sábado, 2 de noviembre de 2013

Difuntos en Oviedo


Torre de la Catedral de Oviedo.

La anábasis o Fin del novenario


Con este capítulo se cumple la Novena de Ánimas, en compañía de Valle-Inclán y sus colegas, que he venido relatando aquí en los nueve últimos episodios, desde aquel lejano Pimiento picante en Ponferrada, con la visita a su cementerio. Cada entrega correspondería, más o menos, a una jornada novenaria, si bien son siete los días transcurridos.

Desde Piloña, dando un rodeo por Gijón, fuimos a Oviedo. El Legía tenía capricho en que su amigo el Peluquero conociera a don Ramón y nos llevó a la famosa Villa de Jovellanos. El viejo no estaba muy conforme pero aceptó.
Resultó ser otra encerrona de los malevos. El piso del Peluquero estaba frente al puerto deportivo, que fue casi lo único que vimos de la mentada villa, porque, además, oscurecía. Era otro dúplex de lujo y el Peluquero se dedicaba a cualquier cosa menos a la peluquería.

Explotaba a seis mujeres "De alto estandin", como repetía él una y otra vez. Y allí estaba la muestra, tres mulatas despampanantes y muy jóvenes que ofrecía como regalo de bienvenida a los amigos de sus amigos. Sabedor sin duda, por su colega el Legía, de la afición del manco de Vilanova por el "Género negro", según sus propias palabras, lo había previsto todo. Los tres macarras y las chicas miraban a Valle con descaro y una carcajada a punto de estallar. Eusebio lo miraba ansioso y yo miraba a las chavalas. A don Ramón se le empañaron las lentes.

¡Estos señores están de Ánimas y yo oficio!, dijo, humedeciendo los labios después de un pequeño retraso más que sospechoso, mientras estudiaba con fijeza a la más racial de las tres hembras.
Sebito pegó un zapatazo en el suelo, como un niño mosqueado. Le salió del alma o, más precisamente, de entre las piernas.
Don Ramón, que estaba a su lado, se puso de puntillas sobre los botines y le arrimó un mosquilón detrás de las orejas. ¡Os cornos do carayo, no cocees, potranco, que pronto verás a la tu Jaki!, berró el gallego.
Sebio agachó sus grandes orejas y se puso colorado como una amapola.

Don Ramón..., quiso terciar el Legía.
¡He dicho!, remachó el manco alzando la barba cual profeta del Antiguo Testamento.
Vale, vale, pero ¿tomaremos algo?
¡Sea!, concedió el de Vilanova.
Pon unos whiskys, dijo el Peluquero a una de las mulatas.
¡Nada de alcohol!, saltó el viejo sacudiendo el muñón con violencia.

Dos chicas servían unos whiskys mientras Porfirio sobaba a la tercera en un butacón. Sebito y yo bebimos sendos refrescos de limón y don Ramón gaseosa.
El Peluquero se había puesto a picar un montón de cocaína y preguntó quién quería, dirigiéndose a nosotros. Yo estaba muy cansado de andar todo el día de cementerio en cementerio y me temía un tute parecido por la noche, Valle nos había adelantado que celebraríamos el último Oficio de Difuntos en la Catedral de Oviedo, así que contesté alegremente, ¡Un poco!
¡Nones!, chilló Valle soltándome un boinazo en los morros. Carcajada general. ¿¡Pero qué clase de novicio es usted?!, siguió el chorreo, ¡Hasta más allá de las doce de esta noche, abstinencia total de lo Juno como de lo Jotro!, dijo remarcando mucho el sonido de la jota, como cuando nombraba a la Jaki, la novia gallega de su criado Usebio. El mocetón, mientras tanto, con el belfo colgante, no despegaba los ojos de la butaca de Porfirio.

El guardaespaldas y su chica esnifaron dos de las rayas que había alineado el Peluquero, y salieron del salón cogidos de la mano. Después esnifaron los otros cuatro socios, ellos y ellas.
A mí, después del boinazo, había terminado por abandonarme el buen ánimo y estaba fosco y silencioso. Valle bebía su gaseosa a pequeños sorbos y se pasaba la lengua por los labios y el borde del bigote, con una fijación casi extática en la morenaza que tenía sentada delante, su favorita.

