Katálogo de Toses. Los Pikadores Hermétikos. Literacura púsica dibrujo pozía ilustreción pindura fozografía hupor..., y Grecia.
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lunes, 11 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
San Lorenzo a la parrilla
| Morcón con verdura | 
San Lorenzo
(A la parrilla)
Soy carnívoro señores
¡Dios me ampare y San Lorenzo!
Me gustan los calamares
Eso es pescado no carne
Pues también como pescado
Todo tipo de animales
No desgasto los caninos
Ni comiendo cocodrilo
Perdices y codornices
Gato liebre paraguaya
¡Ay qué bueno el tiburón
Chuletón y cacerola
Perro murciélago albóndiga!
Lagarto tortuga buitre
Me comería un bombero
Si me lo ponen bien hecho
Soy carnívoro señores
¡Dios me ampare y San Lorenzo!
Y de comer mucho cerdo
Chorizos y longanizas
Jamón lomo salchichón
Chuletillas de cordero
Ya sea burro o percherón
Filetes de todas clases
O cecina de castrón
Los callos y los riñones
¡Ay que ricos los perniles
Qué buena está la panceta
Culebra grajo corneja!
Los riles morros morcillas
Me comería un bombero
Si me lo ponen bien hecho
Soy carnívoro señores
¡Dios me ampare y San Lorenzo!
De  Letrillas escangallás. 2014.
Ramiro Rodríguez Prada
Χειμερινοί Κολυμβητές.  Ο Καφές.
viernes, 8 de agosto de 2014
163
| Parking de mierda. | 
Salí a tirar la basura
olvidando que había huelga de barrenderos. De todos modos el Ejército, convertido en esquirol legal, se encargaba de retirar la mayor parte de la mierda acumulada. Volví a casa con mis bolsas y con otras dos que recogí junto a los cubos. Me reía pensando en Stajanov y el ecologismo. Risa sana. Cuando pasó el camión de los milicos las volví a sacar.
Salud y felices pesadillas
ra
miércoles, 6 de agosto de 2014
Pies
| Leyenda: Μοναστιριακης  Επιτροπης. La comisión del monasterio. Μοναστιριακης Ευαγγελίστριας. El Monasterín de la Anunciación. Nísyros. Grecia, agosto 2013. | 
Por pies
El joven fraile heteróxido salió de la iglesiuca del monasterio al campo después de los Laudes, buscando un lugar algo apartado donde realizar sus necesidades mayores. No podía entretenerse mucho, porque el anciano monje con el que compartía la vida en solitario en el monasterio, no le esperaría cuando dispusiera sobre la mesa el frugal desayuno, apenas un par de aceitunas y un trozo de queso de cabra, seco y salado, con un mendrugo de pan duro. Hasta el segundo y último ágape del día, después de las doce, no habría más alimento. Y esta segunda comida tampoco era muy abundante, un plato de judías, patatas o coles hervidas con un chorrín de aceite de oliva por encima. En ocasiones, con suerte, encontraba alguna almendra por el monte, que se comía a escondidas del maestro sabiendo que pecaba de gula, pecados que no confesaba a la hora del mea culpa.
Era un muchacho de ciudad no habituado al duro trabajo del campo y en el año que llevaba recluido en aquel apartado convento, había perdido varios kilos. El viejo era un cascarrabias que guardaba la llave de la mísera despensa entre los faldones de su hábito costroso y lleno de remiendos. Miraba con desconfianza al neófito convencido de la flojedad de las nuevas vocaciones. Le habían enviado a aquel rapazón flaco y desgarbado que no sabía ni por dónde coger la azada cuando llegó. No es que hubiera aprendido mucho entretanto, pero al menos ahora podía confiarle algunas labores menores que lo descargaban un poco. Ya empezaba a sentirse cansado, e imaginaba que le habían confiado al joven postulante precisamente para que le reemplazara en el cuidado del monasterio y el cultivo del pequeño huerto aledaño, con el que a duras penas sobrevivían. Las aportaciones voluntarias de los fieles eran cada día más escasas y su regla no permitía la mendicidad.
Poco antes de la hora del almuerzo, al mediodía, cansado de bregar en los surcos y hambriento, sintió otro apretón de barriga y corrió hasta las rocas temiendo no llegar a tiempo, pero con el pensamiento fijado en la mesa del refectorio y en las patatas que ese día había cocido el abad. Tenía tanta hambre que podía oler desde allí el aroma de la hoja de laurel con la que el monje hirvió los tubérculos. Oyó la esquila de la llamada al ágape. Estaba tan ansioso que no le dio importancia al chapoteo de sus chancletas cuando abandonó el cagadero. Pasó de largo al lado del pilón sin mirarlo y entró en el refectorio. El fraile ponía en la mesa la olla con las patatas. Rezaron una oración de acción de gracias y se sentaron. El abad partió el pan y llenó los platos. No llevaban ni un minuto comiendo cuando al viejo, que conservaba intacto el olfato de un perdiguero, le llegó el tufo de las chancletas. ¿Abonaste hoy el huerto?, preguntó, rinorreando alrededor y posando la cuchara. El neófito, por su parte, sólo tenía nariz para las patatas y respondió con un escueto No. El prior, visiblemente contrariado, con el estómago revuelto, acabó por levantarse y, diciendo Ave María Purísima, se retiró a su celda. Quedó su plato de patatas mediado, que acabó gustoso el novicio.
Ramiro Rodríguez Prada
Salud y buen apetito.
lunes, 4 de agosto de 2014
162
| Dándose por el cubo. | 
Salí a tirar la basura
para, de paso y paso a paso, estirar las piernas un poco. Tanto las estiré que entrando en casa estaba seguro de ser más alto. Al cruzar el umbral me sale al encuentro uno de los niños y me espeta, asombrado, ¡Papá, creciste!. Misterios de la noche.
Salud y felices pesadillas
ra
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