domingo, 30 de junio de 2013

No canto la destrucción


Acuarela y témpera, sobre cartulina.
Ramiro Rodríguez Prada. 1992.

Tal vez me llame Jonás



Yo no soy nadie:
Un hombre con un grito de estopa en la garganta
y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie.  ¡Dejadme dormir!
Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita :
"Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona contra ella".
No hago caso, huyo por el mar y me tumbo en el rincón más oscuro de la nave
hasta que el Viento terco me sigue,
vuelve a gritarme otra vez :
"¿Qué haces ahí, dormilón?  ¡Levántate!".
-Yo no soy nadie :
un ciego que no sabe cantar.  ¡Dejadme dormir!
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Pero un día me arrojaron al abismo [...]

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Quiero decir que he estado en el infierno...
De allí traigo ahora mi palabra.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

De  Ganarás la luz. Libro I. Algunas señas autobiográficas. 3. (Fragmentos)


León Felipe


Nacho Laguna, de EntresoñándotePiano, Antonio Soteldo. Sobre versos de la obra de León Felipe  Ganarás la luz. José Luis Moreno-Ruiz.  Yo no soy nadie.



Salud

ramiro

sábado, 29 de junio de 2013

Pata Negra


Primer  LP de  Pata Negra. 1981. Detalle.

Pata Negra


Buenos días. Hoy estoy muy vago y no me apetece hacer una biografía de los hermanos Amador, Raimundo y Rafael, ni ellos dan el tipo de los biografiables, lo que no significa que no lo merezcan tanto como otros muchos hijos de vecino bastante más pomposos sin gran cosa que ofrecer.

Otra vez, más música que palabras. Y empezamos con la canción que abría el primer larga duración del dúo sevillano, después de la disolución de Veneno. Un pasodoble muy gracioso con esa caja de grupo de pachanga, un conjunto de corte moderno, como dicen con ironía, ambientando a la perfección la letra de la canción.
Pata Negra.   Los managers.


No he podido subir las versiones originales que quería, excepto en alguno caso. Y esta grabación es la única original del disco primitivo, todas están sujetas a licencias y me dice youtube que "no la puedo escuchar en mi país". Pues si a unos flamencos como a  los Amador no los puedo escuchar aquí, ¡¿dónde cohone y quienes los van a escuschar, quiyou! 

Para autobiografía resumida la de Raimundillo en el siguiente vídeo, recuerda, en cuanto a su facilidad de palabra, a las que le hacían al Camarón cuando empezaba a grabar con Paco de Lucía. El de la Isla era más tímido, pero Raimundo tiene pinta de haberlo sido también de guaje, más que ahora. Pero ya había tocado con Lole y los Montoya, y con Camarón, ¡casi ná!... . Tocaba y se colocaba, o viceversa.

Currículum de Raimundo Amador, por él mihmo mihmamente.


Después del disco de Veneno nos quedamos un tiempo sin saber nada de aquellos locos, hasta que un día me topé en la tienda de discos con esa carátula del primer LP (1981). Me llamó la atención el nombre y el diseño, todavía no sabía que Raimundo, Rafael y otros primos, habían adoptado ese apelativo jamón jamón.

Lo de Pata Negra era un guiño cachondo y muy flamenco. Aún no sé de quién fue la idea de la portada, pero seguía manteniendo el nivel alto que abrió la de Veneno, ésta dirigida más a los coleguillas del chocolate, un poco iniciados ya en la guasa, el blues y el compás a partes iguales.

Pata Negra.  Blues de los niños. En directo. 84.


Esta versión en directo es más cercana a lo que hacían. Tenía una grabación de un famoso concierto en la sala Zeleste de Barcelona, cuando el rock layetano decaía, pero dura casi 8 minutos y es del 89, un poco lejos ya del espíritu inicial, más desnudo.

En todos sus discos, como hicieran en el de Kiko, incluían dos o tres temas instrumentales, y es que tocaban como auténticos monstruos, con esa mezcla que ha dado después tanto juego entre flamenco, blues, rock o yazz.
Raimundo y Rafael Amador.


Se dieron a conocer con Veneno y Camarón, y como Pata Negra, pero habían colaborado también en el disco Triana (76) de la familia Montoya, en cuya portada aparecía Raimundo sentado en el mimbre tocando la guitarra. Fotografía que subiré en otro capítulo. La de abajo es otra de la contraportada de ese mismo LP. 

