miércoles, 24 de octubre de 2012

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 ليدا، ليدا، يوليو 2012 Lleida, Lérida, julio 2012 


Salí a tirar la basura


Nada más abrir la puerta del portal fui consciente de que algo pasaba. Las luces no eran del mismo color que las de mi calle, el olor era diferente y no reconocí nada de lo que veía. Casi automáticamente me giré para volver a entrar, ya sé la clase de sorpresas que me reservan estas salidas a lo desconocido, no me apetecía perderme más de lo que ya estaba. Pero ya era tarde, la puerta no se abría. No me sonaba esa disposición de los timbres en el panel, no obstante llamé lo mismo. En mi hipotético domicilio vivía una mujer chillona que me echó una bronca por el interfono por despertarla a horas tan intempestivas y que no me abrió porque no me conocía ni le sonaba mi nombre. No quise probar con otros timbres, adivinaba lo que me iba a encontrar. Me encogí de hombros ¿qué podía hacer? y me dispuse a buscar un lugar donde depositar la basura. Últimamente no sabía por dónde andaba, perdía el rumbo, la orientación, olvidaba el camino de regreso o aparecía en escenarios inverosímiles, que además no había escogido.
En la calle, con un pequeño desnivel, dudé si subir o bajar. Opté por la subida, pensando que tal vez un mayor esfuerzo tuviera su recompensa y esta vez acerté. Muchos letreros estaban escritos en catalán e imaginé que me encontraba en alguna ciudad de esa región, no veía ningún edificio que me resultara familiar. Había poca gente en la calle pero me crucé con un peatón, ya a la vista de los contenedores, y me dirigí a él.
Buenas noches, perdone, ¿podría decirme cómo se llama esta ciudad?
El hombre, que venía caminando con paso vivo, frenó la marcha sin detenerse y me miró como si estuviera viendo a un fenómeno. Llevaba una chilaba con la caperuza puesta y tenía los rasgos de los habitantes de algún país del norte de África. Pensé que no me habría entendido, pero antes de repetirle la pregunta, ya alejándose, se volvió y dijo:
ليدا.
¿Cómo?
ليدا، ليدا.
¡Ah, gracias!
Volví a casa mucho más tranquilo después de haber dejado las bolsas de basura. Aunque seguía confuso, tenía el pálpito de que en aquellos días habíamos programado un viaje a Cataluña. Sólo cuando ya estaba sacando la llave del portal recordé que aquel no era el mío. Miré la llave y me extrañó su forma, aquella tampoco era mi llave. La introduje en la cerradura y la puerta abrió sin resistencia. Atravesando el portal caí en la cuenta de que yo no sabía árabe, ¿cómo entendí que estábamos en Lleida?

 
Oum Kalshoum.

أجمل مقطع من أغنية أنت عمري . Lo mejor de Inta Omri.
 
 
 
 
 Salud y felices pesadillas
 
 
ra
 

martes, 23 de octubre de 2012

23


El cuerpo del delito


Salí a tirar la basura



No sabía ni por dónde andaba, pero en todo caso lejos, muy lejos de casa. Estaba agotado. Llevaba toda la noche buscando un contenedor, un cubo, una papelera vacía, aunque sólo fuera medio llena. El sol había salido por fin y seguí caminando con la esperanza de encontrar algo. A la entrada de una urbanización con pinta de muy exclusiva vi salir a un hombre en su coche. Le hice señas de que se detuviera alzando las bolsas de basura, que ya apestaban. Se paró y le pregunté si sabía de algún lugar cercano donde poder dejarlas. Me dijo que a la derecha de la cabina de los guardias de seguridad, nada más entrar, había una papelera tragabasura, pero que tendría que negociar con el guardia, y arrancó. No entendí muy bien qué quería decir con lo de tragabasura pero de todos modos me dirigí hacia la susodicha cabina. La puerta estaba entornada y dentro un hombre joven de uniforme dormía a la pata suelta sentado en una silla. Enseguida vi la papelera en un jardincillo lateral pegado al cuerpo de guardia, pero estaba a tope, tampoco me servía. Dí la vuelta desilusionado e iba a marchar cuando salió de la cabina el durmiente. ¿Qué quiere, tirar la basura?, me preguntó. Me encogí de hombros, parecía evidente. Entendió. Está bien, pero tendrá que contribuir un poco, me dice guiñando un ojo. Me parecía inaudito pagar por tirar la basura, pero estaba harto de cargar con aquellas bolsas. ¿Cuánto me va a costar? La tarifa mínima es de un dolar por bolsa pero las suyas son muy grandes... No comprendía porqué me hablaba de dólares si tenía la seguridad de estar en un país europeo. Sólo tengo euros, le dije. Todo vale, ¿tiene un billete de cinco?  Miré en la cartera, sólo había calderilla, y uno de diez. Lo cogió y lo metió en el bolsillo mientras me agarraba una de las bolsas. ¡Vamos!. Entró en la cabina y apretó un botón. La papelera regurgitó algunas cosas con un sonido como de ahogado y empezó a tragar los botes, plásticos y papeles que la colmaban. ¡Cómo pesa!, decía el tipo apoyando la bolsa en el borde de la papelera. Le costó trabajo introducir bultos tan grandes por el estrecho agujero. Al apretar las bolsas contra la boca salían tufaradas de olor a carne podrida que casi me hacían vomitar. Pero el hombre parecía insensible a la fetidez. Me fui sin mirar atrás y sin pedir las vueltas, contento. Después de todo tenía la sensación de haberme deshecho limpiamente de un cuerpo muerto por muy poco dinero.


