jueves, 22 de noviembre de 2012

Flemón


Muelas falsas cariadas en el dentista

 
Flemón


Era un hombre más o menos de mi edad, aunque daba la impresión de que la vida lo hubiera tratado algo peor, el ya escaso pelo blanco, una incipiente carga en los hombros, la obesidad o las bolsas de los ojos lo habían envejecido prematuramente, sin duda.

No había muchas personas en la espera del dentista. Dije buenas tardes y me senté cerca de este hombre, cuya cara me resultó  desde el principio vagamente familiar. Enfrente teníamos los sillones rojos, que hacía unos años habían sustituído a dos mullidos orejeros, que se habían quedado  anticuados, pese a las periódicas operaciones de tapizado actualizando estampados y motivos, y ya eran incómodos.
Habían prestigiado aquella salita de espera durante años, el odontólogo era bastante mayor que nosotros y ya sólo atendía a los viejos pacientes, de hecho ahora era el hijo quien sacaba adelante la mayoría del trabajo. La consulta se renovó estéticamente y se amplió cuando él entró a trabajar con el padre. Los orejeros eran un anacronismo como nosotros, y demasiados aparatosos.

Haciéndome estas reflexiones, que eran tan rápidas como un vistazo porque visitaba aquella consulta no menos de dos veces al año y en cada ocasión recordaba el antiguo escenario, noté que el hombre de al lado observaba también con fijeza los sillones y, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, nos volvimos para mirarnos. Nadie dijo nada, tal vez el esbozo de una sonrisa difusa e incierta.

Yo conocía aquel rostro. Es normal, pensé, esta ciudad es pequeña, cuántas veces no habremos coincidido, aquí mismo incluso... .
Pero había conseguido intrigarme y parecía que yo a él también porque, girándonos cada poco,
cruzábamos la mirada, estudiándonos.

Pasó poco tiempo. Quizá porque yo tuviera la vez antes, entré primero, aunque llegué más tarde que él.

El viejo dentista, que es también viejo amigo, me tuvo que sacar una muela. Mientras permanecía con la boca abierta recordé quién era el hombre que me resultaba familiar en la salita.
Sangré como un cristo en aquella extracción. Al tiempo que escupía sangre en la batea y me enjuagaba la boca, estaba reviviendo nítidamente otro episodio similar de mi primera infancia en aquella misma consulta.

Yo había ido con mi padre. Tendría seis o siete años. El dentista era joven entonces, hacía poco que había abierto la consulta. En la sala de espera había otro chaval con su madre. Tenía la cara roja y sudada, deformada por un flemón de campeonato.
Pero lo que me resultó más chocante, casi irrisorio, fue el pañuelo anudado en lo alto del pelo que le cubría la cara desde la barbilla. Sólo lo había visto en los tebeos, y como yo venía de un pueblo y estábamos en la muy noble leal benemérica heróica y buena ciudad de tal, me corté, o tal vez eran mis propios dientes los que no me permitían alegrías.

Durante un minutos nos miramos. Él parecía avergonzado de la deformación de su cara y bajaba la vista.
Poco más podría hacer el dentista que recetarle unos antibióticos, porque entraron y salieron enseguida. Cuando marchaban y nos levantábamos para entrar nosotros, nos cruzamos rozándonos y mirándonos directamente a los ojos desde cerca.
En esa mirada reconocí al hombre de la sala de espera, cuando me sacaban la muela.

Al salir, el paisano se levantó y vino directamente hacia mí alargando la mano. También él había recordado.
De nuevo no cruzamos palabra, creo que los dos estábamos emocionados, yo tenía la garganta bloqueada.  Estrechando su mano de hombre trabajado y endurecido, era como si estrujara cincuenta años de mi vida, el tiempo que había pasado desde aquella primera vez que nos vimos y, entre los dos, ¡decenas de muelas, dientes y flemones!

Ramiro Rodríguez Prada
 
 
Roberto Goyeneche, Anibal Troilo y su Orquesta Típica. Tinta roja.
 

Dónde estará mi arrabal
quién se robó mi niñez...
 
Bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedaso
de mi corasón


P.D. El tangaso me lo envió hace tiempo Marta Capote y me vino de perillas. ¡Graciñas, joya!. Y el de Gardel me lo acaba de mandar César, del Viriato. Lo subo porque en los comentarios no se puede pinchar. Grazas tamén a ti, galego bo!.
 
Carlos Gardel.  Rosa de otoño.
 


Salud

ra

12 comentarios:

  1. Me encanta el cuento, felicidades.
    Un abrazo
    Viriato

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  2. Gracias, primor, da gusto saber que estás ahí. ¡El tango, como lo griego, me mata! Buen día.
    Otro abrazo.
    ramiro

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    1. A ver si te gusta este:

      http://www.youtube.com/watch?v=IkgcEMG9jb8

      En su momento te conteré el porque te lo mando.
      Besitos

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    2. ¡Aaaayyyy!, yo sufro mucho, me duele el alma... . Me gusta que me remata, claro. Lo conocía, ¿algún desengaño tempranero?. Esta melancolía del tango es más griega, portuguesa o galega, que española o italiana. Y aunque comparan el rebétiko con el blues, yo creo que tiene más que ver con el tango, también en los escenarios portuarios.

      Besos!
      ra

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    3. Con esta canción se enamoran los dos tortolitos de mi libro; yo metía mano con Cat Stevens.
      Un besito

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    4. A Cat Stevens y a Leonard Cohen los escuché mucho en el 75, en el piso de unos amigos con los que vivía en León. Eran como el tuberculoso y el somnífero, ¡casi da grima meter mano con ellos delante!, es broma, me gustan.
      Para esas manipulaciones prefiero el tango, como tus tórtolos.

      Salud y besos, pillo!

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    5. Ahora entiendo porque escuchas lo que escuchas... ¡Menudo coñazo organizar un guateque contigo!
      Besitos compañero, que cuando nos veamos nos bailaremos un tango o una muñeira si hay gaitas de por medio.

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    6. De profundis, como me dice un amigo. Pues yo creo que soy variado, carayo!
      Oiga, ¿eso de manumeter entre tanto refajo muñeiro no será muy complicado? Las distancias cortas y la ropa ligera, ¿non?.
      Queda pendiente, como las biras pagomenas de Ana y las sidras de rigor. Me emocionan las gaitas..., ¡cuidadiiín, que te veo vení!...

      Abrazos, pirata.

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    7. En algo estamos de acuerdo; en las gaitas me refiero que eres muy mal pensao.
      Besitos

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    8. Buenos días. No te hagas el inocente, hermano, que eres un dotor en Eskatologías. Ahí te va una letrilla al caso:

      Cuando toca la gaita
      la morena de mi copla
      primero la infla
      y luego la sopla

      ¡D'Uviéu y gaiteru!, dicen los asturianos...
      Salud!

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  3. Que bueno¡¡¡ Como has sido capaz de meter tantas emociones en dos sillones rojos?
    Genial Ramiro¡. Un abrazo

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    1. ¡¡Bieeeen, colegui, lo conseguiste!!! Me voy a la cama muy contento de tenerte aquí, y te agradezco el piropo, ¡fueron las horas de espera en el sacamuelas!, y el dolor siempre te marca, tú lo sabes bien.

      Besos para todos, a ver si llamo de una... vez!
      ramiro

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