lunes, 25 de febrero de 2013

Amadeo, Basilisa, Calixto


Grecia,  agosto 2012

Metaliteratura


Los tres relatos de las golondrinas de los días precedentes eran un experimento y un juego. No estoy demasiado contento con los resultados, pero lo intenté.

Se trataba de enlazar una historia en tres capítulos y que se pudiera leer encabezada por el primero o por el tercero indistintamente, sin perder cierto morbo. Puesto que el orden de publicación es el inverso al que encontraremos después, cuando abramos la página del blog, de ese modo se empezaría a leer primero el último que se publicó, encabezando el cuento ese capítulo.

Pero para mantener cierto suspense, además de retrasar el desenlace o alguna clave, sin descubrir toda la historia ya en la primera entrega, que en este nuevo orden sería la última y por tanto la destinada a contener la resolución del enigma, en caso de que hubiera tal, para no perder suspense, digo, necesitaba un grado de indefinición argumental que no estoy seguro de haber conseguido, además de que eso le resta verosimilitud y potencia al cuento, actúa en contra de lo puramente narrativo. Pero ése era el reto.

Para ello eché mano de un relato más bien abstracto, que no proporcionara demasiadas claves y en el que los papeles de los personajes fueran casi intercambiables, sin perder ellos del todo su identidad. Que apenas hay identidad, aunque sepamos el nombre y el sexo, o algún detalle expresivo.
No es la técnica del punto de vista, de Durrell por ejemplo, tanto como los personajes sin rostro y sin nombre de Beckett. De hecho empecé llamádoles  A, B y C.

Sólo quería tratar esto para explicar, a los que no tenéis el hábito de la escritura, los berenjenales en que nos podemos meter con la historia más chorra y sin sustancia, a poco que uno se proponga complicar las cosas, ¡y total, para que los resultados se queden en tentativa!, en fin...

J. S. Bach. Glenn Gould, piano.  Invención  Nº 13.


El recurso, con distintas variantes, no es nuevo. Yo recuerdo ciertos cuadernillos poéticos, incluso en prosa, con las hojas sueltas y sin numerar, y que se podían barajar para conseguir así lecturas y enlaces insospechados del sentido o del absurdo, dependiendo del azar y de la capacidad de sorpresa del lector.
Cortázar lo ensayó en  Rayuela y en su secuela o vástago, 62 modelo para armar, con los brillantes resultados conocidos.

En este caso, hay un intento de no salirse de un relato realista que no propone más lecturas que las presentes, sin asombros, pero en la frontera del suspense y lo indescifrable, como si el trágico secreto que tal vez se esconda detrás de la indefinición, no fuera en definitiva más que eso, suspense, humo, nada. O lo peor imaginable. Había que taparle la boca, etc. Ése es el motivo de no dar un re-mate claro a la historia.

Por otra parte, el título Golondrinas lo encabeza un numeral que tampoco se corresponde con los capítulos de la historia. Al igual que ésta, están invertidos y siguen el orden de arriba abajo que la página establece una vez publicados: 1. A (madeo). 2. B (asilisa). 3. C (alixto).
Del mismo modo, los tres capítulos llevan al final el  continuará..., porque la lectura doble que se propone -comenzar por el 1 ó por el 3- así lo exige. Εse continuará..., convertiría el texto de hecho en una lectura circular.

El cap.1. (A)madeo, que en realidad fue el último en publicarse aunque ahora en la página lo tengamos arriba, pues, comienza con la frase   Al fin;  El 2. (B)asilisa, empieza con   En mitad del camino, que como ya adivinaríais encabeza el Purgatorio del Dante, en el centro de La Divina Comedia;  El 3. (C)alixto, el último (o primero), por  Al principio.

Todo esto en esquema sobre el papel, otra cosa es conseguir el efecto deseado.

Y el nombre de los protagonistas. Se corresponde con el de tres personas, casi personajes, de mi infancia en el pueblo. A Basilisa, que en griego significa reina como también sabréis, la escogí sobre todo por la B inicial. El lugar lo deberían ocupar antes otros dos personajes femeninos más prototípicos, pero no coinciden las letras iniciales. No puedo evitar sin embargo apuntar los nombres, los apodos en realidad, de esas mujeres: La tí Musagra y la Tranca.

En un par de días cambiaré la ubicación de este texto poniéndolo debajo de Calixto, para que al leer de arriba abajo, esta explicación no estropee la poca intriga que pueda haber en el ¿cuento?