Eric Burdon & The Animals - We Gotta Get Out Of This Place. Tenemos que salir de este lugar.
 
 
 
 
Salud y felices pesadillas
 
 
ra
 

lunes, 22 de octubre de 2012

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Repostaje onírico


Salí a tirar la basura.


Dormitábamos en el coche descansando un poco a la sombra, en un área de servicio camino de no sé dónde, en un verano abrasador. Aún nos quedaba mucho viaje por delante. Pensando en reemprender la marcha cogí los restos de un pequeño tentempié, algunas latas, una botella de plástico, unos papeles, salí medio sonámbulo y me acerqué a los contenedores próximos a los surtidores de combustible. Sentía el bochorno en el abotargamiento del cogote, de las sienes y de las ideas, e iba turbio como un tintorro sin filtrar. Ya el primer contenedor me resultó familiar y me pareció más un extraterrestre que otra cosa. Me dio alipori depositar allí mis desperdicios. Pero ví uno con la tapa abierta, me acerqué con aprensión y dejé caer la porquería cerrando los ojos. Los abrí porque oí gritos, ¡Oiga, oiga!... . Tenía el grifo de una manguera de gasolina enchufado a la boca y me disponía a cargar el depósito.

 
Στέρεο Νόβα - Το ταξίδι της φάλαινας. El viaje de las ballenas.
 
 
 
 
Salud y felices pesadillas
 
 
ra
 

domingo, 21 de octubre de 2012

21


Insolación

Salí a tirar la basura


en plena solana, cuando todo el mundo sesteaba en casa. Yo no suelo dormirla y con frecuencia me gusta salir a dar un paseo a esa hora. Era verano y sufríamos una ola de calor, todo el mundo parecía haberse puesto de acuerdo en no asomarse a la calle, estaba desierta. La verdad es que el sol machacaba implacable todo lo que se ponía a su alcance, los objetos de colores más claros desaparecían, los postes adelgazaban, los pocos automóviles que se veían aparcados refulgían hasta dañar los ojos y los neumáticos parecían arder en contacto con un asfalto que desprendía oleadas de fuego.

Estábamos fuera de casa, allí tengo los cubos cerca pero los contenedores no tanto. Si me entretengo y llego tarde al paso de los camiones, de noche que es cuando suelo salir, muchas veces dejo las bolsas para el día siguiente, me lo pienso antes de acercarme a los contenedores porque, además de la distancia, es una zona bastante tenebrosa y ya tuve allí más de un encuentro desagradable. Pero aquí era de día y el punto no estaba lejos. La bolsa de la basura orgánica empezaba a oler, fermentando ya los desperdicios con aquel bochorno horrible.

A medida que me acercaba me iba desinflando, lo podía sentir. Me caían goterones de sudor por la frente y notaba correr otros por el pecho y la espalda. Pensé que me iba a licuar sobre la acera antes de alcanzar mi objetivo y eso que buscaba el cobijo de las sombras densas que proyectaba aquella luz mortal.

No recuerdo el momento en que llegué ni en qué condiciones, pero volví a casa trastornado y febril.

No traía las bolsas, sin embargo iba arrastrando un botijo enorme lleno de vino, en chancletas de playa, vestido sólo con un taparrabos atigrado y un sombrero jipijapa en la cabeza. Al parecer hablaba de un coleguilla gitano que me había encontrado en el centro de Zaragoza y que me había cambiado la ropa y la basura por el botijo. Hicieron que me acostara y llamaron al médico. Diagnosticó una insolación, pasé dos días en la cama.
Al parecer un hombre de acento andaluz había telefoneado preguntando por mí, según decía habíamos quedado citados en la plaza del Pilar para cenar.
 
