martes, 7 de enero de 2014

102


Lo obvio: nieve por un tubo.



Salí a tirar la basura.



Había nevado y todo estaba cubierto con ese manto que redondea las cosas y las uniformiza, los coches parecían huevos blandos arrimados a la acera, y las farolas centinelas larguiruchos y ateridos. Caminaba despacio temiendo un resbalón, mientras volvía a nevar con intensidad y mansedumbre. Grandes copos caían a cámara lenta. En la acera la nieve me llegaba a las rodillas. Con un andar cada vez más penoso y lento, llegué al montón blanco e informe de los cubos. Nadie se había acercado a ellos desde hacía horas. Di la vuelta sorprendido por el silencio y algo inquieto por la densidad de la nevada que estaba cayendo, hasta el punto de que me impedía ver la dirección que debía tomar. ¡Sólo me falta la ventisca!, pensé tratando de conjurar mi preocupación. Con muchas dificultades alcancé la base de la escalera de acceso a la finca. Pensé, optimista, que ahora sería más difícil perderme. Por contra la ascensión fue épica, los escalones eran una catarata de hielo que bajaba desde la cumbre. La escalada me trajo a la memoria el relato de un montañero acercándose a la cima del Karakorum. De la escalera al portal me fui arrastrando, agotado ya. A un cuerpo de la puerta noté un vahído. No me entraba aire en los pulmones, boqueaba como un pobre pajarín moribundo. Antes de desvanecerme sentí sobre mí el ruido del helicóptero de salvamento.


Penderecki.   Capricho para violín y orquesta.




Salud y felices pesadillas


ra

lunes, 6 de enero de 2014

Trío real


Los Reyes, ausentes, repartiendo ilusiones.
Junto a la estación de ferrocarril.  Gijón  2011, 2012, 2013, 2014...

El intérprete


Melchor, europeo, le dice a Gaspar que le diga a Baltasar que habrá que ponerse en marcha. Baltasar, africano, le dice a Gaspar que le diga a Melchor que de acuerdo, pero que faltan los camellos. Melchor, vía Gaspar, le comunica a Baltasar que este año sólo cuentan con tres carritos de la compra del super cercano. Baltasar, Gaspar mediante, pregunta a Melchor si tampoco habrá pajes que tiren del carrito. Melchor, el mayor de los tres Reyes, de pelo blanco y largas barbas del mismo color, le contesta que no a Gaspar para que éste informe a Baltasar. El Rey negro, el más joven, imberbe y juncal, interroga entonces al viejo Melchor, a través de su compadre Gaspar, acerca de los juguetes que repartirán este año. No hay juguetes, responde Melchor, utilizando a Gaspar de intermediario. Baltasar, el del oro, un poco mosqueado por la brusquedad de la respuesta de Gaspar, que sólo transmitía el seco mensaje de Melchor, le pide que diga al anciano de la mirra, que si no hay juguetes él no sale.

Alberto González.   Los Reyes Magos.


Gaspar, asiático de mediana edad, pelo castaño y barba corta, con olor a incienso en sus regios ropajes, empezaba a estar cansado de hacer de intérprete, siempre en medio de aquellos dos ignorantes, que se interpelaban utilizándolo de recadista oral, sin interesarse por su opinión. O los tres o ninguno, dijo Melchor dirigiéndose una vez más a Gaspar para comunicarse con Baltasar, contestando a la última intervención del negro, situado en el extremo opuesto. ¿Sabéis lo que os digo?, dijo Gaspar con energía en su propia lengua, que ninguno de sus dos compañeros conocía, ¡El que quiera hablar que estudie idiomas! ¡Yo me llamo Gaspar y vengo de Oriente!. ¡Amén!, cantaron a  coro los otros dos sin comprender ni papa. Y se fueron con sus carritos detrás del políglota, a repartir ilusiones en varios idiomas, debían de llevarlos llenos porque era mediodía y aún no habían regresado.

Los Toreros Muertos.   Yo no me llamo Javier.


Ramiro

domingo, 5 de enero de 2014

Epílogo


Galicia  2013.


¡Hasta siempre, maestro!