Y en compañía de Lole y Manuel aparece en el disco de la gaviota (77), casi como un trío, con foto gigante de los tres en el interior. Como no anduve ligero no hice fotografías de ese disco y he tenido que repartir las pocas que tenía entre los capítulos previstos. 

Pero sí tengo una grabación en directo con Lole. Se encuentran algunas donde ella hace flamenco-árabe-blues-yazz..., acompañada por unas guitarras rabiosas bluseras y en el límite de lo chirriante, lo descompasado y lo raro. Buscando, buscando... . Esto es menos experimental.

Manuel Molina. Raimundo y Rafael Amador, guitarras. Lole Montoya.


Raimundo y Rafael en la contraportada del disco Triana de la Familia Montoya.

Es imposible eludir la mención a las 3000 viviendas, el barrio sevillano donde crecieron los hermanos Amador y empezaron a tocar la guitarra y a cantar. 

Tampoco de la siguiente encontré la grabación primitiva del primer disco, titulado Guitarras callejeras (85), ésta es una versión acústica que sacaron en el tercero.
La atmósfera que recrean algunas letras, es la de los coleguillas buscándose la vida y el marrón glasé en la mi Sevilla (¿cómo quedaría aquí lo de la capital hispalense?: ¡como una patada en los cojones!). 

Fuimos hacia las casitas bajas del polígano
del sur
y en busca de mi hermano
¡Ay!, me dijo, ¿No tienes ná?
Pregúntale a Cayetano...

Pata Negra.  Rock del Cayetano.

http://www.youtube.com/watch?v=9IwLXpdk7Ck

El Polígano, corrupción cañí de polígono, había sido el título de una canción de Raimundo que grabaron los Montoya en ese disco del 76 que mencioné arriba. Todos ellos, el de Lole y Manuel y el de los Montoya, como los de Pata Negra, fueron producciones de Ricardo Pachón, el hombre que había dado un nuevo rumbo a la carrera del Camarón, y de paso al flamenco.

Pensé dedicar dos capítulos a Pata Negra, pero sólo con las canciones de los dos primeros discos ya tenía una docena, así que, incluso reduciendo mucho el texto me iba ya muy lejos. Haré, pues, tres más cortos, espaciándolos para no aburrir demasiado a quien no le guste su rollo.

Salud y buena música

Ramiro Rodríguez Prada

viernes, 28 de junio de 2013

Aeropuerto -2


Aeropuerto del Prat.
Barcelona,  2012.

Pequeño tropiezo


Siempre rápido, a la carrera, con una maleta de ruedas y un maletín de trabajo. De un rincón a otro del planeta, de Europa a América, y de aquí a Asia, de un hotel a otro y de un despacho a un consejo de administración. Había dado cuatrocientas vueltas al mundo en estos años y estaba harto.

Cruzaba las terminales de los aeropuertos sin detenerse nunca, nada llamaba su atención, conocía los más importantes como el pasillo de su propia casa, en la que apenas pasaba una docena de noches en todo el año.

El niño se le cruzó unos metros antes de coger la siguiente cinta transportadora, invento pensado especialmente para ejecutivos como él, que andaban todo el día metidos en auténticas maratones, cronómetros incluidos. El guaje se abrazó a sus rodillas para no caer y él, que no lo vio llegar porque solía atravesar los pasillos como si llevara orejeras, frenó en seco y automáticamente hizo el ademán de querer coger al niño tratando de evitar que cayera.

Era moreno y pequeñín, quizá no llegara a dos años de edad. El renacuajo levantó la cara y lo miró, tenía unos ojos espectaculares. Había escapado de la vigilancia de la madre, muy joven, que estaba sentada en unos asientos cercanos con los equipajes y otros dos críos pequeños. Se había levantado y venía hacia él a recoger a su hijo. Por el color de la piel y los rasgos, parecían indios o paquistaníes.

¡Excuse me!, musitó la mujer sonriendo con timidez, y se llevó al rapaz. Él se limitó a asentir con la cabeza y a devolverle la sonrisa.

Roberta Giallo.   From my mouth. 


El Prat.  Barcelona, agosto 2012.

Mientras la cinta lo alejaba de aquella familia no pudo evitar girarse un par de veces para mirarla. En su cabeza se estaba operado un cambio sutil. Por vez primera creyó leer en su interior.

Un recuerdo muy antiguo se había despertado en él. Veía una estación de ferrocarril provinciana, a una familia que era la suya y a sí mismo, de muy pocos años, burlando el cuidado de su madre y tropezando con las piernas de un viajero que pasaba con prisa por el andén. Entonces no podía saberlo, pero ellos esperaban el tren de su emigración a la capital.

