sábado, 24 de agosto de 2013

74


Insolación. Grecia, agosto  2012.


Salía tirar la basura



Era la hora de la siesta y había un silencio anormal, algo sordo parecía resonar como en el interior de un tambor. Bajé por el callejón y muy cerca del final vi un pequeño reguero de algo rojo que juraría que era sangre. Al doblar la esquina, sentado en la acera con la espalda apoyada en la pared del edificio, un yonky yacía espatarrado con una jeringuilla clavada en el brazo. Dejé las bolsas en el contenedor cercano y miré a mi alrededor buscando alguna ayuda, pero no pasaban ni las golondrinas, que nunca faltan. La baba cayendo todavía de la boca abierta: no se me ocurrió otra cosa que abofetear al pobre diablo para comprobar si, en efecto, estaba muerto, pues era la impresión que daba. Pero abrió los ojos de golpe, me miró airado, desclavó la jeringa, la limpió en la camiseta y se levantó. Yo no sabía qué decir. No hizo falta. Sin mediar palabra me soltó un cañonazo en plena nariz que no pude esquivar. El tipo se fue tranquilamente mientras yo trataba de detener la hemorragia. No era bastante el pañuelo, fui dejando un reguero de gotas de sangre hasta casa.


Ψαρογιώργης.   Του μελιού τη γλύκα.




Salud y felices pesadillas


ra

viernes, 23 de agosto de 2013

73


Cruce de caminos.


Salí a tirar la basura


y aún no estaban puestos los cubos en la acera. Salir antes o después de las tres horas que suelen permanecer allí, hasta que pasan los de la recogida y los vuelven a llevar, es algo frecuente. Como hacía muy buena tarde para dar un paseo, decidí llevar las bolsas al punto limpio permanente (PLP). Por el camino se me arrimó un pequeño perro vagabundo atraído por el olor que desprendía una de las bolsas. Intenté alejarlo, pero el chucho debía de estar realmente hambriento porque volvía una y otra vez, hasta que, en un descuido mío y por detrás, hincó los dientes en la bolsa y la desgarró. Se desparramó la basura por la acera. Con un papel traté de recoger lo mejor que pude la mayor parte, mientras era observado por el perro a una distancia prudencial. Cuando acabé, oigo que me dice el animal, ¿No hubiera sido mejor que me la hubieses dado al principio? Lo miré con más rabia que asombro y le contesté, ¡Habérmela pedido por las buenas, mamón!


Eric Clapton.  Crossroads.



Salud y felices pesadillas


ra


jueves, 22 de agosto de 2013

72


Ribadeo,  2013.


Salí a tirar la basura.


Cuando bajaba las escaleras exteriores que desembocan en la calle, me dio tal apretón de barriga que tuve que dar la vuelta rápidamente, entrar en casa de nuevo, posar las bolsas y meterme en el váter a escape. El desarreglo se repite, la realidad me descompone, pensaba en filósofo. Deposité mis desperdicios más íntimos, mientras reflexionaba sobre el hecho de salir todos los días a tirar la basura, descontando algún olvido y ciertas humanas flaquezas. Una vez terminada la obra escatológica, y mientras tiraba de la cadena y me subía los calzoncillos y el pantalón, discurría que en realidad hoy ya podía darme por satisfecho. Había cumplido sólo hasta cierto punto, es verdad, pero las cosas no siempre salen como uno planea o quisiera. Estaba, pues, metido en disquisiciones que podríamos llamar metabasura, esquivando la calle y la porquería real mediante un circunloquio o rodeo, sin entrar en materia palpable. Ésa la arrastró el agua del retrete, me contesté. Acallé mi conciencia pensando que tal vez ya habría pasado el camión de la basura; debo tener una conciencia muy laxa porque era media mañana, en aquel punto hay contenedores todo el día y el camión pasa sobre las 12 de la noche.


Albert Plá.   Diarrea mental.




Salud y felices pesadillas


ra

miércoles, 21 de agosto de 2013

71


Oviedo,  2012.



Salí a tirar la basura



y la tiré. ¿La tiré? ¿Salí?. Sí, imagino que la habré tirado, luego saldría. ¿Dónde la tiré? ¿Cuándo? Supongo que en los cubos o en los contenedores, por la noche, ¡qué importa! ¿Cómo? ¿Porqué? Levantando las tapas y dejando las bolsas. ¿Porqué?, porque estaban llenas y olían mal. ¿Estás seguro? ¡Joder, yo que sé! La memoria reclama datos precisos, respuestas concretas, se agarra a cualquier fecha u hora y la eleva a la categoría de trascendental, aunque después se demuestre que se equivocó en varios minutos: tal día, a tal hora, en tal lugar, murió Fulano..., o no pasó nada. Entonces se calma, ya tiene su versión, su verdad. A la mañana siguiente compruebas que, ¡oh, sorpresa!, te habías olvidado de tirar la basura y todo era un sueño pesado de última hora. Después, en el periódico del día, lees la esquela de un vecino.



Agazi Dimitruka. Zulfu Livaneli. María Faraduri.   Tora íne argá.  Ahora es tarde.






Salud y felices pesadillas



ra


martes, 20 de agosto de 2013

70


Escenario callejero


Salí a tirar la basura



y al abrir la puerta del portal y asomar, se encendieron en la calle unos focos de luz potentísimos que parecían dirigidos directamente al edificio y que me dejaron deslumbrado. Al mismo tiempo oía aplausos casi a mi lado, una ovación cerrada en realidad. Cuando por fin pude ver algo, haciendo visera con una mano, quedé confundido: unas doscientas personas se habían reunido en el espacio delantero de la finca y, sentadas sonrientes en sillas plegables, miraban muy atentas. Me encogí de hombros y enfilé sin prisa hacia los cubos. Dos focos me seguían a través del pasillo que habían dejado libre hasta la escalera que baja a la calle. El silencio era absoluto. Estaba tan acobardado que no me atrevía ni a levantar la cabeza. Los focos me siguieron por la acera hasta los cubos. El silencio me pareció tan total que hasta me dio miedo y alcé la cabeza pensando que tal vez ya había desaparecido la ...¿alucinación? Pero la luz me seguía enfocando y vi docenas de caras expectantes en la sombra. Al depositar las bolsas en los cubos escuché otra salva de aplausos, muchos ¡bravo! y algunos alegres silbidos. Con la cabeza gacha y sin saber qué pensar volví sobre mis pasos. Regresó el silencio inquietante que me enervaba más que las ovaciones, o que aquella extraña reunión de público como para una velada veraniega de teatro al aire libre. Al llegar al portal, y justo al abrir la puerta, rompieron de nuevo los aplausos, más entusiastas se cave. Por curiosidad me giré antes de entrar y cerrar. Todas las caras miraban alegres y, casi instintivamente incliné la cabeza en señal de agradecimiento. Entonces el respetable se puso en pie redoblando la ovación y se escucharon nuevos ¡bravos! Cerré y llegué a casa preocupado, ¿tenía algún problema identitario, necesitaba el reconocimiento del público, era una alucinación? Fui rápidamente hasta la ventana del piso desde la que se ve la entrada del edificio. No había nadie.


De la película L'Africana, de Margerete von Trotta.  Eleni Karaindrou.  Finale.




Salud y felices pesadillas


ra