jueves, 7 de febrero de 2013

Gatines -4


Agii  Apostoloi
Eubea, Grecia agosto 2012

Fábula Familiar Felina


Buenos días. En esta segunda familia gatuna compuesta de tres crías y la madre, también había un gatín más inquieto y aventurero que aparecía mamando junto a sus hermanos en la primera fotografía que subí del cuarteto. En estas dos de hoy, consecutivas, andaba correteando por un pequeño patio de la casa donde viven.

Pero hoy traigo también al padre, un gatazo atigrado que dejó la impronta visible de su piel, de sus genes, en dos de sus crías. Las noches de plenilunio, y este año en agosto hubo dos, tuvimos conciertos nocturnos de histeria sexual gatuna, que enerva y pone los pelos de punta en el silencio de la noche.
El responsable de las refriegas con gatos y gatas, puesto que zurraba a unos y amaba salvajemente a otras, era este pendón.

Lo cogí a cierta distancia con el zoom, desde el balcón de la casa donde nos hospedábamos, tumbado en un terreno baldío, agotado de toda una noche de correrías amatorias, pero vigilando la posible aparición de una gata por la puerta de la casa hacia donde mira.

Como me había mosqueado un poco durante varias noches, porque no paraba de rondar y de torturar los nervios del vecindario con aquellos alardes operísticos en las escalas más altas del pentagrama sexual felino, después de hacerle la foto le tiré un higo podre (¡Yo le tiré un figo podre/ por ver si la divisaba!..., etc.).
Este año acompañé a nuestro casero una mañana a recoger unos kilos de higos y a cambio los tuvimos gratis todo el mes, dulcísimos, en su punto de madurez. Hablaré de ello otro día en  Lo que se comió.

Rossini.  Ópera de gatos.


A la sombra del limonero
Grecia, verano 2012 

El figo que le tiré ya estaba empezando a pudrir y el tiro iba bien dirigido, no sé cómo se dio cuenta, una décima de segundo antes, de que algo se le venía encima, porque le dio el tiempo justo de saltar con una rapidez y agilidad asombrosas evitando el impacto de la higa, si el fruto era hembra, que no le miré debajo del faldillín, aunque pelé muchos y los dejé en enaguas, y hasta en cueros vivos, rojos y carnosos.
No le dí un figazo pero sí un buen susto, aunque a la media hora volvía a rondar el muy rijoso.

Es inevitable, hablando de gatos, lunas llenas, celos y amoríos, que salgan a relucir imágenes chechuales en esta mal llamada fábula, porque la familia animal no es sino un modo de regular socialmente la procreación y la crianza y, si se le permite, la jodienda.

Un cura recomendaría a cualquier gato empalmado, recurrir al auxilio de una gata corsaria antes que romper la Sagrada Institución Familiar gatuna, en la que se basa el sistema general de captación y distribución de sardinas. Los de bragueta son pecados que se absuelven en el confesionario. Pero familia que reza unida permanece unida y a dios rogando y con el mazo dando.

En definitiva la gata amamanta, cuida y enseña a los gatines y aquí paz y después gloria, ¡qué gran ejemplo nos da la especie de los felix, queridos parroquianos!, aunque habría que admirar mucho más a las gatas que a esos zánganos incontinentes, pero en fin, así va er mundo.

Rossini.   Dueto de gatos. Con animación. 


El pater familias a la bartola, ojeando a otras gatas

Bartolo

Mi abuela no sólo buscaba nombres para sus propios gatos, también lo hacía con los de las vecinas. Era una mujer alegre y reidora y todo el mundo aceptaba de buen grado sus bromas inocentes y su fantasía, a veces  pícara y con frecuencia certera. Así que Bartolo se quedó con el nombre que le endosó, pese a que comiera y durmiera bajo otro techo. Y acertó además, porque era un vago de siete suelas.

De un tamaño respetable, Bartolo se pasaba todo el invierno, y parte de la primavera y el otoño, sin salir de casa echado al lado del brasero, muchas veces panza arriba, que no es la postura más frecuente que adoptan los gatos cuando descansan, pero que tampoco es rara. Tenían un patio interior donde hacía sus necesidades.

Por el verano salía por una gatera muy justa para su tamaño, arrastrándose con desgana y cara de asco, y una vez en la calle se estiraba cuan largo era, se relamía, oteaba el horizonte, estudiaba el cielo y daba cuatro pasos para echarse al sol en la esquina de la puerta a treinta centímetros escasos de la gatera.

Dudo que tuviera ánimos para salir a gatas, no quiero decir de rodillas y agachado, sino en busca del género femenino, por mucho que la vecina le atribuyera la paternidad de todos los gatos rubios y listados del pueblo, que es cierto que abundaban. Por otra parte, uno no puede fiarse sólo del pelaje y la apariencia externa.

