sábado, 16 de noviembre de 2013

O Κώστας Ταχτσής, Costas Taktsís- 3. Las vueltas


Kostas Taktsís

Las vueltas
Τα ρέστα


Buenos días. Reduciré al mínimo los comentarios y me limitaré a las citas que apunté en el momento de la lectura, hará ya unos diez años. No encuentro el libro para darle el repaso que quería y comprobar si mis apuntes son correctos. En todo caso esto es sólo una invitación a la lectura y nada más.

Taktsís publicó estos textos, a medias ensayo, autobiografía y cuento, en 1972, y en nuestro país los editó Ediciones del Oriente y del Mediterráneo en el 96, traducidos, como La tercera boda, por Natividad Gálvez. Tengo notas de 13 historias que no sé con seguridad si es el número total de ellas, y curiosamente mis apuntes empiezan por la última, tampoco sé porqué. Lo mantengo.

La última. La primera imagen.
Un análisis descarnado y triste de lo más íntimo de las relaciones familiares griegas, y de las razones de su propia homosexualidad.
-"Grecia no fue nunca mi patria, sino mi matria."
-"Va la liebre a beber agua en el cuello de Kostakis": Canción y juego infantil con el que su padre le hacía reír.

La primera. Las vueltas.
Recuerdos de infancia marcados por algunas palizas, el carácter inestable de su madre y la pobreza.
-"Por las mañanas venía la señora Roxani desde Tumba a lavar la ropa.": Tumba es un barrio de Salónica, ciudad donde nació y vivió Taktsís sus primeros años.
-"¡Qué bella era la vida esos días!", dice al recordar un tango, cuya letra apunta:

"Al bailar el tango se aprietan
y se abrazan
pero ella en cada vuelta
mira la puerta..."

-"¡Maldita la hora en que te traje al mundo!..."
-"En días así, el gramófono o no tocaba nada o tocaba siempre el mismo disco."

-"Pobreza, en este mundo eres
la que más hijos tiene..."

La 2ª. Cuestión de temperamento. El examen: la multiplicación...

La 3ª. Un producto moderno. La brillantina...
-"En la parte de atrás del nuevo edificio, que daba a su patio, sonaban canciones de la Vembo:"

"Te hablaré de mi dolor
de los secretos de mi corazón,
las esperanzas que la vida me daba
se perdían, se borraban."

Κώστας Γιαννίδης. Σοφία Βέμπο.  Σ΄αγαπώ γιατί είσ΄ο μόνος.


La 4ª. Una visita. La epiléptica. Y los marineros de Ándros y Samos...

La 5ª. Un barco en tierra. La motora de vapor, juguete de su tío.

La 6ª. La mancha. Historia sobre su primera polución, relación infantil, la paja...

La 7ª. La coartada. Un campamento en 1940. Canción de autobús:

"¿Porqué se alegra la gente
y sonríe, madre mía.
¿Porqué luce así el sol
y resplandece así el día..."

Otra canción:

"Y si muero en la batalla
entre tanta hostilidad
enterradme con paleta
junto a Yiannis Metaxás"

-"Una o dos veces uno de los chicos mayores entonó una canción no apta para niños o prohibida por la policía, El komboloi, o Bárbara, la que trasnochaba en Glifada."

Ν. Σδρεγα. Π. Τούντας.  Στελλάκης Περπινιάδης.  Η Βαρβάρα


-"Desde la playa llegaban las notas de una canción cantada por desafinadas vocecitas femeninas:"

"Ay, veneciana de mi corazón
en sueños seductores
construye palacios el amor..."

-"Bajaba de Kolonaki hacia el café Brasilian, con Menis, uno de los auténticos Apolos que circulan por el mundillo ateniense."

La 8ª. Mi padre y los zaapatos.
Empieza con metaliteratura, hablando del propio libro y sus claves:
-"... más allá de un acontecimiento personal, utilizado como núcleo en torno al cual se tejió la historia, nada más es autobiográfico..."
-"... comparando uno de los zapatos, suela con suela, con el suyo, para ver si le iban bien.": Frase final. Los zapatos habían sido regalo de Paul, un inglés.

La 9ª. El abrigo rojo. De su tía, en realidad enlutada...

La 10ª. Una historia diplomática. Las pajaritas...

Calle Gregorio Lambraki.
Rodas. agosto  2013.

La 11ª. Los zapatos y yo. En Londres, coincidiendo con el golpe de los coroneles en Grecia. Menis, un personaje que reaparece:
-"... era de los griegos más activos de las Juventudes Lambrakis": Lambrakis era el diputado comunista que mató la extrema derecha griega en Salónica y que dió origen a la novela  Z, de Vassilis Vassilikós, llevada al cine con el mismo título por Kostas Gavras.
Vuelve a aparecer, esta vez en la capital inglesa, Paul, el británico de los zapatos de su padre.

