lunes, 8 de abril de 2013

Palomares -3


Réplica de palomar palentino


El Paráclito


Llegaron corriendo los guajes diciendo que se les había aparecido el Espíritu Santo.


-¿Dónde?

-¡En el palomar!


Nos echamos a reír, como es natural. Pero los tres rapaces se pusieron muy serios. Juraron por dios que se les había aparecido encima del tejado del palomar del ti Doroteo. Se atropellaban unos a otros explicando el prodigio.


-¡Vale, vale!, por partes y de uno en uno. A ver, primero el más pequeño, ¿tú, Diego, qué fue lo que viste?

-¡Al Espíritu Santo!

-Ya, ya, pero ¿cómo?

-¡En forma de paloma!

-¡Blanca!, lo cortó Manuel, el mayor.

-Deja que hable él. ¿Y qué más?

-¡Nada más!

-¡Era muy blanca!, insistió Manuel.

-A ver, Adrián, tu qué viste?

-¡Pues al Espíritu Santo en forma de paloma!

-¿Y cómo sabes que era el Espíritu Santo?

-¡Porque era blanco!, se apresuró a contestar Manuel otra vez.

-¿Pero qué pensáis que todas las palomas blancas son el Espíritu Santo?


Tres modelos de palomares de Tierra de Campos.  Palencia.


-¡Ésta sí era el Espíritu Santo!

-¿Porqué?

-¡Porque brillaba muchísimo!, dijo Adrián.

-¡Y el ti Doroteo no tiene palomas blancas!, añadió Manuel.

-¡Claro!, remachó Diego.

-¿Y qué creéis que el Espíritu Santo se le anda apareciendo a los primeros mocosos que pasen por el palomar del ti Doroteo?


Diego se encogió de hombros, pero Adrián y Manuel no estaban dispuestos a dejarse convencer tan fácilmente.


-¡Era el Espíritu Santo!, insistió Manuel tozudo frunciendo el entrecejo y mirando al suelo enfurruñado.

-¡Sí!, apoyó Adrián, menos convencido ya.

-Pero vamos a ver, ¿cómo podéis estar tan seguros?

-¡Porque es igualita a la paloma que hay pintada en la iglesia!, aseguró Manuel mirándome con cara de estar esgrimiendo el argumento irrefutable y definitivo.


Diego y Adrián permanecían expectantes aguardando mi contestación.


-Está bien, y ¿cómo se os apareció?

-¡De repente!, volvió a la carga como un rayo el pequeño con una sonrisa de oreja a oreja viendo que por fin empezaba a creer su historia.

-Sí, pero cómo: ¿apareció de golpe en el tejado?

-Vino volando, dijo Adrián como si una pregunta tan simple no mereciera más que una respuesta obvia.

-¡Pero muy rápido!, lo apoyó de nuevo Manuel.


El Pulgarzito.  La caena.  Sinto.



Palomar circular palentino


-¿Y qué hizo?

-Se posó en la picorota del palomar ¡y brillaba mucho!, aseveró Adrián.

-¿Y qué más?

-Nada, ¡estuvo allí posado!, y Diego me miraba triunfante.

-¡Y revoloteaba cuando llegaban palomas!, dijo Manuel.

-¿Y qué pasó después?

-Bajó al tejado, siguió Manuel.

-Bueno, ¿y qué?

-Se subía encima.

-¿Encima de las palomas?

-¡Sí!, afirmaron a un tiempo moviendo las cabecitas al unísono de arriba abajo.

-¡Entonces no era el Espíritu Santo!, concluí tajante, zanjando la cuestión.


Se miraron los tres con la boca abierta sin comprender mi repentina seguridad y me interrogaban con los ojos esperando tal vez que les aclarase aquel misterio. Allí los dejé.


Ramiro Rodríguez Prada


Tomás Méndez Sosa. Lola Beltrán.  Paloma negra.

Palomar con patio de servicio.  Palencia.

Las réplicas de los palomares, de barro como las paredes de los originales, son de un artesano palentino del que desconozco el nombre. Bien lo siento, porque es un trabajo interesante, gracioso y bien hecho. El estornino versicolor, que fue quien me permitió fotografiarlos en su nido de Gijón, los recibió como regalo de una amiga palentina. Aunque he indagado, no he obtenido la respuesta apetecida: la curruca está en la inopia en estos temas y no sabe res de res.

Me llamó la atención la distinta orientación de los dos palomares que quedan vivos en mi pueblo, el del primer capítulo está orientado al este y el segundo al sur; parece que ésta última es la mejor y la mayoría de las construcciones la siguen, pero tampoco son raras las excepciones.

A partir de los años sesenta empezaron a desaparecer los palomares. Ni los palomos ni la palomina constituyeron nunca la base de la economía de los campesinos, sino una pequeña ayuda y en ocasiones un lujo que sólo se podían permitir algunos agricultores con más medios económicos. Así, poco a poco, fueron quedando en desuso y arruinándose.