Un rato después regresó Porfirio con su pareja y, cuando entraron, Valle se puso en pie con tal brusquedad que la chica lanzó un grito y dio un paso atrás.
¡Nos vamos!, anunció el inmortal arousano mirando al Legía.
Calma, don Ramón, nos sobra tiempo, contestó éste.
¡Non sobra, non, que la Catedral cierra a las nueve!
Son las ocho, en un cuarto de hora estamos en Oviedo.
¡Pues arreando!, cantó de nuevo Valle.    

Don Ramón quería llegar con tiempo suficiente para buscar un escondrijo en el interior del templo antes de su cierre. Al salir del portal, entraban dos tipejos con boinas caladas hasta los ojos. ¡Dos puteros!, pensé, sin prestarles mucha atención.
Después, camino de Oviedo, me venían una y otra vez a la memoria los rasgos del perfil de uno de ellos, entrevistos fugazmente. ¡Claro, eran Gila y Van Gogh!, dije en voz alta. Nadie contestó en el Mercedes. Valle, que viajaba en el asiento trasero, giró un poco el rostro hacia mí y me miró alzando la ceja derecha sobre sus lentes. Pero calló. La última vez que creí verlos fue en la plaza de la Catedral de León. ¿Me reservaban alguna jugarreta, seguían compinchados todos estos zombis, qué sorpresas me aguardaban todavía esa noche? ¡Cuanto mejor estaría con Porfirio y el Legía cenando en un buen restaurante con el político del Principedo, por más corrupto y putero que fuera!

Llegamos sobre las ocho y media y sólo nos cruzamos en la entrada con una beata que salía. Las naves estaban vacías y silenciosas. En el altar mayor parpadeaba una lamparilla que vista desde la distancia parecía una luciérnaga en la noche. El espíritu a punto de extinguirse, una guía para las almas del purgatorio...
La oscuridad era casi total. Nos deslizamos arrimados al muro de la nave derecha y entonces oímos cómo se cerraba una puerta en la otra nave y escuchamos unos pasos sobre el enlosado.
Don Ramón empujó a Sebito dentro de un confesionario y entró detrás mientras me decía en un susurro, ¡Apure, oveya!
El pobre Sebio había caído de culo sobre el asiento del confesor y quedó encajado allí, su corpachón le impedía revolverse. Valle, con esa ligereza de moza casadera de la que hacía gala en ocasiones, se subió en las piernas de su criado y se sentó, mientras me indicaba que me arrimara y cerrara la puerta del confesionario. Lo hice con dificultad, pero al fin logramos entrar los tres, yo de pie pegado a la puerta dándoles la espalda.

No sé el tiempo que pasó hasta que dejamos de escuchar ruidos dentro de la Catedral, pero a mí me cundió una eternidad. El manco me clavaba los botines en los glúteos y el espacio era tan justo que no podía cambiar de postura. Cuando al fin salimos estaba entumecido y apenas sentía las piernas.
Valle nos condujo hasta la angosta escalera que sube a la torre. Él iba delante y Sebito detrás empujado al viejo, en realidad lo subía casi en volandas. Con su cuerpazo de coloso tapaba por completo el hueco y la escasísima luz que iluminaba el interior de aquel caracol de piedra. Yo subía detrás, a cierta distancia, palpando los escalones que tenía delante, con piernas de palo y una fatiga tísica. Escuchaba las frases de aliento de don Ramón, del tipo, ¡Como Jenofonte y sus griegos, camino de la gloria! o, con más frecuencia, ¡Adiante, percebes!

Pasamos por tres o cuatro plataformas hasta desembocar en el campanario. En la penúltima no podía más, por el hueco del último tramo por donde ya se habían metido los gallegos, cacareé, ¡Estoy muerto, don Ramón, yo espero aquí!
Demoró la respuesta, tanto que ya me iba a sentar, cuando descendió su voz de ultratumba por el caracol, ¡¡Cagon las Pezuñas del Morlaco, cagon Cristo Difunto!! ¡Como tenga que bajar a buscarle le arranco las orejas, cabrito!
Más que la amenaza de perder mis pabellones auriculares me impresionó y me convenció la blasfemia, no era normal en don Ramón, él era un caballero pese a todas sus excentricidades.
Cuando llegué arriba me arrastraba como una babosa. Alcé la vista y vi al viejo que me esperaba con cara de atizarme un chisterazo, que duele más. Había cambiado en el Mercedes la boina por la chistera, ¡Para oficiar en grande!, como presumió, cucufato y solemne.

