sábado, 29 de diciembre de 2012

Βρισιά και Γαμοσταυρίδια, Insultos y Cagamentos


Asturias, febrero 2012
Tacos


Buenas. Ante la imposibilidad de subir más imágenes al blog, tal como me anuncian, he tenido que improvisar algunas entradas de este mes. La de hoy estaba prevista para el 2 de enero, había colocado ya la primera fotografía y me faltaba todo lo demás. La he pasado a diciembre, cubriendo una de las entradas que me restaban para completar el mes.

Hubiera querido hacerla un poco más larga, con dos o tres imágenes, pero me limitaré a copiar las palabras más comunes, con algún comentario. Las tengo apuntadas en la chuleta que llevo siempre en el bolsillo cuando ando por Grecia. Es por si acaso, nunca se sabe... .
Aquí no necesito apuntarlas, las tengo en la cabeza, aunque no suelo a echarlas a rodar cada dos por tres.

Me pasó una cosa graciosa con esta chuleta en una ocasión, de las mías. Creo que ya la conté. Un año la olvidé, junto con las gafas, el tabaco, el mechero y algunas monedas, en la bandeja que ofrecen para depositar objetos sueltos, al pasar el control de policía en el aeropuerto de Atenas.
Llevábamos un rato en la zona de embarque, cuando se me acercó una policía preguntándome si tenía abuela. Yo entendí: ¿Éjis yayá?. Me extrañó y quedé un poco estupefacto por la pregunta, pero contesté inmediatamente: ¡Óji, den éjo, pézane!, ¡No, no tengo, murió!.
La mi morena, que estaba al lado, se echó a reír con la policía, que en realidad me había preguntado, ¿Éjis, yaliá?, ¿Tienes gafas?

Sacado del error acompañé a la policía, que al llegar al control lo primero que me dio, mirándome a los ojos con sorna, fue la chuleta donde figuraba en lugar preferente encabezando la serie, con tinta roja y bien visible, el mismo título de esta entrada, Vrisiá ke Gamoestavridia, o sea, Insultos y Cagamentos, o Maldiciones y Juramentos, en una palabra: Tacos.
No me corté mucho, yo también sonreí, recogí mis cosas, di las gracias y me despedí. Los dos compañeros de la policía miraban también con cachondeo en la cara.

Nikos Xydis.  Τι μαλάκας ήμουν.  Qué estúpido era. 

Malakas, Μαλάκας, tonto, idiota, estúpido, gilipollas... . Tiene otro significado que nos apuntaron ya el primer año que fuimos a Grecia: pajillero. Lleva no menos de 20 años siendo el rey de los insultos griegos. Suele ser leve, dicho continuamente por los guajes en las conversaciones en grupo, por la calle, en los bares, jugando al fútbol..., casi una coletilla entre colegas. Como todos los insultos, dependiendo del tono, etc.,  puede ser más grave. Se acompaña con frecuencia de la interjección Re o Bre, que vienen a ser refuerzos a la voz, aplicables en más casos, una especie de ¡Eh, tú!: Re, malaka!, ¡Eh, gilipoyass! o, ¡Será idiota!... .

Gamo to!..., Γαμω το (ton pateras, ti mitera, tin adelfí, ton adelfo su, tu, mu...), Me cago en, Me jodo en (tu, su, mi padre, madre, hermana, hermano...), de Γαμάω, ensuciar y follar, y de Gamos, Γάμος, matrimonio.
Es el primero y la fórmula que inicia los cagamentos y eskatologías. Se ciscan también en tu Virgen, σου Παναγίας, Panayia su, en tu Cruz, Σταυρό σου, Stavró su (de ahí Gamo-stavridia), Χριστό, en Cristo, o en tus Cojones, Orjidia su... . Gamo ti putana!, ¡Me cago en la puta!.
Gamísu!, Γαμήσου!, Vete a la mierda, jódete, como Gamióli!, Γαμιόλη!, ¡Hijo puta!, con la misma raíz. Para este insulto hay variantes, como: Karióli!, Καριόλη, Kázarma o Putanas yie!

Γιάννης Μηλιώκας.  Με τον μαλακα. Con el bobo.

http://www.youtube.com/watch?v=2ewgKhw4Jdw&feature=related

Las putas, siempre en candelabro, maltratadas, tienen como en todas partes muchos nombres. Además de ese italianismo, creo, Putana: Porni, TsulaKariolaPaliozíliko..., Putón. El prefijo Palio aumenta el tamaño, la gravedad, etc. de lo que sigue: Paliopedo, Paliokolo, Paliotsula...
Darvachís, Νταβατζής, Mastropós, Μαστροπός, Rufiános, Ρουφιάνος, es macarra, proxeneta, chulo, y Putaniaris el putero.

La jodienda no tiene enmienda, y la cosa sexual, incluidas las conductas consideradas desviadas por nuestras sociedades machistas, cuenta con su espacio en los insultos.
Keratás es cornudo, el toreado y Keratúklis pillín, el torero. Alepú, pícaro, zorro.
Adelfi, Pusti!, homosexual, maricón!. Pisoglendis, marica, bujarrón, "el que festeja -glendis- sus bajos -piso-, su culo", dice el heteróxido Dimitrakis, ¡no el Dimitrakos, cuidado!.
Trabao malakía y Kata trava, es hacerse una paja. Y Kalá trava, Bien la clava, el follador.

Goin' Though & Isorropistis. Πόσο μαλάκας είσαι. Cuánto gilipoyas hay.

http://www.youtube.com/watch?v=1n1qL8B1TtA&feature=related 

Y entramos en una serie común también a todos los pueblos. Empiezo por una guarra, pero graciosa.
Munópano!, ¡cabrón!, pero que literalmente significa "encima del coño",  pano es sobre, to Muní el sexo femenino, es decir: ¡Compresa!
Bástarde! Argidi, bastardo! y creo que también cabrón, aunque ésta segunda me suena a huevazos o huevón, como Kefala, cabezón, y será Orjidakia, huevines?, o huevos de plata, ya no dorados... . Por cierto, cabezón, o sea zoquete, era en Kazarévusa, Jondrokéfalos, cabezagorda, no sé si se sigue utilizando. Μάρκος Βαμβακάρης, tiene una canción titulada  Πεισματαρα, Pismatara, tozudo, cabezón.