Yo para mi ordenación tengo como precepto no ser histórico ni actual, pero saber oír la flauta griega. 

No sólo la oía, también la tocaba el genial zombi, ¡y con una sola mano!, como buen chiflador galaico. Con don Ramón debería cerrar el círculo -de los zombis- en otro encuentro griego, pero eso ya no depende de mín, le comentaba yo al Capi hace unos meses.
Creo que no será posible...

En realidad el viejo loco se había ido corriendo de a pocos hacia el oriente lejano y andaba ya a orillas del Bramaputra. En el transcurso de la velada en su bodega, me iniciaría en el Milagro Musical del indobudismo, ¡y eso que el costo del Narizotas no resultó de su gusto!.
A mí me pareció una bomba, muy perfumado y algo dulzón, me recordó un material de Cachemira que había fumado de joven: pasé dos o tres días oliendo a jazmines y a rosas, hasta cuando visitaba al amigo Roca.
Menos mal que no le gustó, porque de lo contrario no sé que hubiera pasado. Me hizo seguirlo en sus cantos de alabanza a Krishna y Rama, acompañados por la esquila de una cabra, que tañía yo en funciones de monaguillo, y no la campanilla de la cristiana consagración como le dije al Capi.

Don Ramón acabó su relato del retorno a Vilanova justo cuando terminaba de cebar el chibuquí. Esta vez sacó un contravientoymarea y me pidió que encendiera el chocolate mientras él chupaba.
Me agaché hasta el platillo sobre el que se apoyaba la cazoleta en el suelo y arrimé la mecha. El hachís, blando y aceitoso, tardó en prender. Valle me miraba desde lo alto de la embocadura de la pipa, levantando las cejas por encima de sus lentes redondas, como un Trotsky vagabundo y trastornado.
Chupaba igual que un bebé, hasta que por fin salió un humo denso y dorado. Aguantó en los pulmones una segunda y profunda chupada y me guiñó alargándome el tubo. Echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

Yo aspiré con cautela y aún así me entró hasta los calcetos. Aguanté la tos y el humo y miré al viejo. Sin despegar los párpados alargó el brazo y me quitó de las manos el chibuquí. Repitió la operación sin abrir los ojos y me lo volvió a pasar.
Mi segunda chupada, que ya sabía algo a ceniza, todavía fue más suave, porque la velocidad con la que el airín fresco y juguetón alcanzó mis calcaños en la primera, me hizo ser prudente pensando que se trataba de un material fetén. Quería saborearlo sin perder del todo el contacto con la realidad y con el buen maestro.

¡Últimamente el Legía me está tangando!, tronó Valle abriendo los ojos de pronto y acercando la bolsa de cordobán. Sacó el costo y lo olió, lo amasó, lo chupó, lo mordió y sentenció, ¡Éste marrón es poco comercial, más que chocolate parece chapapote!
¡Pero coloca!, dije queriendo contemporizar. Y, al fin y al cabo, era verdad: ¡yo ya estaba trénico trénico!
¡También coloca la estricnina! ¡Na Caixa... de Aforros!, contestó el manco atravesándome, y terminó con una de esas risas suyas despampanantes, estentóreas y sincopadas que lo dejaban sin resuello y le hacían parecer un gallo de pelea a punto de afogarse en un charco.

Oímos golpes en la puerta de la bodega. Don Ramón se puso tieso pero no se levantó, me indicó calma con la mano y la metió en la faltriquera, yo palpé el bolso posterior del pantalón, allí seguía la barbera. La puerta se abrió y vimos bajar por la escalera a Paco Gila seguido de don Vicente Van.


Facundo Porro Cenutrio, cortaorejas, ordeñador de bueyes. 

Ravi Shankar. George Harrison.  Vedic Chanting.



P. D. Hoy se cumplen 78 años de la muerte de don Ramón Mª del Valle-Inclán.
Y una canción final que nos envía Alberto, el Capi del Teach:

Napoleón  XIV.   They're coming to take me away. 

http://www.youtube.com/watch?v=hnzHtm1jhL4


¡Salud!

Ramiro Rodríguez Prada.

sábado, 4 de enero de 2014

El cuento de la lentejita, de César


¡Déhate caéh, quillo!


