domingo, 26 de febrero de 2012

Huecos en los tapiales -7


San Justo 2011

Esta es otra casa de tapia bastante vieja con un alero de piezas de pizarra de buen calibre y un tejado de teja que hace poco que ha sido restaurado, sin embargo tiene grandes desconchones que ocupan media fachada, desde la puerta situada a la izquierda, que veremos otro día, hasta esta ventana con la persiana de varillas de madera, tan típica de casi todo el país, en un sinfín de colores, y cada día menos frecuente.

En la casa, aunque céntrica, situada en el barrio de arriba junto a otra con la que forma una rinconera muy agradable con abrigo y solana, no vive nadie actualmente.

Hablábamos ayer de la dificultad de fijar los revoques de cemento, cal o yeso a las paredes de tapia o adobe. Y de los problemas que esa solución puede acarrear.
Sin negar que las labores de mantenimiento de los tapiales no sean dignas de consideración, no lo son menos, ni más baratas, las de una pared que se ha decidido revocar.

Para empezar necesitará un enlucido de pintura o cal cada cierto tiempo por encima de los parches de cemento que se hayan tenido que aplicar. Y cuando el revoque sufre un abandono como el que vemos, el deterioro que se observa en la pared subyacente es superior al que se ve en un tapial desnudo con un grado de abandono similar, debido quizás a que en el primer caso se han roto las excelentes y probadas condiciones térmicas del barro.

Por debajo de la carga la humedad, a la que la arcilla es tan aficionada, sin salida, hace su trabajo sordo de zapa.

Una tapia sin cargar aguanta la intemperie sin mantemiento mejor que una revocada, dicho pronto.

Y para mí hay otro aspecto que también importa. Prefiero cien veces la belleza de una pared de tapia, aunque esté un poco descuidada, que estos despellejamientos de placas de cemento que dan a la casa el peor aspecto de ruina o descuido.

Pero insisto en lo dicho otras veces: ya es algo que los vecinos las mantengan en pie pese a que hayan renunciado al resto.
Quién puede jurar que un día no se reconsideren técnicas, materiales, procedimientos que se abandonaron no por sus malos resultados, sino por intereses espurios en gran medida.
Y no lo digo tanto aprovechando que las distintas crisis nos aprietan el cinturón (y los buevos...), sino por pura racionalidad, vale incluso económica porque también lo es, pero sobre todo, y aunque a alguien le pueda dar la risa, de excelencia constructiva, e incluso vital, que viene a ser lo mismo (¡idem de lienzo, de tapial!).

No lo tenía previsto, pero como entiendo que se me va lejos la entrada, voy a subir ahora la fotografía de la puerta, ¡lo que me sobran son puertas y portones! Y se da la curiosa coincidencia que ayer Andrés Edo puso la fotografía de una pared rosa con unos cables, aislantes y una placa, pequeña y azul como ésta,  ¡con el nº 10 !. ¡Toma ya confluencias!

Casa de tapia con revoque
San Justo de la Vega
León 2011

Y aquí termina por ahora esta primera serie sobre las paredes de barro, las tapias. Quiero volver a insistir sobre el hecho de que me he acercado a ellas con humildad dado mi absoluto desconocimiento de la materia. Pero también con entusiasmo y sin complejos, así lo veo, así me lo contaron y tal cual lo descargo.
En un pueblo como San Justo con cierta tradición de muchos y buenos albañiles y cuadrillas competentes, que conocen el oficio,  más de uno podrá pensar con razón que adónde va este lego ignorante. Sólo me puedo defender diciendo que me he ocupado del asunto con el máximo respeto, con el cariño con el que trato todo lo que quiero.

Me he sentido además muy acompañado, en especial por Valentín Cabañas que se interesó desde un principio y me ayudó en varios pasajes con detalles precisos que todos apreciamos.

Y, finalmente agradecer una vez más a Leandro Rabanal Martínez, un hombre con los suficientes años y experiencia como para considarlo ya sabio en lo suyo, que me dio las indicaciones más cabales y contestó a las dudas que se me plantearon. Y a su hermano Benito, que también estuvo un día en que hablamos y aportó lo suyo.  De una familia, por añadidura, de la que tengo recuerdos muy  antiguos y entrañables, porque es amiga de la mía y más de una vez nos cuidaron de niños.