Kaló muní!, ¡tía buena!, literalmente, buen chochoMunaki, chochito y Tomari, pellejo. 
To Chuchuni es la pilila, en lenguaje infantil. Pútso y Pútsa, polla, sinónimos de los más intelectuales Péos, Péus, y de Kablí, pene, verga (del barco, y cable?...), y no estoy seguro si Krunós, tubería, caño.

Kirilé, un pijo. Yelíos y Chapachuliá, mamarracho. Mámona, mamón. Otro tema de Bambakaris es el Koróido,  mamón, jeta.  Anóito, Ilizós y Blakas son sinónimos de tonto, tarado, majadero. 
Trelós, loco, trelí, loca.
Mecisménos, Tifla, Mástora, Suroménos, pueden funcionar como sinónimos, según las circunstancias, de borracho, colocao, fumao, pasao...

Golemis.   Ante gamisou re malako.  Anda jódete, so imbécil (o blandito?)
  
Kolo el culo, y la mierda, Skatá, o la basura, los excrementos, Kóprana, son también objeto de atención como no podría ser de otra manera tratando de Eskatología. Arriba apunté Paliókolo, intraducible, algo así como culón, maricona, culo añejo.  Palio es también antiguo, pero en estos contextos es más que eso, rancio, cutre, exagerado en todos sus aspectos negativos, el Palioduñá del rebétiko, que he traducido aquí a la chulesca por Mundo furris.

Kólakas, es pelotillero, y más literal, ajustado al kolo castellano, lameculos. Koproskilo, caca de perro.
Tákanes skatá!, Brava cagalera!. Tákana pano mu!, Me cago en diez!, el monje Dimitrios me apunta que significa literalmente Me meé encima (de miedo, por ejemplo). Le preguntaba si el término Ipálilos, Escribiente, se podía usar como aquí Cagatintas, pero no.

Aunque decimos que detrás de los pedos viene la mierda, vamos a invertir hoy la cosa y terminar con ellos.
Klaniá, el pedo, y Klaniés en plural. Creo que también Klaso, algo así como estampido, (Un chiste tirao aquí, polisémico: Tirar pedos, Tocar el klaso...), y Pordés, que es una palabra con cierto olor a podrido ya.

Τζιμης Πανουσης. Panusis.  Ωδη στον μαλακα.  Oda al memo. 

http://www.youtube.com/watch?v=gMlG4jkZeEI

Moutza. Dejo para mejor ocasión los gestos, muy expresivos. Sólo citar el peor, el más grave, la Moutza.
Al parecer viene de época  romana y bizantina. Existía la costumbre de humillar a los enemigos vencidos, untándoles las caras de mierda o ceniza (Moutzos) y ese gesto de lanzar la porquería, abriendo la palma de la mano frente al insultado, con los dedos extendidos, es lo que ha quedado de la antigua costumbre. Y se le añadieron connotaciones sexuales. Los dedos se prestaron a estos juegos en muchas culturas.
Lo acompañan a veces con un chasquido sonoro, ése que se hace con la lengua y el paladar, o golpeando el dorso de la mano abierta con la otra y reforzando el gesto con las dos manos.

Espero que os hayáis divertido, pero que no necesitéis usarlos, sólo lo justo.

Y una despedida que me enseñó el mi Dimitraki y que no es raro oír. Ya la subí alguna vez, se dice incluso después del Kali nijta, Buena noche, que es la fórmula común cuando uno se va a la cama.

Active Member.  Kalinijta malaka.  Buenas noches, gilipollas.



Υγεία, Salud y...

Nα κλάνεις όλη τη νύχτα!,   Na klanis oli ti nijta!,   ¡Que pedorrees toda la noche!


Skylorómiros Rontriguéas Mavropradakos

viernes, 28 de diciembre de 2012

La pipa de la Sultana


Oviedo,  octubre 2012.

Buenas noches. Los motivos por los que he dejado esta etiqueta en el abandono durante más de seis meses no son deliberados. Simplemente don Ramón no volvió a hacer acto de presencia desde finales de junio, cuando se cumplía un año de aquella primera aparición en mis sueños.

La última crónica relataba un encuentro en una ciudad desconocida. Don Ramón, acompañado por su criado Eusebio, me sacaba de la cama y me llevaba a una especie de aquelarre nocturno, en un local donde se habían reunido todos los zombis que pasaron por estas páginas.
Conseguí zafarme de la vigilancia del Eusebio y escapar de allí, pero el viejo manco me pagó con el desprecio de no volver a visitarme.
Eso es lo que sospecho. Para un ego tan exaltado como el suyo, la afrenta de mi fuga debió ser como para enviarme a sus padrinos y montar un duelo de yataganes o facas.

Hoy quería retomar el final de la aventura del chibuquí, que tuvo su continuidad pero que dejé pendiente porque Valle se me presentó otras dos veces después de aquello, el 11 y el 23 de junio, y me obligó a cambiar los planes, alterando el orden. Esos dos encuentros están contados en las entradas precedentes de esta etiqueta.
Así que este capítulo es una continuación del titulado Por el buen camino, del 2 de junio.

Aquella noche Sebio y yo acabamos sin conocimiento, tirados en el suelo de la bodega de don Ramón, después de haber fumado un haschís muy potente en el chibuquí del genial arousano.

Ay, Tejerina, Tejerina,
Guárdate de la borrina.
Que es muy mala, Tejerina,
Es más mala que la quina.
 
Me pareció oír esa cantinela como si me la estuvieran canturreando a la oreja. Abrí los ojos sin saber dónde estaba. La luz miserable, tal vez de una lamparilla de aceite, hacía danzar las sombras sobre las estanterías y los objetos que me rodeaban. 
Seguía en el bodegón del manco, me hice cargo de la situación cuando sentí rebullir algo debajo de mí. Estaba tirado en el suelo, echado sobre el corpachón de Sebito, que en ese momento parecía también desperezarse.