La 12ª. Unos peniques para el Ejército de Salvación. Australia.
-"... y las mujeres no tenían aquella feminidad provocadora y a la vez llena de hipocresía que tanto lo enojaba -y lo desanimaba- de las griegas."
-"En pocas horas había encontrado trabajo, mientras que para conseguirlo en Atenas tendría que haber escupido sangre, amén de lamer muchos culos."

Las canciones de hoy son algunas de las citadas por Taksís.

Δημήτρης Γιαννουκάκης. Ιωσήφ Ριτσιάρδης. Κούλα Νικολαΐδου.  Το κομπολόϊ.  El komboloi.


Salud y buena letra


Ramiro Rodríguez Prada

viernes, 15 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -3. Periplo isleño


Απέρι, Aperi.  Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.

Una vuelta a Kárpazos


Buenos días. Si queréis ver una isla griega del tamaño de Kárpazos (301 Km. cuadrados), mediana pero la segunda del Dodecaneso después de Rodas, calculad dos o tres días, mínimo, de alquiler de coche o moto. A poco que tengáis un encuentro en cualquier sitio u os enrolléis, porque os mola, en otro, vais a perder cosas de ver. Pero el objetivo, más que andarlo todo, tal vez sea ése precisamente.

Hagamos lo que hagamos siempre nos queda tinta en el tintero y deseos de volver, por lo que vimos y por lo que no.

Cuando podemos reducimos el alquiler a un día, porque viene a salir por unos 40-50 €. en temporada alta y eso es un día de comida abundante para cuatro personas poco tragonas como nosotros. La moto es más barata y permite llegar a sitios más difíciles y remotos. Si no se lleva mucho equipaje y preferimos la aventura, en casi todas las islas hay autobuses baratos, pero a veces a los pueblos sólo tres a la semana, o uno que va por la mañana y regresa por la tarde o al día siguiente, etc. Por eso la disponibilidad del viajero es importante, para quedarse donde termine el fierru si hace falta y buscar allí un lugar para pasar la noche. Eso como regla general.
Para los palikaris quedan las bicicletas, que no vimos este verano salvo en Kos, más llana, hay poca afición en Grecia al ciclismo; Y el senderismo. En Kárpazos hay que estar entrenado, aunque existen muchas rutas que faldean las montañas, costeando, sin excesivos desniveles.

Y eso es lo que encontraréis nada más dejar Pigadia, cuestas. Empezamos la ruta por el norte, saliendo hacia Aperi, precioso bajo las nubes, aunque soleado, mirando desde lo alto a la bahía. Dicen que es uno de los pueblos más ricos de Grecia, aunque nosotros hemos escuchado lo mismo en otros muchos lugares. Lo cierto es que tiene una colección de casas burguesas del XIX de muchísimo poderío, y unos periboliα, jardines privados maravillosos. Algo habrá, porque fue capital de la isla hasta finales de ese siglo, Pigadia venía a ser su puerto.

Aperi está como a 300 m. de altura, la carretera sigue subiendo, y la panorámica de la costa este desde allí es guapísima. Se suceden los entrantes y bahías entre pinares, una constante tanto en el este como en el oeste, y no hace falta añadir nada del azul del mar.

En las faldas orientales del Kali Limni, 1.215 m., la cumbre de la isla, en un pequeño golfo, junto al mar se encuentra Kyrá Panayiá. Es poco más que una aldea, encajonada en un estrecho valle que termina en una playa de guijarros. En los alrededores las hay también de arena. El pueblo se ha convertido ya en un lugar de veraneo en el límite de su capacidad. Sólo lo agreste de la zona y la dificultad del acceso impedirá que siga creciendo la construcción, porque el lugar es una cocada.

La bajada por una estrecha carretera asfaltada es de infarto, no apta para temblones, y esto último lo digo por el freno y el volante: ni la más mínima duda ante los desniveles y las curvas mareantes sin quitamiedos, y estoy acostumbrado a las carreteras y puertos asturianos, que no son llanos precisamente. Hay que ver cómo baja el autobús, de unas cuarenta plazas, ocupando todo el ancho de la vía y asomando el morro por el precipicio en muchas curvas. Pero todo el descenso lo haces acompañado por un intenso y embriagante olor a pino y un paisaje precioso.

Mihalis Zografidis.


Μενετές, Menetés.  Kárpazos
Grecia, agosto 2013

Spoa, a continuación siguiendo hacia el norte, cruce de carreteras, está  más o menos en el centro de la isla, donde comienza su parte más estrecha. A partir de allí y camino de Ólymbos y Diafani, es posible ir viendo en algunas zonas los dos mares que bañan Kárpazos, pues la distancia no pasa de cinco o seis kilómetros en línea recta de una a otra orilla. Spoa está asentado en el interior, recostado bajo la cumbre de la montaña, pero a poca distancia, en una pequeña ensenada a sus pies tiene, junto a la costa este, otro de los puntos turísticos más solicitados, Áyios Nikólaos.
Otra vez las dificultades del terreno impedirán que el crecimiento turístico acabe con las bellezas naturales del lugar.