Por último, insistir en que se trataba ante todo de un juego sin mayores pretensiones, quizá os hubieran prestado más unos cuentines al uso, y puede que a mí también.

No sé si me expliqué; sigo intentándolo.

J. S. Bach. Glenn Gould, piano.  Invención  Nº 1, 2 y 3.

http://www.youtube.com/watch?v=PK6ZmUUWKzE


Salud

Ramiro

domingo, 24 de febrero de 2013

Golondrinas -3


Grecia,  verano 2012

1

  Amadeo

Al fin no fue necesario el concurso de más personas, decidieron que tres éramos suficientes. Pero cada uno tiró por su lado, Basilisa se fue hacia el sur, Calixto al este y yo al oeste. Me gustan los ocasos, la noche y las sorpresas de primera y última hora.
Casi todo lo fié a los días finales cuando, más o menos, teníamos previsto compartir las novedades que por separado hubiéramos encontrado. Y mientras tanto, a vivir.

A mí no me preocupaba mayormente qué dirección seguir dentro de mi terreno, nos dejaron claro que lo hiciéramos sin agobios, sin competir. Bastaba, pues, con ir tomando notas mentales aquí y allá, tener el ojo atento para lo extraordinario y cierto don de la oportunidad, llámale suerte si quieres. Lo demás llegaría por sí solo. Incluidas las puestas de sol. Maravillosas.

¡Enfoque, enfoque!, no somos fotógrafos aunque trabajemos con imágenes, y un buen desenfoque puede ser tanto y más expresivo. No se puede atar la creatividad como si fuera un mazo de ajetes tiernos. Y lo que está claro es que Calixto es un calzonazos, va con los de la feria y vuelve con los del mercao. Vale que Basilisa se pusiera pesada con la síntesis ecuménica de marras, pero darle también la razón con su tabarra sobre la forma de obtener los datos, ya es pasarse. Se empieza discrepando y se acaba mandando. Menos mal que finalmente el listo recapacitó e hicimos lo que teníamos que hacer. No nos dejó otra salida y había que taparle la boca de alguna manera. Nos curamos en salud. Todo sea por un final feliz.

No vale la pena darle más cancha al tema, las cosas son como son y no tienen vuelta atrás.

(continuará...) 

Ramiro Rodríguez Prada


J. S. Bach. Glenn Gould, piano.   Invención  Nº 15.

sábado, 23 de febrero de 2013

Golondrinas -2


Grecia,  agosto 2012

2

Basilisa


En mitad del camino de la vida, siempre me gustó ese comienzo, en una encrucijada, me salió al paso esta oportunidad y pensé que no podía dejarla escapar. Conmigo escogieron también a dos hombres, Amadeo y Calixto. Como no nos pusimos de acuerdo ni en la dirección a seguir, ni en los auténticos objetivos, yo me vine al sur porque adoro el sol.
Era una labor para enfrentar en equipo, desde luego, porque el plan requiere una mirada conjunta, pues se trata de un campo muy amplio, donde la perspectiva de un observador individual será siempre parcial, sin abarcar más allá de una porción limitada de ese espacio de estudio. Me fui sola e inquieta, pero feliz al fin y al cabo.

Prefiero el calor, sin embargo abrí un paréntesis entre los días que dediqué al proyecto, para desplazarme al norte, más que nada por contrastar un poco lo que hasta el momento era mi visión del asunto. No es que sacara muchas conclusiones, pero aprendí una lección tan sencilla que me dejó asombrada: no hay sur sin norte, y viceversa. Lo cual para mí significaba que nuestro trabajo haría aguas si no nos centrábamos o no lográbamos acotar, con cierto equilibrio en sus partes, el territorio que se nos proponía. Poner el foco en el problema. El hecho de que hubieran querido quitarnos presión no descartaba cierto rigor en los procedimientos, a mi modo de ver. Lo que no significa que no disfrutara del sol, pero me apeteció probar también la sombra y comparar.

Pero tampoco en eso estábamos del todo de acuerdo, como se pudo comprobar cuando finalmente nos reunimos la última semana. De hecho estábamos tan en desacuerdo que enseguida comprendimos que nunca llegaríamos a entendernos. En un primer momento Calixto parecía querer razonar, adoptando una postura intermedia, incluso acercándose a mi punto de vista, pero acabó cediendo a la pasión de Amadeo, más que a sus razonamientos. Como tampoco tenía interés en competir con ellos, ni se nos pedía tal cosa, no puse mucho énfasis en defender mis tesis, pero en ningún momento transigí con los pobres y escasos argumentos que se me presentaron.

