viernes, 22 de febrero de 2013

Golondrinas


Grecia,  verano 2012


3

Calixto


Al principio casi no me lo podía creer, ¡yo uno de los seleccionados para un trabajo tan interesante! Conocí a mis dos compañeros, Basilisa y Amadeo, ambos con criterio y mucha personalidad, sin embargo, o tal vez por eso mismo, no llegamos a nada concreto. Soy un enamorado de los amaneceres, así que me dirigí al levante.
Fui consciente de que separados no íbamos a conseguir la excelencia, pero como disponíamos de un tiempo para poner en común los hallazgos de cada uno, antes de entregar el resultado de nuestras investigaciones, no quise preocuparme en demasía y decidí tomarme las cosas con calma.

Por lo común soy una persona exigente conmigo mismo en el trabajo. Me gusta tenerlo todo controlado, si es posible incluso, bien atado, pero éste no era uno de esos encargos en que debiéramos echar el resto. Es cierto que había sido muy reñida la fase previa, pero enseguida nos dejaron claro que para realizar nuestro cometido no se necesitaba tanto músculo como imaginación, y tampoco buscaban una competición entre nosotros. Era importante que nos sintiéramos agusto para que el pastel resultara lo más sugestivo posible, sin la presión del deber estricto o los gramos exactos de azúcar en la masa. Creo que nos dieron razones bastantes para que obráramos con entera libertad. En el tiempo que duró aquella bicoca no dejé un solo día de contemplar el alba a la orilla del mar, algunas desde dentro del agua. Después de todo llevaba en el recuerdo un montón de bellas imágenes de las que hablar.

Creo que Basilisa se complicó demasiado la vida y eso hizo que Amadeo perdiera la paciencia. Ella traía mucha información y él lo había dejado todo en manos de la improvisación. Por mi parte, amén de mis inolvidables auroras, venía algo documentado y con un acopio de anécdotas suficiente para no quedarme en blanco cuando llegara la hora.

Pero no debí dejarme llevar por la ira y menos secundar a ese loco.

(continuará...)

Ramiro Rodríguez Prada


J. S. Bach. Glenn Gould, piano.  Invención  Nº 14.

jueves, 21 de febrero de 2013

El geniecillo de Albons


El leñero de Albons
Girona, julio 2012

El geniecillo de Albons


Buscamos la pelota entre las plantas y flores del pequeño jardín de casa. Por las tardes jugábamos con las palas y lo dejábamos todo sobre una mesa en el porche. Mirábamos entre las hojas rastreras de una vincapervinca, por si hubiese rodado hasta allí, cuando vimos al gato atravesar el patio maullando y con el rabo levantado. A todos se nos encendió la misma luz: había sido él.

¿Cómo hacerle comprender al maldito minino que en casa no había más pelotas y que nos tenía que devolver aquella?
Cada cual utilizó sus trucos, pero el gato nos miraba con cara de no haber comido una raspa. Abría la boca como si dijera, ¡Dejaos de pamplinas y dádme lechina, que yo me llamo Andana!

Sabíamos que el Andana le tenía la guerra declarada al juego de las palas y muy en concreto a la dichosa pelotita. Cuando jugábamos, él se iba al rincón más apartado del jardín, porque era raro que en algún momento la pelota no lo alcanzara cuando más agusto estaba tumbado, y como era un gato asustadizo y un poco memo, escapaba corrido como si le hubiera caído encima un obús.
Más de una vez intentó morderla, pero no le entraba en la boca. ¿Lo había logrado por fin y se había deshecho de ella después? Nos parecía demasiada inteligencia para aquel gato, pero como no encontramos una explicación mejor la dimos por buena. Y lo cierto es que la pelotina no apareció.

Es posible que ya hubieran distraido más cosas, porque después echamos en falta algunas, pero no empezamos a mosquearnos de verdad hasta una mañana en el desayuno cuando vimos que apenas quedaban galletas en la caja. Yo la había llenado el día anterior y lo hacía cada dos o tres. Nadie se declaró responsable de aquella falta. Carecía de importancia, sólo que era extraño, ¿teníamos acaso algún sonámbulo en casa?.