 
Roberta Giallo. I don´t need power
 
 
 
Salud y felices pesadillas


ra

viernes, 19 de octubre de 2012

Ambulantes griegos


El ambulante de las flores
Grecia, agosto 2012

Del  frutero  al  chatarrero


En las zonas rurales de Grecia más accesibles, la población puede estar muy dispersa con casas ocupando áreas bastante extensas. El abastecimiento en buena medida se realiza mediante la venta ambulante. Los núcleos de población más importantes suelen estar a varios kilómetros, exigen desplazamientos en coche o autobús, es un viaje que se preve de antemano y que suele realizarse una vez a la semana o un par de ellas al mes.

Durante la semana no faltan los vendedores de fruta en pickups a domicilio, y los de pescado. No es difícil ver algún camión absolutamente sobrecargado con muebles de jardín, ¡algo increíble!, con torres blancas de sillas y mesas de plástico típicas en equilibrio precario.
Pasan también de cuando en cuando los colchoneros, los vendedores de ropa para el hogar, toallas, servilletas, rodillos, manteles, material playero diverso, calcetines, ropa interior... y hasta menaje de cocina.
Aman. Gyftos. El gitano ambulante, ¡Amam, amam!...

El ambulante de las flores tiene menor presencia, pero estaciona su vehículo de dos plantas en el centro neurálgico del pueblo, y recorre los caminos y pequeñas carreteras seduciendo con sus colores a las mujeres, sobre todo, que son las que en casi todo el mundo cuidan de las plantas.

Durante la fiesta de la luna llena, panselinos, de agosto, las niñas más pequeñas de una familia de gitanos vendieron flores y bandejas de pétalos a los bailarines hasta la madrugada, pétalos que echan sobre las cabezas de los músicos, cantantes y bailones del público.
Al día siguiente las mismas criaturas llevaban en jarras un tiesto de flores cada una y, al pleno sol del medio día, trataban de venderlos de casa en casa, incluso a los marineros de religión musulmana, pakistaníes, del Magreb..., que trabajan en los barcos de pesca, donde muchos, además, viven y rezan mirando a la Meca. Aunque también cuentan con casas prefabricadas en el puerto.
Las gitanillas parecían tener más éxito con sus bandejas que con los tiestos.

Grecia, verano 2012

No obstante el más popular de los ambulantes griegos diría que es el Paliatsís, Ο Παλιαζής, buhonero trapero, chamarilero y/o chatarrero, que se va anunciando con la megafonía por todo el pueblo, con su voz ronca, O paliatsís, o paliatzís..., y que suele ser también de piel oscura y raza gitana, como aquí.
En realidad se ha convertido casi en una personaje del Karagiosis, el teatro  griego de marionetas, muy potente, al que todavía no dediqué una entrada y que apenas he mencionado.

La figura aparece en muchas canciones, especialmente de la paliorebétika, la rebétika más antigua, y parece remitir a Turquía y Asia Menor, pero al mismo tiempo a un corrupción de la palabra italiana, pagliaccio, payaso, que también existe en griego con el acento en la segunda sílaba, paliátsis.
Es mucho más que un ambulante, como otra versión de nuestro hombre del saco. A muchos niños griegos se los asusta con el Paliatsís.

Este verano el nieto de cuatro años del dueño y cocinero del Tsivaeri (joya), un restaurante al lado de nuestra casa, escapaba corriendo al anochecer por un callejón arriba perseguido por la madre que le gritaba, ¡Que viene el Paliatsís, que viene el Paliatsís!.
Yo, perverso como soy, amparado en la oscuridad de la terraza, desde las alturas y con voz de ultratumba le decía:

¡¡Héla edoo, Kostaaaa, egoo íme o Paliatsiiiiií!!,
¡Ven aquí, Kostas, yo soy el Paliatsís!... . El rapaz no parecía tenerle miedo ni a dios ni al diablo y pasaba ampliamente de mí.

Música: Φατσεας. Letra: Κοφινιωτης. Voz: Παγιουμιτζης, (1940). Ο Παλιαζής. 


Ρούχα, παλιά παπούτσια αγοράζω,...
Compro ropa, zapatos viejos,...
Υγεία, Salud!
Μπαρμπαρόμηρος, Barbarómiros.