¿Porqué llegamos a donde llegamos? Éso es algo que yo ya no puedo explicar. No hubiera querido ser el centro de una disputa con tan dramáticos resultados.

(continuará...)

Ramiro Rodríguez Prada


J. S. Bach.  Glenn Gould, piano.   Invención  Nº 9.

viernes, 22 de febrero de 2013

Golondrinas


Grecia,  verano 2012


3

Calixto


Al principio casi no me lo podía creer, ¡yo uno de los seleccionados para un trabajo tan interesante! Conocí a mis dos compañeros, Basilisa y Amadeo, ambos con criterio y mucha personalidad, sin embargo, o tal vez por eso mismo, no llegamos a nada concreto. Soy un enamorado de los amaneceres, así que me dirigí al levante.
Fui consciente de que separados no íbamos a conseguir la excelencia, pero como disponíamos de un tiempo para poner en común los hallazgos de cada uno, antes de entregar el resultado de nuestras investigaciones, no quise preocuparme en demasía y decidí tomarme las cosas con calma.

Por lo común soy una persona exigente conmigo mismo en el trabajo. Me gusta tenerlo todo controlado, si es posible incluso, bien atado, pero éste no era uno de esos encargos en que debiéramos echar el resto. Es cierto que había sido muy reñida la fase previa, pero enseguida nos dejaron claro que para realizar nuestro cometido no se necesitaba tanto músculo como imaginación, y tampoco buscaban una competición entre nosotros. Era importante que nos sintiéramos agusto para que el pastel resultara lo más sugestivo posible, sin la presión del deber estricto o los gramos exactos de azúcar en la masa. Creo que nos dieron razones bastantes para que obráramos con entera libertad. En el tiempo que duró aquella bicoca no dejé un solo día de contemplar el alba a la orilla del mar, algunas desde dentro del agua. Después de todo llevaba en el recuerdo un montón de bellas imágenes de las que hablar.

Creo que Basilisa se complicó demasiado la vida y eso hizo que Amadeo perdiera la paciencia. Ella traía mucha información y él lo había dejado todo en manos de la improvisación. Por mi parte, amén de mis inolvidables auroras, venía algo documentado y con un acopio de anécdotas suficiente para no quedarme en blanco cuando llegara la hora.

Pero no debí dejarme llevar por la ira y menos secundar a ese loco.

(continuará...)

Ramiro Rodríguez Prada


J. S. Bach. Glenn Gould, piano.  Invención  Nº 14.

jueves, 21 de febrero de 2013

El geniecillo de Albons


El leñero de Albons
Girona, julio 2012

El geniecillo de Albons


Buscamos la pelota entre las plantas y flores del pequeño jardín de casa. Por las tardes jugábamos con las palas y lo dejábamos todo sobre una mesa en el porche. Mirábamos entre las hojas rastreras de una vincapervinca, por si hubiese rodado hasta allí, cuando vimos al gato atravesar el patio maullando y con el rabo levantado. A todos se nos encendió la misma luz: había sido él.

¿Cómo hacerle comprender al maldito minino que en casa no había más pelotas y que nos tenía que devolver aquella?
Cada cual utilizó sus trucos, pero el gato nos miraba con cara de no haber comido una raspa. Abría la boca como si dijera, ¡Dejaos de pamplinas y dádme lechina, que yo me llamo Andana!

Sabíamos que el Andana le tenía la guerra declarada al juego de las palas y muy en concreto a la dichosa pelotita. Cuando jugábamos, él se iba al rincón más apartado del jardín, porque era raro que en algún momento la pelota no lo alcanzara cuando más agusto estaba tumbado, y como era un gato asustadizo y un poco memo, escapaba corrido como si le hubiera caído encima un obús.
Más de una vez intentó morderla, pero no le entraba en la boca. ¿Lo había logrado por fin y se había deshecho de ella después? Nos parecía demasiada inteligencia para aquel gato, pero como no encontramos una explicación mejor la dimos por buena. Y lo cierto es que la pelotina no apareció.

