jueves, 5 de junio de 2014

Marisa


Gatina calicó en la estación de Pola de Siero.


Marisa


La forma cómo conocí a Marisa ya fue bastante rara, y hasta ligeramente épica, diríamos hoy en que lo épico, como género, perdió parte de su carácter trágico y se aplica a cualquier aventurilla de tres al cuarto.

Tenía un amigo en un pueblo minero del Bierzo y estaba pasando unos días en su casa. Nos conocíamos desde niños y había vivido con él más de una historia, alguna con cierta enjundia porque la imaginación de mi colega no tenía límites, pero la mayoría de ellas como las que pueden vivir unos adolescentes con mucha marcha, marcha sana, pues ni siquiera fumábamos entonces.

El padre de Juan había muerto en la mina y él se criaba libre y un tanto salvaje. Su madre se lo permitía todo y el amigo no perdía ocasión de usar con amplitud esa liberalidad.

Una de sus correrías preferidas consistía en bajar hasta Ponferrada. Pero dando un rodeo o, más bien, haciendo una escala  no exenta de peligros. Lo normal hubiera sido hacerlo en algún camión de los que transportaban la antracita, pero eso suponía pedir un favor y dar pistas de su paradero, y Juan actuaba como un agente secreto, o como un personaje del lejano oeste, de hecho El Pequeño Luchador era su héroe, el de unos tebeos ya muy gastados que devoraba por aquella época.
Era callado y cauto, amigo de andar solo y a su bola, un poco indio. Su madre había sido vecina y amiga de mi abuela y quizá por eso me aceptó a su lado. Él ya era un duro de verdad a los quince o dieciséis años, a mí me movía más el deseo de aventuras que el valor. Juan andaba sobrado de ambas cosas.

No teníamos un chavo, ése era nuestro único problema, así que Juan había ideado un modo particular de viajar gratis. Ya lo había puesto en práctica varias veces y la cosa no suponía ninguna dificultad, según contaba entusiasmado. Era más directo y rápido que un camión y, sobre todo, más divertido.
Consistía el transporte en coger uno de los baldes de la línea que unía la mina con la estación de ferrocarril más próxima, a unos cinco kilómetros casi rectos por el monte, donde el carbón era descargado directamente en los vagones de un tren de mercancías. Allí nos colaríamos en otro mercancías hasta Ponferrada. La capacidad de los baldes calculo que sería de unos quinientos quilos de antracita.

La línea estaba en marcha todo el día y podíamos subir al balde en lo alto de un otero a las afueras del pueblo. Cada cierto tiempo pasaban baldes vacíos y había que aprovechar alguno de ellos. La línea bajaba tanto en aquel punto, que los baldes pasaban a poco más de medio metro del suelo, e iban lentos. Sólo había que agarrarse al borde, auparse y meterse dentro. En poco más de media hora llegaríamos. Bajaríamos al entrar en el muelle de la estación, unos treinta metros antes de las tolvas que cargaban los vagones, donde la marcha de los baldes se ralentizaba un poco para que a los operarios les diera tiempo a vascularlos. Así contado parecía fácil y allá me fui con él.

Subimos sin problemas y la sorpresa fue que dentro había un gatín al que casi aplastamos al caer. En realidad una gatina, una de esas calicó de tres colores, blanca, rubia y negra, preciosa. Estaba aterrorizada, lógicamente, mucho más que yo que, viendo el meneo del balde al subir, empecé a imaginar los profundos valles y elevadas montañas que debería salvar la línea, a gran altura, hasta llegar a su destino.

Me agarré a la gatina como a una tabla de salvación. Al cogerla me arañó y temblaba, pero poco a poco fue haciéndose a las caricias y se me acurrucó entre los brazos. Estábamos sentados en el fondo del balde y, todos tiznados, parecíamos dos carboneros. Tres con la gata.
En cierto momento el balde empezó a balancearse un poco de arriba abajo y hacia los lados, tal vez movido por algo de viento, aunque era un día apacible y soleado de verano. Juan dijo que estábamos pasando por uno de aquellos valles que yo había imaginado y que la distancia entre las torretas era mucho mayor, el cable que sujetaba los baldes combaba, salvando el valle de ladera a ladera. Y hecha esta explicación se puso de pie y se asomó al borde del balde.

¡Madre mía!, le di un apretujón a la gatina que no sé cómo no la espachurré. El balde basculó unos grados y vi allí abajo, pero muy abajo, el fondo del valle...
¡Mira!, dice Juan tan tranquilo, ¡Estamos lo menos a cien metros de altura!
No estaríamos a más de 30 del suelo, pero a mí me parecieron treinta mil, como poco, y eso que sólo lo vi un instante.
¡No pasa nada, no ves que pesa mucho!, insistía Juan riendo e intentando mover el balde como si fuera un balancín, tratando de columpiarse.
Creo que no me salían ni las palabras, debí de decirle sólo un, ¡Para, para...!, medio ahogado, porque estaba paralizado de miedo.
No despegué el culo del fondo e hice el trayecto sin soltar a la calicó, a la que sentía latir en los brazos como mi seguro de vida.

