domingo, 8 de enero de 2012

Para Andreiev Aedoff


Alcayata, San Justo de la Uve. León.

King Crimson, 21st Century Schizoid Man.

Un clavo saca otro clavo..., ¡el clavito de Pablito!

Salud, colega.


Ramiro.

Reflexionando


Morales 2011

Hay quien, para pensar, prefiere la oscuridad, la encuentra más propicia al silencio y a la soledad que suele requerir la reflexión, pero ni silencio, ni soledad ni oscuridad son imprescindibles, ahí tenemos el diálogo o el banquete, pensamiento a duo o en grupo.

Aquí prefiero a los peripatéticos o a los epicúreos, paseando o recorriendo el jardín, con luz fresca si es posible.

Todo esto son nostalgias del buen sol como el que ya se estaba poniendo en Morales del Arcediano el día de las fotos, en el prao del salón junto al Turienzo. Eso y el mensaje que Alberto, el Capi del Teach, me dejó en una entrada de la semana pasada que titulé Los colegas.
Me dió un alegrón porque llevábamos tiempo sin saber de él y a la vez me puso a cavilar.

Es lógico que no pensemos lo mismo en todo o que incluso discrepemos abiertamente en algunas cosas, pero creo que quien escribe debe de contar con el lector. En principio tiene que pensar en su existencia real si pretende comunicar algo, sin él la escritura sólo es un ejercicio gimnástico del cerebro que piensa y la mano que ejecuta, ahí se acaba.
Si el acto se realiza ha tenido que existir un mínimo de connivencia porque nadie nos obliga a leer lo que no nos gusta. Es difícil que el interés perdure si el desacuerdo es total, pero se puede dar.

El problema, a mi parecer, suele plantearse con más crudeza en un nivel menos básico, ¿hasta dónde me permito llegar?, en el caso del escribidor y ¿cuánto le voy a permitir?, en el caso del lector, que, como se apreciará tiene la sartén del texto por el mango -no me pasaré aquí con la expresión-.

La pregunta que se le plantea al escritor de oficio (aunque no viva de ello) tiene que ver con los límites y la censura. Al decir de oficio doy por hecho que conoce sus herramientas y el asunto del que trata, por tanto no es una pregunta acerca del estilo o los contenidos, sino sobre el modo en que éstos deben ser expuestos ante unos lectores reales que sin embargo no conoce, tratando de ser lo más fiel posible a su pensamiento y de atenerse a una norma que es, en principio, el respeto.

Lágrimas de sauce (llorón)

Ahora bien, ¿que pasa cuando el escribiente es un aficionado a la escatología, un género al fin, pero aquel que se ocupa precisamente de los asuntos más desagradables, tratando de no resultar cursi al nombrar lo Innombrable?. Si para escribir hay que tener cierto valor y, si se puede, llegar a la osadía, ¿qué pesares de conciencia no sufrirá un eskatólogo Como Dios Manda?¿Dónde colocar el nihil obstat?

No ando fino, toy perdío, a ver si mañana me aclaro un poco más, como las hojas del sauce.

En serio. Me ando metiendo con los banqueros, con los jerarcas de la iglesia, con los políticos, y hasta con las creencias y las ideas, pero lo último que quisiera es ofender a un inocente, sea pequeño ahorrador o pobre de solemnidad, creyente o ateo, del pp o anarquista...
Otro asunto es si todas las personas y todas las ideas merecen respeto, pero insisto, sí los inocentes que creo que son muchos en todos los bandos.

Donde Alberto me podrá dar caña también es en mis pasadas "arquitectónicas". Pero quizá me equivoco de medio a medio y no tiene nada que ver con todo esto. En fin.


Salud Capi, y a todos, y buen día.


Ramiro.

sábado, 7 de enero de 2012

Θα σαλτάρο, Al asalto


Oviedo

Un poco de música del otro extremo del Mediterráneo, tan puteado o más que éste, antes y ahora. La traducción del título griego es un tanto libre. La mi morena me acaba de recordar el otro significado, muy interesante, de Za saltaro: Volverse loco.