Y entonces empezaron a desaparecer, un día sí y al otro también, una serie de objetos, la mayoría banales: un abrecartas y un pisapapeles del despacho, una mano haciendo la puñeta donde mi mujer colgaba algunas baratijas, un minutero en forma de cerdito de la cocina, un sombrero o una pandereta de la percha del pasillo.
Pero junto a esas tonterías, una mañana faltaron las llaves del coche y poco después las de casa de mi hija mayor. Había llaves de repuesto para el vehículo y para la vivienda, pero lógicamente aquí la preocupación subió ya muchos grados.

Sin haber descartado del todo la idea de que alguien estaba sufriendo un episodio de sonambulismo, puesto que no encontraba otra explicación racional, me aposté una noche en la tumbona del salón con una manta sobre las rodillas. Desde allí tenía una visión muy completa de varios tramos y huecos de la casa, la entrada al despacho y a la cocina, un trozo del pasillo con la puerta de un servicio, y el arranque y primer tramo de la escalera al piso superior, donde estaban los dormitorios.

La noche se me hizo larguísima. A la mañana siguiente no tenía que ir a trabajar y pensé que me daría tiempo de sobra para recuperar en dos días el sueño perdido. Tal vez por pensar en dormir fue por lo que me quedé traspuesto a última hora, antes del amanecer.
Y debieron ser apenas unos segundos, porque desperté con esa sensación tan característica de sobresalto, que avisa de que no te puedes dormir. Pero al mismo tiempo creí oír un ruido en la cocina. Era la puerta más alejada del lugar desde donde yo vigilaba y estaba en la penumbra, pero me pareció que una pequeña sombra pegada a la pared, más densa, se había deslizado hacia el pasillo. Me levanté con cautela pensando en el gato, pues la sombra no tendría mucho mayor volumen.

Al salir vi que la puerta de casa, abierta unos veinte centímetros, dejaba entrar la luz de la luna al pasillo. En ese momento la sombra, que yo había perdido, amparada quizá en la oscuridad de aquel tramo, atravesó el rayo de luna y salió al patio.
Fue tal su velocidad que apenas pude retener detalles de lo que vi, y me parecía tan extraordinario que eché a correr detrás. Sólo me dio tiempo a ver cómo algo parecido a los rabos de una levita desaparecía entre la madera apilada en el leñero, en un extremo del porche.

Entré a por una linterna y me puse a buscar al intruso. ¡Nada de nada! ¿Qué había visto en realidad? ¿Era un niño con cara de viejales burlón y traje de urraca? No lo sé.
Volví pensando que mañana por la mañana tenía que inspeccionar con detenimiento el leñero, sacando los troncos si era preciso. Empezaba a clarear, tenía que acostarme.
A la puerta de casa estaba plantado el Andana con el banderín del rabo tieso, dándome la bienvenida como si yo viniera de las Cruzadas. Cerré la puerta con llave y me fui a la cama preguntándome por qué razón aquel gato pánfilo no se acercaba nunca al leñero, del que de hecho huía como de la pelota. Cosas...

En el desayuno, contando esto a mi mujer y a mis hijas, no me creyeron. Sin embargo lo contaba relativizando lo que había vivido, estaba oscuro, yo medio dormido, la imaginación puede hacer estragos, etc.
Cuando bajé al porche, vi sobre la mesa todos los objetos desaparecidos, incluida la pelotina, y algunos otros que no habíamos echado en falta. Creo que sólo faltaban las galletas. Entré corriendo en casa para que vieran las pruebas del delito y comprendieran que había algo muy extraño en todo aquello que no podía ser obra de un animal.

Naturalmente todo lo cargaron a mi cuenta, ¡Papá, a otro perro con ese hueso, todos sabemos que fuiste tú!