Volveré a intentarlo más adelante.

Frank Zappa, Crew slut, algo así como La puta de la tripulación, uno de sus temas cargados de slang, en una jerga de difícil traducción.

Υγεία, Salud y buenas noches.

Barbarómiros.

sábado, 25 de febrero de 2012

Tapias -7


Lateral de adobes en Piloña
Infiesto, Asturias, febrero 2012

Vi pocas paredes de adobe en Asturias, alguna en laterales de casas viejas como ésta en los pueblos y aldeas. Pero no había prestado mucha atención. Aquí tiene mucha más presencia la piedra.
Era un día lluvioso y estaba algo lejos, aunque hice un plano más corto con el objetivo, imagen que espero poner en otro capítulo posterior sobre adobes (no salgo del barro, como el Gordito...).

Lo poco que pude apreciar a esa distancia y a simple vista tiene que ver con el modelo de adobe, diferente al leonés y al castellano.
Para empezar el tamaño es más pequeño y sobre todo más estrecho que los tradicionales allí, se asemeja al ladrillo macizo.

La segunda cosa que llama la atención, más importante, es la composición del material. Éste se diría mucho más compacto y perfilado, como si la proporción de arcilla fuera superior a la de la meseta. Y lo que aún resulta más significativo: no lleva, que se vea, vegetales, paja, etc., en la mezcla. Podría confundirse con una partida de ladrillos macizos que no pasó por el horno de cocción. Y los más claros parecen incluso de caolín.

Por otra parte la colocación es también la típica de una pared de ladrillo y no parecen fijados por ningún mortero, ¿tal vez la paredilla de abajo, con barro o alguna especie de barbotina?...

A ver si ahora que ando con las manos en la ma..., en el barro, me entero mejor de estos pormenores locales de mi propia tierra actual, porque vivo en Pasmaópolis, compadres. 

Ventana de un pajar en casa de adobes
San Justo de la Vega, León  2011

Éste es uno de los aleros de pizarra más elegantes y antiguos que quedan en el pueblo. Bloques regulares, bien trabajados, colocados sin fisuras y de un grosor importante, el más firme de los que hemos podido ver.

En realidad de los adobes no hay mucho que decir aquí, son de tamaño pequeño, la mitad en todas las dimensiones a los más habituales aquí. Tiene quizá interés la forma en que han sido colocados. Ni en espiga como expliqué que construían los tabiques de adobe de las habitaciones, ni como ladrillos  estrictamente. Pusieron una hilada a lo largo y otra encima a lo ancho. En casos raros también se hace con el ladrillo visto, aunque son más frecuentes otros dibujos.

La costumbre de los revoques y enlucidos con cemento, cal  hidráulica o yeso plantea también sus problemas aparte de la fijación del material a la pared de adobe o tapia.
Ya dijimos que en casos difíciles, y en los interiores, clavaban una alambrera con profusión de tachuelas sobre la que después cargaban.
En algunos casos, para conseguir una mayor adherencia de la carga, en particular como mortero de las bases de piedra y otros usos de aglutinante, y cuando ya el cemento empezaba a  imponerse, se le añadía a la cal un poco de cemento.

Sin embargo, cubrir una pared de barro con otros materiales altera la relación de intercambio  ambiental que tapias y adobes mantienen con el exterior y puede dañarlos debilitando su consistencia, degradándolos y comprometiendo, en casos extremos, la propia sustentacion del edificio.
Esta solución más estética que práctica en realidad, adoptada no obstante por la gran mayoría,  modifica también la humedad interna de las viviendas de barro y provoca más condensación en los interiores.

Aparte de los años que tiene esa pared de la foto que justifican por si solos el mínimo deterioro visible, hay muchas casas en el pueblo, menos viejas y la mayoría sin habitar, con grandes desconchones en revoques más recientes.
Tendremos ocasión de ver algún otro ejemplo fotográfico más adelante, aunque ya nos vale éste de momento.