La carretera continúa próxima a las cumbres, muy aérea, lo que permite seguir disfrutando de las espectaculares vistas. A una y otra parte se suceden las ensenadas, grandes y pequeñas, y en general abiertas y bastante batidas por el oleaje, sobre todo las del oeste. Y playas solitarias a las que se llega por malos caminos de tierra, o accesibles sólo desde el mar. A todo esto tuvimos que renunciar, tanto por las dificultades de los caminos como por la escasez de tiempo.

La carretera a Ólymbos desde Spoa es muy reciente y no está terminada, quedan unos tres o cuatro kilómetros hacia la mitad del recorrido. Toda la zona, muy elevada, está cubierta de nubes buena parte del día. Pasan rozando y cubriendo parcialmente los picos y los pueblos, y son las responsables últimas de las diferencias climáticas en los dos lados de la isla, este y oeste.
La atmósfera allí arriba está cargada de humedad y la luz filtrada parece teñirse de blanco, como si una cortina sutil se interpusiese entre el ojo y los colores. Es esa diferencia que se puede apreciar entre el tono de la primera imagen y la segunda. Aunque ésta es de Menetés, el otro pueblo colgado del monte en el gran circo que rodea Pigadia, en la costa este, por el que pasamos en dos ocasiones y en el que también merece la pena detenerse un poco. Pero el color, que volveremos a ver, es el característico de Ólymbos, del que me acuparé en el siguiente capítulo, y que mira a la costa oeste.

En cuanto a la diferencia de tres o cuatro grados de una banda de la isla a la otra, se explica por la altura de las montañas en una franja de tierra tan estrecha y cubierta de bosques, donde las nubes se demoran, cargadas de humedad, puesto que la isla se halla a muchas millas del continente y por el oeste no tiene los vientos secos del resto del archipiélago, procedentes de Anatolia y dominan los húmedos de Egeo. El encuentro con los procedentes del este, más cálidos, provocaría la condensación y las diferencias climáticas locales. Así lo entendí, que me disculpen los metereólogos.

Nikos Nikolau, ensayando en Ólymbos. Parte 2.


El primer día pensábamos subir hasta Ólymbos por la mañana y ver la costa de poniente por la tarde, hasta Arkasa, pero el encuentro con los músicos nos entretuvo mucho y la tarde fue una carrera contra reloj para visitar Diafani, Mesohori, Levkós, Finiki y Arkasa. De hecho tuvimos que renunciar a Mesohori, que nos dolió más porque, por lo que oímos, es también muy guapo, y cruzar por las dos últimas de paso, un par de veces pero sin parar. Eso no nos importó tanto, porque son dos de los destinos turísticos que más han crecido en los últimos años y el caos urbanístico, especialmente en algunos lugares de Arkasa, es más que notable.

Tras visitar Diafani, salimos a escape hacia Levkós, el lugar de veraneo preferido por isleños y griegos, tal como leímos y escuchamos, y donde teníamos fundadas esperanzas de encontrar acomodo. Llegamos al atardecer, quince minutos antes de la puesta del sol sobre el mar.

La bajada hasta las cuatro bahías que rodean Levkós ya es muy guapa. La primera, separada un kilómetro del resto, está bastante abierta al mar y la playa es de piedras, pero el entorno rodeado de verdor y un denso y añejo bosque de pinos con el fondo de la alta caliza de las montañas nos gustó mucho. No veíamos demasiados turistas, pero al llegar al pueblo empezaban a dejar las playas los bañistas de ese día. La carretera en muy estrecha y hay dificultades para cruzarse en varios puntos. Nos tocaron todos los coches que subían y nos empezamos a mosquear. Fue sólo una decepción momentánea porque en un cuarto de hora se vaciaron las playas y se despejó la carretera. Levkós quedó tan tranquilo como cualquier puertín de veraneo familiar.

Vimos la primera puesta de sol allí y preguntamos precios de apartamentos. Quedamos de volver al día siguiente para buscar otro poco y cerrar el alquiler, ya habíamos decidido quedarnos. Pero a Levkós dedicaré el último capítulo de Kárpazos.

Mihalis Sakellis, Yiorgos N. Maltas. Lefkós.


Κυρά Παναγιά, Kyrá Panayiá.
Karpazos, agosto 2013.

Al regreso pasamos por Stavrí y Menetés, en el interior y colgados en lo alto de las montañas. La carretera los cruza y es también muy estrecha, como lo es la que cogimos en la mañana del segundo día, para volver a Levkós, que atraviesa Ózos y Pilés, partiendo de Aperi. Todos ellos instalados a su vez en balcones montañosos. Ózos tiene al parecer las casas tradicionales más antiguas de la isla, y de allí era natural un amigo del mi Dimitraki, pero al fin no pudimos saber de su paradero.