Pasé el resto de la mañana y parte de la tarde vaciando el leñero, observado con recochineo y distancia por mis tres mujeres. No encontré nada, pero estaba absolutamente hecho polvo. Al entrar en casa para la cena, allí estaba otra vez el gato en el dintel de la puerta con su rabo vertical, ¡yo creo que se reía el muy cobarde!...


Ramiro Rodríguez Prada 


Albert Pla.   Pesadilla.



Salut!

miércoles, 20 de febrero de 2013

Trepadores


Huellas de  trepadora
Albons, Girona,  julio 2012

El Trepa


Aunque era escurrido de carnes y lucía aspecto de bembón indolente, siempre le gustaron las alturas, trepaba al pecho de su madre apartando a sus hermanos a patadas y puñetazos, pisando caretos sin contemplaciones, o lo que hubiera que pisar con tal de llegar al mejor pezón. Eran trillizos y su madre sólo tenía dos tetas.

Ambicioso, esguilando, esguilando se llega lejos, lo aprendió ya muy pronto, mientras gateaba hacia el objeto del placer con un derroche de baba inusitado para su edad.
Pero su progreso reptante estaba marcado por la ansiedad, no disfrutaba con la meta alcanzada, siempre hay una cima más alta, un teto más allá de tus narices... . Hay, pues, que erguirse y mirar al Mulhacén de tú a tú, por muy veleta que se sea. Y más allá al Mont Blanc.

Se apuntó a la OJE, por la gulisma del montañismo, y porque le atraían las cornetas y tambores, pero carecía de oído y de sentido del ritmo, así que abandonó pronto la música y se fue con ella a otra parte. Además los guajes desfilaban en formación cuasi militar sin posiblilidad de ascensos, él no tenía fuelle bastante con la trompeta y para no ser primer bombo...

Flecha a los seis, arquero a los once, a los trece, antes de alcanzar el grado de cadete se salió porque sólo hacían fueguitos de campamento, andaban por lo llano y el guía tenía sus preferidos, entre los que no figuraba él, que seguía con su pinta de fregao, muy poco atractiva.
Y la verdad es que engarriar engarriar, lo que se dice engarriar, la técnica depurada tampoco es que acabara de dominarla del todo, y el ejercicio fatigaba mucho, incluso el arrastrarse, que era por entonces su práctica habitual.

No era un Spiderman, vamos, ni siquiera un arácnido al uso, aunque sus muchas patas sí tenía. Se parecía más al ciempiés, a un miriápodo, pero por lo bien que se agarraba al terreno. De momento se le daba mejor fijarse a un tutor que escalarlo, hablando hortelano.
Tratando de mejorar su técnica, cambió el lema de la organización, Vale quien sirve, por el  Sube quien trepa, y la dejó, ya digo, a la caza de nuevas cimas, más productivas y menos esforzadas.

Tuvo un amago de hacerse bombero, por lo de las escaleras, pero una vez que los vio en acción se le quitaron las ganas: subir sí, pero sin riesgo de chamuscar el culo. Sin embargo ya se quedó fijado por siempre al maldito escalón, dirección subida, claro está.
Como sufría vértigo en los aviones, descartó también la profesión de azafato o piloto, además él hubiera apuntado más alto, astronauta como mínimo.

Sacó la carrera de San Jerónimo con buenas notas, visitando despachos y sobando gibas a troche y moche, en la facultad le llamaban el chupachepas.
A esas alturas sus ansias de excelencia trepadora lo ahogaban. Se metió en la rondalla universitaria porque envidiaba al de la pandereta, que atraía todas las miradas del público.
Al final consiguió el puesto después de un sinfín de insidias, dobles barajas y puñaladas traperas. Pero era un pato bailando y se caía dando la zapateta, así que los mismos tunos lo botaron. Definitivamente la música no era lo suyo.