Casina auxiliar de adobe
San Justo de la Uve, León 2011

La pared de barro, como quiera que sea, necesita "respirar", como el buen queso o el pan.

Estuve hablando también con David, albañil poco mayor que yo, que vive cerca de la casina de la foto y que recordaba todavía alguna pared de adobe que le tocó ayudar a construir de joven. Primero hacer los adobes y después levantar las paredes. No es tan mayor, frisa los sesenta.

Aquí utilizaron el sistema de colocación de los ladrillos, si exceptuamos esa fila que pusieron de canto. El calibre de los adobes es también pequeño, más frecuente en las últimas paredes que se hicieron en el pueblo. Es ya una construcción mixta relativamente reciente, con base de ladrillo, alero de madera que también denuncia su juventud frente a los de pizarra, y carga de cemento en los laterales.
Por su izquierda aparecen los más modernos y feísimos bloques y está pegada por la derecha a una más antigua construcción de tapia.

Un mensaje para Valentín Cabañas (Karasur).

Puesto al habla por fin con Leandro Rabanal, el maestro de obras retirado y apuntador especialista en estos capítulos, me dice que tanto las drizas de esparto (las tomizas) como las barras de hierro para sujetar los encofrados le parecen apropiadas para dicho fin y lo considera una particularidad regional entre tantas, en función de la disponibilidad de materiales o usos de cada lugar. En esta zona eran de madera.

Los agujeros que vemos en muchas tapias leonesas se dejaban por carecer de importancia el asunto o deliberadamente, como hemos dicho, para ventilación. Pero la mayoría también se tapaban, con barro.

No hablamos de los palomares pero me emplazó a visitar uno cilíndrico que todavía queda en pie en el pueblo (creo que fue el último que yo vi por dentro hace 40 años, entonces lleno de palomas)

No me he cansado todavía del barro, pero reconozco que irá bien un largo paréntesis, a mí el primero, que ya tengo complejo de entapiado, una modalidad de las emparedadas, aquellas mujeres que se encerraban de por vida (o las encerraban) en una celda estrechísima y helada, con un ventanuco abierto cruzado por una reja por donde las cuitadas recibían la caridad de los pocos que las recordaran, hasta morir de hambre, llámale privaciones, frío e inanición finalmente.

Prisión ésa que es posible ver todavía en Astorga asomándose al ventano desde la calle:

Al lado
 del Palacio Episcopal
de don Antoni Gaudí (i Cornet),
de la estatua del poeta local
don Leopoldo Panero (Torbado),
a la sombra ¡os cura! y alargada
de la Santa Iglesia Catedral...

¡Con el clero, Sancho, hemos topado!

Peor que la más antigua ergástula romana que es también visible y visitable en Asturica Augusta.

No, lo mio no es para tanto, carayo. 

Puturrú de fuá, en un auténtico espiritual de los (Mo) negros, de su disco Menage a truá, Déjame que bese al Arzobispo.

Salud y buenas noches.


Barbarómiros
  

viernes, 24 de febrero de 2012

Reloj de sol en la nieve


Las diez de la mañana
Pajares, Asturias, febrero 2012

Ya puse ayer noche en Geotropía (Geomancias) la primera de esta serie de sombras y demás motivos sobre la nieve, en un par de días de sol maravilloso que pasé con los guajes. Fue la primera que hice, poco después de las 9 de la mañana.

Aquí debería ir la segunda con el mismo motivo que aquella, un tubo cilíndrico de hierro hueco clavado en el suelo como este madero. Era por seguir el curso de la sombra y del reloj solar. Estaba hecha media hora después, sobre las diez, poco antes que ésta. Pero no hay manera de sacarla derecha y todos mis intentos han resultado fallidos. Renuncio.

Repito un poco lo que dije en aquella, la pequeña barra de nieve dura más brillante señala el norte, su extremo es el punto cardinal y las doce horas por el sol, la sombra del palo es la aguja de las horas, claro.

Aún no sé si haré otro de esos seriales míos que podría titular Sol, sombra y nieve. Parece el anuncio publicitario de un hotel en una estación de esquí... . ¡Es que estoy deslumbrao con tanta luz y con tanto blanco y negro!