Me levanté con dificultad y precaución porque notaba que la cabeza se me iba, como si siguiese mareado. Entonces vi a don Ramón sentado en el banco mirándome con gesto burlón. Apoyaba la espalda en la mesa vuelto hacia donde estábamos y tenía el chibuquí en el regazo, descansando sobre el brazo derecho, como si acunara un bebé.
Lo veía preparando la puya y ésta no se hizo esperar:

¡Vaya una tripulación de soponciaos que embarqué! ¡Como para navegar hasta Constantinopla, con vosotros no llego a la Illa ni por el puente!
Y se echó a reír con una carcajada hipada que acabó en una tos infernal.
Eusebio gruñó desde el suelo, con quejido lastimero de oso huérfano, ¡Jaaakiiii, Jaaakiii!...
Don Ramón se desternillaba, había logrado calmar la tos pero le volvió otra vez, se le movían las barbas y las lentes en convulsiones sincopadas, y se diría que se estaba quedando sin aire.
Sebito, que intentaba levantarse, me urgió,
¡Dele unos golpes en la espalda que se nos queda!
Oviedo,  julio 2012

Se los dí, pero el viejo no reaccionaba, se había quedado encasquillado en el último estornudo y parecía un pajarín boqueando.
 
Eusebio me apartó y le dio con aquella manopla tal palmada en la espalda, que lo tiró del banco como si hubiera espantado una mosca.

Don Ramón fue a chocar contra una cuba. Aplastó la nariz pero las antiparras no sufrieron daño. Y sobre todo el manco empezó a respirar. Miraba a Sebito con mala jeta y el gigante agachaba la cabeza acobardado, pensando tal vez en el chorreo que le iba a caer cuando el manco recuperara el tono.

¡¿Dónde fue a parar el chibuquí!?, chilló entonces con expresión de tragedia, los lentes ladeados y la barba de chivo loco.
El chibuquí había rodado bajo la mesa y estaba intacto. Esto alegró tanto a Valle que olvidó el golpe y el enfado.
¡Vamos a darle otro tiento antes de que ocurra una desgracia!, anunció con los ojos chispeantes. ¡Usebio, llena unos chatos!

Sebio sacó un jarro de vino de la cuba y acercó tres vasos. Le faltó tiempo a don Ramón para arramplar con el de Eusebio y apartarlo a un lado. Miró al criado como a un colegial cogido in fraganti.
¡Te tengo dicho que tú no debes beber, y menos fumar tabaco de hombres! ¡Estás aquí en calidad de asistente, Usebio! Si aquí el pollo -añadió, mirándome de refilón-, tiene una singladura complicada hasta el Cuerno de Oro, o se traspone en brazos de las huríes, será preciso que alguien lo saque del embeleco, y yo solo me veo impedido.

El mocetón, con expresión ovejuna, había subido la pernera del pantalón y se estaba rascando una pierna, como si se rascara la coronilla.
¡Cubre la pierna, que puede sobrevenirte un erisipel!, le dice el viejo rompiendo a reír otra vez como un motor gripado. Sebio lo miró por un momento, preguntándose si debería aplicar la manopla de nuevo en la espalda de su amo, y Valle, que le leyó el pensamiento, entre toses, saltó como un tiro, ¡Lagarto, ni se te ocurra!...

¡Es el chibuquí de un Sultán!, decía el manco acariciando el largo tubo de madera que había colocado sobre la mesa.
Sebito miraba con cara de gula, ora a los vasos de vino, ya mediados, ora al costo que don Ramón había sacado de la bolsa de cordobán y con el que cebaba en ese momento la pipa.

Aunque casi inmediatamente me arrepentí, por llenar el tiempo se me ocurrió preguntar, ¿Quién era el Sultán?
¿¡Le importa, los conoce!?, contestó como un látigo, encarándome y dejando de cargar el chibuquí.
Yo tartamudeé, Bue..., buenoo, a alguno sí.
¿Personalmente?, y arrancó a reír y a toser. Cuando se calmó, volvió a la operación de cebar la cazoleta con el marrón, y dice con aire de triunfo, ¡Bayaceto!.
Tenía que haber cerrado la boca, pero dije, ¿Cuál de ellos?. La armé.
¡Oiga pollo, deje de tocarme los endrinos!, ¡¡Bayaceto no hay más que uno, el quinto!!

No quería contradecirlo, sólo conocía hasta el segundo, y además no pensaba discutir con él sobre el Imperio otomano, era una simple curiosidad.

El arosano acabó de preparar la pipa y ordenó a Eusebio que la encendiera, llevándose la boquilla a los labios y colocando el chibuquí entre sus piernas, con la cazoleta apoyada en el platillo del suelo.
El gigante se agachó provisto de un chisquero de gasolina, modelo años sesenta.

¡Quieto ahí, pirómano!, gritó el manco cuando Sebio se disponía a prender el costo, ¡¿Acaso quieres dejarnos el haschís oliendo a bencina, so Goliat?! ¿Qué hiciste del contravientoymarea que reservo para estas ocasiones, a falta de un brasero?
Se lo regalé a la madre de la mi Jaki, contestó Sebito con voz apenas audible y encogiendo al tiempo los hombros, como si se preparara para recibir un pescozón del manco.

Pero éste sólo lo miró con pena, parecía tener ya urgencia por fumar el chocolate y se giró para preguntarme si tenía fuego.
Es de gas, le dije.
¡Mejor que ese petróleo apestoso! Es un sacrilegio contaminar esta joya, ¡sólo el Gran Enredador sabe las vueltas que habrá dado este chibuquí! Bayaceto se lo regaló a una de sus favoritas, ésta a un amante genovés, artista pintor y aventurero, desde entonces, ha rodado de una a otra corte europea, hasta regresar a Estambul en la valija diplomática de un alto funcionario del Foreign Office, en el primer gobierno de Atatürk. ¡Al parecer el inglés era aficionado al opio y quería probarla in situ!.

Sebito iba a prender el material de nuevo, cuando la estantigua saltó por segunda vez, ¡Sooooó, Mamerto, no quiero trucos!, ¡¿entendido?!
El criado quedó con el mechero encendido y la bocaza abierta, esperando que su amo terminara el discurso. ¡Y usted, rábula, no vuelva a darle cuartel a este grumete de coro! ¡Ni vino ni fue, o se las verá conmigo en aguas más comprometidas! ¡Los tengo en el punto de mira, a los dos, no me verán cerrar los ojos! ¡He dicho!. Y remató, ¡Dale a la mecha, Sebio, que hoy cae Constantinopla! 
 