Con enchufes y masajes inconfesables, consiguió un curro en FP. Frenesí Pelotillero. Se convirtió en la mona del jefe, y al mismo tiempo interpretaba el coro de los grillos. Sin mérito alguno, salvo para poner zancadillas y hundir a los trabajadores capaces que podían hacerle sombra, sólo afianzó los agarres, pero ¡qué angustia!, siempre expuesto a que alguien descubriera sus trampeos, sus cartas marcadas.
Compitiendo con otros trepas más mediocres que él, alcanzó altas cotas en la escala y en el escalafón de los Correveydiles y Trotagaitas.

Cuando le dieron su despachito junto al del jefe, se compró una caja de limpiabotas y le lustraba todo los días los zapatos antes del comienzo de la jornada laborolabial, por el babeo y lameteo continuo a salvas sean las partes.
Recibía jabonoso, saludando con su mano blanda de calamar, húmeda y fría, que daba grima coger, ya no digo estrechar porque nunca se me ocurriría tal cosa, ¡qué ascooooooooooo!!!...

Tenía rarezas que la compañía le permitía por su fidelidad a ultranza, o eso creían ellos. Contrató un pinche fijo, muy fornido, que hacía también de recadista para la dirección. Se le encaramaba al llombu, al lomo, y le hacia subir por una escalera de mano cargando con él hasta el último peldaño. Sólo le faltaba sacar la pirula y echar desde allí una meadina a los de abajo, ¡la madre que lo parió!.

Fichó no obstante por la competencia engañando a su empresa, menos poderosa, y llevándose con él la cartera de clientes y el pinche de los bíceps. Carrera meteórica hacia las alturas, pensó. Pero sólo alcanzó la categoría de jefe de negociado, sección Lameculos o Mamacallos, no recuerdo bien.
Compensó el chasco arrimándose a otra trepadora de parecida calaña, con más patas que las de gallo de Gunilla von Bismarck.
Parásitos con raíces aéreas que se adhieren a la alta velocidad o al puente aéreo, lianas que se enroscan, tallos que se aferran veloces cual pulpos a cualquier superficie por pulida que sea.
Mañas de hiedras y lapas, pilla, trucos de mejillón, mama, encaje de bolillos falsos, borda, cartas marcadas, miente, muertos recalcitrantes por doquier, chupa, traiciones, roba, citas en el infierno...

Mas, para qué seguir, de pronto al Trepa se le cortó el subidón, o le troncharon el flús y cayó cuan alto estaba y largo era.
Lo metieron en un nicho de la fila cimera, en unos bloques de siete pisos de altura, los más altos del cementerio, con vistas a un socavón gigantesco que había dejado una cantera abandonada, próxima al camposanto.

Lonicera Periclimenum,  Madreselva.

Robert Fripp.  Breathless.  Jadeante.

http://www.youtube.com/watch?v=v4uN-msPTgE

Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio

Ángel González. Elegido por aclamación.


Salud!

ra

martes, 19 de febrero de 2013

Ο Νικόλας Άσιμος, Nikólas Ásimos


Plaka.  Atenas,  julio 2012

Ο Νικόλας Άσιμος


Nicolás Ásimos Assimópoulos nació en Tesalónica, 1949, pero porque su madre fue allí a dar a luz. Vivió su infancia y su adolescencia en Kosani, el pueblo de la familia, en cuyo instituto comenzó a mostrar ya su carácter inquieto y su afición a la lectura, la escritura y la música.

De una polémica en la prensa local en la que firmó Ásimos, le quedaría ya el pseudónimo por el que se le conoce.
Νικόλας Άσιμος.   Θα σου κλέψω το σακάκι. Te voy a robar la chaqueta.


Ásimos fue el cantante, actor, showman, el payaso más divertido y radical de cuantos vivieron los años de la dictadura de los cogoneles y los siguientes. Azote de fascistas y del propio sistema político heredero de la dictadura, la suya era una propuesta libertaria.

Sin embargo nunca aceptó el encasillamiento en unas siglas jerarquizadas o en una ideología partidista, aunque cualquiera que le eche la vista encima entenderá de qué pie cojea. Siempre trató de ser lo que parece, un ácrata, un hippie y un cachondo.