El número de nidos (dispuestos en tresbolillo) y por tanto de parejas estaba en torno al centenar. En Isla Cristina, Huelva, el Palomar de la Huerta Noble, del S. XVIII, parece que tendría espacio para 36.000 palomas. Pero este es un caso singular. La mayoría de los que se pueden ver en León, o en imágenes de Tierra de Campos (Centro de Interpretación de los Palomares, en Santoyo, Palencia) y en estas fotografías de la dirección de abajo en Zamora (Centro de Interpretación de los Palomares y Aula de la Naturaleza, en Villafáfila), van desde 100 a 1000 nidos.

Fotografías de palomares

Y en este estupendo y completo trabajo, podéis informaros de las características constructivas de los palomares, con apartados muy instructivos también sobre Tapias y Adobes.

Nada más por hoy. Que siga la buena salud de la tribu, queridos palominos.

Pulgarzito.   Funky tribu.  Sinto.



Ramiro
 

domingo, 7 de abril de 2013

Palomares -2


Palomar.  San Justo de la Vega.
León, verano 2012

Buenos días. Aquí tenemos el otro palomar que todavía aguanta en San Justo. Es más grande que el de ayer y tiene incluso ventana en la fachada, pero básicamente es el mismo modelo: cuadrangular, con tejado de teja a una sola agua. Tampoco se ve el lugar por donde entran y salen las palomas, ¡mecachis!...
Esas pequeñas hiladas de tejas en los laterales que superan la altura del resto del tejado, protegían algo a las aves del viento y la intemperie cuando salían a arrullar al sol del invierno.

Las paredes son también de tapia, aunque en éstas no sólo revocaron, también enlucieron, todavía se ve el barro en los desconchones. Los palomares están abandonados y sólo sirven de almacén, trastero o lugar para guardar algo de maquinaria y aperos de labranza.

A juzgar por el tamaño de la guía de la cerradura de la segunda imagen, la llave no debía de ser llavín sino llavona. Apellido asturiano de resonancia y raigambre, también en lo cultural, era el de nuestro querido amigo y maestro, el pintor ya desaparecido José Canellada Llavona, hermano de la primera escritora que publicó en asturiano allá por los años 30, María Josefa Canellada. Son reminiscencias y recuerdos traídos por los pelos, pero que no quiero evitar por simple cariño.

Las llaves de las bodegas tenían cerraduras aún mayores, la de mi abuelo debía pesar un kilo y tendría unos treinta centímetros de larga. La cerradura contaba además con un mecanismo interior manual, un pesado bloque de madera que había que accionar sacándolo de la pared donde estaba encastrado, para lo que había que meter el brazo por las ventilaciones superiores de la puerta que, como sabréis, suelen incorporar todas las bodegas, facilitando así su aireación, junto con las chimeneas que se practican en el fondo de las mismas.

Ya pensé también en otra pequeña serie de bodegas, continuando las construcciones tradicionales de barro, puesto que aquí se escavan en laderas aluviales donde abunda ese material, ideal para las labores del vino. Tal vez más adelante.
Empezamos con palomares y acabaremos hablando de relojería, ¡hay que joderse!.

En fin, que llamó más mi atención la vieja puerta con su potente cerradura que los antiguos palomares, que era lo que había ido a fotografiar. Ese primer plano del tejadillo por donde entran las palomas, que me falta, será en otra ocasión.


El Aleph

La cerradura


La de mis abuelos paternos es una casa de labranza bastante grande, hoy vive sola en ella la hermana pequeña de mi padre, la única con vida ya de once hermanos que fueron, soltera y con 80 años de edad. Pero en su apogeo, cuando todavía vivía mi abuelo, fue una casa bulliciosa con mucha actividad y varios primos con los que jugar al escondite en sus múltiples dependencias.

La casa tiene dos pisos y un desván y da a dos calles, la fachada a la principal del pueblo y la trasera a una de servicio donde están las entradas de las cuadras, los pajares, etc., y que comunica con un patio en cuyo centro hay un pozo con su brocal y su caldero de zinc. Un edificio anejo, que era la parte más antigua de la casa, albergaba la fábrica familiar de chocolate y la cocina con el viejo hogar de suelo, el llar, con las trébedes y las caramilleras, que en el Bierzo llaman berganzas, esas cadenas donde colgaban los potes de la comida nuestras abuelas, cocina donde ahora curaban la matanza.