Don Ramón aplicó los morros a la boquilla y aspiró, al principio suave y después profundamente. Pensé que le daría la tos, pero aguantó el humo, me pasó el chibuquí y, olvidando su promesa, cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás, como en la primera ocasión, mientras iba soltando el humo poco a poco por las comisuras de los labios y por las fosas nasales, humo que se enredaba, se demoraba en su barba, en las lentes, y le daba un aspecto mefistofélico. Eusebio aprovechó para vaciar de un trago el vino que quedaba en la jarra.

Yo tuve la precaución esta vez de dar una chupada superficial, aún así inmediatamente noté como si me abanicaran la cara con un airecillo fresco que me llegaba al colodrillo y bajaba a lo largo del espinazo hasta la rabadilla, una lagartija traviesa.
Vi que el gigante me miraba con ansiedad contenida y se le iban los ojos al humo que salía de la cazoleta, e hice el ademán de pasarle el chibuquí. El brazo y la mano buena del manco se interpuso en el traslado y agarrando la pipa, se la llevó a la boca sin despegar los párpados.

¡Usebio, tú aporta morapio que se me pegó la oblea!, dijo el zombi nada más soltar el humo.

Me pasó el chibuquí y dí una última chupada, ya tenía cierto regusto a ceniza.
Sebito, agachado junto a la cuba, estaba llenando de nuevo el jarro. Valle levantó una ceja y vi como sus ojillos brillaban tras los quevedos, luego volvió a cerrarlos.

Miré al techo del bodegón iluminado por la lamparilla de aceite, de ese color barcino que tanto gustaba al manco. Los reflejos de la pálida llama danzaban en un perol de cobre, colgado de un gancho, donde en otra ocasión habían cocido el pulpo que comimos en aquella casa, asistidos entonces por Saturno, el anterior criado de don Ramón.
Imitando al viejo yo también cerré los ojos. Oí el sonido del vino con el que Eusebio llenaba los vasos y me pareció la música de una fuente secreta.

Pero ya veo que no podré rematar la noche contando el final, será en otro capítulo. De paso, a ver si voy dando tiempo a que a don Ramón se le pase el mosqueo, y tenga a bien volver a honrarme con sus visitas. Lo temo tanto como lo deseo, pero reconozco que en este medio año de ausencia he pensado en él más de una noche. ¡Como buen fantasma, tiene que saber que se le añora!
 
Salud y a descansar.

Tiburcio Cañizares, cuentista.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

H Κρήτη, Creta -11. El loco de Patzianós


Creta 2003
Acuarela y témpera. Espátula.
Ramiro Rodríguez Prada

Πού είναι τα παλικάρια?
(Pú íne ta palikaria?)
¿Dónde están los valientes? 

Así que, algo fatigados por la corta pero empinada cuesta final del paseo, después de dar unas vueltas por Patzianós, entramos en un bar a beber algo, el sol estaba ya enmedio del cielo y queríamos refrescar y descansar un poco antes de iniciar la subida a Kalíkrates por el desfiladero del mismo nombre, que muere aquí.

Pero estábamos tan agusto en la terraza de aquel bar, que enseguida decidimos pasar de subir, no habíamos visto tampoco ningún sitio donde comer, y subir para volver a Frankokástelo hubiera sido una empresa excesiva que nos hubiera llevado demasiado tiempo, así que pensamos tomarnos una cerveza e ir bajando luego poco a poco hacia casa por la Ruta E-4, un camino de la red europea de senderismo que cruza Creta y el pueblo, arrimado a las Lefká Orí, y que gira hacia Frankokástelo y el mar poco después de la salida del pueblo.

En el Odeón de Herodes Ático (Ηρώδειο).
 Ψαραντώνης,   Η μια μεριά του Φαραγγιού. Un lado de la garganta.

A la media hora de contemplación de aquel maravilloso paisaje, la recortada costa de Sfakiá y las Montañas Blancas precipitándose en el Mar de Libia, de un azul escandaloso, las islas posadas, como flotando en aquella inmensidad, vimos venir por el camino a un paisanín que miraba con interés hacia la terraza, construida unos dos metros sobre el nivel de la carretera, donde se paró y saludó diciendo buenos días.  
El palikari sfakiota, sentado al lado, nos hizo un gesto con la mano, como indicando que no hiciéramos caso y no le contestó. Pero nosotros ya habíamos respondido al saludo. El paisano empezó entonces a hablar más alto, no entendía todo lo que decía, pero creo que daba la bienvenida a los extranjeros, a nosotros.
Desde que lo vi llegar me pareció un enfermo mental, físicamente estaba bien cuidado, de mediana complexión, limpio, con unas zapatillas deportivas blancas y azules que no le pegaban nada.
Pero era la postura que adoptaba cuando se acercaba por el camino, y varias veces a lo largo de los quince o veinte minutos que estuvo allí hablando. Agachaba la cabeza y los hombros encogiéndose, como avergonzado, abrazando una botella de agua de plástico de medio litro, mediada, que traía bajo el brazo, mientras hacía cortos recorridos, tres metros de ida y otros tres de vuelta al mismo punto. Durante un minuto repetía esa carrerina media docena de veces, en silencio y con cara de desconfianza o miedo, y lo hacía como una pausa entre cada fase de su melopea.     

Quiero ceñirme un poco al guión que escribí en la libretina de Creta, por tratar de fabular lo menos posible y contar lo que creo que pasó. Si digo esto es porque roza lo increíble y desde luego, en la interpretación de los hechos, no cuento con el visto bueno de la mi morena ni de mis hijos, siempre escépticos y científicos ellos, harán bien. De hecho se ríen.

Ioannis, que así se llamaba el hombrín, alzó la voz desde la carretera para seguir el discurso que  había iniciado. El sfakiotis, imperturbable, salvo por la tos de la gripi y el tabaco, puesto que tampoco dejó de fumar todo el tiempo, volvió a levantar la mano pidiéndonos calma, mientras su madre salía del bar a la terraza con otra botella de cerveza fría en la mano, la quinta que le ponía al hijo en poco más de media hora, antes de que él las pidiera.
El hombrín, con un tono más poderoso, parecía interpelar ahora a sus vecinos y no a nosotros. La mujer, mayor, tal vez viuda, ropa negra de pies a cabeza como el hijo, se había quedado al lado de éste y escuchaba también la perorata del loco. Le dijo algo y Ioannis levantó aún más la voz, dirigiéndose a ella directamente con aire de reproche subido.