Θα σαλτάρω, Γιώργος Κατσαρος, Katsarós (1888-1997).

Μιχάλης Γενιτσάρις, Genitsaris (1917-2005). 


Los saltadores, otro título de la canción, asaltantes diríamos, eran grupos de ciudadanos organizados, resistentes a la ocupación alemana durante la 2ª Guerra Mundial, que asaltaban los camiones de suministro del ejército germano, no tanto por patriotismo como por necesidad. Sobrevivir en la Grecia ocupada fue la preocupación fundamental de una población que perdió en esos años medio millón de un total de 8 millones de habitantes, sólo de hambre. 

Los procedimientos para hacerse con la mercancía, gasolina sobre todo, pero también alimentos, iban del audaz golpe de mano a las argucias más ingeniosas que planeaban los saltadores, salteadores les llamaríamos en otra clave hispana. En realidad valientes que se jugaban la vida, porque el castigo de los nazis era el fusilamiento de los que caían, niños incluídos, o represalias indiscriminadas contra la población civil que era quien participaba en los asaltos.

He puesto las dos versiones ya que no tengo claro todavía quién es el verdadero autor. Desde luego Katsarós era más viejo, le sacaba 29 años a Genitsáris que en 1940 tenía 23, algo joven me parece para esta canción en un rebetis. Katsarós andaba entonces por los 52, una edad que creo más ajustada.
Sin embargo en muchos lugares figura Genitsáris y yo no lo desmentiré. Por supuesto su mayor juventud no lo invalidaría como autor, no es un argumento definitivo.
La versión del viejo parece también más antigua y eso que tocaba una guitarra, más grave y templada, caso extraño en el rebétiko, donde lo frecuente es el baglamá, esa especie de guitarra pequeñina con tres pares de cuerdas que tiene un sonido primitivo, agudo y escacharrado.

A mí me gustan las dos pero siento debilidad por los Barbas, los abueletes, y Katsarós murió jovencín, sólo vivió 109 años. ¡Parece que el costo de agosto nun ye tan malo pues los rebetes, si no se daban a los opiáceos, eran longevos! El propio Genitsaris murió con 88.

Salud, Υγεία!

Ραμιρο.
Ramiro.

Beso picassiano


Beso picassiano, 1991
Pintura en polvo sobre cartulina
Ramiro Rodríguez Prada

Salud y muchos besos.

Ramiro.

viernes, 6 de enero de 2012

Epifanía y fin de fiesta


Triagrama funerario para don Ramón

¡No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuíta sabiondo!.

Se lo estaba diciendo don Ramón María del Valle-Inclán a Saturno, sentado y erguido, sin joroba ni difraz del conde de Romanones. El actor callaba arañando la superficie de la mesa de la bodega con la uña. Tenían sendos vasos delante pero no había jarra ni botella

¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura

que hace hemanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?

Recitaba don Ramón sin énfasis, solemne y grave, como nunca lo oyera. Me quedé paralizado en el recodo de la escalera, escuchando. No quería romper aquella magia.


¡Todo hacia la muerte avanza
de concierto,
toda la vida es mudanza
hasta ser muerto!

¡Mi existir se cambia y muda
todo entero,
como árbol que se desnuda
en el enero! 

Recordé que estábamos en enero, en la noche del 5, víspera de Reyes y que me había ido a la cama pronto agotado de tanto trajín cabalgatero, juguetero, cocinero y turronero. Vine a parar a la escalera del bodegón del manco de Vilanova sin saber cómo.
Los dos hombres bebieron, pero enseguida Valle volvió a declamar.

Tuve conciencia. Ví la sombra mía
negra, sobre el camino de la muerte
y vi tu sombra blanca que decía
su oración a los tigres de mi suerte. 