De momento, ¡toy perdío, quiyyooo!...

Una de las sintonías (Electrosintonys) del Pulgarzito, del CD 2, Y venga fiesta, la titulada  La caena, título que se repite en el CD 1, y uno de los mejores del disco a nuestro entender.  


Salud y calor

Barbarómiros

 
P.D. Toy perdío, pero voy a cambiar (hoy 16 de marzo del 2012) la etiqueta y pasarlo a la que acabo de abrir, Ombres (Sombras), porque la de Alfabetos la tengo muy recargada y con ésta ya tuve dudas de colocarla también en Alfabetos, donde figuraban antes, también, las sombras sobre la nieve, y antes las de la terraza con sus flores. Espero no liaros, es también por tener la mayoría de sombras reunidas, lastituladas sol y sombra, que estaban en Arquitectura, creo, porque ya me armé la picha un líon, las pasaré también a esta etiqueta pese a que complemetaban un poco las entradas de las Tapias.

Vale. 

Con el Picogordo Fernandino


Autoretrato con la curruca Kardiológika
Castrillo de los Polvazares, febrero 2012

Ya os conté hace unos días que estuve con el Arrubarrenensis en casa de la curruca Centenalis comiendo un cocido maragato.

Antes de entrar en el comedor de la Mirlona hice algunas fotografías del pueblo y, tras el ágape, varias más del grupo de vividores/bebedores que componemos, cuando el morapio berciano galopeaba ya desbocado por la azotea.
Ellos habían dejado los coches en Astorga para evitar complicaciones pero yo lo llevé y no me pude soltar como hubiera querido.
No obstante ninguno estábamos todavía para el arrastre, somos mayores y tenemos el gorgüelo curtido por el aguardiente. Yo, que creía estar más sereno que el resto, sólo puedo aprovechar unas dos o tres de las veinte fotos que hice, y son de lo más corriente. Las demás desenfocadas, movidas, fuera de plano, mutiladas..., en cambio la otra veintena que saqué del pueblo antes del bebercio, sin ser una maravilla es aprovechable.

No se me da bien el retrato, sólo con una Pentax antigua no los hice malos, sobre todo de la morena de mi copla y de los niños cuando eran pequeños, pero a base de insistencia y suerte.
Recuerdo unas imágenes que sacó el Cascanueces Fidelensis cuando el mayor tenía dos años y volvíamos de Limnos un verano por el Prat para pasar un par de días con ellos en su casa de Barcelona. El guaje estaba morenín, con esos ojos oscuros preciosos, ¡para comérselo como a un bizcocho recién salido del horno! La curruca Publicitaria sólo hizo dos o tres disparos, pero las fotos eran tan buenas, y no es sólo pasión de padre y amigo, y las guardé con tanto mimo, ¡que ahora no sé dónde las tengo! En fin, Cebolleta.

Con esta maquinina, tan práctica para otras cosas, todavía soy peor. Ni un diez por ciento de ellas valen algo la pena.

Bien, pues la de hoy tan poco comprometida e interesante, en el último bar de la noche, mal iluminada, parece por lo menos enfocada. Si no la consigo, con el codo apoyado en la rodilla haciendo de trípode, era pa matarme.
Como éstas son del gusto y estilo de algunas de las de Aedotor (hay un autoretrato suyo en una acera de León con la Popa, su perra, en esta etiqueta, en El mirlo rubio), pensé que me iba a permitir convocar en una sola entrada a varias de las currucas, aunque sólo fuera a través de una mención, y al propio tiempo me daría la oportunidad de ir incorporando las patitas de las currucas calzadas, ya que los picos, el plumaje y las colas no me salen como quisiera. A algunas las veo muy poco y no sé cuando podré cazarlas, como no sea al vuelo y con mostacilla...

Llegado a este punto siempre me digo, a la griega, sigá sigá, poco a poco.

Éramos ocho y la celebración fue grupal, no hubo mucho lugar para los apartes y no sería educado, sólo la última media hora ocupamos sillas vecinas y, quizás menos cargados que la mayoría, estuvimos charlando un poco.
Nos veíamos también en la calle compartiendo pitillos porque somos los únicos fumadores del colegio. Pero con esta curruca me veo cada mes para un tratamiento común de choque, antiarrugas. Salgo planchao de mis encuentros con él. Y él con apresto.