De todos, seguro que no, porque imagino que habría machos mucho más activos que Bartolo, sin embargo sí es verdad que las noches próximas a la luna llena desaparecía y a veces tardaba días en volver. Lo veíamos en los sucesivos más tirado y delgado que nunca, de hecho parecía que le hubiera bajado la barriga, porque era muy barrigón. Habrá que concluir, pues, que algo de razón llevaría la vecina.

Ramiro Rodríguez Prada  

Tru-La-La.  La flauta de Bartolo.

martes, 5 de febrero de 2013

35


Grecia, verano 2012


Salí a tirar la basura


y al abrir la puerta de la calle me topé con un par de colegas que venían a verme. Me acompañaron hasta los cubos y nos fuimos a tomar unos cacharros a un bar cercano. Estaba vacío, nos acercamos a la barra y pedimos unos cubatas. El camarero nos miraba con desconfianza, aunque a mí me conoce y nunca le di motivos para mostrar ahora esa actitud. Era bastante tarde y mis amigos quizás no tengan un aspecto demasiado tranquilizador, o tal vez fuera más justo y menos moralista decir que su apariencia no es la más convencional, pero ni son delincuentes ni camorristas, más bien al contrario, lo que no significa que no tengan sus arrebatos como cualquier hijo de vecino. Todos nos dimos cuenta de las reticencias del camareta al servirnos y las miradas que, con insistencia y alternativamente, dedicaba a la registradora y al más castoso de mis compinches. Era como si nos estuviera señalando el objetivo. Para los tres fue evidente que no había hecho la recaudación del día y en el cajón le aguardaba un buen fajo de euretes. El más pícaro de mis socios intentó alejarlo pidiéndole un pincho de cocina, más por provocarlo que por aviesas intenciones, pero el camarero no picó diciendo que ya no había cocinera y estaba todo apagado. En el poco tiempo en que estuvimos allí no se despegó de  la barra y no le quitó el ojo al que más lo inquietaba, un tipo que es casi un bendito si lo conociérais. En realidad el más peligroso, sin ser un Capone, repito, era el menos sospechoso. Cuando iba a pagar me dice este cabrito, Déjalo, ya pago yo, esperadme fuera. Salimos mientras sacaba la cartera y le preguntaba al camarero lo que se debía. A través de una cristalera de la cafetería vimos desde la acera toda la escena. El camareta se acercó para dejar la nota y el colega, que tenía una mano ocupada con la cartera, agarró al camarero con la otra por una ridícula corbata que llevaba en plan uniforme y lo acercó a  diez centímetros de su cara. No oíamos lo que decía, pero se entendía todo, sólo vimos cómo el pobre diablo asentía, todavía con la corbata estrangulándole el pescuezo y cómo, ya liberado, se apartaba hacia el fondo de la barra acariciándose la garganta. No hubo robo ni más nada. El amigo salió a la acera y dice tan tranquilo, ¡Muy simpáticos los de tu barrio, nos invitó! Estuvimos toda la noche de farra y debí de llegar a casa en condiciones muy penosas. Al día siguiente no recordaba casi nada, dudé de que todo esto hubiera sucedido, pero por si acaso no he vuelto a entrar en ese bar.


El Pulgarzito.  Nómadas.



Salud y felices pesadillas


ra

lunes, 4 de febrero de 2013

34


Grecia,  verano 2012


Salí a tirar la basura


muy cansado de todo un día de rodar. En realidad venía arrastrando el cansancio del día anterior, de la semana, del mes... . No había luna. Tenía la impresión de salir a tirar la basura más veces que días tenía el calendario y me lié a discutirme a mi mismo ésta, sin duda, apreciación subjetiva. Pensé que no me llevaría mucho tiempo convencerme de lo que parecía obvio: los domingos no hay recogida de basura, pero aún saliendo una vez al día, lo que ya es bastante, nunca podrían ser más días de los que tiene el año. Pero como ya esta primera aseveración me pareció sólo una verdad a medias, me acabé de liar. No pueden ser más de trescientos sesenta y cinco/seis los días que salga, porque el año no tiene más, de acuerdo, pero sí puedo salir más veces. Tal vez no salga todos los días, sin embargo algunos salgo más de una vez, circunstancia que ya he vivido en muchos lugares y ocasiones. Y no siempre por amor al arte, que también, sino porque aprovecho otras salidas para deshacerme de lo indeseado o maloliente, si sé que pasaré cerca de mis muy detenidamente observados contenedores. No recuerdo los cálculos mentales que echaría, las cuentas de la vieja, los kilómetros que anduve o el tiempo que pasó, pero cuando llegué a los cubos, cerca del puerto, empezaba a clarear. Ya en este punto (limpio) del paseo y del discurso, tan retórico, churrigueresco, aritmético y deambulante, como no voy sobrado de salud ni de humor, mi fuerte no son las matemáticas, los esfuerzos me perjudican y dar la vuelta me parecía heroico, ¡era casi un defunto, oiga!, solté las bolsas y me eché sobre unas redes, junto al puerto. Quedé frito al instante. No habría pasado ni un hora, cuando me despertó el patrón de un pesquero ofreciéndome trabajo. ¿Es a mí?, le dije con cara merluzo. Puso unos ojos como paelleras cuando le rogué que me dejara descansar.