¡Vete, Ioanni, déjanos en paz!, gruñó el barbudo sfakiota.

Cada vez que lo interrumpían, cesaba el discurso y replicaba con energía, cambiando el tono y el volumen. Esos cambios, más que el significado, ya que sólo entendía palabras y frases sueltas, fueron los que me hicieron prestar atención finalmente.

El palikari decía, mirándome,  Den virasi, íne trelós, No te preocupes, está loco. Pero creo que los preocupados eran ellos, más porque nosotros pudiéramos entenderlo, que por lo que dijera el pobre diablo. Porque lo que yo comprendía de la bronca era que Ioannis le estaba llamando borracho al palikari y alcahueta a la vieja.
¡Anda, Yani, vete a llenar la botella de agua y no molestes a estos señores!, le animaba con sorna. Pero al fin fue ella la que tuvo que meterse en la cocina con su cazuela, porque el loco no pensaba marchar ni callarse.
Πού είναι τα παλικάρια?, ¿Dónde están los valientes?, gritaba. ¡Ya no hay valientes en Sfakiá!¡Borrachos!
¡No ves que son extranjeros y no te entienden!, le decía el esfakiota, jodido ya, tosiendo y rematando la cerveza. La madre regresaba con otra en la mano recogiendo la vacía.

Me pareció entender que también se metía con los turistas estúpidos que invadíamos Creta como rebaños.
Después de otra breve fase de cortos recorridos, recogido en sí mismo apretando la botella, continuó con la parte más solemne de su representación, como si recitara un texto de memoria. En el cuarto de hora que duraría todo, repitió dos o tres veces estos ciclos, que luego intentaré explicar  mejor.

La mi morena y el palicari, sentados en la parte interior de la terraza, junto a la puerta del bar, dejaron de prestarle atención, pero yo, que me sentaba más cerca de la barandilla exterior, estaba totalmente subyugado por aquello.
El hombre, al darse cuenta de que era el único que atendía, sin dejar de hablar, se fue acercando al borde de la terraza, hasta que sólo le veía la parte superior de la cabeza, incluídos los ojos. La morena y el sfakiota no lo podían ver, ni él a ellos.
Moduló la voz, pues, al único escuchante que tenía y la bajó para seguir con aquello que parecía declamación, sobre todo por el empaque, la sonoridad, el ritmo que imprimía a lo que decía.

Ψαραντώνης.   Μαλεβιζιωτις.

http://www.youtube.com/watch?v=rrAoXojV8xM&feature=related


Sfakiá y las Lefká Orí desde Frankokástelo
Creta 2003.
Ramiro Rodríguez Prada

Yo llevaba ya un rato en el que, consciente de que no podía entender todo lo que me estaba diciendo, me llegaba sin embargo un significado con claridad meridiana. Tan evidente como el de las escenas anteriores con sus vecinos. Y sin esfuerzo especial de mi parte por comprender.

Naturalmente, la explicación más fácil es pensar que llené las lagunas del sentido a mi gusto en una especie de autosugestión, y seguro que es lo correcto. Yo no lo veo tan claro, no obstante.
Es muy probable que sólo estuviera oyendo a un loco, como quien escucha a un borracho, o sea, perdiendo el tiempo con su diarrea mental. Eso sólo lo sabría, de conocer bien el idioma y, en consecuencia, qué dijo Ioannis en realidad.
Porque antes, cuando abroncaba al palikari llamándole borracho y éste nos decía que el hombre estaba loco, la razón parecía estar más de parte del último y no del oficialmente cuerdo.

Durante unos largos minutos el paisano, sin pestañear, me estuvo recordando con una solemnidad sobrecogedora, los trabajos y dificultades del camino de los héroes, los valientes, los hombres, de su soledad, de la necesidad de mantenerse en pie hasta el final.
Hablaba de la amargura del seguro fracaso, y la tristeza del olvido del sacrificio personal, por parte del mundo. Y, a pesar incluso de la inutilidad de cualquier conducta heroica, de la obligación ineludible de una entrega sin reservas.
Απο το δίσκο ''Σαν πυροβάτης''. Ζωντανή ηχογράφηση.
Μαζί του η Νίκη Ξυλούρη. Ψαραντώνης.  Να 'χεν η θάλασσα βουνά
.

¿Hasta qué punto no estaba yo reconstruyendo en mi imaginación el retrato de un Kapitán Mihalis a través de las palabras de aquel hombre? No lo sé. He tratado de ser legal contándolo. Pero lo sentía como si me lo estuviera diciendo el propio Homero, ni siquiera Kazantzákis.
Así escribí entonces: sus palabras tenían la resonancia del teatro antiguo, mansedumbre y confianza, pero también autoridad y decisión; la dulzura, el amor de un maestro desapasionado, aunque veraz y firme, que no engaña al neófito respecto a la realidad, y expresado con el ritmo de un verso largo, dramático.

Estaba tan maravillado que empecé a temblar un poco. El esfakiota debía de ir por la sexta cuando se levantó a mear, tosiendo, y ya no volvió, pero yo estaba más limpio en ese momento, que el agua de la botella de Ioannis. Ninguna sustancia que alterase mi normal percepción de las cosas, y abstinencia total de lo del Rif después de un mes de vacaciones, tan sólo con algún calentón espaciado de tsikudiá o vino. No podía estar alucinando.

Pagamos a la viuda y bajamos los escalones hasta la carretera, donde aún seguía, esperándonos, Ioannis.

Ése fue el único año que llevé barba a Grecia, porque era fuera del verano y allí, al contacto con tanto palikari barbado, parecía que hubiera crecido más de la cuenta.
Cuando llegué a la carretera, el pobre diablo volvió a su recorrido obsesivo y temeroso, se me acercó humillándose, como si quisiera besarme la mano. Pensé que quizá también fuera costumbre de los ortodoxos besar el anillo al pope, como antes aquí a los curas, y que me estaba tomando por uno de ellos.
Μανώλης Κονταρός.   Μαντινάδες.