Me quedan todavía dos capítulos sobre tapias, el primero de adobes con tres o cuatro fotos, y el segundo, que será también el último de estas dos series, por ahora, de huecos. Más adelante quiero colgar también imágenes de ventanas, puertas y portones, para las que prepararé otro serial que irá también en Arquitectura.
Ahora que parece volver la rutina debería atender otras etiquetas que tengo aparcadas. Y hace días que quiero preparar otro capítulo sobre Shutterchance como había prometido en el primero. Pero llevo más de una semana con problemas de tiempo, en la que no he podido ver más que las fotos de mis favoritos y para abordar esa entrada quería volver a repasar las fotografías de aquellos de los que hable. Veremos.

Javier Krahe, No todo va a ser follar,


Salud

Cannabina Karduélis, pardilla común.

jueves, 23 de febrero de 2012

Huecos en los tapiales -6


Butrón en un pajar
San Justo de la Vega, diciembre 2011

Gordito

De los siete hermanos varones que vivían en casa de mi abuela paterna, cuando eran niños, sólo había uno gordito, de los pequeños, los demás eran más bien delgados y espigados. Se sacaban un año o año y medio entre si.

En las primeras horas de la noche de un sábado de invierno, tras una planificación mínima el gordito, que tendría 7 u 8 años, acompañó a dos hermanos un poco más mayores que él, de 10 ó 12 aproximadamente, hasta la casa de un vecino para apañarle un par de tripas de chorizo fresco y asarlas al día siguiente junto a la bodega, cuando el padre, como todos los días, los enviara a llenar el garrafón de vino que diariamente se bebía en la casa.

Habían oído una conversación del vecino con mi abuelo en la que le decía que iba a abrir un agujero en la cocina de curar la matanza para la ventilación y salida de humos del pequeño fuego que se les pone a los chorizos en lo más crudo del invierno.
Aprovecharon que el butrón estaba recién abierto, tapado sólo con un montón de paja, sin el marco y los barrotes de hierro que colocarían después. Pero era demasiada altura para ellos, por eso llevaron una pequeña escalera de mano.

El primero que subió se metió por el agujero como un hurón y el segundo tuvo que sujetarle los pies hasta que se descolgó a la otra parte de la tapia. Después ayudó a entrar al hermano desde dentro.
Le habían dicho al pequeño que se quedara junto a la escalera para vigilar y si pasaba algo los avisara. Era ya noche cerrada y difícil que a esa hora anduviera algún vecino por ese camino de las cuadras y pajares, en la parte trasera de las casas. Incluso, si pasara alguien, no sería fácil ver a quien estuviera pegado a la pared de una casa en la oscuridad.

La matanza colgaba de los palos del techo. Después de acostumbrarse a la oscuridad y de estudiar un poco el terreno, casi más palpando que viendo, escogieron dos tripas de las más largas y cada uno de ellos metió una debajo del jersey. Ya habían calculado que tal vez tendrían que salir por la puerta de la cuadra porque en la cocina de curar no habría con qué subir otra vez al butrón. Salieron a un patio interior donde daba la ventana de la cocina de la casa, que tenía luz, y buscaron la cuadra.

Mientras tanto el pequeño se iba impacientando y, sobre todo, tenía miedo. Le pareció oír unos pasos cercanos y después, más próxima, una tos. En realidad sería alguien que se habría metido en una calleja cercana a echar una meada antes de entrar en casa. Pero el chaval ya no podía razonar y sudaba y no sabía qué hacer.
Subió los cuatro peldaños de la escalera y asomó la cara por el agujero. No se veía nada. Llamó al hermano más mayor pero no le salía la voz de la garganta del terror.
Se aupó al agujero con dificultad y metió la cabeza. La tapia era lo bastante ancha como para  no ser suficiente la cabeza para asomar por el otro lado. Como estaba bien gordín le costó encajar los hombros y necesitó meter también el cuerpo. Sólo quedaron las piernas gordezuelas fuera del tapial.