Ese segundo día miramos varios apartamentos para cuatro personas en Levkós y nos quedamos en lo de Nikos y María, que nos ofrecieron dos por el precio de uno frente a la playa central del pueblo, en una de las tres bahías que cercan el caserío.
Comimos allí ese día por primera vez y la tarde la dedicamos al sur de la isla, menos interesante porque es más pelada y seca, las montañas descienden y el terreno se torna completamente llano hasta la península donde está emplazado el aeropuerto.

Es hora de volver a recordar lo que uno tiene que dejar. El día anterior habíamos renunciado a bajar a las playas del este por los caminos de tierra y dejamos también unos pequeños restos arqueológicos clásicos junto a Ayios Nikólaos, Parudia, y en Arkasa la Acrópolis situada en una pequeña península, que tenía más interés.
Al poco de salir de Levkós, mucho antes del puertín de Finiki, ya se veía perfectamente el cono levantado como un volcán de la isla de Kassos a la que en principio pensábamos visitar desde Kárpazos; tampoco fue posible en esta ocasión.

Todo el sureste de la isla es un gran golfo muy abierto con multitud de pequeñas ensenadas con playas. Su centro es Laki y el turismo está empezando a ser un problema. No para los que tienen negocios, que ven crecer el número de visitantes. Es quizá la zona más ventosa de la isla y junto a la facilidad de acceso a la costa, hace que sea aquí donde se practican y concentran los deportes de la vela. El azul del mar es menos profundo que en el oeste y el norte, pero en conjunto más esmeralda y luminoso.
El extremo sur que cierra el golfo es el cabo Λίγγι, Lingi, donde naufragó un gran mercante que allí sigue encallado desde entonces. Se ha convertido en atracción turística. Hace años, rastreando con Google Earth las costas de las islas griegas, lo encontré y me hubiera prestado mucho verlo en vivo, tampoco pudo ser. Será cosa de las Moiras, el Destino, porque hay una islina en medio del golfo que se llama así, Μοιρα (pro. Mira).
Yiannis N. Pablidis.


Caía la tarde cuando llegamos de vuelta a Pigadia y aprovechamos el tiempo de luz para hacer una compra grande en un supermercado de las afueras, más barato: agua, bebidas, café, aceite y demás, algunas verduras, quesos, aceitunas, pasta, etc., dos cajas de provisiones para cubrir parte de las comidas de los diez días que pasáramos en Levkós. Aunque sabíamos que allí había tres o cuatro pequeños supermercados bien surtidos. Después de dejarlas en el Odyssey, fuimos a entregar el coche, en ese momento llegaba el ferry al puerto de Pigadia.
El atorrante que nos alquiló el coche se tomó en serio el enfado de la mi morena y tenía la oficina cerrada cuando llegamos. Un colega con otro alquiler de vehículos vecino, con el que nos entendimos a la primera y al que fue pena no conocer el día que andábamos buscando agencia, lo llamó y a los cinco minutos estaba allí. Se sorprendió de que finalmente le entregáramos el coche antes de tiempo, es posible que aún pudiera alquilarlo ese día, porque la marea de turistas que descargó el ferry no había tenido tiempo de llegar allí, lejos del puerto.

Cuando regresábamos andando al hotel ya oscureciendo, empezamos a cruzarnos con los primeros y entrando en Pigadia, mientras mirábamos los horarios en la estación de autobuses, tuvimos una sorpresa: Una pareja de gerundenses con los que habíamos coincidido y charlado en el aeropuerto de Kos mientras esperábamos la hora de los autobuses, estaban sentados en un banco próximo, con sus mochilas al lado.

Acababan de desembarcar y se habían encontrado con que ya no había autobuses a Arkasa, que era su destino. Y al día siguiente, domingo, tampoco furrulaban.
Celebramos la casualidad con unas cervezas bien frías y una charla animada, y les ayudamos a encontrar habitación. ¿Mar y Joan eran sus nombres?, que me perdonen y me corrijan si leen esto. Buena gente.
Otra pareja de catalanes que conocimos esperando el bus de vuelta al aeropuerto de Kos, me daría conversación y compañía toda la noche, y yo a ellos, mientras los míos dormían esperando la salida del vuelo, después de las 4 de la mañana. ¡Salut a los cuatro!

Δόμνα Σαμίου, Τραγούδια της ξενιτιάς.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Λύρα Καρπάθου. Κώστας Φιλιππίδης, Λαούτο.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Τραγούδι.  Sirmatikos Kárpazou

Υγεία, Salud!

Ramiro Rodríguez Prada.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Almejas y melones


Pappanatta siracusana  cruzada con  Almeja gallina.

Palurdas  y  cucurbitáceas


A finales del mes pasado llegó un correo del Capi, el causante de que me liara con las gallinas siracusanas. Me hizo reír un rato y, a vuelta de correo, le pedí permiso para publicar parte de su contenido. Como desde entonces no he recibido respuesta, interpreto el silencio administrativo en el sentido del refrán  El que calla, consiente. Así que me puse las pilas para investigar un poco.