Uno de mis primos, Andrés, el más cercano a mí por edad y amistad, vivía con sus padres en Zamora pero venía por el verano al pueblo al cuidado de mi abuela. Pasábamos muchas horas juntos. Era entonces cuando jugábamos al escondite seis u ocho rapaces y rapazas. A mí me daban un poco de miedo algunas habitaciones de la casa, grandes, oscuras y desangeladas, o aquellos cuartos auxiliares fríos, que nunca supe muy bien qué utilidad tenían aparte de acumular trastos, polvo y telarañas. Hay lugares donde de niño nunca me atreví a entrar. Pero lo que quería era sobre todo describiros un gran escenario, ideal para la imaginación de un párvulo.

No nos dejaban jugar en el segundo piso de la casa principal donde estaban los dormitorios, pero del resto podíamos disponer a nuestro antojo, y para nosotros era un territorio enorme: al que la quedaba le costaba bastante dar con los ocultos y siempre se le escapaba alguno.

Había sin embargo una habitación en esa planta superior, siempre cerrada, que nos tenía totalmente intrigados. Era un pequeño cuarto interior provisto de una ventana de luces, alta, que daba a la escalera, con una cortinilla echada por dentro. Sólo podíamos ver un poco del interior mal iluminado a través de la gran cerradura. Se alcanzaba a vislumbrar la mitad de una cama cubierta con una colcha o sábana blanca, el resto, hasta el testero, permanecía oculto. Parecía que bajo la colcha hubiera un cuerpo, porque se veían los dos picos característicos que la levantaban en la zona donde irían los pies. Aquello nos tenía trastornados.

Junto a la pared, en el ángulo que ésta formaba con la cama, había arrimada una figura como de metro y medio de altura, cubierta con una de esas capas rústicas de tallos secos de cereal atados por un extremo. El tosco sayo cubría la figura hasta los pies y la ocultaba, de modo que impedía ver de qué se trataba en realidad. Junto a ella más bultos, cubiertos también con sábanas.

Le habíamos preguntado a mi abuela por el contenido de aquella pieza y siempre nos contestaba lo mismo, ¡No andeis enredando por las habitaciones, allí no hay nada, sólo trastos!. ¡Déjenos la llave!, le pedíamos, tratándola de usted, ¡No hay llave, se perdió!, respondía invariablemente.
Ella no era muy niñona, ¡empezó a parir hijos a los 17 años!, pero debía de ser cierto y, de tenerla, nos la hubiera dado sólo porque la dejáramos tranquila. Mirar por el ojo de la cerradura se había convertido en nuestro pasatiempo favorito y el destino de la llave en una obsesión.

Unos días en que debió de haber novena en la iglesia a última hora de la tarde y nos quedábamos solos en casa mi primo y yo, nos pusimos a buscar la llave por todas las cajas y cajones que encontramos. Probamos una docena de las muchas que aparecieron.

Sería ya el último día de la novena, porque recuerdo que la búsqueda fue laboriosa y se prolongó en el tiempo, cuando por fin dimos con ella.
Estaba en un lugar insospechado, ¡bajo el piso del cuarto secreto, precisamente, en el hueco de la escalera!. Era un michinal donde guardaban el calzado. Bajo una montaña de botas embarradas, zapatos y alpargatas de los ocho varones que habían vivido los últimos años en esa casa, había un cajón de limpiabotas gigantesco, de esos que se despliegan como algunos costureros antiguos, lleno de latas de betún seco, cepillos, cantoneras y bayetas para dar brillo. Nada más verla entre los cachivaches, de hierro, grande y pesada, estuvimos seguros de que era nuestra llave.


San Justo de la Vega
León  2012

Nos dio la tabarra la dichosa cerradura, oxidada como estaba. El cuarto debía de llevar años sin abrirse y la pesada puerta de madera se resistió y rechinó cuando la empujamos. Era ya bastante tarde. Una nube de polvo gris se levantó al abrir y la escasa luz de la escalera aclaró un poco los contornos. Del techo colgaba un cable con un casquillo de porcelana en el extremo, sin bombilla.

Quedamos los dos paralizados mirando el presunto cadáver sobre el catre, yo sentía el corazón al galope. Levantamos la sábana de golpe con un ojo cada uno puesto en la puerta para salir corriendo.

No era más que un jergón muy basto de hojas de maíz, con tantas protuberancias que semejaban un cuerpo tendido bajo el cobertor, ni sábana ni colcha, hecho con sacos blancos de algodón que llamamos quilmas, cosidos entre sí, y que se usaban para guardar y transportar la harina.

Enseguida nos volvimos a la extraña figura arrimada a la pared junto a la cama, ya más serenos. Le quitamos aquella medio capa medio caperuza de paja y ¡oh sorpresa, era un cabezudo de cartón piedra! Estaba muy deteriorado. Representaba a un enano gordinflón con los mofletes hinchados por la risa que todavía conservaban el colorete. En la cabeza tenía un boquete del tamaño de un puño, le faltaba una de las piernas hasta la rodilla y la casaca roja y el pantalón negro estaban rajados y con la pintura muy deteriorada. Era de nuestra estatura, más o menos.