Pero fue magnánimo y sólo comentó por lo bajini, suspirando, ¡Válame el cielo, qué mochuelos me endosaron! Sebito contemplaba la ciudad de Vetusta, a sus pies.
Me tumbé de espaldas en el suelo del campanario recuperando el resuello. Desde el exterior llegaba una claridad fantasmal que se reflejaba en el techo y caía después sobre el bronce del conjunto de campanas, semejantes a enormes siluetas de monjes o siniestros derviches giróvagos. La Wamba presidía aquel aquelarre. Enorme y gorda, proyectaba sobre el piso un círculo mortal de sombra.
El manco me dejó descansar una buena media hora, creo que hasta me dormí y soñé un poco. Calculo que serían sobre las once cuando me despertó de un bocinazo, ¡Llegó la hora, empiezan los Oficios, cangrejos! Se sentó en el suelo e hizo que lo imitáramos formando un pequeño triángulo.

¡Ya que la Cofradía de Ánimas de esta Santa Iglesia Catedral, no ha querido colaborar con mi Obra Esotérica ofreciéndonos el Caldo de Difuntos, como es preceptivo, aquí traigo el sustituto que cumple el mandato del Iniciado!
Y dicho y hecho, sacó de la faltriquera una pieza pequeña de cecina, ¡Cabra machorra!, gritó triunfante mientras blandía la pata seca por encima de nuestras cabezas. Eusebio agachaba la suya para que su amo no le torciera la nariz de un cecinazo.
La faltriquera de Valle era mágica, un pozo sin fondo bajo la capa, ¡qué bárbaro! A continuación sacó su navaja de a tercia, aquella cheira que abierta parecía un espadón. Al verla, instintivamente, me llevé la mano al bolsillo trasero del pantalón y palpé. No daba crédito, ¡allí seguía la barbera de Vicente Van Gogh! ¿Qué pasa?, pensé, ¿Que llevo más de dos años sin cambiar de pantalón, o que cada vez que lo cambio vuelvo a meter la navaja en el bolso? No recordaba ni una cosa ni la otra.

El arosano ordenó a Sebito cortar unas lonchas y en un momento estábamos los tres, muerde que muerde, sin conseguir meter el diente a aquella carne más añeja y dura que la cara de Caín. No obstante, mientras yo me comía mi pedazo, el de Vilanova pudo con tres. ¡Ensalive, pollo, hay que ablandarla!, me decía con sorna y un brillo en la montura de los quevedos. Sí, ablandarla..., ¡menudos piños tiene el viejo zorro!
Tras la colación, y por indicación suya, nos sentamos en círculo bajo la Wamba tomados de las manos. Era tan espesa la oscuridad allí, que apenas alcanzaba a distinguir los rasgos de mis compañeros. Sebio, a su izquierda, le cogía al manco el extremo de la manga vacía.

Don Ramón María cayó entonces en uno de sus trances místicos con la cabeza alzada hacia la campana. Había encasquetado bien la chistera y con las largas barbas parecía un monje ortodoxo a punto de recibir los estigmas. Me apretaba tan fuerte la mano que me hacía daño. ¡Don Ramón, don Ramón!..., susurré en un hilo de voz. Inútil, el santo ya no habitaba el mundo de los vivos. Aguanté un rato y empecé a tirar. Imposible, era como intentar mover la torre de la Catedral, parecía petrificado.
Y de pronto se movió y empezó a murmurar una oración. Era un padrenuestro. Usebio se puso a seguir la voz de su amo, pero a mí no me salía el rezo. Gracias a eso me soltó la mano, aunque sólo fue para arrearme una colleja en el cogote.
¡Al loro, sacristán!, bramó el oficiante.

Acabamos el padrenuestro con avemaría, sin faltar el postre del gloriapatri, y tornó al éxtasis.

Gárgolas de la Catedral de Oviedo.


Plaza de la Catedral.
Oviedo.

