza hacerlo delante de los paseantes, me paraba cuando veía venir a alguien. Pero cuando cogí confianza y vi que todos los que me cruzaba seguían su camino sonriendo al ver la escena, empecé a empujarla también con el pie.

Al llegar a la verja del jardín de la señora Sofía, abrí la puerta y cargué con la sandía en brazos como si fuera el bebé que antes llevara en la barriga. En ese momento pasó un pickup que me pitó, ¡era el frutero!.

Ese sería un buen final si no hubiera más.

La avaricia rompe el saco, es de los refranes morales que me gustan pero que no siempre aplico, como pecador que soy además de ex-melonero. Tuve más grande el uellu que el papu, como decimos por Asturies: la sandía no cabía en el frigorífico, y una sandía del tiempo, con el calor griego, sólo se la recomiendo al enemigo.
Ya de mano tuvimos que quitar las dos bandejas que tenía el frigo, porque la altura del monstruo las superaba, y por supuesto  partir la bicha por la mitad. Pero tampoco entraba a lo ancho ni de fondo, así que hubo que trocearla más. Después de aprovechar bien el espacio, en el frigorífico sólo había sandía. No obstante ese mismo día debí de comer yo lo de tres, así que poco a poco volvimos a hacer hueco.

¡Era dulce dulce como sólo Grecia sabe serlo algunas veces!

Años después me volvió a pasar algo parecido con otra un poco más pequeña. El frigo era también mayor, de cuatro bandejas, quitamos dos y cabía entera de pie, era más apepinada.
Además de melonero fui también cristalero, pero no me sirvió de nada mi experiencia ni mis cálculos. La quise poner sobre el cristal que tapa el cubo de las verduras porque me pareció resistente, pero nada más posarla cascó el maldito. Me acordé inmediatamente de la sandiona e imaginé lo que hubiera pasado de haber entrado entera en aquel frigorifiquín de Sofía.


Ramiro Rodríguez Prada


Grecia, agosto 2012.

Buenos días. Espero por lo menos haberos hecho sonreír con la estupidez humana, mía en este caso, y si fuera posible llenaros un poco la boca de agua recordando el dulzor riquísimo de la sandía. La historieta no es que tuviera mucho recorrido, apenas llegaba a 1000 metros.

De las músicas de estos tres capítulos sólo conocía el de la primera, un rebético de Perpiniadis, el resto las saqué de youtube y no había mucho donde escoger.

Zeo Muratidis, el cantante de hoy, es un actor de Tesalónica. Es un personaje popular, otro célebre típico, y yo creo que representa muy bien a un tipo de griegos, no sólo en lo físico, que también, en los gestos, y especialmente por las inflexiones de su voz, un poco arrastradas y chulescas, que se pueden escuchar en el Pireo como en Salónica o en Patras. El vídeo está rodado en Salónica aunque él trabajó y vivió mucho tiempo en Atenas. Aquí interpreta un rebético pero todo el montaje de yulaperas parece más bien de eskiládico, la pachanga.

T. Mουρατιδης. Παπαχαζης. G. Pαναγγιώτης.  Tο Καρπούζι. La sandía.

http://www.youtube.com/watch?v=PKpr5DQwsHw

¡Salud y buen apetito!

ra

sábado, 8 de junio de 2013

Το καρπούζι, La sandía -2


Καρπούζι. 
Grecia, agosto 2012.

La sandiOna


El primer año que recalamos en Mírina, alquilamos la casa de la señora Sofía por mediación de Zodoros y Sideris, el dueño y el cocinero del  Avra, -la brisa del alba que sopla del mar-, con los que después haríamos gran amistad.

Habíamos renunciado ya a quedarnos en la isla, porque llegamos de madrugada en un ferry, pasando por Zásos, no encontramos nada para alquilar y tuvimos que dormir en la calle, a la puerta de la taberna.
Era la noche del 14 de agosto, víspera de la Panayía, mal día para ir de visita así, a lo loco. Limnos siempre tuvo plazas hoteleras de muchas estrellas, pero prohibitivas para nuestro bolsillo.
Para colmo no había barcos hasta dos días después, así que, tras desayunar lo que nos preparó Sideris y dejar las mochilas en el bar (rectifico: dice la morena de mi copla que nunca llevamos mochila a Grecia, por consejo de una guía. Perdón, yo ya plifo!...), pues eso, que dejamos allí el paquete y paseábamos desde muy temprano a la orilla del mar, disponiéndonos a dormir dos noches más al sereno.