Al volverlo y encararlo, nos miró con tanta pena que los dos nos quedamos helados. Mi primo musitó, ¡Vamos, que nos va a pillar abuelita!. Sin atrevernos a girar contra la pared al pobre cabezón ni a vestirle el sayo de centeno, cerramos la puerta y bajamos las escaleras en silencio, sobrecogidos y tristes. Guardamos la llave en la caja del limpiabotas y nunca más hablamos de aquella tarde de verano. Tampoco volví a entrar en aquel cuarto ni sé qué fue del enanito.  


Ramiro Rodríguez Prada


Mr. Scruff.   Jazz Potato.


Salud

sábado, 6 de abril de 2013

Palomares


Palomar con antena
San Justo de la Vega.  León, verano 2012.

Buenos días. ¡Aquí se acabó eso de las palomas mensajeras, se habían quedado anticuadas y eran muy lentas!

Con la revolución de la telefonía móvil sustituyeron al palomo por una buena torreta receptora y emisora, eso de la colombofilia es ya cosa de románticos. Las palomas emigraron a otros pagos, donde el trabajo artesanal bien hecho y sin prisas les permita continuar con su cometido de periodistas, de teletipos casi, y enlaces alados, a cambio de un nido y algo de grano.

Por otra parte ya nadie aprecia un buen arroz con pichones, así que aquí ya no hay palomas, ni mensajeras ni de engorde.

En su día Valentín Cabañas, carasur, fue mi mejor cómplice en esto de las tapias, comentando muchas de las entradas y aportando conocimientos y detalles sabrosos. Él es un profesional del ramo, y un especialista en esto, no un diletante como yo, e incluso participó en la construcción del tejado de un palomar, allá en su Mancha manchega.
La más completa información que he leído en internet sobre contrucciones de barro es un trabajo que me envió él no hace mucho. En la entrada del 4 de diciembre pasado, la 3ª dedicada a Οδυσσέας Ελύτης, Odysseas Elytis -3, me dejó este comentario:

Hola Psilicosis. ¿Qué tal va todo?.
Me he encontrado con un estudio bastante detallado del tapial y no puedo menos que compartirlo contigo. Te mando dos direcciones, la del pdf del tapial directamente y la página del que lo he sacado pues hay otros estudios interesantes. Un abrazo.




Puerta en San Justo de la Vega
León, verano  2012

Aparte de una entrada dedicada al fumadero de El Prat, en septiembre, a la vuelta de las vacaciones, no había vuelto a esta etiqueta desde el verano. Y no lo hice porque en principio tenía previsto terminar con lo que me había quedado pendiente de las paredes de adobe. Pero como aún no tengo las fotografías que iban a ilustrar ese capítulo, voy a dedicar ahora tres a los palomares.

Poco que decir del otrora palomar. Planta rectangular, paredes de tapial, cubierta de madera y teja, como las casas del pueblo. La curiosidad quizá está en el tejado precisamente: a un agua pero con dos niveles, y entre ellos el espacio vertical que los une donde se sitúan las entradas de las palomas.
En el capítulo de mañana subí la fotografía del otro palomar que queda en pie y ahí se ve algo mejor ese nivel.

En el interior, los columbarios excavados en las tapias llenan el frente y los laterales, y en ocasiones tenían paredes intermedias para aumentar el número de nidos.
¡Todavía recuerdo la imagen de una fila de palomas cubriendo todo el borde del alero!...

Las paredes han sido protegidas con un revoque parcial de cemento que trata de detener la ruina y le da ese aspecto de probetón con remiendos, y para colmo con teléfono móvil de última generación a su vera, ¡estamos locos! Pero se ve digno y creo que aún le queda vida para rato. ¡Nos enterrará o incinerará a todos!

Los clavos de herrero de la puerta, que parece de madera de roble, pertenecen ya a las ruinas de otro palomar próximo, el que se ve en esta tercera fotografía de hoy, lo que queda de él. Ni siquiera estoy seguro de que lo sea porque dentro no se ven columbarios...

La tercera razón para estas entregas de palomares, es que el estornino versicolor  tenía en su nido gijonés las pequeñas réplicas en barro de tres modelos distintos de palomares palentinos, muy graciosas y adornadas, y muy conseguidas. Ése será el tercer y último capítulo de esta miniserie.

Restos del pasado
San Justo de la Vega,  2012

Y una referencia curiosa a un artículo muy sabroso, publicado en El Faro Astorgano el viernes 17 de junio de 1988, titulado Palomares y bodegas, en el que Félix Pacho Reyero abogaba por la conservación de estas construcciones tradicionales en Castilla y León, al hilo de la publicación de un libro tempranero, de ese mismo año, intitulado Arquitectura del barro, cuyo autor es Luis A. Ponga.
Para mí el artículo de Félix tiene doble gracia porque lo termina bebiendo a la puerta de la bodega "un jarro de vino nuevo de León" y empieza por encetar "una hogaza de San Justo de la Vega", mi pueblo. ¡Algo haremos bien los cardadores!

