sábado, 5 de julio de 2014

El Pulgarzito y Raimundo Amador


En el Muddy's de Gijón.
Enero, 2013.

El Raimundo y er Púrga


Buenos días. Conociendo al Púlgar, era normal pensar que inevitablemente, tarde o temprano, acabaría encontrándose en la música con Raimundillo.
Por entonces, Kiko Veneno y los hermanos Amador empezaban a tener un nombre en el panorama musical, éstos por sus colaboraciones con el Camarón y la familia Montoya, y Kiko por su tema Volando voy, que daría a conocer el de La Isla.

Además, los tres habían lanzado recientemente su primer LP, Veneno, con aquella portada del nombre grabado en una placa de chocolate. Un disco que rompió moldes respecto al nuevo flamenco-fusión que se venía intentando desde tiempo atrás por varios grupos andaluces de rock, medio sinfónicos, medio aflamencados, caso de Triana o Granada. Y antes por otros como Smash y su Garrotín.
Todos teníamos machacado el disco de Veneno, los admirábamos, los autores eran ya respetados en el mundillo de los aficionados, en especial por los propios músicos.

Y el Púlgar era todavía Pulgarcito, sin cortes ni zetas. Acababa de tener también su lanzamiento por todo lo alto con CBS y aquella canción de Sabina dedicada al Jaro, que el Púlgar sería el encargado de grabar y dar a conocer en primer lugar.

El Púlgar. Alberto Moraga. Raimundo Amador. Candela.


Pulgarcito decía entonces que era un catalán del foro, había nacido en Barcelona y en la adolescencia se había corrido a Madrid, donde se buscaba la vida tocando en el metro y en la calle. Era un desconocido salvo para los que tuvieron la suerte de escucharlo en esos escenarios madroñiles.
Pero también era andaluz, o lo ha sido, a conveniencia, porque parte de su familia procede de esa región.

Después de pasar por un montón de formaciones propias, Pulgarcito y los Punkis Asociados, Yu-Yus, Tapones Visente, entre otras, y de currar de guitarra estrella contratada, Toreros Muertos, La Dama Se Esconde, etc., disfrutó de más oportunidades grabando, durante los años que vivió en Madrid, varios trabajos con canciones suyas y la colaboración de músicos de lujo. Unas veces como el Púlgar y otras como Antonio Rodríguez, su nombre de pila, ¿te bautizaste, pícaro?... . 

Candela es el nombre de su primera hija y el título de uno de sus temas, al alimón con Alberto Moraga,
colega ya de los primeros tiempos, que también firma con él la otra canción, Pa mojar. Ambas
aparecieron en el disco de Raimundo Amador, Noche de flamenco y blues (1998), una grabación en directo
con la presencia estelar del gran BBKing. Pa mojar no está disponible en Youtube.

En Gijón, 2013.
María Morales. Raimundo Amador. Veneno qué bueno.

https://www.youtube.com/watch?v=b01PejVlz_c

Tras dejar el foro y deambular por esos mundos, con otro paso por Barcelona, acabó recalando en Cádiz, en la calle Camarón del Puerto de Santa María, y ahí la cosa framenquita se le puso ya a huevo. Tanto que conoció a Kiko y a Raimundo, con el que acabaría relacionándose y trabajando esporádicamente durante algunos años. Con él y con otros músicos de la Bahía. Recuperaba así sus ancestros andaluces.

Veneno qué buenoPapeles no quiero y Pepe el pingüino, es el siguiente resultado de esta confluencia de genios. Aparecieron el el CD de Raimundo, Un okupa en tu corazón (2000).

Dedicado a la composición para otros músicos durante aquellos años, y bebiendo en su salsa los ritmos sureños, acrecentó su experiencia y siguió componiendo para sí mismo, cada día más abierto a otros sonidos que siempre le interesaron, el funky y el soul especialmente. Uno de sus viejos grupos se llamó Body and Soul...

Las canciones no tuvieron sin embargo el eco que merecían, y eso que nunca renunció a su punto comercial de calidad, y muchos de sus guiños literario-musicales son bien pegadizos y divertidos.

Todos siguen siendo buenos temas que acabarán por reconocerse más pronto o más tarde, si no se los copian como aquel de Lobaylao, ¡en Eurovisión!

Por cuestiones personales que atañen a su vida privada, su nombre queda solapado (según tengo entendido) por el de su compañera de entonces, María Morales, que firma las canciones, la 1ª y la 3ª con Raimundo que, según se cuenta, aprovecha cada riff gerundino para apuntarse a la autoría, un negociante duro de pelar.