Al salir de la cinta se sentó en los primeros asientos que encontró, emocionado.


Ramiro Rodríguez Prada

Arkè String Quartet. Roberta Giallo.   The free woman.

jueves, 27 de junio de 2013

Aeropuerto


Aeropuerto del Prat.
Barcelona  2012.

La confesión


Estaba  sentado solo, cosa rara incluso tratándose de una zona apartada del aeropuerto, faltaban aún varias horas para embarcar y me quedé guardando el equipaje de mano, mientras mi compañera y los chavales daban una vuelta por las tiendas, que además no son mi pasatiempo favorito.
Llegó un paisano mayor y en lugar de ocupar uno de los muchos asientos libres se sentó a mi lado.

¿¡Qué hay!?, dijo por todo saludo, mirándome a los ojos.

Me pareció extraño tantas confianzas entre desconocidos y tal vez contesté con alguna sequedad.
Hola, dije.

Sin darse por aludido el hombre empezó a rajar. Estaba esperando a una cubana que había conocido el verano anterior en La Habana en un viaje turístico a la isla, para pensionistas. Se giró y me guiñó un ojo. No contesté y preferí la inexpresividad porque no me gustan los alardes de los machotes y rijosos. El paisano no se inmutó y continuó con el relato de sus hazañas, que por lo que siguió no eran tales, en realidad casi estaba haciendo un autorretrato biográfico.

Temía que la mujer, a la que había enviado dinero para los billetes, le diera esquinazo. Llevaba todo el día esperando por ella y ya sólo quedaba por aterrizar un avión en el que pudiera venir. Contó que él había estado casado y tenía dos nietos, que su esposa había muerto y que a sus ochenta años, según su expresión, todavía le tiraba la bragueta. Yo callaba.

El hombre hablaba sin parar y sin mirarme la mayor parte del tiempo, parecía estar confesándose, y a medida que lo hacía fue creciendo en mí la sensación de que lo conocía, de algo muy familiar en él. Intenté situarlo mentalmente en un escenario menos brillante que el de un aeropuerto, pero no conseguí engarzarlo con alguna imagen propia que me diera una pista y, en definitiva, hay muchas personas que se parecen.

Contaba que llevaba dos años solo y que necesitaba una mujer, ¡Quién me lo iba a decir a mí!; y me encaró de nuevo, riendo. ¡Sí hombre!, continuó, Porque antes fui cura, ¡hasta cerca de los cuarenta años!, después colgué los hábitos. ¡Ya no aguantaba más!, añadió enfático como si acabara de confesar un sacrilegio.

Debió estar una media hora hablando, sólo al final llegué a asentir y a contestar con algún monosílabo. No podía apartar de la cabeza la idea de que a ese hombre lo había conocido antes, no medité lo suficiente en su anterior condición de mosén, pero creí reconocer incluso el olor de su aliento.

Se fue cuando anunciaron el vuelo que esperaba, y mientras se alejaba me pareció que hasta sus andares me resultaban familiares.

Late.   Riverside



El Prat del Llobregat,  agosto 2012

Al cuarto de hora empezaron a cruzar pasajeros del vuelo que el paisano esperaba, lo puedo asegurar porque el abuelo traía cogida del brazo a su cubanita, ¡y menuda cubanita, una bomba!. Cincuenta años más joven que el hombre, al que le sacaba la cabeza. Entre el culo y la espetera de la hembra iba el paisa como si llevara a una pantera negra cogida por una pata. Cuando pasaron a mi altura se giró para sonreír y guiñarme un ojo y, según se iban alejando, por cómo agarraba el remo de la morena, lo reconocí.

¡Increible!, fue lo que dije en voz alta, aunque seguía solo.

¡Don Jesús, el primer confesor que tuve en el internado!. Que lo era también de todos los atorrantes del colegio, porque era el único que no preguntaba, ¿Cuántas veces?, y le bastaba un  Pequé contra la pureza, a secas. Todavía conservaba su leve halitosis, ¡¿cómo no lo reconocí en ese momento!?

Era él, sin duda. ¿Me había reconocido él a mi?. Lo dudo, yo era un niño entonces. Cuantas veces me cogería así del brazo y lo vería cogiendo a otros compañeros del mismo modo, mientras nos confesaba paseando, porque era el más moderno de todos los curas de aquel antro. De hecho, después siempre me he preguntado qué pintaba allí ese hombre, donde abundaba más la pluma que el pelo, él, que era de los curas que se rascaba los cojones por encima de la sotana delante de todos, como un gesto casi reflejo, cuando la arremangaba para jugar al fútbol con nosotros.