En el ´69, ya decidido por las letras, se fue a Salónica a estudiar filosofía. Allí tendría sus primeros contactos fuertes con la escena que, junto con la música y la escritura, ya no lo abandonaría hasta el momento de su trágica desaparición, a la edad de 38 años.

Nikolas Ásimos.  Eimaste Tromokrates. Somos terroristas.


Al tiempo que escribía y completaba su formación musical, participaba en talleres dramáticos. Interpretó varios papeles en grupos del teatro universitario, obras que ya tuvieron problemas con la censura del régimen.

Pero su destino artístico estaría ligado a la capital, y el año 73 allá se fue a seguir haciendo teatro y música.

Se ganaba la vida tocando en una taberna de Plaka, y en este tiempo estableció contacto con artistas conocidos, como Zuganelis o Katerina Gogou.
La actividad política y artística de Atenas en esos años era febril y él se entregó en cuerpo y alma a la causa, como en todo lo que emprendió.

Comenzó a grabar unas cintas de cassette que se vendían por las calles de mano en mano. Ésta sería su opus magna, y no es cachondeo el latinajo, porque la humildad de los medios que usó no le resta potencia al mensaje, con frecuencia lo intensifica. Y esa pobreza era deliberada, buscada por él.

Vivió casi todo el tiempo en Exargía, cerca de la Politécnica, la réplica ateniense del Barrio Latino parisiense, en bajos y sótanos baratos. Fue de hecho un precursor de los okupas.

N. Ásimos en  O Drakoulas ton Exargion (escena...)

Hoy comentaba con el mi Dimitraki esta escena donde parodian la película de Anguelopulos, Viaje a Cytera. Precisamente este fin de semana vimos en Gijón la versión subtitulada de La eternidad y un día, primera de un ciclo de cine griego que Céfiro, asociación asturiana de profesores de latín y griego, organiza desde hace dos años.
Siempre incómodo, con un estilo burlón, bufo, no admite tampoco el encasillamiento fácil, ni entre los payasos ni entre los cantantes. Era un francotirador, un provocador, en lo político y en lo artístico, sus estrambóticas puestas en escena callejeras se harían famosas.

Todo esto, y su actitud antiautoritaria, le llevaría a un sinfín de enfrentamientos y engarriadas con la policía, o a dificultades para grabar su música en unas condiciones técnicas adecuadas con una casa discográfica, con las que como es obvio también estaba en guerra y que rechazaban sus trabajos. Fue la mediación de un amigo la que le permitió grabar con Lyra.

En 1974 lanzó su primer disco, un sencillo titulado Ρωμιός Μηχανισμός, algo así como Mecanismo griego.

Todos los espectáculos y locales que montaba con sus camaradas se iban al garete, tenían un público escaso o eran clausurados por orden gubernativa. Ruina tras ruina, el camino del antihéroe...

Ο Νικόλας Άσιμος. En directo... 


Finalmente acertaron con uno que visitaban intelectuales, artistas, músicos y políticos del momento. Allí conoció a Zános Mikroútsikos, a María Dimitriadi o a Vassilis Papakonstantinou, el que sería uno de sus más fieles amigos hasta el final. Por allí pasó su ya colega Savópulos, o el comunista italiano Berlinguer...

Su inconformismo le llevó a reñir incluso con sus compañeros de farra comunera y vital. Aprovechando la buena racha, querían subir el precio de las consumiciones a lo que se negó Nikolas. No hubo acuerdo y se fue con la música a otra parte y su compañera embarazada, regresando a la necesidad y en ocasiones al hambre.

El año 76 nació su hija y, con todos los problemas que suponía la simple supervivencia, al año siguiente fue encarcelado una temporada junto con otros intelectuales y artistas opuestos a la dictadura. Una iniciativa promovida y encabezada por Dionysis Savvópoulos, les dio la libertad.

Y en el 78 se libró de la mili con un diagnóstico de psicosis esquizofrénica, después de fingir la demencia. ¿Qué haría un antimilitarista como él en el ejército?