Le estreché la mano, le hice erguirse y le apreté el hombro con cariño. Ioannis sonreía satisfecho, puro nervio. Le ofrecí tabaco y cogía con timidez un cigarrillo, saqué otros dos y los agradeció, guardando los tres con mimo en la palma de una mano.  En el sobaco izquierdo seguía sujetando la botella de agua.
Entonces volvió a su papel de orador político, cambiando el tono y la postura física, abandonando al loco en su fase religiosa, mítica, como la califiqué más tarde repensando todo ello.

Nos acompañó un pequeño trecho hasta la salida del pueblo y allí nos despidió deseándonos suerte a todos, otra vez como Sócrates al entrada del Ágora, pero con humor y alegría: A la yineka, que lleva pantalones cortos y tiene unas piernas morenas bien guapas, decía mirando a las jambas de mi colega, ¡qué jodío Ioannis!, a ta pedakia, que son moreninos como los cretenses y tienen luces en los ojos -antes había preguntado por sus nombres y con el pequeño parecía hacer buenas migas-.

Yo iba cabizbajo y avergonzado, emocionado y todavía un pelín tembloroso, no me lo podía creer. No me atrevía ni a mirar atrás. Así nos fuimos de Patzianós.

A última hora también abandonamos el sendero E-4 para meternos a derechas por entre los olivos, estábamos hambrientos, y ¡nos volvimos a perder! Llegamos a Frankokástelo a la hora de la merienda.
Ο κόσμος είναι ένα μαντήλι, no sé si también lo dicen los griegos. El mundo será un pañuelo pero algunos pañuelos pueden llegar a ser un mundo.

Γ. Μανωλιούδης.   Εμενα δε μου φταιξανε.


El Oasis
Frankokástelo, Creta 2003
Ramiro Rodríguez Prada

Hasta aquí lo que podría llamar el relato de los hechos. Han pasado nueve años y todavía sigo dándole vueltas, aunque es la primera vez que lo escribo completo. Cuando llegamos a casa aquel día, hice los apuntes en el cuaderno de los que me he servido hoy, y analicé un poco el comportamiento de Ioannis en un contexto más ensayístico que literario.

No soy psicólogo ni psiquiatra, y mi acercamiento al tema es el mismo que el de un aficionado. He pensado, no obstante, escribir un segundo capítulo con esas reflexiones, porque en ellas están mejor descritas y deslindadas esas fases y esas personalidades que el loco escenificó, y a las que me he venido refiriendo aquí.
Y pensar que quería ventilar la excursión a Patzianós y esta historia en una sola entrada, ¡estoy majareta!. El próximo capítulo será el mes que viene, espero, si los problemas actuales con el blog alcanzaron solución. Será el duodécimo sobre Creta, ella sola ocupa ahora casi la mitad de esta etiqueta de Archipiélagos, lo he dicho, ¡inacabable, inabarcable, H Κρήτη!. Nos vamos acercando al final, pero no lo tiene Creta.   

Ramiro Rodríguez Prada 

Pese a que la grabación se corta, bien lo siento, no me resisto a subirla porque en ella se puede ver el escenario habitual donde nacen y se cantan las Kontiliés, mis mantinadas preferidas, letrillas improvisadas en las que participa quien sabe y quiere, y donde hace coro todo el mundo. Y Aerakis es otro monstruo que bien merecería su capítulo en Música cretense.

Aerakis Nikiforos.   Kontylies (partε 1)

http://www.youtube.com/watch?v=rMsCHo1FFag&feature=related

Me despido ya con Psarandonis, de nuevo mandando en el escenario. Los de Anoyia siguen siendo mayoría aquí. En la primera versión de este tema le acompañaba su hija Niki, aquí además Ayelakas, del grupo Tripes.
Ψαραντώνης,  Αγγελάκας (Ηρώδειο). Otra versión, en vivo, de  Να'χεν η θάλασσα βουνά. 

Υγεία, Salud! 

ramiro

martes, 25 de diciembre de 2012

H Κρήτη, Creta -10. La excursión


¿Café desconocido?, de Brasil, pero con camellos.
De la libretina de Creta, 2003.

Buenos días. Esto se alarga, compañeros. ¿Y qué importa mientras tenga algo que contar? Empiezo así porque la entrada de hoy he tenido que dividirla en dos partes, me explico.
Se iba a titular El loco de Patsianós, y creo que es la historia más extraordinaria que me pasó en Creta, en Grecia, y probablemente de las más raras de mi vida. Aunque no supusiese ningún cambio sustancial en ella, ni tuviera consecuencia negativa alguna, lo digo para tranquilizaros hasta que le llegue el momento.

Si cuento este pequeño paseo de hoy que llamo excursión y la historia del loco, en un mismo capítulo, el escrito resultaría demasiado largo.
De paso aprovecho para subir algunas etiquetas de la libretina de Creta, ahora que ya me hice con las fotos que no tenía en los primeros capítulos. Usaré algo de los apuntes y trataré de ser breve.

La semana anterior habíamos ido en autobús a pasar un día a Jora Sfakión, la capital de la comarca, otro pueblo en realidad, algo mayor y el mejor puerto de esa costa, eso sí, con la intención de coger uno de los kaikes que cruzan hasta Gavdos y Gavdópula, las islinas que hay enfrente de Frankokástelo.
Nuestra costumbre de aventurarnos sin preguntar, nos costó esta vez el fiasco de no poder visitarlas, porque ese día sólo había un barco y ya había salido. Lo pasamos bien, no obstante, el pueblo está lleno de restaurantes y la costa es muy guapa, no nos aburrimos.

La última semana en Sfakiá, -primera de noviembre, creo-, se levantó un viento frío del norte, procedente de las Lefká Orí e hizo que se resfriasen todos los palikaris sfakiotas que conocíamos, ¡la gripi!.

El penúltimo día, ante la imposibilidad de bañarnos, ya que las playas habían quedado llenas de algas, aunque el aire había cedido un poco, decidimos subir hasta Patsianós, un pueblecito enfrente mismo de Frankokástelo, a dos o tres kilómetros en línea recta, emplazado en una primera terraza de las Montañas Blancas, en la desembocadura del desfiladero de Kalíkrates, el pueblo de nuestros carniceros y chigreros, los hermanos Yannakakis.

Ross Daly.   Η Κύρα του Κάστρου.  La Señora del Castillo.