El mensaje del Capi:

Al comprar una lata de almejas chilenas "Low Cost" me he encontrado que la
traducción al francés es "Palourdes".

Esto abre un sinfín de posibilidades a añadir a tus (nuestras)
elucubraciones oníricas sobre alguna clase de patos siracusanos y su
relación con las gallinas y su almeja.

Otra palabreja que me ronda es "Cucurbitácea" aunque aún no le he encontrado
ilación fuera de lo freudiano de mi relación con el "bello sexo" pero ojo,
sin ninguna preposición ni conjunción intermedia entre ambas palabras, es
decir freudiano de bajo rango.

[...]

Alberto

Bien, vayamos por partes. El asunto se las trae. La primera relación llamativa entre las Palurdas siracusanas y las almejas -dejemos a un lado de momento su nacionalidad y ese lugar común del coño femenino-, es el nombre de la especie más abundante de estas últimas en el Mediterráneo, Chamelea gallina.

¿Me vas a decir que una almeja se apellida gallina?
Es también la Venus gallina de Linneo.
¡La gallina Afrodita o la Venus almeja!
 La que en Andalucía occidental atlántica, Huelva, Cádiz, la tierra de Lola, llaman chirla, y chirla italiana, y en la oriental mediterránea, indistintamente chirla, almeja normal, etc.

Ya vamos acercándonos a Siracusa. Porque además Italia, con Turquía a continuación, es el país que más almejas pesca y cultiva por esta parte del mapa, ¿será por abundancia de Venus gallina, de gallinas Palurdas, o de ambas?

Habíamos tratado en un capítulo el tema de la falta de gusto musical de los patos, así como el gran oído y la buena voz de algunas gallinas siracusanas amantes del bel canto, si bien la mayoría no pasa del cacareo desafinado habitual. Y aquí encontramos la segunda coincidencia, porque las almejas, palourdes, chirlas, llámense Venus o Gallina, carecen de sentido del oído. Aunque en esto se parecen más a los patos, repito, o repato (en Asturias pito es pollo, y cigarro).
No poseen órganos foniátricos, por lo que ni cantan ni parlotean como la mayoría de las siracusanas, característica que las aparta de las gallináceas aunque se apelliden Gallina. Y tampoco tienen gusto, no quiero decir que sean insípidas, que no sepan a nada, cualquiera podrá comprobar este extremo comiéndose la almeja de una gallina, es decir la chirla de Venus, sino que no paladean. Creo que me estoy liando. Volvamos al método.

El problema de la relación entre gallinas y cucurbitáceas es todavía más peliagudo, y entre éstas y las almejas ¡no te digo!..., porque, por ejemplo: ¿cómo encaja el pepino en la chirla?, o ¿podríamos hablar de los melones de Venus, y del cohombro de sus gallinas?..., son sólo algunas de las cuestiones que se nos plantean.
Deseoso de hallar una solución, adentréme en el proceloso mundo de las especies y sus manías. Ahí sí que ya me perdí completa y definitivamente.
¿Hay alguna relación entre la trompeta de algunos lamelibranquios y Falopio el de las trompas? ¿Cuando la almeja abre su corazón, léase piernas si se quiere, y aplaude con sus valvas, está rindiendo homenaje a los labios mayores, a los menores o a las ninfas de la Venus gallina o, por el contrario, trata de atrapar el dicotiledón de una cucurbitácea?

Entrando ya en terrenos morfológicos, biológicos, embarrados como los pantanos de Siracusa donde, por cierto, cohabitan en amor y compañía bivalvos y gallinas, ambos palurdas pero también de otras especies, me encontré con descripciones farragosas y a veces crípticas, incomprensibles.
Dice por ejemplo un pollo de la almeja de Venus, que  "tiene el silo paleal profundo y el margen interior de la concha dentado, desde cerca de la cima hasta el margen posterior del escudete". Eso del silo profundo, la cima, el margen posterior y el escudete no nos inquieta, pero lo del borde dentado inmediatamente nos hace pensar en una vagina dentatta, y aquí nos metemos de lleno en el sexo de los ángeles, osease de las gallinas y las chirlas.

Por su parte las cucurbitáceas no se quedan mancas con sus flores pistiladas, sus pétalos libres y sus ovarios ínferos. Sí, son rastreras y trepadoras, pero también gamopétalas y pentámeras a carta cabal, lobadas y carnosas. Y la cosa del esclerénquima externo suave, duro y turgente, ¡cuidadín!

Dimensiones de los bultomas cucurbitáceos

Una característica que comparten todas las especies tratadas hoy, y es mi último hallazgo, es su condición de afrodisíacas. Otra vez Afrodita abriéndose de patas, o sea de valvas y cotiledones. Pero es cosa de la que me permito dudar, con todos mis respetos, conociendo como conozco a las Pappanattas siracusanas.