Minutos después, vuelto en sí, nos endilgó un pequeño sermón preparatorio de lo que se avecinaba. ¡Íbamos a ser testigos privilegiados del Milagro Musical! En la Catedral de León me había querido introducir en el Milagro Visual de las vidrieras, pero la ausencia de Sebito aquella noche había malogrado la experiencia. ¡Faltaba el trío mágico de todo conciliábulo brujeril, la terna hermética, la bendición del Trismegistus!, dijo, ronco y enigmático, apretándome la mano.
Según el viejo, escucharíamos el Clamor, un toque único de esta noche de Ánimas que nos transportaría en arrobo contemplativo sonoro a las alturas celestiales, ¡A la derecha de Dios Padre!
Concluida su perorata, me pareció que el gigantesco badajo de la Wamba empezaba a moverse. Retiré un poco la cabeza por si acaso. A tiempo, porque me pasó a un centímetro de la nariz y tocó suavemente el borde del bronce.

¡Santa Bárbara bendita, no tengo palabras para describir aquello! Primero sentí un leve contacto metálico y a continuación un silencio total, profundísimo, pero un silencio sonoro de vibraciones concéntricas que fueron en aumento hasta parecerme que me iban a reventar los oídos y hacer estallar la cabeza. ¡¡Joooder!, grité, aunque no me oí. El badajo, que había vuelto al centro, se movió de nuevo hacia el extremo, lento, y yo quise soltarme de don Ramón para salir de allí, pero el viejo me sujetaba con zarpa de acero.
La segunda campanada ya me pareció menos potente porque la increíble ola sonora de la primera aún reverberaba en todo mi cuerpo. Las ondas se iban sucediendo unas a otras, superponiéndose y yo temblaba entero. Pensaba que todo Oviedo estaría en pie asustado. Llevaba muchos años viviendo en esa ciudad, ¿tan bien dormía que nunca me habían despertado aquellos campanazos?

¡Treinta campanadas oiga, treinta!, que luego sabría por don Ramón que eran las monedas de la Traición de Judas Iscariote. Hacia la mitad del tormento tuve la sensación de que levitaba al compás de las ondas ascendentes, vibraba como un diapasón, me pareció que todo yo era sonido y campana y badajo, sobre todo badajo.

No sé cómo no bajé las escaleras rodando, porque no recuerdo haber pisado el suelo. Sólo sentía la palpitación sonora revotando en las paredes del cráneo, pero sin sonido alguno, como si éste hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Sé que el manco nos dijo algo antes de bajar porque lo vi mover la boca y gesticular, pero no estaba para leer mensajes cifrados. Flotaba sordo en un silencio más hondo que la propia muerte. El final apropiado para una noche de Difuntos.

Cuando llegamos a la nave nos esperaba un cura en compañía de cuatro policías municipales.

Camulo Alonso Verga, Lín el de Ramona, berraco por hores, encalcetador de morcielles.

Pablo Carrera, gaita. Andrés Cueli, voz.  Ya-y cayó la fueya'l roble.

http://www.youtube.com/watch?v=pQYKji8zKJk

Ya-y cayó la fueya'l roble,
ya floreció la espinera,
ya canten los paxarinos,
ya llega la primavera.

Y a los árboles altos
los mueve el viento
y a los enamoraos
el sentimiento.

¡Salud, almas en pena!


Marcos Fernández, campanero.Toque de Clamor en Alfoz de Bricia, Cilleruelo de Bricia. Burgos.

https://www.youtube.com/watch?v=QFsJpjHl0x8

viernes, 1 de noviembre de 2013

Insolación balcánica


La  Versicolor  y el  Esguilatorres  en un paso de baile.
Asturias 2013.

Insolación


Buenos días. Como ya sabéis llevo un año programando, más o menos con un mes de adelanto, las entradas del blog, de tal manera que a primeros de agosto tenía ya unas 60 en cartera. Como no escribí ese mes y tardo en empezar después de las vacaciones, he ido gastando las que me quedaban. ¡Grecia me deja cada año más estupefacto!. No obstante, y por si acaso andaba apurado, fui adelantando títulos, buscando músicas o subiendo alguna fotografía, sin el texto. Para hoy, por ejemplo, tenía previsto escribir algo sobre el Mirlo rubio, al que hace más de un año que no veo, pero no quería imágenes de encuentros anteriores, pensaba poder verlo algún día de estos dos últimos meses. No se me arregló y tuve que improvisar con las dos currucas pardas con las que más me oreo.

En realidad hoy es otro de esos días en los que debería de haber echado mano de esa etiqueta de Perdío..., que es como me encuentro, pero ya anuncié a primeros de año que no quería andar haciéndome el quejica porque no sirve para nada, aunque ya que estoy... Esto fue una manera de buscar el auxilio en mis colegas las canoras, mirándoles los pieses.