Pero a lo largo de la mañana los del Avra nos solucionaron la papeleta divinamente. E incluso nos llevaron en coche hasta el lugar donde pasaríamos los siguientes quince días.

La casa de Sofía estaba en Nea Maditos, un barrio al sur de Mírina, frente al paseo turco, Turkikos yialos, a una playa de arena bastante larga y a la bahía, a un kilómetro del puerto, más o menos, que es también el centro de la capital, de unos 8000 habitantes en verano.
El barrio era de refugiados de Asia Menor en los años 20 y lleva el nombre de Maditos el pueblo, hoy turco, que tuvieron que abandonar los primeros desplazados que se instalaron aquí.

La señora Sofía era de Galípoli, que ella pronunciaba con elle, Gallípoli, como pollí (mucho). Llegó a la isla siendo una adolescente. Tenía setenta y muchos años y un hijo en Atenas. Era viuda y la acompañaba su nieta del mismo nombre, estudiante de Medicina, que pasaba las vacaciones con ella. Habitaban ya la casa nueva, grande, despejada y soleada, con un buen jardín, algo de terreno para cultivo y algunos limoneros y frutales alrededor. Pero conservaban la casita primitiva donde Sofía vivió con sus padres, ésa nos alquilaron. Era muy humilde, sólo tenía una habitación justo para dos camas estrechas, una cocinina con una mesa, dos sillas y un pequeño frigorífico, una cama turca minúscula y un cuarto de baño de juguete. Pero era lo justo para nosotros. ¿Qué tiene esto que ver con la sandía? Me pierdo, ya va...

Todos los días hacíamos ese recorrido de la casa al puerto, y viceversa, tres o cuatro veces. Por la mañana al centro a comprar, aprovechando para bebernos unas cervezas frías en el Avra , que estaba aún mas lejos, al final del puerto. Por la tarde a dar una vuelta o de paso de alguna visita, etc. Y por la noche a cenar, porque habíamos simpatizado con la gente de la taberna, de alguna manera queríamos agradecerles el favor que nos hicieron e íbamos allí casi todos las noches.

Desde el principio nos empezaron a poner sandía gratis de postre, y yo soy un vicioso de las sandías.
¡Que buenas estaban! Ahora que disponía de una cocina por primera vez en Grecia, días por delante y un frigorífico, no podía dejar escapar la ocasión. El tercer día fui directo al puesto de fruta.
Había un montón de sandías de todos los tamaños, pero abundaban las grandes y muy grandes. Hay que tener en cuenta que las que comimos en España no solían pasar de los tres kilos.

Como buen melonero que fui antes que fraile, anduve tanteando, golpeando con los nudillos y con la palma de la mano, rascando con la uña la monda de unas cuantas piezas de las medianas, como de unos 8 kilos. Había algunas muy grandes que me parecían las mejores, pero eran excesivas.
Mientras tanto el frutero miraba, muy atento a mi exploración. Evalué unas siete u ocho y no me decidía.
El hombre al fin se acercó a mí, cogió la más grande de la pila, la tentó y me la pasó, todo en silencio, casi sin gestos. Yo entonces apenas sabía una docena de palabras en griego y renunciaba al inglés si no era imprescindible.

La sandiona pasó todas las pruebas como una campeona. No lo pensé más, calculé grosso modo a kilo por día: doce kilos, doce días. Y me la llevé.

Continuará...

Ramiro Rodríguez Prada

Era una sandía gorda gorda gorda.





Buenos días. Sólo pensaba en dos capítulos de momento para el karpusi, pero la introducción se me subió al pino y no quiero entradas tan largas, por eso dejo el resto de la historia para mañana. Un poco de suspense, porque en realidad el cuento no ha hecho más que empezar.

Esto me obligó a reestructurar un buen número de programaciones que ya tenía cerradas, es uno de los inconvenientes de ir escribiendo medio a salto de mata, tengo incluso alguna cosa programada ya para el verano, y van quedando o faltando huecos que no siempre se ajustan al espacio previsto, como es el caso.

Παρανοια.   Μάπα το καρπούζι. La sandía gamberra?

http://www.youtube.com/watch?v=qyHk176kmbU

Mucha salud a todos y que preste.

Hasta mañana.

ra

viernes, 7 de junio de 2013

Το καρπούζι, La sandía


El lugar de la nariz.
Grecia  2012.

Καρπούζι


Buenos días. La Orquitis Política que padecemos en estos días me trajo directo a la sandía. Pero muchos no tenemos las orquídeas amelonadas, las tenemos ya cuadradas, como las sandías que cultivan en Galicia, ¡manda güevos cuadraos!