Resultaba dramática la escena y triste en aquel escenario subterráneo lleno de trastos inútiles, inservibles como los dos zombis geniales, porque sentía ya tanta ternura por el otrora jorobeta como por el buen manco. Decidí bajar y tratar de animarlos. Valle se había sentado y apoyaba la barbilla en el bastón de la curuxa, Satur no había cambiado de postura y seguía rascando en la madera.

¡Buenas noches, señores!, canté muy rumboso.

Nadie se movió ni me contestó pero de pronto don Ramón se giró y poniéndose en pie me apuntó con el bastón. Quedé tieso sin mover un pelo. Y dice, como si no me viera, mirando hacia la escalera,

¡No tuve miedo, fui turbulento,
miré en las simas como en la luz!

Me dió un repeluzno cuando habló de simas. Sólo se me ocurrió decir otra vez Buenas Noches, pero con el mismo resultado. Valle retrocedió hacia el centro de la bodega y se volvió encarando una cuba vacía. Saturno sólo arañaba en la mesa y seguía callado.
El manco, más esperpéntico que al principio, blandía el bastón frente a la boca abierta de la cuba, amenazándola con una estocada. Pero volvieron a beber y empezó a recitar de nuevo. 

¡Cubista, futurista y estridente
por el caos febril de la modorra
vuela la sensación, que al fin se borra,
verde mosca, zumbándome en la frente!

A las dos en punto de la tarde

Empecé a sentir un frío mortal. Me miré pensando que tal vez iba desnudo como aquella otra noche en la que no sabía dónde estaba, ¿qué noche?, ¡qué importa, una cualquiera! La primera vez que había estado allí. Bebieron otro trago.

¿No hace mucho frío esta noche en la bodega?, pregunté acercándome un poco a Saturno y dirigiéndome a él. Pero seguía imperturbable rascando la madera, como si no me viera ni me oyera.
Me empezaron a castañetear los dientes no sólo por el frío sino por la sensación de miedo que me iba ganando.
Algo en mí decía, Sólo es un sueño, pero no lograba tranquilizarme. Bebieron por cuarta o quinta vez y yo pensé que el vino de aquellos vasos no se acababa nunca.
Ví a don Ramón parado frente a la cuba alzando la cabeza al techo como cuando buscaba en la distancia las luces de A Pobra do Caramiñal desde el pino de la Illa de Arousa y se me encendió a mí una: tuve el atrevimiento de alzar la voz para decir, ¡Tejerina!.

¡Nada! Por toda respuesta un silencio más punzante que el frío. Aterrorizado sin saber a ciencia cierta porqué fui reculando poco a poco hacia la escalera. Me giré para subir y salir de allí, pero entonces un grito me detuvo. Don Ramón me apuntaba con el bastón desde el fondo del sótano, en la semioscuridad sólo se le veían brillar los quevedos y relampaguear la blanca barba con el ritmo de los versos.

Soy el negro dueño
de la abracadabra
y trisca en tu sueño
mi pata de cabra.


Salí de allí como alma que lleva el diablo, pensaba, ¿no serán ellos los muertos y yo el fantasma?

Desperté hace un rato sudoroso. Estaba en la cama matrimonial de casa, con mi compañera al lado. En la habitación hacía calor y me levanté. Había quedado encendida la calefacción y fui a la cocina a apagarla.
Sobre la mesa había una botella de Centenario Terry del mejor. No es el lugar donde los Reyes infantiles dejan los regalos, pero sí tal vez los duendes y trasgos amigos del manco genial. Abrí la botella, llené un vaso y lo alcé brindando por él, 

¡Va por usted, don Ramón!

¡Larga vida al brandy proletario!, contestó la voz del galego desde el patio de luces.

Lo estoy bebiendo ahora mientras os lo cuento.

Salud.

Ramiro.

P.D. Pata Negra. Pasa la vida.


Felices sueños.