Antonio Rodríguez. Raimundo Amador.  Fúmala.

https://www.youtube.com/watch?v=4xyf6jbPdQU

La tercera colaboración apareció en el disco Isla Menor (2003). Los temas son Fúmala, cuyo autor es el mentado Antonio Rodríguez, más alias que su seudónimo de toda la vida, Frito Malaje, con letra suya y de María y música de Raimundo y Álvaro Gandul.

Sólo subí las canciones que están disponibles en la red, me hubiera gustado que fueran todas y enrollarme menos, pero es lo que hay.

Antonio Rodríguez. María Morales. Raimundo Amador. Álvaro Gandul.  Frito.

http://www.goear.com/listen/24f6bc8/frito-raimundo-amador

Frito/ en el sofalito, la mano en la masa/ los pies en la mesa, con una cañita fría/ soñando por bulerías y si no me inrrito/ ay, con el mando del DVD. / Y en la mesilla un florero,/ por si acaso tengo sed./ Frito/ como un pescaito...

Salud y buena música


Ramiro

viernes, 4 de julio de 2014

153


Pichacortas  y  Pelotudos.


Salí a tirar la basura



embutido en mi pijama de lunares y monos con priapismo, atuendo de andar por casa, calzando las pantuflas de los domingos. No me apetecía cambiarme ni poner una bata, era ya muy tarde y no esperaba encontrar a nadie. Además, la noche de verano, muy calurosa, casi invitaba a tomar la calle hasta en pelotas. De hecho varios vecinos en ropa interior charlaban sentados a la puerta del bloque. Un grupo de personas en bolas bajaba por la acera riendo y alborotando. En la parada un par de colegas en calzoncillos se besaban esperando el último autobús de la noche, cuyo chófer conducía a pecho descubierto. Volví al hogar con mi pijama abotonado hasta el cuello, sudoroso y avergonzado.



Leipzig Big Band. Nina Hagen.  Fever.




Salud y felices pesadillas


ra

miércoles, 2 de julio de 2014

El ojo del calamar


Calamar gigante.  Facultad de Biología.
Oviedo,  2012.


El ojo de Dios



Se había dormido, despertó y sintió frío. Buscó la chaqueta de flotación y se cubrió con ella sin levantarse de la silla rotatoria. En la cabina había poco espacio y todo estaba al alcance de la mano. Quedaba sólo una luz de emergencia en el interior y dos pilotos externos que apenas alcanzaban a iluminar unos centímetros más allá del aparato. El batiscafo había detenido finalmente su caída a unos mil metros de profundidad, recostado en un resalte de la ladera. Estaba en el cañón submarino de Avilés, le faltaban otros 4000 para tocar fondo. Era biólogo marino, llevaba dos años explorando la costa Cantábrica en busca de los calamares gigantes, algunos de cuyos ejemplares habían aparecido en el litoral atlántico ibérico en los últimos años, relacionados tal vez con las fosas marinas más profundas de la zona. El pequeño submarino, en el que sólo cabía una persona, se había quedado sin electricidad y el científico, que también conocía muy bien la mecánica del sumergible, no había encontrado, sin embargo, ni la causa ni el lugar de la avería. Sin comunicación con el exterior desde hacía horas, agotado de bregar y casi resignado a su suerte, se durmió. Confiaba en que hubiera llegado el SOS que había lanzado cuando se produjo el apagón y que el balizamiento señalara su posición exacta. Pero incluso contando con ello, sabía que un rescate a esa profundidad era prácticamente imposible en tan poco tiempo, y el problema de la autonomía de oxígeno del aparato no era el menor. En el ojo de cristal reforzado del batiscafo, una mirilla de un metro de diámetro, sólo se veía un resplandor fantasmal producido por la débil luz de la cabina y, enseguida, la oscuridad abisal. Pasaban, flotando en el agua, miles de partículas diminutas brillantes que rozaban el visor. Todo sucedió en pocos segundos y no tuvo tiempo ni de asustarse. Nadie creyó su relato y las cámaras no funcionaban para poder servirle de testigos: el ojo de aquel espécimen ocupaba más de la mitad del óculo del sumergible. El animal se acercó tanto al aparato que el hombre vio cómo el globo ocular del calamar cedía un poco, aplastándose al contacto con el cristal curvo de la mirilla. A juzgar por el tamaño de aquel ojo, el cefalópodo mediría entre doce y quince metros. Notó una sacudida y el batiscafo se movió hacia el abismo. Casi al instante volvió la energía.


Ramiro Rodríguez Prada


Derribos Arias.  Branquias bajo el agua  (Version Extendida)

https://www.youtube.com/watch?v=WLzMGW3fdTI

Salud y bon baño

lunes, 30 de junio de 2014

Siembra de vientos


 Aguada sobre cartulina. Pintura en polvo, residuos. Espátula.
Ramiro Rodríguez Prada.  2003. 