Como se puede ver, llegado aquí ya no sabía por dónde andaba, si enredado entre los pelos del coño de Venus, en medio de la almeja, entre los mamelones de Afrodita o en los ovarios de una gallina clueca. ¡Veinte días incubando y en lugar de pollos me salen pepinos y almejas, igualitos todos, como gotas de agua!

Y no va más por hoy. La ciencia no es lo mío..., pero seguiremos investigando.

Buenos días.

Korvus Korax, O Mavros.

The Buddy De Franco Quartet. Buddy De Franco, clarinete. Kenny Drew, piano.
 Milt Hinton, bajo. Art Blakey, bateria. NYC. Julio, 1953.   
The things we did last summer.  Lo que hicimos el último verano.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sombra en Kos, Σκιά στην Κω


Kos. Grecia, julio 2013.

Marisco


Desde muy pequeños mi padre nos llevaba todos los días al río en verano, a bañarnos, pero sobre todo a pescar. Pescaba con caña y a mano, que era su técnica preferida. Aunque de más mérito y menos dañina que otras, es un arte prohibida y tal vez eso le añada interés. Solíamos pasar unas tres horas allí, de doce a tres. Conocía el río como el pasillo de casa. Era raro que no lleváramos alguna buena trucha, o un barbo, unos escallos y una docena de cangrejos, cogidos también a mano. Volvíamos con un hambre de muerte. Allí nos esperaban aquellos riquísimos fréjoles veraniegos con refrito de ajos y pimentón.
La caña era más infrecuente en él, pero la pesca del cangrejo a retel era otra de sus aficiones cuando se abría la veda. Entonces pasábamos la tarde en el río, echando los reteles en tramos donde sabía que abundaban, hasta el oscurecer y más allá, que era cuando se cebaban de verdad.

Tardé años en atreverme a meter las manos en las algas y las raíces de la orilla, y eso a pesar de haber vivido muchas veces la emoción de ver cómo mi padre sacaba una trucha de uno o dos kilos, y mayores. Me daba asco y miedo. Mi hermana, tres años más pequeña que yo, agarraba las culebras de agua por el rabo y dejaba que se le enroscaran en la muñeca. Es un bicho inofensivo y temeroso que ni muerde ni pica, no suelen pasar de medio metro y su grosor no exceder los dos centímetros, pero para mi aquella prueba era insuperable. Las agarraba por el rabo para hacerme el valiente, pero las soltaba al segundo; nada más ver cómo intentaban alzar la cabeza y enroscarse, las sacudía y las soltaba.

En cierta ocasión a mi padre lo mordió una rata de agua. Normalmente no molestan y escapan nada más verte, pero había metido las manos en un cembo de la raíz de un árbol que entraba en el río. Les llamamos cembos a esos cepellones de tierra y hierba que rodean las raíces de los árboles. Cuando éstos están casi en el agua formando la orilla, la tierra bajo las raíces va cayendo y queda una zona hueca y seca a la que sólo se puede llegar por debajo del agua. Debió tantear por allí a ciegas, donde tal vez anidaba la rata, y lo mordió.
No soportaba tampoco a las ratas, así que hasta los quince o dieciséis no empecé a pescar a mano. Al principio en lugares de agua transparente, de poca profundidad, pecines, cangrejos y algún alevín de trucha que no daba la talla. Hasta dos años después no cogí la primera pieza grande, una trucha que pasaba de los dos kilos y que es mi récord personal en ese raro arte.

Pero no es de mis hazañas pesqueras de lo que quería hablar, sino de los cangrejos.

Habíamos pasado toda la tarde en el río repartiendo en distintos rincones una veintena de reteles. Apenas cogimos un par de docenas y no muy grandes, pero al atardecer empezaron a entrar y sacábamos los reteles llenos, algunos ejemplares escapaban en el momento en el que el artilugio sale del agua, porque rebosaban y es una operación que debe hacerse rápido. La docena de cangrejos que venía en alguno ya pesaba un poco y la oposición del agua aumenta la dificultad.
No sé si convendría describir el retel y el procedimiento de pesca, veamos: es un aro de hierro de unos treinta centímetros de circunferencia con una red atada en forma de pequeña bolsa, en cuyo centro se pone un plomo y sobre éste se ata el cebo, carne, un pez, una rana. Un palo de metro y medio, con una horquilla en un extremo, cortado a la misma vera del río, ayuda a colocar el retel en el rincón apetecido, en el fondo del agua, sujetando con una mano la larga cuerda que se ata al aro y arrimando después cuerda y retel con la horquilla. Muy sencillo.

El hecho es que, con diez u once años, ya debía saber la técnica porque tenía mi propio palo y ayudaba a mi padre a sacar y recolocar en los sitios fáciles y donde menos cangrejos caían. A él le daba pena dejar aquella tarde el río porque en media hora casi habíamos llenado la truchera y seguían cebándose como hienas. Se nos hizo de noche. Mi hermana empezó a quejarse de frío y entonces mi padre anunció, ¡Venga, los echamos otra vez y nos vamos! Al final llegaríamos a casa cerca de las once de la noche.