El karpusi es la fruta veraniega con más presencia en las mesas griegas. Ya no me atrevo a afirmar como hice con las berenjenas, que los griegos comen más sandía que nosotros, porque tengo ahí a Ana Capsir que me leerá la cartilla si me equivoco, pero sí puedo decir que comen diez veces más que aquí en el norte.
Dije fruta, pero en realidad es una hortaliza de la familia de las cucurbitáceas, como el pepino o la calabaza.
Yo sólo recuerdo sandías tan dulces y acuosas de cuando era un niño, y me temo que me engañe la memoria y no fueran tan dulces como me parecían.

La costumbre, bastante extendida en Grecia, es ponerla de postre como un regalo de la casa. No es que no aparezca en las cartas y no se pueda pedir, pero nosotros nos hemos tropezado más veces con el otro caso. En muy pocas ocasiones hemos pedido sandía de postre. Si la hay se la ponen a los que comen en el bar y, si queda poca, a los amigos y clientes habituales que suelen resistir hasta el final en la taberna.
Te puede fallar alguna de las que tú compres -que ya es raro raro-, aunque seas un medio especialista y ambulante melonero como yo, pero la que te ponen de papu en la taberna de los colegas ten por seguro que no falla.

No la parten en gajos, o yo nunca la vi comer así en Grecia, aunque supongo que los niños la comerán de todas las maneras posibles. Para servirla la cortan por el Ecuador, digamos, la pelan y la trocean para presentarla así en un plato hondo, siempre abundante. Esta descripción puede resultar casi irrisoria, porque cada cual pela la mona como mejor le sale del rabo, pero yo he apreciado una diferencia no sólo en el producto sino también en los modos y costumbres.

El momento más habitual de la sandía puede que sea el de la comida del medio día, con un sol que parece invitar, más que en ninguna otra hora, a las delicias y al frescor de una dulce sandía; hay quien gusta de ella por la tarde, al levantarse de la siesta. Pero el momento sublime del karpusi es la sobremesa de la cena escuchando música griega al calor de una noche mediterránea, si es posible con amigos.

Cuando hacíamos el programa Ultramarinos en Radio Kukaracha aquí en Oviedo,  la sección Alimentación la dedicábamos cada día a una fruta, hortaliza, hierba, etc., mencionando algunos de sus usos en medicina popular, sus virtudes culinarias o curativas, y una receta que tengo que decir que era más literaria que otra cosa porque nunca las probamos, ya avisábamos por si acaso...

Las cualidades de la sandía saltan a la vista en cuanto a su estética exterior e interior: ese rojo de la carne y el negro acharolado de las pepitas es inigualable, nada que ver con esas variedades sin pepitas de ahora, todo rojo sexual.
Y al paladar saltan su frescor y dulzura, que te inundan la boca y emborrachan de placer las papilas gustativas en un solo y jugoso mordisco. ¡Aaayy, me ensandío, después de haberme encebollao!
El 95% es agua, así que, aparte de los azúcares tiene muy pocas calorías. Se usa en regímenes de adelgazamiento, pero además limpia el intestino y es diurética, y aseguran que buena para prostáticos, diabéticos, hipertensos y cardiópatas.

Se ha comprobado que atenúa los dolores musculares, y en particular su monda de la que ya se producen extractos, y se detectó la presencia de Licopeno que al parecer combate algunos tipos de cáncer. Tiene además vitamina C y algunas del complejo B.
Es antioxidante y previene el envejecimiento y, por último, afrodisíaca, actúa como una viagra natural. No sé si esto está avalado científicamente pero, con toda humildad, he de decir que yo en Grecia como mucho, duermo mucho, sueño mucho y etc. (¡Que tampocu ye pa tanto, eh!).

Mencioné las sandías sin pepitas y las cuadradas de Galicia, que no se dan sólo ahí, pero hay más de 50 variedades, entre ellas algunas gigantes, de hasta 140 kilos, y otras de bolsillo, del tamaño de una nuez.

Δεκαπενταυγουστος (Λιγουρα για καρπουζι), by Nick Soul.



Καρπούζι.  Grecia , verano 2012.

Hago un cálculo aproximado de las sandías que nos hemos comido en Grecia, es fácil. Veinticinco años a unas cuatro sandías por verano, son cien sandías, y a una media de 7 kilos por sandía -yo las compro grandes-, 700 kilos. Y no cuento las que nos hemos comido en los bares, estoy seguro que el total sobrepasa con creces la tonelada. Es una bobada, ¿pero no somos unos auténticos animales?, y no hablo sólo de mí...