Cosecha


En realidad  él no quería esa vida, no le gustaba, casi se puede decir que fue un accidente. Su padre era militar, uno de esos hecho a sí mismo, como le gustaba decir, lo que venía a significar que no había pasado por la academia y había ascendido chusco a chusco y a puro huevo. Duro con la tropa, duro con los profesionales subordinados y duro con sus hijos, a la única que nunca había tocado era a su esposa, una mujer de armas tomar, nieta e hija de militar. Con ella y con el mando era más que sumiso.

Se retiró sin haber podido hacer carrera de los hijos, a los que trató de encauzar a base de brutalidad. De nada le sirvieron los halagos, su otra arma, y menos las palizas, los chavales mostraron muy pronto un carácter indolente y si tenían algún sentimiento claro por su padre, éste era el odio.

Malcriados por los caprichos que el hombre satisfacía intentando atraerlos, y maltratados por una disciplina salvaje que los doblegara, fueron incapaces de terminar el bachiller y vegetaban en el domicilio familiar, sin beneficio y sin el menor interés por oficio alguno.
El militar hizo cuanto supo para que ingresaran en el Ejército, pero estaba claro que aquellos atorrantes no tenían el espíritu marcial, ni los cojones que un soldado español debe tener. No parecían hijos suyos. De hecho eran idénticos al capitán de la compañía en su primer destino como sargento. Aquel hideputa huevón que, sin embargo, le había amargado la vida.

Esa idea llegó a convertirse en una obsesión. El desenlace era previsible. Una noche mató a su esposa y se pegó un tiro. No mató a los hijos porque ya sólo venían a casa por dinero y apenas los veía. Andaban metidos en drogas y en un par de años fundieron lo que les dejaron los viejos.

Se pelearon y cada uno se fue por su lado, los dos muy enganchados a la coca, con la que se ganaban la vida trapicheando.
Cargados de deudas y de amenazas de muerte, maleducados en la peor de las versiones cuartelarias, lo único que conocían de cerca, y sin salida, terminaron enrolándose en compañías de seguridad distintas, y finalmente como mercenarios, donde más dinero se ganaba. La guerra nunca dejó de ser uno de los grandes negocios.

Llevaban años sin tener noticias uno del otro. Por eso no sabían que sus respectivas empresas los habían alquilado a bandos enfrentados en una de las tantas guerras de este mundo.

El mayor era ya oficial en aquella partida de irregulares, compuesta por tipos de todas las procedencias y cataduras y por una leva forzosa de jóvenes del lugar, la diversión de la mayoría de los cuales era la violación, la tortura, el asesinato y el saqueo. El terror y el sadismo eran otras tantas armas de guerra utilizadas por los dos bandos.

Lo llamaron, borrachos y drogados, para que fuera a echar un vistazo a los presos de ese día antes de darles matarile. Estaban en una choza, los habían torturado. Eran dos hombres blancos, y tres negros muy jóvenes.
Tardó en reconocerlo. Le habían cortado la lengua y la nariz, y estaba ensangrentado e hinchado por los golpes. Lo miraba desde un lugar ya inalcanzable. Era su hermano. Uno de sus soldados, reclutados en el país a la fuerza, apenas un niño, sacó una pistola y riendo apoyó el cañón en el ojo del prisionero y disparó.

Fue una reacción automática, empuñó su arma, se giró y sin mediar palabra mató al chaval. Los compañeros quedaron como paralizados un momento, mirándolo desconcertados, y a continuación, como si obedecieran al unísono una orden de fuego, descargaron sus fusiles de asalto sobre él.


Ramiro Rodríguez Prada


Los Inhumanos.   Manué no te arrime a la paré.

http://www.youtube.com/watch?v=l76FsMgUbyU


Salud y paz para los pobres

domingo, 29 de junio de 2014

152


En orden y concierto.
Galicia 2013.


Salí a tirar la basura



fuera de punto y en el mes equivocado, agripado y anacrónico. Por la calle bajaba una manifestación nocturna de lo más variopinta. No era Semana Santa ni los que desfilaban lo hacían en religioso silencio, al contrario, coreaban eslóganes mundanos y primaba el cachondeo, la algarabía, el descontrol y el despendole. Parecían habituales de la noche, cada uno de la suya: taxistas, camareros, policías, enfermeras uniformadas, bomberos, recepcionistas, prostitutas... . Al frente de la banda una pancarta con la leyenda "La noche para quien la trabaja". Tampoco era carnaval porque ese día no pasaron los operarios de la limpieza nocturna, supuse que se habrían sumado a los manifestantes, si lo eran.



The Eureka Brass Band.  Tell Me Your Dream. 1951.




Salud y felices pesadillas.


ra