La queja no es queja, es lelez, apijotamiento, estupefacción, como dije. No salí del pasmo griego. Me bañé muchas veces ese mes, unos minutos en cada ocasión, y no me tumbé ni una sola a tomar el sol, siempre buscando la sombra, ¡pero tengo una insolación de la hostia!

Lafra.  Andrea Szamek, violín. Ivo Hristov, clarinete. Nasco Hristov, acordeón. 
Krastyo Metodiev, percusión. Jasmina Petrovic, voz.  A Glezele Yash.


Cuando todavía estaba no sólo insolao, sino por ende medio sordo, recién llegado de la verita del mar, escuchando noche y día la ola que lame la orilla egea, lo que me provoca un acúfenos marino: a treinta kilómetros del Cantábrico sigo oyendo ese ruido durante meses: insolao y sordo estaba aún cuando escuché, en compañía del Juliensis treparriscos, la Trompetera versicolor y otros amigos, al grupo Lafra, música balcánica que nos visitó en Oviedo por San Mateo. Una delicia y una alegría.

En realidad empecé muy mal la noche, porque se me fue de las manos la cámara de fotos y cayó desde tres metros de altura a la puta rue. La destrocé, por eso no tengo imágenes del evento. Pero después todo fue miel sobre hojuelas gracias a estos fenómenos, verdaderos virtuosos y unos cachondos.

La versicolor no se privó de lanzarles unos cuantos hurras y bravos, pero sobre todo a Jasmina, la cantante croata, muy simpática. Tuve el placer de saludarla al final del concierto, habla un castellano perfecto porque lleva varios años aquí. ¡Tengo facilidad para los idiomas!, decía ella sin falsa modestia. La había felicitado por su voz, por el repertorio que nos gustó, algunas canciones conocidas también en versión griega, Alkistis, o la sefardí Adiós querida, Bregovic..., y también por la cantidad de idiomas que había utilizado en el concierto: servocrota, búlgaro, húngaro, turco, ruso, castellano...

Lafra.  Adiós querida.


Adío!

El pardillo común.


P. D. Hay un montón de registros de Lafra en youtube, así que aprovecharé su buena música para ilustrar más entradas. ¡Salud!.  Ramiro.

jueves, 31 de octubre de 2013

Cuento chino


Tésnica mixta sobre cartulina
Ramiro Rodríguez Prada  1994.

Cuento chino


Láo Lún Zuö, 劳伦佐, vino de muy lejos, desde la región más occidental de la Provincia del Oeste. Consiguió un trabajo en los jardines de la Ciudad Imperial. Antes había demostrado sus dotes de jardinero en la capital de su provincia, Mön Kló Nà, pero aspiraba a convertirse en el jardinero favorito del mismo Emperador.

Cuando Láo Lún vió a la princesa Lù Nà, 璐娜, saliendo al jardín del Bün Dês Tà en el crepúsculo, quedó hechizado. La observaba oculto bajo las flores de los almendros floridos, sumergidos ya en la penumbra.
Lù Nà se aproximó a un rosal y  acercó su naricilla, heredada de sus ancestros del Norte del Imperio, a una rosa. Eran las favoritas de Láo, las había mimado todo el año como a preciosos gusanos de seda, y el pobre Lún tuvo que agarrarse al tronco del almendro más próximo para no caer inconsciente al suave musgo del Bün Dês Tà rendido de puro amor.

Muchos días suspiró Láo Lún Zuö por Lù Nà mientras ponía todo su amor el el cuidado de aquel rosal, y muchos atardeceres espió sus salidas al jardín. Ella nunca olvidaba su cita con el aroma sutil de aquellas flores y acercaba su graciosa nariz a las rosas, demorándose y perfumando su rostro y su cabello. Brillaba como un lucero solitario en el ocaso Lù Nà. Láo Lún se derretía.

Una tarde ventosa de otoño, cuando empezaban a escasear las flores, Lù Nà salió al jardín, invadido ya por la sombras de la noche inminente. Láo la esperaba hacía rato, oculto entre los hibiscos blancos. La vio tan hermosa  bajo el rosal ese atardecer desapacible, que se puso al descubierto saliendo como un autómata al claro del Bün Dês Tà. Salió con la cabeza gacha haciendo reverencias, confuso y anonadado.