Al año siguiente Juan marchó con su madre a Buenos Aires, donde tenían familia. He oído que ahora vive en una estancia de la Pampa. Su único futuro aquí hubiera sido la mina y él no era un espíritu para encerrar en un pozo. La muerte de su padre lo había marcado ya desde niño.

De Marisa cuidó mi abuela Ana durante más de quince años. Cuando yo la iba a ver, salía la gata con el rabo tieso y se me enredaba entre los pies ronroneando. No me dejaba caminar y tenía que cogerla y acurrucarla, restregaba su cara en la mía como si me acariciara y yo le decía al oído, ¡Marisa yo también te quiero!...


Ramiro Rodríguez Prada


El gato negro. Buenos días Buenos Aires.



Salud.

miércoles, 4 de junio de 2014

Huevos chungos


Huevo frito de pollo

Será por huevos

(Diálogo entre el provisor del Obispado y un aldeano) 


- [...]
- Ni me importa ni me interesa lo que hagas con tus gallinas, yo sólo quiero una docena de huevos.
- [...]
- Me parece muy bien, pero eso no es asunto mío.
- [...]
- Vale, yo con doce me arreglo. Que sean frescos, por favor.
- [...]
- Nunca pensé que tendría tantos problemas para comprar unos simples huevos.
- [...]
- Que son de yema doble, pues mejor que mejor, así me haré a la idea de que llevo veinticuatro.
- [...]
- Eso es problema tuyo y de tus gallinas, yo te pago doce huevos, no dos docenas de yemas.
- [...]
- Si son mellizos, como si son trillizos, a mí qué me cuentas.
- [...]
- Los gemelos tienen mucha clara y poca yema, entonces de acuerdo, dámelos mellizos.
- [...]
- Ah, no, no, cualquier cosa menos huevos cuadrados, el ano del obispo es redondo.
- [...]
- Ave María Purísima, haber empezado por ahí.


Korvus Korax Ο Μάυρος, El Negro.


William Reynish.  Chicken or Egg?


Seguimos pisando huevos.

Spare Time Sudios. Daniel Nygren.  Pixar Ice Egg.



Salud



Ramiro

Siniestro Total.  Me pica un huevo. 

http://www.youtube.com/watch?v=DwEELwag81s

¡Raska!

martes, 3 de junio de 2014

Bien y mal


Llamaquique.  Oviedo.



Casting



¿Por qué lo maté? Soy un hombre de fe. Él fue un buen chico, obediente, aplicado, trabajador, cariñoso, de mirada franca y limpia, y de nobles sentimientos. Todos lo querían porque era una persona responsable y de fiar. Pero, además, su gracia y simpatía cautivaban al más hosco o recalcitrante, contagiaba su alegría. Servicial, comprensivo y sensible, en su juventud sintió la llamada de la vocación sacerdotal e ingresó en el seminario. Iba por el camino recto. La transformación fue total. Se convirtió en pocos años en un ser desconfiado, ruin, vago, aprovechado e insidioso. Sin piedad juzgando al prójimo, era taimado y cruel. La sonrisa desapareció de su cara y ocupó su lugar una mueca perversa, sibilina y retorcida. Cuando lo nombraron obispo, el más joven prelado del país, se puede decir que había completado su formación religiosa con un alto doctorado en maldad, superando incluso a la mayoría de sus colegas de Sínodo. Soy hombre de fe, lo mandé al infierno.


Skylorómiros


Concha Buika.   A mi manera.


https://www.youtube.com/watch?v=hZNkCTxyB9Y 


Salud

lunes, 2 de junio de 2014

144


Inodoros.



Salí a tirar la basura. 



Desde la puerta de la calle vi junto a los cubos, aún vacíos, al vecino más insidioso, de plática con la maruja más bruja del portal, o viceversa. Según me iba acercando, aumentaba escandalosamente el olor a podrido. Estaba claro de quién venía...



Nina Hagen.   Auf'm bahnhof zoo.





Salud y felices pesadillas



ra

sábado, 31 de mayo de 2014

Amanecer -2


Mirando al este  II.
Pituras al agua sobre lienzo de algodón y tabla. 23,5 x 30 cm.
Ramiro Rodríguez Prada,  2010.




Territorio canalla


En el sendero que se adentra en los jardines
se pierde el habla

Y el miedo

Hay rocas negras junto al agua quieta y los cañaverales tiemblan de frío

Sólo porque te ocultabas quise encontrarte

Al cortar aquella rosa cayeron gotas de vino sobre la hierba azul borracha

Alzaron las grullas su vuelo al alba
más altas más lejos
oscuras como una noche larga que se adelgaza
hasta quemarse en la luz

Donde estoy solo y amanece

Juguetón
el delirio corre a esconderse tras los arbustos
Es un niño malo que amputará tus alas mientras 
bosteza

y sonríe


De  Interrogatorios y otras partidas perdidas.  2014.

Ramiro Rodríguez Prada


Los Delinqüentes y Tomasito.  La cacerola.



Salud