León 2011 |
Tres o cuatro, como mucho
Estaba decidido a regresar a su tierra fuera como fuese, no aguantaba más en aquel país. Llevaba ya 18 años rodando por el mundo.
Pero antes tenía que cubrir algunas necesidades perentorias.
Había salido de casa a los 14, pronto cumpliría 33 años.
Recogió algunos libros amontonados en el mostrador y los fue colocando en su sitio. El de bibliotecario era un buen trabajo que debía a su afición a la lectura.
Cuando llegó a Europa no sabía nada del idioma del país, pero tuvo suerte en los centros de acogida por donde pasó, aprendió a leer y a escribir, y en casa de una familia donde vivió casi dos años, hasta encontrar su primer trabajo, le cogió gusto a los libros.
Su familia adoptiva, un matrimonio de médicos mayores con hijos ya casados, era lectora y guió sus primeros pasos. Lo alentaron a estudiar e hizo el graduado escolar, pero más por contentarlos que por deseo suyo.
Le gustaba leer, pero se aburría mortalmente en clase. En cuanto tuvo oportunidad, cumplidos los 18, lo dejó. El médico le consiguió un buen trabajo en una tienda especializada en libros de medicina. Hacía de recadista, pero después lo destinaron a una sección de la librería, más pequeña, de literatura general. Allí terminó de formarse.
No leía, devoraba los libros. Todas las noches se llevaba uno a casa, el que ya había empezado a leer en la librería durante la jornada, en los pocos momentos de ocio que permitía el trabajo, libro que devolvía por la mañana.
Los sábados por la noche se reunía con sus colegas, algunos de ellos los primeros que había conocido al llegar a aquella ciudad, todos compatriotas de distintas edades y cada cual con una historia potente a cuestas. Era el mejor día de la semana. Había una chiquilla morenina que lo tenía subyugado.
Ya enviaba dinero a casa y quería tener su propio espacio. Sus padres lo ayudaron, amueblándole el piso que alquiló con buenos muebles de segunda mano. El día que se trasladó le echó una mano un amigo que estaba en paro y que se quedó ya en la casa a vivir con él.
Antes de casarse con la morenina pasó una legión de compatriotas por aquel piso.
Cuando nació su hija hacía un tiempo que el médico había muerto. Su mujer entró entonces en una depresión que terminó en un diagnóstico de Alzheimer.
Nunca hubo buena sintonía con los hijos del matrimonio, que ingresaron a su madre en una residencia. Iba a verla siempre que podía, pero no lo reconocía y le resultaba muy doloroso ver a aquella persona tan buena que había sustituído a su madre durante años, que lo había sacado de la miseria, y se le rompía el alma. La mujer, siempre sola, callaba mirando al suelo...
Tenía que regresar a su tierra a toda costa. Que sus padres conocieran a la nieta antes de morir.
Habían decidido comprar el piso donde vivían, grande pero ya viejo, que el dueño les ofreció por un precio razonable. Podían hacer frente al préstamo porque la morenina ganaba también sus buenos euros limpiando oficinas.
Todo se precipitó. El dueño de la librería, amigo de su antiguo protector, dejó el negocio en manos de sus hijos y lo pusieron en la calle con una indemnización miserable. Cuando unos meses depués la morenina perdió también su trabajo, dejaron de enviar dinero a sus familias.
Después de agotar las escasas reservas sin encontrar nada, un colega le ofreció pasar chocolate en el punto fijo de un barrio. Ni siquiera fumaba. Sólo debía temer a la policía.
La segunda vez que lo cogieron llevaba encima 30 gramos de haschís, pero en casa encontraron otros 200 grs. Pasó una temporada a la sombra, salió, se recuperó y todo parecía marchar bien. Se había aficionado a la coca en la cárcel y ahora la pasaba en la calle. Volvieron a mandar dinero a sus padres.
La tercera vez le calleron 12 años. En la cárcel le informaron, después de unas pruebas, que era seropositivo. Se apuntó a un grupo de ayuda a los drogodependientes y gracias a la asistente social le dieron un puesto en la biblioteca.
La prisión estaba muy lejos del lugar donde vivían su mujer y su hija, hacía dos años que no las veía. Tampoco le escribían porque la última vez había discutido con la morena. Ahora volvía a trabajar de limpiadora, más horas y por un jornal miserable, pero habían perdido el piso.
Colocó el último libro en un estante.
Estaba decidido a volver a su tierra, como fuera, cuanto antes. Su madre aún vivía. Primero tenía que atender algunas necesidades acuciantes. La última vez. Mañana lo dejaría definitivamente. Pero el encargado de la biblioteca de la prisión y la asistente social no debían enterarse de que todavía seguía pinchándose o perdería aquel puesto privilegiado y los beneficios penitenciarios.
Con un poco de suerte, le quedarían tres o cuatro años, como mucho...
Ramiro Rodríguez Prada
Los extremos de la Mar del Medio de la Tierra (Mesoyío/Mediterráneo) se dan la mano.
Sodade, Saudade, Cesaria Evora con Elefthería Arvanitaki.
León 2011 |
Eleni Tsaligopulu, que a mí siempre me recuerda la voz de Elefthería y a la que confundo con ella a menudo, es una buena sugerencia de Ana Capsir (Navegando por Grecia), para este segundo capítulo de tejidos, o Retales.
Un tema tradicional del que ya hemos hablado, publicado también en España en el doble CD ´De Oriente y de Occidente` en la versión de Domna Samíu, una de las grandes folcloristas griegas y que creo que coloqué en alguna entrada.
Es una canción muy popular que se puede oír en todas las islas, particularmente en las orientales del Egeo, pero también en cualquier otra o en pueblos de la Grecia continental, incluso en versiones a capella por vecinos del lugar aprovechando un escenario festivo y un micrófono.
La versión de Eleni, con la instrumentación más rica y barroca de las muchas que se escuchan, y un clarinete (clarino) de lujo, remite al Ifantokosmos oriental del primer post de Retales por su sonido, intenso y sofisticado, y el aroma bizantino que señala Ana, pero también, a través de la letra, al siguiente, la historia de Elena y Dastan, el extranjero, i xenitiá, la emigración (o exilio que es antes que nada alejamiento de la tierra, casi siempre, es cierto, por motivos económicos, de necesidad).
El tema se titula ´Tzivaeri`, Joya. Una madre se lamenta de haber alentado la marcha de su hijo al extrajero.
Ajjj, el extranjero lo disfruta,
-joya mía!-
mi flor perfumada.
Ajjj, maldito seas, extranjero,
-joya mía!-
tú y tu excelencia.
Ajjj, cómo atrapaste a mi hijito,
-joya mía!-
y lo hiciste tuyo.
Al final de cada estrofa repite en forma de estribillo o coda las frases ´Siganá que tapiná` o ´Siganá pato sti yi`, Silenciosa y humilde, Silenciosa piso la tierra.
Eleni Tsaligopoulou, voz, Manos Ahalinotopoulos, clarinete. Tzivaeri.
Salud, Ygeía!
Ra
Ra
Vaya historia triste. Me lo merezco por sugerirte una canción triste.
ResponderEliminar¡Maldito Xenitiá!
No eres tú Ana, es la vida mihma, mi arma! Y la canción me gusta si no no la pondría, y menos con esa introducción tan larga.
ResponderEliminarTodo lo contrario, gracias por apuntarla.
Besos.
Ramiro.