¡¿Tú eres Láo Lún?!, exclamó ella al verlo, ¡El jardinero que vino de Mön Kló Nà! Te conozco. Mírame, soy Lù Nà, hija del emperador.

Pero Láo no se atrevía a levantar la cabeza, sólo asentía afirmando como un camello, ¡Se odiaba a sí mismo! Pobre Láo...

Mírame, repitió ella con dulzura.  


Láo Lún Zuö fue nombrado Maestro Jardinero del Bün Dês Bà y se casó con Lù Nà. Con la llegada al poder de Mäo se dedicaron a la jardinería. En el Imperio Capitalista sus descendientes regentan negocios relacionados con las Naranjas de la China y las Flores de Pitiminí, 橙子和花Pitiminí中国.


拉米罗  罗德里格斯
Lâ mï luó  Luó dé lî gé sï
Ramiro Rodríguez

Video homenaje a la Banda Sonora Original de la película "El Último Emperador" (The Last Emperor), compuesta por Ryuichi Sakamoto y David Byrne en 1987.



身體健康!
Salud!

miércoles, 30 de octubre de 2013

Troikas Puerkas


Después de la crisis


888RRADAS

desprOporciOneS


Nos ciscamos en la 

ω   ω   ω
º      º      º
º      º      º

t   r   o   i   k   a
ω    ω    ω
O    O    O
O    O    O
O    O    O
O    O    O
O    O    O
O    O    O

Pero sobre los más pobres, los más débiles, los desprotegidos, sobre los pueblos y las patrias, sobre los trabajadores, sobre las personas... 


€llo$$  cagan  toneladas!!



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Ramiro


Cheb Mami.    Lellah Ya El Jar.


Salud

martes, 29 de octubre de 2013

O Κώστας Ταχτσής, Costas Taktsís


Detalle de la cubierta de  La tercera boda, de Costas Taktsís.
Traducción de Natividad Gálvez.
 Diseño de la colección, Enric Satué. Ediciones Alfaguara 1987.

La tercera boda
Το τρίτο στεφάνι

Buenos días. La tercera boda, Το τρίτο στεφάνι (1962), de Kostas Taktsís, Κώστας Ταχτσής, es una de las novelas fundamentales de la literatura griega moderna.

-"Por eso entiendo que me reprochen el haberme vuelto a casar en vez de intentar casarla a ella."

Ella es su hija, que sigue viviendo de sus padres a la bartola, como una condesa, tal como la califica su madre, fuente constante de preocupación y en ocasiones de angustia, presente en muchos de los monólogos y diálogos de la protagonista de la novela, Nina, que se casa entre otras razones para poder sostener a esa rémora.

-"¡Que se lleve el demonio a los que me impidieron abortar!..."

Y en el párrafo que cierra el libro, donde habla de su último marido, Zódoros, con ese bicho que es su hija:

-"Pero si llegara a ocurrirle cualquier cosa y autorizan los popes, como he oído, el cuarto matrimonio, soy capaz de casarme por cuarta vez. <Y no por nada, le he dicho, ¡tan sólo por fastidiarte!>"

La primera cita, ya en la segunda página, nos informa de que se a vuelto a casar. Lo hará tres veces, de ahí el título de la novela que en griego literal sería  La tercera corona (stefani), porque en la ceremonia religiosa del matrimonio ortodoxo el oficiante coloca una corona sobre la cabeza de los novios en señal de unión.

La historia cuenta las vicisitudes, las peripecias, la pelea diaria por sobrevivir de una serie de personajes populares griegos en un periodo que va desde finales de los '30 a principios de los cincuenta, es decir, desde la dictadura de Metaxás y la guerra con Italia, hasta los años de los presos políticos en las islas (Makrónisos, Limnos...) después de la guerra civil griega, pasando por la ocupación alemana y la guerra mundial.
Al abundar el monólogo, Taktsís ha escogido la primera persona, aunque tiene ocasión de presentar a otros personajes, como Ecavi, amiga y maestra de Nina en la vida, que le da réplica, casi coprotagonista, que cuenta su propia historia no sólo a través de los ojos de Nina, sino mediante diálogos o terceros personajes. Secundarios con una personalidad muy bien trazada por el novelista, que huelen a reales, que respiran, vivos, humanos y auténticos.