El cuento de la lentejita


Érase una vez un hombre llamado Prudencio que era muy amigo de caminar y de andar fuera de casa. Nuestra historia comienza cuando Prudencio llamó a la puerta de la casa de un conocido suyo y le dijo:
- Hola Gonzalo, necesitaba que me guardaras esta lentejita, quiero ir al mercado y temo que se me pierda.
No te preocupes –contestó Gonzalo- te la guardo detrás de la puerta y cuando vuelvas del mercado te la llevas.
Cuando volvió Prudencio, la lentejita no estaba en su lugar. Gonzalo le dijo que su gallina se debía haber comido su lentejita pero que él le daría otra.
¡Ni hablar! – Dijo Prudencio- O me llevo mi lenteja o me llevo tu gallina.
¿Pero cómo te voy a cambiar una gallina por una lenteja, Prudencio?
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das la gallina a la justicia me voy”
- Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate la gallina.
Prudencio se fue con la gallina muy satisfecho y llegó a casa de otro amigo suyo llamado Ricardo.
-Hola Ricardo – le dijo- necesitaba que me guardaras esta gallina, quiero ir al mercado y temo que se me pierda.
No te preocupes –contestó Ricardo- te la guardo detrás de la puerta y cuando vuelvas del mercado te la llevas.
Pero una vaca que tenía Ricardo en su casa se comió la gallina y de ella sólo quedo una pluma.
Cuando volvió Prudencio y reclamó su gallina, Ricardo le dijo:
-¡Ah! se la ha debido de comer mi vaca, sólo queda una pluma, no te preocupes que yo te doy otra gallina de mi corral.
¡Ni hablar! – Contestó Prudencio- si tu vaca tiene dentro mi gallina, me llevo tu vaca.
¿Pero cómo te voy a cambiar una vaca por una gallina, Prudencio?.
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das la vaca a la justicia me voy”
-Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate la vaca.
Al cabo de los días, llegó a casa de Carlos, otro vecino de su pueblo, y repitió la misma historia dejando la vaca detrás de la puerta de su casa.
Carlos estaba casado y tenía una hija enferma, ésta al enterarse de que había una vaca en la casa empezó a decir con voz lastimera:
-“Higadito de vaca quiero si no me lo dan me muero”
El padre le decía que la vaca no era de ellos pero Paula, que así se llamaba la niña, porfiaba:
-“Higadito de vaca quiero si no me lo dan me muero”
El padre, preocupado por su hija, mató a la vaca y le hizo un caldo con su hígado.
Cuando volvió Prudencio y preguntó por su vaca, Carlos le contó lo sucedido y le dijo que le compraría otra vaca, a lo que él respondió:
¡Ni hablar! Si tu hija se ha comido mi vaca, me llevo a tu hija.
-¡Por Dios, como te vas a llevar a mi hija, Prudencio!.
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das a tu hija a la justicia me voy”
-Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate a la niña.
Prudencio metió a la niña en un zurrón y se marchó con ella dejando a los pobres padres desconsolados.
Iba por el pueblo con la niña y de vez en cuando le decía: “Canta zurrón o te doy un pescozón”
A lo que Paula respondía:
“Anillito, anillito de oro que en la fuente lo perdí
por mi padre y por mi madre que aquí tengo que morir”
Mientras cantaba la niña, una anciana llamada Marita oyó la canción y se dijo: “¡Pero si es la voz de mi nieta Paula!” y salió al camino. Vio a un hombre con un zurrón al hombro y le espetó:
- Buen hombre, ¿Querrás entrar en mi casa que tengo sopa caliente preparada para los peregrinos.
Él, sin pensárselo dos veces, entró en la casa y dejó el zurrón a la entrada. La anciana, mientras tomaba la sopa, sacó a su nieta del zurrón, la abrazó, le hizo una señal para que estuviera en silencio y después llenó el zurrón con siete gatos rabiosos.
Cuando se marchó Prudencio volvió a decirle al zurrón: “Canta zurrón o te doy un pescozón”, pero el zurrón no cantaba y él repetía: “Canta zurrón o te doy un pescozón”, enfadado por la desobediencia de la niña abrió el saco y los siete gatos rabiosos se le lanzaron al cuello...
La abuela llevó a Paula a casa de sus padres, éstos que seguían llorando su pérdida se pusieron muy contentos e hicieron todos una gran fiesta.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.