Nikólas Ásimos.   Domatio sto Amsterdam.  Habitación en Amsterdam.


A principios de la década de los ochenta escribió un libro, titulado  Αναζητώντας Κροκάνθρωπους, Buscando a Krokánzropus?!, del que se repartieron unos cuantos ejemplares entre los amigos, en fotocopias, y que se distribuyó después gratis de mano en mano por las calles, como sus cintas.

No recuerdo qué personaje de la vida cultural helena, dijo de esta obra que nadie que la leyera podría ser después la misma persona. Y no se refería a eso de que cada segundo que pasa somos alguien distinto. Lo siento pero del libro sólo conozco el prólogo, también de Ásimos.

La obra se editó en forma de libro después de su muerte, no sé si contraviniendo los deseos del autor, que se oponía a su comercialización, tal como escribe él mismo. Tenía entendido que era una edición no comercial, otra vez para los amigos. Algo parecido a lo que sucedió, de nuevo, con sus cassettes.

En 1982 publicó su primer LP, el único, Ο Ξαναπές, término que, según apunte del mi Dimitraki, funciona como verbo sustantivado y podría ser traducido como "el que repite lo ya dicho o conocido", y que yo traduzco a mi aire por El cansino. En él colaboraron Vassilis Papakonstantinou y Haris Alexiou.
Y musicó el  Oυλαλούμ de Γιάννης Σκαρίμπας, Skaribas.

Ο Νικόλας Άσιμος.  Γιουσουρούμ.

http://www.youtube.com/watch?v=M19r61MkFsE

Yiusurúm, me comenta el monje tesalonicense, era el nombre de un judío que vendía antigüedades. Su nombre designa desde entonces al propio mercado, al lugar de venta.

Su trabajo musical más importante, lo he dicho, son las 8 cintas, ocho cassettes ilegales como le gustaba llamarlas a él, algunas triples, grabadas y puestas en circulación entre 1978 y 1987.
Los títulos van desde lo pintoresco, como  La picardía o El bígaro, a lo intraducible, pasando por el humor corrosivo y el absurdo. Todo ese material ya fue editado póstumamente.

En el 87 Papakonstantìnou incluyó cinco canciones suyas en el disco Χαιρετίσματα, Saludos. Y después de su muerte ha vuelto a recordar a su amigo en sus registros muchas veces.
Otra canción, Πάλι στην ξεφτίλα, apareció ese año en el disco Ήχοι του Χειμώνα, Los sonidos del invierno.
Ο Νικόλας Άσιμος.   Χαμογέλα. Sonríe.

Y ese mismo año, con Nikos muy enredado en sus particular viaje psicodélico, se vio envuelto en un oscuro episodio, con drogas de por medio, que terminó en una denuncia de agresión sexual a una chica. La acusación parece que se reveló falsa al final, pero el daño ya estaba hecho.

Fue ingresado en un hospital psiquiátrico con el mismo diagnóstico que lo había librado del servicio militar, pero esta vez fuertemente medicado y afectado por una depresión de la que ya no se pudo librar.

No estuvo mucho tiempo allí. Sólo muy poco después de abandonarlo, y tras escribir en esos días una especie de diario, su testamento y su despedida, en el que trataba de encontrar una razón para seguir viviendo, se ahorcó en la cocina de su casa.

Nikolas Ásimos.  Βαρέθηκα.  Cansado (Aburrido)

Πλακα,  Atenas, julio 2012

Cuando murió estaba preparando el lanzamiento de otro LP, que se editaría al año siguiente a título póstumo.
Se trata de Το Φανάρι του Διογένη,  La linterna de Diógenes, que recogía las grabaciones de sus ya legendarias cintas, en concreto de la Nº 8. En él intervino la cantante y actriz Sofía Leonardou, famosa por su participación en la cinta de Kostas Ferris, Rebétiko.