Ilustración del papel de un  Foúrnos  de Jora Sfakión.
Kuluria, kruasán, jritsinia, psomí joriátiko  (pan de pueblo)
Sfakiá, Creta. 2003. 

Nikos, el dueño del Oasis, taberna playera, restaurante más que chiringuito por la calidad de su cocina, donde con más frecuencia comimos o cenamos, era también de Patsianós.
El pueblo se ve desde Frankokástelo, iluminado por el sol, a tiro de piedra. Como nos parecía tan a mano, nuestra intención era remontar un poco la garganta una vez que hubiéramos llegado a él, y bajar al mediodía a comer.

Pero ya las cosas se torcieron muy pronto. En lugar de ir por la carretera dando un pequeño rodeo, que hubiéramos tardado poco más de media hora, nos metimos por un camino muy ancho entre olivos, que parecía conducir directamente a Patsianós. Desde luego no teníamos prisa y preferíamos esa alternativa.
Todo fue bien hasta la mitad del trayecto, luego el buen camino se desviaba y en ese desvío cogimos un sendero que seguía la recta ruta que traíamos. Muy pronto el sendero comenzó a desaparecer por tramos, cortado por los pequeños barrancos que forma el desfiladero principal cuando se abre a la zona llana.

Veíamos ya Patsianós encima de nosotros, pero había que salvar un desnivel muy empinado de unos cien metros, rodeado de zanjas y torrenteras, terreno semipantanoso y mucha maleza. Con los guajes aún pequeños, tardamos una vida en subir aquello y salimos a las afueras del pueblo, por el mismo lugar por donde hubiéramos entrado en él viniendo por la carretera como personas civilizadas, pero  echando tres horas en un trayecto que nunca debería haber pasado de una.

El lugar más inopinado y sin importancia, puede ser el escenario de la aventura más fabulosa.

El pueblo, pindio y escalonado sobre las rocas, parecía vacío, no debimos ver más de seis personas en el tiempo que estuvimos paseando por él y, por supuesto, ni un solo turista. La capilla encalada, minúscula, de la aldea, estaba abierta y fresca. Allí atechamos un  buen rato.
Era ya mediodía, cesó por completo el aire, había empezado a calentar el sol y estábamos sedientos y cansados. A la salida del pueblo vimos el letrero de un bar en una alta terraza sobre la carretera. Subimos.
Γ. Μανωλιούδης.   Aν είσαι άνεμος.   Si eres viento.


El nombre de Creta en árabe

Había un sfakiota más o menos de mi edad bebiendo una cerveza, sentado en una silla junto a una mesa pegada a la pared del bar, en la zona más alejada de la barandilla que daba a la carretera. La terraza, de unos 30 metros cuadrados, estaba rodeada por esta baranda en los tres lados externos que la enmarcaban.
Era una maravilla aquel balcón sobre el Mar de Libia, daba la sensación de que si tirabas una piedra caería en el agua.

Inmediatamente entablamos conversación con el sfakiota. Vestido de negro de pies a cabeza, con unas botas potentes de montañero y no las stivania cretenses típicas, de pequeña estatura pero macizo y cuadrado como una roca, tenía también una gripi de órdago y no paraba de estornudar, con una nariz importante y muy enrojecida sobre la espesa barba negra.

Aunque de pocas palabras, como la mayoría de los sfakiotas, también despertamos su interés y no se cortó de preguntar los detalles de porqué hablábamos griego y habíamos ido a para allí.
Una mujer que, por la edad, debía ser la madre, de luto riguroso, cómo no, nos sirvió una cerveza con dos vasos y unas limonadas a los niños. Entraba y salía cada poco de la cocina del bar, donde parecía estar atendiendo el pote de la comida y de paso cambiaba la cerveza del hijo. Ya sabéis que son de medio litro, pero las ventilaba en un ay!

Iría el sfakiota por la cuarta botella, mientras nosotros bebíamos la primera, el calor no era tampoco  excesivo, ya habíamos desistido de subir a Kalícratis. Allí se estaba como en una nube. Llevaríamos una media hora de conversación y pasmo ante aquel espectáculo, con Gavdos y Gavdópula, como dos mariposas posadas sobre el mar que se pudieran rescatar levantándolas con la mano, cuando vimos acercarse por la carretera a un hombrecillo que no apartaba la vista de la terraza.

Ahí empezó esa otra historia dentro de la excursión, cuya entidad me obliga a dedicarle un capítulo completo. Y será el próximo sobre Creta. Hasta entóncenes.

Stamatis Kraounakis, letra y música. Zanos Mikroútsikos, piano.
Rita Antonopoulou.  Αυτή η νύχτα μένει.  Esta noche se queda. 

Υγεία, Salud
Barbarómiros 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Camarón de la Isla


Lavantado  do  châo
Alzado del suelo. Detalle. Pinturas al agua sobre lienzo y tabla. 58,5 x 55 cmts. Técnica mixta.
Ramiro Rodríguez Prada. 1992.

Camarón 


Sólo vimos una vez al Camarón y fue en la plaza de toros de Oviedo, en una de sus últimas actuaciones, el año antes de su muerte.
Antonio Sánchez, autor. Canta, Camarón de la Isla. Martinetes.  Las doce acaban de dar. 

El coso estaba a tope, quiero recordar que en esta ciudad asturiana tiene su sede la peña flamenca "Enrique Morente", la más numerosa del país, y aquí al Camarón se le aprecia tanto como en Cádiz, aunque los norteños tengamos fama de fríos. De hecho la noche fue un clamor, como en todas partes donde acudía, con la diferencia de que aquí se le dejó cantar, y eso que estaban jaleando todas las familias gitanas de Asturias y parte del extrajero.

Era tanto el respeto, que la plaza callaba como muerta ante aquella desgarraura.

Letra, Antonio Humanes, guitarra, Tomatito. Camarón de la Isla.  Pistola y cuchillo.

Sobrecogida el alma, largos silencios que estallaban de pronto en un clamor incontenible. Mi hermano, que tenía entonces 16 años y lo escuchaba desde niño, poco dado a las excesivas efusiones externas, botaba en el asiento y se le escapaban los oles sin querer.
He visto grabaciones de otros conciertos y en muchos el jaleo no permitía escuchar el cante cabalmente. Hubo suerte aquella noche porque, con las facultades ya muy mermadas, no sé de dónde podía sacar tanta fuerza aquel cuerpín escurrido, casi acecinado, del los últimos años.

