lunes, 18 de julio de 2011

Ziniéhtro Totáh. Vientos del pueblu me lleven...

Uno de estos fines de semana recordamos algunos viejos buenos tiempos, los del Ayatóla no me toques la pirola y Mario encima del armario, donde sigue. Le llevamos un par de revistas a Julián que nos saludó y agradeció atento el detalle. En un pueblo leonés de la ribera del Órbigo, Carrizo, ofrecieron un concierto a un millar largo, de incondicionales todo hay que decirlo, para todos los públicos. Estaba la familia al completo, con bebés  gugús y abuletes cebolleta incluídos, algunos de estos últimos con panzas olímpicas. No tengo nada contra los abuelos, entre quienes me podría contar por edad, ni contra los obesos porque yo esté algo escurrío. Es que me ví medio concierto emparedado entre dos panzas gansas de mi quinta que, por ende, intentaban grabar ¡todo! el evento en sus móviles -yo ni tengo-, qué manía,  no les basta con Me pica un huevo o, en su ausencia, Miña terra galega. El hecho es que los desequilibrios provocados por los jóvenes danzaris hacían que ambos apoyaran sus pesadas carnes rosadas en mis magras chichas morenas, por delante y por detrás. Como soy fajador, hasta ahí vaya y pase.
Lo peor vino cuando uno de ellos, o los dos, "soltaron vientu", que diría nuestro José Canellada. ¡Baaadree eeee deraaamoooor herrbooosssooooooooooooooo!!!!! Ta arómata lo envolvía todo, porarribayporabajo poralanteyporatrás, ¡qué intensidad, qué persistencia, "el aroma embalsamaba el aire", como repetía una y otra vez la traducción castellana del Kapitán Mijális de Kazantzáki.
Julián, por favor te lo pido, la próxima vez que vaya a verte házme un sitio ventiladito junto al escenario si quieres conservar un amigo leal o, al menos, un crítico sensible, que sólo tira los pedos justos que se le escapan sen querer, entre colegas o en la intimidad del hogar, a lo sumo en presencia de su abogado. Como exije la urbanidad punky, los tiro adrede en el despacho del jefe, en el ascensor pichel cuando va cargado de fantasmas o en el confesionario, que no frecuento, donde con harta insistencia huele a gallina siracusana, con perdón para tantas de nuestra mujeres que sólo se arrodillan y humillan en olor de santidad, para confesar cuatro ¡zapes!  que le endilgaron al gato. El aire era tan apestosu, tan espesu que se cortaba, y siento no poder dicir nada de la música, aunque estuvieron marchosos, divertidos, saltarines, vitamínicos y centolas. Buscaron afanosamente el Códex Calixtino entre incienso cannávico y res mes, porque, ya digo, hay vientos del pueblu que arrasen con too, ¡Feus meus!, hasta con la cuenca minera, borracha y dinamitera.  Salud.

Skylorómiros Mavropradakos.

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