Como no tengo mucho que decir con substancia sobre el tema, aparte de lo que ya digan las propias imágenes, a ver si escribo alguna historieta que las acompañe, al menos en esa última entrada.

Y nada más por hoy, sólo un postre musical, ¡y que aproveche!

Louis Armstrong.  Potato Head Blues.  Crazy Jazz.

http://www.youtube.com/watch?v=EfGZB78R7uw

P.D. Echo en falta a los colegas de Schutterchance, Valentín, Marta, José Luis, a los que parecen seguir a veces en descansos prolongados, Belén, Txell o Yiannis. Espero que todos sigáis bien de salud, que es lo importante, y que sólo se trate de una pausa.
También yo he tenido que aflojar este año si quería mantener el ritmo de entradas y casi he dejado de ver otros fotoblogs que no sean los que tengo en Flanvoritos. Sigo entrando casi a diario en ellos aunque no tengan foto nueva, es el vicio en el que me metieron, o me metí, mejor.
Por otra parte, muchas veces he pensado si no los aburrirá tanto comentario y esta fidelidad mía cuasi matrimonial (¡Porqué no te callas!). Los problemas técnicos han sido el mal menor después de cómo empezó el año, pero también contribuyeron a ese relajo.

A fuer de ser pesado yo sigo, de momento, bien acompañado todavía por Andrés, Juan Carlos y Maqroll que mantienen la frecuencia. Pero confío en que se resuelvan los problemas pronto, y que todos ellos nos permitan disfrutar de nuevo de su arte, ése es el tema. Las personas saben que las queremos y que estamos con ellas.

¡Salud y un abrazo!

Ramiro

viernes, 5 de abril de 2013

Patos patafísicos


Homeropátiko patafísiko  disfrazado de lagarterana.
Oviedo,  2012.

Patafísikos Puticanos


El menistro patafísiko espanoli no procrea en Roma, se la pela recordando las cachas, el culo y las tetas de una pata morena, una siracusana bandera que se reclinó a su lado cuando er Biendichoso Exsanto Padre los bendijo en petit comité. Se limpia la chorra en un pañolito bordado con sus iniciales y perfumado con Esencia de Venus, desperdiciando su esperma portador de las chispas divinas de la vida.  Ανάθεμα, pecado!

El obiésporo patafíko Carcañares es un parásito, no procrea ni en el Vaticano ni en parte alguna porque es un bendito muy listo y no fornica, a menos que tenga por ahí escondida alguna barragana. Lo dudo porque con ese plumón sólo me lo imagino dando la espalda al prójimo.

Carcañares nun ye normal, ye un travestí de antes de Trento, ¡o de Cuarento o Cincuento!.  ¿Cuándo vísteis a un paisano normal vestido en serio como semejante fantasmón? Ya que fuera un disfraz por Carnaval, pero se acicalan como estantiguas casi a diario, con esas faldamentas y esas puntillas que pone la carcundia para acojonar al feligrés, que parecen travestís vestidos por Merinno, haciendo que les tomen las medidas en sus aposentos paticanos privados; Gorrinno o cualquier otra de esas firmas de la elegancia aristocrática moderna, con nombre italiano, o aparentándolo para que parezca más maricón, pero en fino ("Yace en aqueste llano/ Julio el italiano/ Que a marzo parecía/ En el volver de rabo cada día", decía Quevedo).

Hablando de yacer, ¿alguien recuerda los zapatos italianos de supertafilete que llevaba el exsanto padre anterior, beato polaco moderno ya, cuando tenían expuesto su cadáver ("de cuerpo presente") en la Cueva de Alibabá?. ¡Pues los andadores del cesante, el que acaba de pasar a la reserva, pa cagarse!

Bujarrones muy elegantes, con visa oro de la banca puticana, tan podrida como sus dueños los santos padres de la curia patafísika, Carcañares entre ellos, que todavía engañan a millones de incautos, y a otros malos bichos nada inocentes, aunque éstos se dejan engañar de mentirijillas y van de santurrones porque tienen tanta mierda en su alma que no saben cómo evacuarla y hacerse perdonar. Ahí caben todos esos menistros parásitos de la procreación que van a chupársela al Gran Carcamal patafísiko cada vez que estornuda, y sea quién sea la momia que ocupe la sede paticana.

De las palizas y los tormentos que tan dao...

Encarnación la Sallago.    Saeta

Patafísiko buscándose ladillas
Oviedo,  2102.