La Joda.   Un vago yo soy.


http://www.youtube.com/watch?v=MI6lD_3HZck



Salud y felices pesadillas


ra

domingo, 3 de febrero de 2013

33


Eubea,  Grecia, agosto 2012


Salí a tirar la basura


muy positivo, aunque no me tocaba a mí. Incluso levanté la cabeza y eché atrás los hombros, ¡ahí voy yo!, parecía decir, como si fuera alguien, pero enseguida me di cuenta que la calle estaba vacía y no hacía falta mantener tanta compostura que, como poco, siempre exige cierta tensión física y un estado de conciencia en alerta. Así que, sin abandonar el positivismo mental, me relajé un pelín y seguí avanzando en la noche, resoluto y magnífico. Pero el gusano del despecho roía ya, oculto en mi interior. ¿Porqué yo de nuevo? Las bolsas pesaban lo que no está escrito, los contenedores no estaban cerca y no soy un abanderado de la maratón ni del control postural a ultranza. De este modo, cuando llegué al punto limpio iba arrastrando un cuerpo de babosa, las bolsas dejaban un rastro de arena y basura a los lados y por el centro había una rodada como si una foca embarazada hubiera arrastrado por allí su barrigota. Si me relajo un poco más me quedo dormido antes de salir de casa. ¡Odio el positivismo ajeno!


La 33.  Te lo voy a devolver.


http://www.youtube.com/watch?v=f4TdKaKLz-0



Salud y felices pesadillas


ra

sábado, 2 de febrero de 2013

32


Al norte del Ática, después del Penteli


Salí a tirar la basura


y me di de morros con el día, rompí tres dientes. Con los ojos solares, incandescentes, y la boca sangrando, fui de lado a lado buscando mi destino. Esto suena muy profundo si no fuera tan de superficie el recorrido, tan común y maloliente esa meta. Sin embargo en mi ceguera tuve la intuición de que sólo repetía un rito trascendente. ¿Sólo? ¡Nada más ni nada menos!. Como el misterio de la trasnsubstanciación en la consagración del Sacrificio de la Santa Misa, no por cotidiano y rutinario menos milagroso. Todo es sagrado. Me estremeció un repeluzno, ¡bajo el sol ático!, aunque me tiran del pijo todos esos rollos de aquelarres, brujas y pedorros milagreros, sean de la religión o confesión que sean y especialmente los apostólicos romanos. Me parecía todo tan solo, tan abandonado, ¿dónde estaba el oficiante, el monaguillo o los fieles, ese pueblo religado, hermanos? No sé porqué me dio por pensar en misas y hostias consagradas, pero ese prodigio de los números y las probabilidades, la casualidad, hizo que me viera como por ensalmo junto a un grupo de contenedores rebosantes de gracia de dios: había cajas enteras llenas de recortes de pan de ángel, después de haber aprovechado hasta el límite la oblea para extraer las Sagradas Formas. Yo no estoy muy dispuesto a buscar verdades ocultas en las cosas y, además de que no veo muy bien, me da por probar cualquier porquería, pensé que nada me podría pasar por picar un poco de aquel santo alimento, que tantas veces de niño y adolescente compré en el torno de las monjas de clausura de la gran Augusta astur. Sólo me faltó santiguarme y sacar la lengua para recibir el Cuerpo de Jristos, pero juro que fue una comunión canónica en aquel entorno clásico, y no es coña, que seguimos en el Ática. Hostias un poco rancias, pero comestibles. Mientras volvía limpio, transfigurado por la gracia recién adquirida, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía. ¿Qué fue de las bolsas de basura?, preguntó una voz a la altura de mi hombro, tipo conciencia, como para romper la magia del momento. Pero aquel pan de ángel debía de estar impregnado de algún producto diabólico porque yo pasé de la llamada del deber, sólo tenía ojos ya para arder en pura llama mística en mármol pentélico, notaba los cojones encogidos como aceitunas arbequinas. Lloraba de alegría dolorida, de soledad masoquista y de abandono ático. No sé qué pasó después y no me importa. ¡Al carajo!


Kim Fowley.   Born To Make You Cry.  Nacido para hacerte llorar. 



Salud y felices pesadillas


ra