Μπαγάσας.  Bagasa.  Pillo.

http://www.youtube.com/watch?v=Sd9HXeb06D8


Yasu, Nikola, Μπαγάσα, eras un colega!


Μνήμη Νικόλα ΆσιμουEn memoria de Nicolás Ásimos.
Στίχοι, Μουσική, Βίντεο: Μίλτος Σαρηγιαννίδης.  Θαλασσινός. 2012.


Υγέια, Salud!

Ramiro Rodríguez Prada

domingo, 17 de febrero de 2013

Rendez-vous a Ponferrada


Ponferrada , diciembre 2012

Cita a ciegas


¿Cómo fuimos a parar a Ponferrada desde el Constantinopla en la Costa da Morte? Eso es algo que me propongo dilucidar esta noche si la memoria no me falla u otra cosa imprevista me lo impide.

El legía entró con el Mercedes en el patio central de aquel castillete de opereta barata. El recinto que enmarcaban las murallas era de tamaño respetable y en un lateral había una colección de automóviles aparcados, todos de gama alta.
En el centro se levantaba una especie de torre del homenaje engalanada de luces como para Navidad, sobre una amplia base cuadrada de dos pisos, el inferior con una entrada porticada muy aparente en gran arco de herradura, y el superior con aspecto de habitaciones y estilo también oriental en las ventanas.

Al entrar nos recogieron las ropas de abrigo, con la chistera de don Ramón, y nos condujeron a un reservado con vistas cercanas a la pista circular central de aquella locura, con pinta de circo erótico made in Gomorra, donde las camareras desnudas mostraban sus encantos entre velos, como moras en el serrallo. Las huríes de don Ramón.

Entonces se nos acercó un hombre con perilla y maneras ceremoniosas de turco, al que tardé un poco en reconocer. Dijo buenas noches y estrechó la mano del Narizotas y de su compinche. Era Sarturnino, el antiguo criado del viejo zombi. Al darme cuenta de quién era me levanté para saludarlo.

¡Hombre, ya tenemos otra vez reunidos al duermevelas y al vendedor de ratoneras!, retrucó el manco con sorna por lo bajini, aunque no lo suficiente como para que no lo oyéramos los más próximos, yo el primero que era uno de los mentados. Enseguida se aproximó también Olvidín.
Eusebio guardaba las espaldas de Valle sin decir nada, un poco asustado quizás por todo aquel lujo de baratija hortera entre tías despelotadas. Seguía siendo todavía un aldeano y un rapazón, la escuela de su amo lo iba a espabilar, no sé lo que diría la su Jaki, con jota, de esta noche...

Pulgarzito.  Milagros.

Algún contencioso había entre ellos, porque el viejo no saludó a la pareja recién llegada, de hecho la ignoró. No se dirigió a ellos en toda la noche en los momentos en que nos vimos, claramente evitaba hasta mirarlos. Traté de enterarme de lo que había pasado
Cuando Satur y Olvidín se fueron y quedamos otra vez los cinco solos, interrogué discretamente al legía.
En un aparte, mientras don Ramón se extasiaba viendo el streeptease de una mulata, el Narizotas me dijo que Saturno había dejado plantado al manco para venir de encargado al Constantinopla y que eso don Ramón no se lo había perdonado.

¿Y Segismundo?, pregunté, queriendo saber que había sido del antiguo socio del Narizotas y anterior compañero de la Olvido, que tanto rencor guardaba contra Saturnino, por cierto, oliéndose la tostada venérea del criado de don Ramón y de su propia costilla.
El legía me miró un momento, como sopesando si podría hacerme a mí una confidencia semejante, dirigió la vista luego hacia el asiento de don Ramón y dijo bajando la voz, A Mundo le dieron matarile en la última movida, por bocón...

No quise saber más. Del resto me fui enterando en el transcurso de la noche. Satur se había juntado con Olvidín y dirigían aquel negocio al alimón, él de pistolas y responsable general, ella de madama.
Había unas treinta mujeres de todas las nacionalidades y colores, la mayoría jóvenes y muy jóvenes, casi en régimen de internado. Sólo salían por causa mayor acompañadas de sus protectores o, mediante acuerdo comercial garantizado y permiso especial, con algún cliente que pagara el caro capricho.