Una cosa es la homo, hetero o bisexualidad, y otra esta pandilla de asquerosos con sonrisa de no comerse más que pajas -patafísiko y onanista pecador, léase cargado de culpa, vienen a ser sinónimos, como vamos viendo-. Bien, seguimos: éstos se la pelan pensando en el amanerado y dulce San Juan o en Santo Domingo Sabio, y en el seminarista, compañero, asistente, etc., que se benefician en la realidad o en sus sueños eróticos, causa de su persistente onirismo pornográfico patuno y de su pertinaz espermatorrea, ¿o será esperpatorrea?, mientras imparten doctrina de comportamiento pat- ético y sexual patafísiko a la sociedad. ¡Qué me cuentas, Carcañares!.

Lo he dicho, y lo dijo alguien antes que yo: sepulcros blanqueados, hipócritas, falsos, podridos.

Y para terminar, queridos hermanos, una joya que tal vez ya conozcáis, es que como no veo la tele no me entero y después cuando oigo algo así tengo la sensación de vivir en otro mundo. Típico producto del gran pensamiento teopolítico patafísiko:

"El PP es cada vez más el partido de los trabajadores (PTE) y las trabajadoras de este país"  (Cocospedal dixit). ¡Acogonante!

La Trinca.  La patata. En catalán.


Semin Arista, rebetis, lagarterano navarro.

jueves, 4 de abril de 2013

¡Mantecadas, hay mantecadas!


Pedromato   sobre el ábside de la Catedral de Astorga.
Por el este.  Julio 2011.

Sesión teosófica


Entrábamos en Astorga al amanecer. El de la grúa dejó el Mercedes a la puerta de un taller y nosotros nos dirigimos al centro caminando. Al pasar cerca de la catedral por una calle que rodea el ábside, Valle señaló a la estatua que lo corona y se puso a recitar una letrilla que yo no conocía y que luego dijo que era anónima, tal vez de los cantos del camino de los arrieros maragatos. A mí me recordaba las melopeas de los beduinos conduciendo sus caravanas de camellos, que en este caso serían mulas. Sólo me quedé con las primeras estrofas. Se titula...

Desde aquí arriba

Soy Pedromato
y llevo bragas
de maragato

Veo y acato
lo que tú hagas
y hasta si cagas
    detrás del mato... 

¡Como dios, omnipotencia indiferente o al revés indiferencia omnipotente!, ¿pero conocía usted a Pedro Mato?, le pregunté asombrado.
¡Yo tengo tratos con todos los trajinantes, caminantes y viajantes que en el mundo han sido y serán, pollo!, cantó don Ramón en tono severo clavándome los quevedos a un palmo de la cara.
¿Y tiene idea de quién era?
¡Naturalmente, la quintaesencia del arriero maragato convertido por obra y gracia del Cabildo en el abanderado de Clavijo!
¡¿Qué dice?!...
¡Lo que oye, pinzón!
Pero la batalla de Clavijo, si es que se dio, fue en el S. IX y a Pedromato lo colocaron en el pináculo a finales del XVIII.
¡Eh ahí el milagro! No me gusta el río revuelto, el Clero pescador lo enreda todo. El arriero maragato agarra el banderín de enganche en la fe de Cristo, ahora contra los revolucionarios volterianos que amenazaban al pueblo de Dios.
¡No me diga!
¡Le digo más! Fueron años de cosechas muy escasas y mucha hambruna. Entre el Cabildo y el Marquesado de Astorga, que se llevaban a matar, tenían al pueblo llano en un puño. Gracias a las importantes donaciones de algunos arrieros ricos y el esquilme al que se sometió al campesinado, con diezmos y primicias para la Iglesia y rentas de los Osorio, el Cabildo pudo costear sus jaspes catedralicios y el marqués sus francachelas aristocráticas. El obispo de entonces fue el promotor de la idea que, por cierto, también pagó el campesino, maragato y no maragato.
Pues la gente quiere a Pedromato...
¡La gente, la gente! ¡¿Quién es la gente, usted es gente, yo soy gente!? ¡Déjese de pamemas!
Se siente identificada con él...
¡Esos son costumbrismos burgueses románticos, mi querido pardal!.
¿Pero no era usted también de los Apostólicos Tradicionalistas, don Ramón?
¡Yo amo a los héroes del pueblo y a los hombres de honor, no a los clérigos villanos de la curia vaticanista y carcunda, cotorra!
Y eso ¿qué tiene que ver con Pedro Mato? Comprendo su reflexión histórica, pero no entiendo porqué no le gusta la figura, es casi un símbolo.
¡Por lo mismo que no me gustan los zuequiños de San Benitiño, carallo!