Es posible que ya hubieran distraido más cosas, porque después echamos en falta algunas, pero no empezamos a mosquearnos de verdad hasta una mañana en el desayuno cuando vimos que apenas quedaban galletas en la caja. Yo la había llenado el día anterior y lo hacía cada dos o tres. Nadie se declaró responsable de aquella falta. Carecía de importancia, sólo que era extraño, ¿teníamos acaso algún sonámbulo en casa?.

Y entonces empezaron a desaparecer, un día sí y al otro también, una serie de objetos, la mayoría banales: un abrecartas y un pisapapeles del despacho, una mano haciendo la puñeta donde mi mujer colgaba algunas baratijas, un minutero en forma de cerdito de la cocina, un sombrero o una pandereta de la percha del pasillo.
Pero junto a esas tonterías, una mañana faltaron las llaves del coche y poco después las de casa de mi hija mayor. Había llaves de repuesto para el vehículo y para la vivienda, pero lógicamente aquí la preocupación subió ya muchos grados.

Sin haber descartado del todo la idea de que alguien estaba sufriendo un episodio de sonambulismo, puesto que no encontraba otra explicación racional, me aposté una noche en la tumbona del salón con una manta sobre las rodillas. Desde allí tenía una visión muy completa de varios tramos y huecos de la casa, la entrada al despacho y a la cocina, un trozo del pasillo con la puerta de un servicio, y el arranque y primer tramo de la escalera al piso superior, donde estaban los dormitorios.

La noche se me hizo larguísima. A la mañana siguiente no tenía que ir a trabajar y pensé que me daría tiempo de sobra para recuperar en dos días el sueño perdido. Tal vez por pensar en dormir fue por lo que me quedé traspuesto a última hora, antes del amanecer.
Y debieron ser apenas unos segundos, porque desperté con esa sensación tan característica de sobresalto, que avisa de que no te puedes dormir. Pero al mismo tiempo creí oír un ruido en la cocina. Era la puerta más alejada del lugar desde donde yo vigilaba y estaba en la penumbra, pero me pareció que una pequeña sombra pegada a la pared, más densa, se había deslizado hacia el pasillo. Me levanté con cautela pensando en el gato, pues la sombra no tendría mucho mayor volumen.

Al salir vi que la puerta de casa, abierta unos veinte centímetros, dejaba entrar la luz de la luna al pasillo. En ese momento la sombra, que yo había perdido, amparada quizá en la oscuridad de aquel tramo, atravesó el rayo de luna y salió al patio.
Fue tal su velocidad que apenas pude retener detalles de lo que vi, y me parecía tan extraordinario que eché a correr detrás. Sólo me dio tiempo a ver cómo algo parecido a los rabos de una levita desaparecía entre la madera apilada en el leñero, en un extremo del porche.

Entré a por una linterna y me puse a buscar al intruso. ¡Nada de nada! ¿Qué había visto en realidad? ¿Era un niño con cara de viejales burlón y traje de urraca? No lo sé.
Volví pensando que mañana por la mañana tenía que inspeccionar con detenimiento el leñero, sacando los troncos si era preciso. Empezaba a clarear, tenía que acostarme.
A la puerta de casa estaba plantado el Andana con el banderín del rabo tieso, dándome la bienvenida como si yo viniera de las Cruzadas. Cerré la puerta con llave y me fui a la cama preguntándome por qué razón aquel gato pánfilo no se acercaba nunca al leñero, del que de hecho huía como de la pelota. Cosas...

En el desayuno, contando esto a mi mujer y a mis hijas, no me creyeron. Sin embargo lo contaba relativizando lo que había vivido, estaba oscuro, yo medio dormido, la imaginación puede hacer estragos, etc.
Cuando bajé al porche, vi sobre la mesa todos los objetos desaparecidos, incluida la pelotina, y algunos otros que no habíamos echado en falta. Creo que sólo faltaban las galletas. Entré corriendo en casa para que vieran las pruebas del delito y comprendieran que había algo muy extraño en todo aquello que no podía ser obra de un animal.

Naturalmente todo lo cargaron a mi cuenta, ¡Papá, a otro perro con ese hueso, todos sabemos que fuiste tú!

Pasé el resto de la mañana y parte de la tarde vaciando el leñero, observado con recochineo y distancia por mis tres mujeres. No encontré nada, pero estaba absolutamente hecho polvo. Al entrar en casa para la cena, allí estaba otra vez el gato en el dintel de la puerta con su rabo vertical, ¡yo creo que se reía el muy cobarde!...


Ramiro Rodríguez Prada 


Albert Pla.   Pesadilla.



Salut!