No hice fotografías de sus discos esta vez, como en el caso de los últimos capítulos en Música española, porque su carrera fue demasiado dilatada para ponerme a repasar su discografía. Por ello no será ésta una entrada normal y no quisiera alargarla. Media docena de canciones y prou.

Su peripecia musical fue también larga, pese a su temprana desaparición con 41 años,  por lo que tampoco me ocuparé de muchos datos biográficos.

"Yo no le escho cuenta, yo voy a mi aire"..., dice en la entrevista de la siguiente grabación, siempre tímido, escapándosele la risa nerviosa en presencia de los medios y sin encontrar las palabras que, sin embargo, tan bien canta.

Guitarra, Paco Cepero. Cante, José Monje Cruz, Camarón y Juana Cruz Castro, su madre.

En realidad, la decisión de publicar hoy una primera entrega del Camarón, es la festividad cristiana que se celebra esta noche, Nochebuena. Creo que él ya hace una mención al "semos cristianos" en el primer martinete.

Aunque yo sea un monje descreído, ya sabéis cómo son los gitanos de supersticiosos, y el Camarón era Monge Cruz y gitano por los cuatro costaos, de la Isla de San Fernando y de padres flamencos, cantaores. Acabamos de escuchar y ver a su madre en unas imágenes impresionantes.
Y ahí están los Villancicos y los Campanilleros como dos palos flamencos, y con la gracia que le echan los gitanos cuando tocan estos palos.
Camarón y Tomatito. Villancico por bulerías.  La Virgen hizo una sopa.

 
El primer recuerdo que tengo del Camarón es de Barcelona, lo escuché en el radiocassette que compré nada más llegar, el año 73. Su primera grabación con Paco de Lucía era del 69, juntos ya tenían cinco discos en el mercado. Los ponían en una emisora, tal vez Radio Barcelona, donde escuchaba a grandes monstruos ya consagrados, como Caracol o Mairena. Era un programa de flamenco, como había otros igualmente buenos, de jazz, blues, rock... .

En esos años empezaba a ponerse de moda Manuel Gerena, que venía a representar la voz del jornalero politizado, un cantautor popular andaluz, para los ortodoxos casi más aflamencado que flamenco.
Mucho más tarde triunfaría el Cabrero. Entretanto comenzaban a salir nuevas voces, como Menese, Morente o el propio Camarón.

El verano del 74 estaba de recluta en el Campamento del Ferral del Bernesga, famoso en todo el noroeste, y entré a tomar unos vinos con unos colegas en uno de aquellos bares miserables que rodeaban el cuartel leonés.
Alguno de ellos lo atendían chicas, ¡es un decir!, del oficio de aquella época tardofranquista, eran antros de posguerra, barracones de ocasión, la cutrez habitual del entorno patriótico en el que vivía el glorioso ejército español.

Kiko Veneno, Camarón.  Volando voy.

http://www.youtube.com/watch?v=7lOEsFE_iPk

En el bar había dos gitanos, que estaban también haciendo la mili, discutiendo sobre quién era mejor si el Lebrijano o el Camarón. Un disco rodaba en la máquina de música, ¿ jukebox, se llamaba?, era del Lebrijano.
A continuación pusieron el Volando voy del Camarón, que yo entonces no sabía que era de Veneno, ni siquiera había oído hablar de él.
La máquina, de aquellas primeras para discos sencillos, en las que educamos los oídos rockeros, desde finales de los sesenta hasta mediada la década siguiente, era ya entonces una reliquia viviente. ¿Recuerdas el bar Ríos en Astorga, curru?...

Los gitanos no llegaron a un acuerdo, uno invocaba la veteranía del Lebrijano, el otro la marcha del Camarón. Lo que tengo claro es que no recuerdo qué canción escuché entonces del de Lebrija, cantaor que también me gusta, pero no olvidé nunca más ese Volando voy del de la Isla.

Camarón.   Sere, serenito

http://www.youtube.com/watch?v=FM9zQyrq2t0

Fue precisamente mi hermano el que me habló primero de esta canción ligera con orquesta, del 72,  atípica del Camarón, y quien me regaló después la Obra Integral en CDs, donde la pude escuchar.
Y es que las purezas flamencas, como vemos en los dos últimos temas, también están para transgredirlas. Por otra parte, ¿qué hay de la Rosalía del caco de la canción, no es eso también cante grande, aunque sólo sea un pellizco al duende?
El título del cuadro de la fotografía es una referencia a una novela de José Saramago. Estaba en el salón, con la radio puesta, terminando ese retrato en miniatura del Camarón, sacado de su disco del 73, cuando escuché que acababa de morir en Badalona... .

Guitarras, Paco de Lucía y Ramón de Algeciras. Acompañamiento, Luis Reinaldos Ruiz.
Tema de Antonio Sánchez. Camarón. Bulerías.   Dame un poquito de agua. 

http://www.youtube.com/watch?v=231LV0NIgNk

Hay autores e intérpretes que se resisten a ser resumidos o que es muy complicado hacerlo, bien por el tamaño o la importancia de la obra, bien por su dificultad. Creo que retrasé al Camarón porque es uno de esos casos, he ido subiendo canciones aquí y allí, pero no tenía muy claro como introducirlo sin repetir lo que más o menos todos sabemos de él.
Pero al final me doy por satisfecho, en realidad sólo sus canciones ya valen la pena. Y serán, con la propina final, ocho y no seis como dije. 

Aquí escuchamos primero al Caracol, ya mayor, en unas soleás, y detrás a un Camarón jovencito, tímido y con la poca facilidad de palabra que tenía, en unos fandangos al estilo caracolero como él dice al principio, en homenaje al que fue uno de sus maestros. 

 Guitarra, Melchor de Marchena. Manolo Caracol y Camarón de la Isla.  Soleares y Fandango.

 http://www.youtube.com/watch?v=6JJdDHluhDU&feature=related

Salud y buena música.

Ramiro

P.D.

El tercer aniversario de los nenes de  Fandi:



Tania y Adolfo,  Fandi,  cumplen tres años
 www.fandi.es

¡Felicidades, cachondos!

ra