Todo este diálogo sucedía a espaldas del Narizotas, su lugarteniente y Sebito, que nos precedían admirando el cercano Palacio Episcopal del fantasioso Antoni Gaudí.
¡Estamos rodeados de Misterios!, dijo Valle mirándome por encima de sus lentes. ¡A la derecha la cripta funeraria de los marqueses de Astorga, a la izquierda las catacumbas de un iniciado, un Siervo de Dios!. ¡Esta noche habrá verbena!, añadió enigmático levantando el muñón.

No supe a qué se refería, aunque sospeché cualquier tangana.


Más tarde llamado  El Felón
Astorga apostólica, 2011

Delante de una loseta con una dedicatoria muy tosca en la fachada de una igliesuca, el manco llamó la atención del Narizotas, ¡Eh, Bogbón, aquí hablan de ti!, dijo guasón. El Legía se limitó a observar la leyenda y no contestó, hizo un gesto en el que la barbilla parecía tocar la punta de su nariz, ¡Virgen de la Sublime Hermosura, qué tipo más feo!

¡Ahí los tiene, sus compatriotas, sus paisanos acordándose del más amado, el deseado, en plena restauración absolutista, con las Cortes de Cádiz hechas unos zorros puestas de capirote!, puteó el viejo dirigiéndose a mí.
¡Éstos son de su partido, don Ramón!, dije con toda la mala leche de que fui capaz.

Menos mal que no llevaba la tranca ni el bastón, porque me hubiera atizado, el cabrito. Estaba tan indignado que no era capaz de articular. Por si las moscas yo había retrocedido un paso.

No se me sulfure, don Ramón, intenté calmarlo, ¡Déje que le explique!.
Por una vez no salió de su boca improperio alguno. Me miró muy serio e hizo un gesto torero como invitándome a rajar.

Verá -seguí-, esta capilla da también nombre a una Cofradía, la de La Vera Cruz. Un antepasado mío, arriero maragato, fue cofrade, y uno de sus nietos o biznietos, el llamado Pedro, establecido en San Justo, lo fue de la Cofradía hermana del mismo nombre en ese pueblo, en su fundación allá por 1829, siendo obispo Leonardo Santander y cura párroco Juan Mostaza.

¡Pedro Mato!, gritó Valle arrebatado. Yo continué.

No sé si cuadrarían las fechas, a Pedromato lo pusieron ahí en 1798, creo.
¡Cuadran!, afirmó el manco.
Como Pedro era dueño de una buena hacienda dotó a la Cofradía con su símbolo, una Santa Vera Cruz de madera, enorme, que preside las procesiones de la Semana Santa. Pero fue más allá como benefactor de la Iglesia: él costeó la imagen de Nuestro Padre Jesús con la cruz al hombro, la de la Soledad y su manto de pana fina, la imagen de Jesús que reposa muerto en la urna, la mitad de los cristales para esa hornacina y un cetro con la imagen de Nuestro Padre Jesús, entre otras cosas.

¡Pedro Mato!, cacareó de nuevo Valle. ¡Un banquero local del Cabildo, como el maragato Cordero de la Isabelona!
No se apellidaba Mato.
¡No sea panoli, el Mato es un apodo! ¡Y yo sé de qué hablo, jilguero!, añadió con aplomo.

Lo cierto es que, más adelante, toda esta banda de Apostólicos, o sus hijos, debió ser la que se conjuró en las tormentas del 68 y un grupo de esos exaltados ultras, capitaneado por un canónigo de la Catedral y profesor de Teología del Seminario Mayor, mató al alcalde constitucional de un pueblo cercano. ¡Seguían consignas carlistas, carcundas, don Ramón!
¡¿Adónde quiere llegar con toda esa exposición, boludo?!
No me atreví a seguir porque me miraba tan mal que pensé que me iba a arrancar los ojos.

Astorga es una ciudad pequeña y en un cuarto de hora la habíamos cruzado. En la casa donde nos dirigió Valle, que fue antigua posada, vivía una viuda, su hija con síndrome de Down y un tío cura ya jubilado con problemas de Alzheimer. Teníamos las camas preparadas en habitaciones individuales muy limpias, pero tan austeras que más parecían celdas de monjes. Por todo mobiliario una silla, y el crucifijo en la cabecera del lecho. De hecho la pensión había sido en tiempos hospedaje de seminaristas, curas o algún canónigo soltero...

Estábamos todos muy cansados, ni yo pensaba en comer, pero la viuda tenía preparados unos reconfortantes desayunos. Dimos cuenta de todo ello, incluidos el famosísimo chocolate de la ciudad, los crujientes churros y, por descontado, las mantecadas. ¿Cómo se había enterado de que nos presentaríamos allí aquella mañana? Nuestro paso por Astorga había sido fruto de un incidente imprevisto. A los teléfonos del Legía y su compinche les faltaba carga o cobertura, nadie pudo avisarla.

¡Son comunicaciones de un orden superior a las que no alcanzan oídos legos!, sentenció el de Vilanova misterioso cuando lo interrogué.