Y aquí viene el cuento. Ya no se veía nada, en algunos lugares teníamos problemas para encontrar la cuerda del retel que atábamos en algún arbusto cercano a la orilla. Era la última sacada y hasta que no teníamos el retel a la altura de los ojos no veíamos el contenido, sólo podíamos calcularlo por el peso. En los cinco o seis a mi cargo salían más o menos una media de seis cangrejos por retel en aquel momento. Bastantes.
Estaba sacando uno de los últimos y me pareció que pesaba mucho, al salir del agua vi el bulto oscuro que colgaba en el fondo de la red y pensé que venía lleno de cangrejos. Cuando lo acerqué a mí, llevé tal susto que volqué el retel en el agua.

¡Papá, papá, corre, ven, saqué un cangrejo enorme!
Se acercó en dos zancadas, ¿Dónde está?, preguntó.
¡Se me escapó, pero era enorme!
Sería una rata, dijo sonriendo.
¡No, no, era un cangrejo muy grande, grandísimo, le vi las patonas con pinzas, las antenas, y los ojos y todo! ¡Pesaba por lo menos un kilo!
¡Entonces era una langosta!, contestó él muy serio.
Pero yo, como experto conocedor de las distintas especies piscícolas, dije, más serio aún, ¡No, yo creo que era un centollo!

No supe porqué se reía pero, por si acaso, cuando mucho tiempo después me atreví y aprendí a pescar, nunca se me ocurrió meter las manos en los cembos y raíces de aquel pozo del río.

Ramiro Rodríguez Prada

Βασίλης Τσιτσάνης,Vasilis Tsitsanis. 
Ζουζούνια, Zouzounia.  Τα καβουράκια, Ta kavourakia. Los cangrejitos.


Salud

lunes, 11 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -2. Pigadia -2


El puertín deportivo de Pigadia y capota de nubes
 al norte de la bahía, sobre  el pueblo de Aperi. 
Kárpazos, Grecia agosto 2013.

Κάρπαθος- 2. Pigadia- 2 


Buenas. El primer día, puesto que no teníamos coche hasta el siguiente, lo dedicamos a recorrer el pueblo y bañarnos en una de sus playas, que bordean esa bahía semicircular de unos dos kilómetros sobre la que se asienta el caserío. La más céntrica, alrededor de trescientos metros de larga, es de arena, después va alternando con los cantos rodados y las piedras directamente.

Hay dos puertos, ése pequeño de la fotografía que llamé deportivo, pero que usan indistintamente los pescadores, y el más próximo al centro, en la esquina sur, donde amarran los kaikes de turistas que hacen el circuito a la isla, pueblines o playas inaccesibles, y otros barcos algo más grandes, cerrado por un espigón donde atracan los barcos de más calado, ferris y mercantes.

El caserío se sitúa en el extremo resguardado de un un gran circo rodeado de montañas. Las cumbres del norte (800 m. aprox.), que rodean Bolada, Ozos y Aperi, antigua capital, que se extiende por la ladera al este de esos montes, están toda la mañana cubiertas de nubes, y a veces todo el día. Hablaré más adelante también de esa cadena montañosa de norte a sur que divide la isla en dos creando dos microclimas.
El pueblo de Pigadia se arracima por el sur hasta un cabo que completa el semicírculo de la bahía y en cuyo extremo, colgado sobre el mar, está ubicado el cementerio, que vale la pena visitar. En otro momento dedicaré algún capítulo a los cementerios griegos, ¡no sé cuando, se me acumulan los motivos y las promesas y se acorta el tiempo!...

La música, como anuncié, es toda de Kárpatos y en concreto de Ólymbos. En esta reunión que podemos ver, donde Pablidis también canta, suma su voz el Papa Yianni, pero la voz dominante de esas grabaciones es la de quien subió el vídeo, Yeoryios Prearis, otro habitual de esas sentadas musicales y de youtube.

Λύρα, τραγούδι, Γιάννης Παυλίδης. Τραγούδι, Παπα Γιάννις Διακογεωριου, Γεωργιος Πρεάρης. Λαούτο, Γιάννης Πρεάρης. 


Yiannis Pablidis, al que ya puse en la primera entrega, es otro de los liraris históricos de la isla. Su hijo Nikos, que sube muchos vídeos a youtube, es también músico tradicional, y su nieto sigue la estela familiar. El chaval, Yiannis, lleva dos apellidos históricos de la música tradicional de su pueblo, porque es Nikolau y además Pablidis. No sé si su otro abuelo es Nikos Nikolau, al que conocimos y escuchamos tocando este verano en una taberna de Ólimbos, junto con su hijo Nikos Vasiliou y un laúd.
Hay un par de grabaciones del guaje, una ensayando con el laúd en compañía de Pablidis hijo, y otra puliendo su lira. Ya lo hace muy bien.