Historias de sandías tengo muchas por eso, casi una por cada isla que conozco, y en otros lugares de Grecia, aunque la sandía sólo fuera una acompañante más. Tantas se me ocurrían que pensé en inaugurar una etiqueta que llamaría  Sandías, seguro que llegaban al medio centenar, pero no tengo fotos de ellas para ilustrar ese número de entradas. Y acabaría con una sandía por cabeza.

Lo que sí haré será contar una anécdota, mañana mihmamente, para dedicarle un segundo capítulo, puesto que es mi fruta, o mi cucurbitácea favorita. Amén.

Στελλακης Περπινιαδης.  Της χήρας το καρπούζι.  La sandía de la señora. 


Υγεία και καλή όρεξη!, ¡Salud y buen apetito!


Ramiro

jueves, 6 de junio de 2013

56


Castropol 
Asturias, marzo 2013


Salí a tirar la basura



pero sin ganas. No me sentía muy animado estas pasadas jornadas, que si trastornos entéricos, que si tristezas y lágrimas..., y este día en concreto estaba especialmente apático, sin interés alguno por lo que pasaba en la calle. De hecho no miré por la ventana en ningún momento, no sabía ni el tiempo que hacía. Así que tanteé el terreno por si algún alma caritativa me libraba de una tarea diaria que en realidad yo solo me impongo. Claro que después comprueba uno que las cosas que se hacen por propia voluntad a beneficio de la comunidad, luego los demás te las adjudican como si se trataran de obligaciones. Y ahí me véis, con las bolsas en las manos de nuevo. Salí, sí, pero echando pestes de la calle, asqueado de la basura y del fétido olor, renegando de la sociedad, del buen salvaje y del amor universal. A veces es difícil lidiar con una realidad tan prosaica e insolidaria, mucho meno fantasear. Sin embargo el género humano es la caraba. Cerca de los contenedores había un poeta revolucionario recitando sus versos a todo el que se acercaba, o sea, a mí que era el único  que en ese momento tiraba basura. Como tenía una boina en el suelo le eché una moneda intentando esbozar una sonrisa, pero me salió una especie de mueca boba. Dejé las bolsas y me volví sin esperar a que terminara, ¡era penoso, deprimente!, pensé que no le haría ningún favor engañándolo.


Dark la eMe con la Bandina.   Semillas de rosario.



Salud y felices pesadillas


ra


miércoles, 5 de junio de 2013

55


Grecia  2012.


Salí a tirar la basura


y acababan de pasar los de la recogida; ¡cuánto caminé, Virgen Santa!, hasta dar con dos contenedores vacíos. Estaba otra vez fuera de casa o de razón y me extravié, bueno extraviado ya iba, me perdí, digamos para deshacer equívocos. Por lo menos pude dejar al fin las bolsas. Me puse a caminar sin rumbo fijo esperando encontrar a alguien que me informara y fui a parar a un puertín que me sonaba mucho. El muelle estaba vacío y los barcos amarrados se balanceaban dulcemente. Al final del espigón vi una silueta agachada debajo de una farola, tal vez pescando. Me acerqué. Era un niño moreno con unos ojos brillantes y vivarachos. Le di las buenas noches y me contestó, ¡Anda, a ver si me traes buena suerte, siéntate un poco conmigo!. ¿Qué pasa, no pican?, dije yo, y me senté. Por toda respuesta me miró y abrió la bolsa donde brillaba una pequeña dorada. ¡No está mal!, lo animé. Llevo seis horas tirando la caña, contestó muy serio. Y entonces comenzaron a picar de verdad. ¡Lo ves!, chillaba el rapaz alborozado. Era lanzar el anzuelo y sacar un pez, y no cualquier pez, ¡salmonetes! Debió acercarse al espigón una familia numerosa porque en un momento sacó dos docenas. Recordé que yo andaba perdido y le pregunté dónde estábamos. Se giró asombrado, ¡En Grecia, dónde vamos a estar!, rió. ¡Claro!, asentí, pero ¿dónde exactamente?. Me dijo el pueblo y entonces me ubiqué. Antes de marchar me dio una bolsa con salmonetes, ¡Si no te sientas a mi lado, esta noche no hubiera pescado nada! Cuando entré en casa ya todo me pareció familiar, pero quedé otra vez descolocado, esta casa está a treinta kilómetros del puerto asturiano más próximo, sólo me di cuenta cuando mi compañera me preguntó de dónde había sacado los salmonetes.



Azam Ali.  Nami  Nami.


Salud y felices pesadillas


ra