César Ruiz del Árbol

Gato Pérez.  Todos los gatos son pardos.



P. D. Entrada imprevista y precipitada, pero vale la pena. Es un cuento de los años cincuenta/sesenta, que le contaba su madre a César Viriato, y que debió ser bastante popular por la época según nos decía él en un correo privado. Hoy me envía el cuento del que imagino que desconoce la autoría. ¡Gracias, César!.
En el correo adjunto, comenta:  

Aquí tienes el cuento de la lentejita:
Como verás no es un cuento edificante, aparecen unos padres desaprensivos, violencia de género, corrupción judicial, mentiras biológicas…, vamos, la España de hoy. He intentado meterlo en tu blog, para que lo leyera todo el mundo pero no me deja porque ocupa mucho.

Viriato

¡Salud y lentejas!

ramiro

viernes, 3 de enero de 2014

101


Colchones  Rita.  El Cabanyal. Valencia.
Gijón, diciembre 2013.



Salí a tirar la basura



en una visita onírica a Levante. No especifico el lugar porque en un principio no lo reconocí. La memoria es caprichosa y sólo después de dos horas perdido por algunas calles sucias y semiabandonadas, cuando me vi frente a una vivienda en una zona de casas bajas, lo recordé. Era un barrio de Valencia en el que había estado un par de veces haría no menos de veinte años, pero no me acordaba del nombre. La casa ya estaba entonces cerrada y la puerta, las ventanas y la fachada muy deterioradas, pero se mantenía en pie todavía airosa y, hasta donde se podía ver, con el tejado en buenas condiciones. Ahora el tejado había caído y se veían por los huecos vacíos de la fachada, sin ventanas y sin puerta, las paredes medio derruidas de las divisiones interiores del hogar. Varios puntales impedían que la fachada cayera sobre la calle. Me acerqué a la puerta. Todo el pasillo estaba repleto de bolsas llenas de basura, muchas de ellas abiertas. Olía a carne putrefacta, una rata salió corriendo hacia la parte trasera de la casa. Al girarme para seguir mi camino, entristecido por aquel desastre, vi el coche de la policía, al que no había oído llegar, aparcado al otro lado de la calle y arrancado. La excusa para conducirme al trullo fue que no tenía encima dinero ni documentación alguna, andaba merodeando en pijama con dibujos de monos empalmados y parecía un moro mudo, porque no había contestado a ninguna de sus preguntas. Moreno soy, pero no tanto. Quizá fuera el fez rojo que llevaba a modo de gorro de dormir. Me querían endosar la muerte del concejal desaparecido hacía semanas, desaparición y asesinato (puesto que se descubrió el cuerpo en la casa donde me prendieron) que sus colegas políticos atribuían a la plataforma ciudadana por la defensa del barrio, muy radicalizada según ellos, que se la tenían jurada después de todas las mentiras, dilaciones y pitorreos con los que el tal munícipe, mamporrero del propio Ayuntamiento, había maltratado al barrio y a sus vecinos. Yo sólo sería la mano ejecutora, ¡una mala película! Menos mal que conozco a un pariente lejano de la ahijada de una sobrina política de un cacique castellonense, de la banda de estribor como Rita Barbeirás Ynovuelvasmás, y buen amiguete suyo. Me soltaron, eso era una garantía de más peso que cualquier vil sospecha.


Julio Bustamante.  Valencia no s'acaba mai.




Salud y felices pesadillas.


ra

Mostrando SNC00144.jpg
El Cabanyal.  Valencia,  2013.
Fotografía de  Ana  Capsir.



P. D. Aunque programo estas historias con mucha antelación, a veces se me cuelan sueños como el de hoy y desplazan a los previstos. Éste siguió a la fotografía que Ana Capsir me envió hace un mes de su barrio valenciano del Cabanyal.  A ella se lo dedico pues.

Salut!