Γ. Νικολαου Παυλιδης, junior, laúd y Nikos Pablidis, lira. 


Kárpatos tiene unos cinco mil habitantes, población que dobla en verano, más de la mitad concentrada en su capital, Pigadia. Ya dejó de ser aquella isla olvidada de la que hablaban las guías aún no hará una docena de años. Una pena no haberla conocido entonces, aunque sus bellezas naturales siguen casi intactas, y digo casi porque en algunos puntos la proliferación de hoteles, apartamentos, reclamos turísticos y cierto caos urbanístico no ayudan nada.
La propia Pigadia es guapa, pero hay que meterse por algunas callejuelas solitarias del pueblo viejo alejadas del mogollón, el paseo del puerto, lleno de restaurantes, y las calles colaterales, con otra buena cantidad de ellos y un montón de bares, heladerías, agencias, tiendas de recuerdos, ropa, calzado y pijadas mil. Todo eso, que se repite en muchas islas, ha terminado por hacer que algunas se parezcan más a remedos en miniatura de Ibizas, Miconos o Santorinis, que a sí mismas.

Pero aprovechemos lo que podamos. Las pitas yiro, que tanto gustan a los rapaces, eran buenas, y en un restaurante, To Ellinikou, pudimos probar varias especialidades griegas, unas dolmadakias (hojas de parra rellenas de arroz) minúsculas, que entrarían en una cuchara del café, las más pequeñas que hemos comido en Grecia. No soy muy aficionado a ellas pero he de reconocer que se deshacían en la boca; o unas melintzanes, berenjenas, al horno, un asado de cordero, o unos macarrones, que hacen ellos mismos en las casas, costumbre a la que ya me he referido en otras ocasiones y que en Kárpatos bordan.

Nos prestan los quesos, así que probamos el Ntopio (Dopio, del lugar), el karpáziko, de nombre Maroúli. Es un queso blanco de cabra totalmente deshidratado, duro por tanto, y muy salado, del estilo del Mizitra curado de Creta. Es un queso para roer, seco y primitivo, pero sabroso. Cada isla del Dodecaneso tiene el suyo, a nosotros el que más nos gustó fue el de Nisyros. Como el mizitra, sirve también para rayar.

Con los desayunos abundantes del hotel Odysseus, las comidas, más humildes y sencillas, las hacíamos en el apartamento. Por el pueblo hay puestos de fruta y verdura en la calle y varios supermercados, alguno con productos griegos, como los tomates cretenses, un poco más caros y que no serán caseros, pero sí superan en sabor y calidad a los que venden las cadenas de alimentación habituales. 

El siguiente tema, y voy cerrando, pertenece a un disco de Δόμνα Σαμίου, Της φύσης και του έρωτα. Repito lo ya escrito aquí sobre Domna Samíu. Era una cantante y folclorista griega que recogió y registró canciones tradicionales por toda Grecia, incluidas las islas. En este disco grabó canciones de Kárpatos y en algunas toca la lira un más joven Nikos Nikolau, el abuelo que conocimos en Ólymbos. Canta Andimisiaris y al laúd Tsabanakis.

Κώστας Αντιμισιάρης,Τραγούδι. Νίκος Νικολάου, Λύρα Καρπάθου. Γιάννης Τσαμπανάκης, Λαούτο.
Ο σταυραετός κι η πέρδικα.


Pigadia. Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.

Los domingos no circulan autobuses en Kárpatos. Entre semana los hay a diario y varios a las plazas más importantes.
El coche lo tuvimos que alquilar un viernes y un sábado porque no había el domingo ni el lunes. Normalmente lo devolvemos y regresamos al lugar escogido en autobús, esta vez nos vimos obligados a coger un taxi, so pena de quedarnos dos días más en Pigadia. La diferencia de precio del apartamento -en realidad dos por el precio de uno- que alquilamos en Levkós, donde nos quedamos diez días, más barato que el de la capital, más el ahorro de los billetes del autobús, nos permitió enjugar la pérdida, y los taxis tampoco son muy caros. Si no tienes mucho dinero y quieres pasar un mes en Grecia debes controlar este tipo de gastos, no hay otra manera.

El próximo capítulo lo dedicaré a ese recorrido de dos días por la isla en coche. Y tengo previstos otros dos más, uno sobre Ólymbos y el último sobre Levkós.

Y el tema que cierra pertenece a un disco dedicado a Kárpatos de esa estupenda colección francesa, Musique du monde, un instrumental donde toca la lira Nikos Vasiliou Nikolaou, hijo del anterior intérprete, con los que hicimos parea en su pueblo.

Nikos Vasiliou Nikolaou, lira. Laouto, Andreas Ioannou Fasakis.  Sousta Karpazou


Υγεία, Salud!

Μπαρμπαρόμηρος, Barbarómiros.