No supe quién era en realidad el dueño del Constantinopla, aunque el Narizotas tenía sin duda más autoridad allí que el Saturno y la Olvido.

Sebito secundaba al viejo, sentado a su lado y no pestañeaba mirando también el picante espectáculo.
Una striper rubia y menuda, que no tendría más allá de dieciocho años, se acercó a nuestra mesa desde el centro de la pista al acabar su número, y le plantó al gigante en la frente el corazoncito rojo que cubría su depilado sexo. Sebio miraba turulato y rojo de vergüenza al manco y a mí, con una risa bobalicona.

El Pulgarzito.   El amor es una vaca.



Cimitière de Ponferrada
Diciembre, 2012

Nos trajeron algo para picar mientras contemplábamos el espectáculo: varios streeptease, con y sin barra, un lésbico, un 69, una mamada y un polvo, a cargo de varios atletas del sexo de ambos géneros.

De lo que también me enteré, es de que tenían una productora de cine porno y que rodaban películas que, según el Narizoas, les estaban dando más beneficios que el propio puticlub. 
Cuando oí que el Legía se dirigía al manco, guiñando, para proponerle si quería participar en la escena de una peli erótica, que estaban rodando en ese mismo instante en otro reservado, no me lo podía creer. Y mucho menos que don Ramón contestara, como si tal cosa, ¡Vamos allá, carallo!, al tiempo que se levantaba como un tiro, ¡qué elemento!.

Eusebio hizo ademán de ponerse también de pie, pero el viejo raposo lo sentó con autoridad, ¡Tú a tu Jaki, rapaz!, y le dio una palmada en la frente, sobre el corazón rojo del chochito.

Valle se fue con el Narizotas y al poco rato Saturno nos envió a tres chavalas. Entre ellas venía sonriente la rubita del corazón. Sebito se revolvió nervioso en el asiento mientras la chica se sentaba en sus rodillas, le quitaba la pegatina cardiaca y le daba un beso maternal en la frente, allí donde antes estaba el corazón encarnado.

No sabría decir cuanto tiempo había pasado. El guardasespaldas del Legía había desaparecido con su chica, Eusebio soplaba espatarrado en un sillón, dormido como un niño. Había dejado la bragueta abierta y parecía un monigote monstruoso allí tirado.
Las mujeres que nos acompañaron se habían ido, el local estaba medio vacío, una pareja borracha bailaba abrazada en el centro del escenario con una música de jadeos orgásmicos. Yo tenía un cegaratón más que importante.

Don Ramón llegó aspavientando mucho, con los ojillos brillantes y un arrebol de sofoco rijoso en las mejillas. El Legía venía detrás riendo.

¡Andando, melones, ya estáis tardando en levantaros!, gritó el viejo chivo. Usebio despertó sobresaltado llevándose las manos a la bragueta y murmurando, Jaki, Jaki...
¡La tu Jaki te va dar caramelo como se entere de lo de la rubia de esta noche, lebrel!
Sebito lo miraba con cara de cordero degollao como si le rogara que no lo fuera a descubrir.
¡Arreando, tartufo, y a ver si no me coges purgaciones como la noche del desvirgue!

Yo miraba a Valle y a su criado de hito en hito porque no sabía nada de aquel asunto. Sebito calló, pero el de Vilanova volvió a tronar dirigiéndose a mí y enfocándome con los clisos redondos, como si me auscultara.

¡¿Y usted, galopín, qué mira?! ¡Vamos, poltrón, mova a caixa da merda que teño cita en Ponferrada!

Tiburcio Cañizares el Joven, espabilador de palmatorias, pertiguero.

Os Resentidos.  Galicia express

http://www.youtube.com/watch?v=vwcoUVOuZh4


Salud y felices viajes.

ra