Nos acostamos con la intención de descansar tres o cuatro horas, hasta las doce más o menos. Comeríamos todos juntos y luego el Legía y Porfirio se acercarían hasta León a controlar sus negocios. Al día siguiente nos recogerían de vuelta a Vilanova. Don Ramón tenía el máximo interés en pasar esa noche en Astúrica Augusta, como le gustaba nombrarla de cuando en cuando.
Sin embargo hasta las dos de las tarde nadie rebulló en aquella casa.


El Caminante de Rosendo García Ramos  Sendo, saliendo del albergue de peregrinos pobres.
Astorga  2011

Por fin pudimos ducharnos después de rodar por docenas de carreteras e infames tugurios. ¿Cuántos días habían pasado desde que salimos del Constantinopla? Tuve la sensación de que llevaba soñando una semana cuando la viuda me despertó. Don Ramón y el Narizotas esperaban en el recibidor. El Mercedes estaba aparcado a la puerta.
Fuimos a comer al corazón de Maragatería, en Castrillo, a Ca Cuca La Vaina, un típico cocido de la tierra. ¡Mortal!.
Camino de León nos dejaron otra vez en Astorga y los jaques arrancaron, derrapando con la máquina. Empezaba la sesión de tarde.

Aprovechamos para hacer las visitas turísticas obligadas a los monumentos de la ciudad. Estuvimos en las murallas, en la Ergástula y en las cloacas  romanas, en el Palacio de Gaudí y el Museo de los Caminos, así como en el Catedralicio.
La Catedral era la atracción favorita del viejo manco, y no precisamente Pedro Mato. Conocía detalles que ni yo, que soy hijo de la tierra, recordaba. En una columna nos mostró una leyenda latina que decía, "Este pilar está cimentado sobre un pozo de agua", y en otra, "Este pilar está cimentado sobre vino et passo", ¿qué significa?, ¡parece un chiste!.

Pero lo que más llamaba la atención de Valle eran las tallas de figuras demoníacas y gárgolas que adornaban la sillería del Coro.
En el Presbiterio, después de admirar el retablo de Becerra, se quedó mirando al suelo un rato, como hipnotizado. Al cabo, le dio una de sus tarantelas repentinas y nos indicó que fuéramos saliendo.

Volvimos a la pensión, donde nos esperaba la patrona con algo de cecina para empezar, y unos callos y mollejas que ya nos acabaron de rematar. En la sobremesa don Ramón nos puso en antecedentes. La viuda era también una medium de fiar, muy conocida en los ambientes espiritistas y esta noche asistiríamos a una sesión en la Cripta de los Osorio. Él mismo oficiaría de Maestro. Me temí lo peor, pero callé la boca.
Cuando entró con unas natillas de postre, el manco, dirigiéndose a ella, inquirió, ¿Está avisado el chupacirios?. Asintió la mujer. Sebito la miraba con la boca abierta como si fuera una fenómena. La viuda sonreía, bondadosa.

Y empezó la sesión de noche. Hacía frío y no vimos un alma por las calles. Las cosas que pasaron no son para contadas aquí, como diría el de Arousa en su giro gallego. Sólo indicaré cuatro detalles, obligado como estoy por el secreto iniciático a no revelar más. Y ya es mucho.

Para empezar nos abrió la pequeña entrada disimulada en un rincón de la verja del atrio, un hombre que yo conocía desde niño y que de adolescentes nos enseñaba la catedral a mis amigos y a mí, en las horas en las que pirábamos clase en el instituto. Nos daba galletas y copitas de vino dulce. Era niñón y un buen paisano.
Se llamaba Emilio y era el pertiguero de la iglesia, algo menos y algo más que un sacristán. Además de ejercer de monaguillo, se encargaba de apagar las velas -con la pértiga- después de los oficios diarios, y de cerrar la Casa de Dios. Lo extraño de que Emilio nos abriera era que llevaba por lo menos veinte años muerto.

No pude contestar, de la rigidez que tenía, cuando el pertiguero me reconoció y sonrió, guiñando un ojo cómplice como solía hacer en vida. ¿Estaba entre vivos o entre fantasmas?

Entramos en la catedral por la puerta del sur y a la cripta por una trampilla en el presbiterio, bajando por unos empinados escalones. Había barrillo en el suelo del sepulcro y Sebito, que estaba mudo y más asustado que yo, resbaló y dio una culada. Una corriente de aire apagó las velas con las que nos alumbrábamos. Yo pensé en Emilio, al que notaba respirar fatigado detrás de mí, siempre llevaba cerillas...

Estanislao Patacón, tuercebotas, zahorí.

Moncho Alpuente y los Kwai.    Ese cura.

http://www.youtube.com/watch?v=-LLE6cwgPYY

Salud