Escenarios y periodo histórico terribles para los griegos, guerras, represalias, hambrunas, miseria...y en medio de todo, la fortaleza y capacidad de resistencia de unas mujeres que llevaban la peor parte.
La voz de Nina parece al principio, y en muchos pasajes a lo largo de la novela, la de una maruja hablando con una vecina chismosa. Hoy, que tanto les gusta poner a algunos autores y editores griegos la vitola de "historia almodovariana" en las solapas de sus libros, dado que admiran al director manchego, no se la hubieran ahorrado a la novela de Taktsís de haberse escrito tres décadas después.

Al contrario, pese a ciertas similitudes, pronto la historia de Kostas va tomando cuerpo, apartándose del relato costumbrista o de clase pequeñoburguesa, para ahondar en un análisis social, que no desdeña ni lo político ni lo familiar, nacional, histórico y hasta lo personal anecdótico.
Y es ante todo una novela sobre Grecia y los griegos, sus mujeres, sus costumbres, sus virtudes, sus defectos, su vida diaria. Una verdadera lucha en una época muy difícil, con algún toque humorístico pero con más frecuencia dura y amarga. Y sin embargo llena de ternura y sabiduría. Lo mejor será que ponga, para acabar el capítulo de hoy, una serie de citas.

-"Las enfermedades, ya se sabe, vienen todas juntas"
-"...soy desconfiada y maliciosa como todos los griegos"
-"Y me quedé sola bajo la estatua de Platón, aturdida, rogando que se abriera la tierra y me tragara"
-"Ahora que el mar se ha convertido en yogur nos hemos quedado sin cucharas"
-"Nosotros los griegos no somos un mal pueblo. Tenemos cantidad de defectos, eso sí: somos desconfiados y chismosos, no nos gusta hablar bien de nadie. Pero es a causa de nuestra pobreza. Donde hay pobreza hay habladurías"
-"El dinero que ahorramos en alquiler lo gastamos en petróleo" (los inviernos de la ocupación...)
-"La noche anterior había traído más de un kilo de castañas, las primeras del año, y las puse a cocer"

La última es una cita que publicamos también en el Éxitus de Psilicosis junto a otras tres que se le parecen y que me apetece repetir aquí. La tercera, de Maqua se aparta más y sabemos que no incurrió en plagio, pero siempre sospeché de Henry Miller, casi idéntica, en una época en que el americano estaba muy al tanto de lo que se escribía en Grecia. Pongamos que es casualidad.

-"Pero cuando se es pobre uno no tiene derecho ni siquiera a caer enfermo" (Taktsís. La tercera boda)

-"Si se quiere curar necesita uno gastar mucho; la enfermedad es cosa de ricos" (I. N. Panayotópulos. Los pobres)
-"En una familia tan pobre como la suya uno no podía permitirse el lujo de caer enfermo" (Henry Miller. Con una pequeña ayuda de mis amigos)
-"(El suicidio es cosa de ricos, los pobres no tienen tiempo para suicidarse, tienen que dar de comer a los suyos)" (Javier Maqua. Dos huevos fritos)

Costas Taktsís
 Detalle de la contracubierta de la edición griega.

Y una referencia obligada a la edición española. Fue publicada por Alfaguara en 1987, traducida por Natividad Gálvez, que recibió el premio nacional de traducción al año siguiente por este trabajo; las citas de estas reseñas pertenecen a ese libro.

-"Ramona que estás ahora tan lejos"... (Tango argentino que hacía furor en la Atenas de los años 30)

Me despido con la cita de la canción. Ramona es un vals -o tango, según- escrito para la película del mismo título, de 1928, popular en todo Occidente e interpretada por Dolores del Río. La versión original en inglés recuerda poderosamente a Marlene Dietrich. La más conocida aquí creo que fue la de Gloria Lasso, pero se han grabado cientos de versiones, cantadas en varios idiomas, sólo orquestales, rockeras y hasta con bandoneón.
Los autores fueron Mabel Wayne y Gilbert Wolfe, pero cada país adaptó la canción a su idioma con la reescritura de la letra. El autor de la griega fue Andonis Plomaritis, la voz la de una reina de la canción de la época, Sofía Vembo.

Σοφία Βέμπο. Ραμονα. Sofía Vembo. Ramona. 1938.

http://www.youtube.com/watch?v=WDfM12XXdqQ

Habrá un segundo capítulo sobre La tercera boda y su autor, Kostas Taktsís. Hasta entóncenes.

Salud y unas sonrisas.

Ramiro Rodríguez Prada