Ramiro Rodríguez Prada


Late.   It's been a long time.


Salut!

miércoles, 26 de junio de 2013

Para ser paisano


San Justo de la Vega. León, 2012.

Para ser paisano


Su madre le tenía muchísimo miedo a los ratones. La había visto incluso subir a una silla gritando en una ocasión en que, no sé cómo, apareció un ratonín en la cocina. Pensó que este pánico podría aprovecharlo en algún momento en su beneficio, y es que el rapaz era un demonio.

El desván era su refugio, donde guardaba una caja con secretos personales, allí escondió su primer condón a los nueve años, que le dio en la escuela otro peine algo más mayor que él. Era su lugar preferido y pasaba muchas horas solo en aquel sitio. Había un par de baúles viejos, uno con ropa y el otro con revistas antiguas que ya se sabía de memoria, y un montón de trastos. Nadie más subía allí, estaba lleno de polvo y la luz era escasa, incluso su madre le había limitado el uso porque decía que bajaba hecho un bendito cristo.

Pero sobre todo el desván era su exilio después de una riña o un problema con sus padres. Allá se iba también cuando hacía alguna pifia y tenía miedo de declarar el delito. El guaje era un poco cabezón y con frecuencia su madre tenía que acabar rogándole que bajara; aunque hacía mucho que no se veían ratones por casa, en el desván los había habido y ella pasaba de subir, como mucho se acercaba al pie de la escalera de mano y lo llamaba desde allí.

Un día, con el mismo pájaro del condón, que fue el promotor de todo, y otros dos rapaces, casi desplumaron completamente a cuatro gallinas del gallinero de un vecino.  Alguien le había dicho al cabecilla que para ser un paisano había que desplumar primero a una gallina y se pusieron manos a la obra.
Lo castigaron en casa y él se defendió diciendo que la suya se le había escapado antes de desplumarla, pero su padre se mantuvo en sus trece: él había tenido que pagar una gallina entera, desplumada o no. Y los otros padres lo mismo. Si eso fue verdad o un farol del hombre para que viera las consecuencias de la fechoría, nunca lo supo. ¿Murieron las gallinas acaso?

Al chaval no le pareció justo y se fue a su refugio enfurruñado. Pero antes de subir escribió en la pared, ¡mamá, no subas al desván, hay ratones! Estuvo allí toda la tarde sin dar señales de vida. La madre sonrió cuando vio el mensaje.

Antes de cenar lo fue a buscar y lo llamó. El guaje calló. Insistió ella varias veces sin obtener respuesta. Finalmente se acercó a la escalera y trató de hacerle razonar con buenas palabras, pero el rapaz erre que erre, callaba como un afogao.
Se fue la madre esperando que su hijo bajara de la burra y entrara en razón, pero volvió al poco.

¡Si viene a buscarte tu padre no te lo pedirá por favor, anda baja ya!

El chaval seguía callado. Al fin la madre, venciendo su miedo y sabiendo que hacía mucho tiempo que no había ratones en casa, se aventuró a subir un par de escalones y lo volvió a llamar. El otro, al oírla tan cerca se asomó a la trampilla y le dijo amenazador, ¡No subas que hay ratones! La madre se paró en seco y se agarró con fuerza a la escalera, rígida, mientras el niño volvía a ocultarse.

¡Venga, va, déjate de tonterías y baja de una vez!

Pero el chaval ni flores. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para ella, porque en realidad estaba aterrorizada, subió otros dos escalones; dos más y asomaría la cabeza por la trampilla del desván. Pero antes se paró y llamó de nuevo al pillo.

¡Baja ya de ahí, anda, que no tengo todo el día!

En ese momento asomó el guaje con un ratón en la mano cogido por el rabo a veinte centímetros de la cabeza de la madre. ¡Casi le da un patatús a la pobre mujer y se cae de las escaleras! De hecho no bajó los escalones, saltó al suelo y salió chillando despavorida mientras el chaval le decía a voces, ¡Pero si está muerto!...

No recuerda el precio de una gallina en el mercado en esos años pero, por las consecuencias derivadas para él de aquel incidente, le salió cien veces más caro un ratón muerto de hacía un año que una gallina medio desplumada de ayer mismo.

Ramiro Rodríguez Prada  


Tema de la película de Javier Maqua,  Tú estás loco Briones,
La Romántica Banda Local.   Historias de papa y máma. 1981.