En la cocina de curar, oscuridad y silencio absoluto. Volvió a llamar atemorizado al hermano mayor sin obtener respuesta. Cuando sus ojos se acostumbraron también a la oscuridad del curadero vio que tenía la cara a la altura de los chorizos, que colgaban de unos varales en el techo. Pero no había nadie en la habitación.

Los dos ladronzuelos mayores estaban abriendo desde dentro la puerta de la cuadra, que sólo habían cerrado con un antiguo pestillo de hierro, sin la tranca de madera que acostumbran a poner cruzada. El vecino no se enteraría de que los delincuentes habían salido por allí porque la puerta quedaría otra vez con el pestillo puesto al cerrarla desde fuera.
En efecto, sin hacer ruido arrimaron la puerta y oyeron un suave chasquido metálico de la pieza que al caer cerraba el mecanismo.
Sintiendo la alegría de la liberación y el éxito de la empresa, pero en silencio absoluto, se deslizaron a lo largo de la pared hasta el lugar donde habían dejado la escalera.

Enseguida vieron las piernas del pequeño asomando por la tapia. Las sacudía como si quisiera meterse más en el agujero o quizá salir... .
Uno de ellos subió la escalera y agarró las piernas del guaje. El chaval pegó un grito que a ellos les pareció que se iba a enterar todo el barrio. Estuvieron unos segundos paralizados, sin atreverse ni a respirar.
¡Somos nosotros!, susurró el rescatador. El pequeño empezó a llorar y a decir que lo ayudaran a salir de allí, que no podía. El hermano lo tranquilizó malamente diciéndole que traían los chorizos, que se callara o al final los iban a pillar y que ahora mismo lo sacaban, y ni corto ni perezoso empezó a tirar de las piernas.

Nada. No se movía ni un milímetro. Después de un rato de tirar sin resultado subió el otro hermano que tampoco consiguió moverlo ni más ni menos. El gordito había quedado encajado en el butrón y ni siquiera tirando cada uno de una pierna lograron liberarlo. No podían entrar otra vez en la casa para intentarlo desde dentro porque la puerta de la cuadra había quedado cerrada.
Convencieron al pequeño para que aguantara un poco mientras iban a casa por herramientas para escarbar por algún lado y de paso dejar las tripas de chorizo, que no veas cómo les estarían poniendo las camisas y los jerseis.

Quedó lloriqueando y no porque fuera cobarde, estaba realmente en una situación comprometida.

Pero era la hora de cenar y los grapó la madre nada más entrar en casa. Preguntó por el pequeño que había quedado a su cuidado y le dijeron que estaba cenando en casa de un amigo cuyos progenitores eran compadres de mis abuelos, con varios padrinazgos cruzados. La trola coló y después de cenar salieron con la excusa de ir a buscar al hermano.
Debajo de los jerseis esta vez uno llevaba un cuchillo largo de los que mi abuelo usaba para la matanza del cerdo y el otro un destornillador grande.


Ventano de una cocina de curar

No había pasado ni una hora cuando volvieron. El pequeño entretanto no había cesado de gimotear sacudiendo las pernezuelas, intentando salir de su prisión de barro pero, poco antes de llegar sus dos compinches, agotado, ¡se durmió!. Algo hipnotizado también, supongo, con el rico olor de la matanza. Tuvieron que alzar la voz más de lo deseado porque al gordito, con las orejas al otro lado de la tapia, casi no le llegaba el sonido y dormía como un bienaventurado.

Menos mal que se les ocurrió jalar otra vez del hermano en equipo, porque si llegan a tener que usar las herramientas que llevaban sólo Dios sabe cómo hubiera podido terminar aquello.
Agarrado cada uno a una pierna tiraron con todas sus fuerzas, subidos en aquella escalera estrecha y no muy segura y de pronto el gordito, que habría reducido el milímetro justo entre lo que sudó, lloró y relajó con el sueño, se destrabó y salió como un corcho de champán, de estampida. Cayó sobre los hermanos y la escalera y los cuatro al suelo.

Los mayores, que amortiguaron la caída del bien alimentado pequeño, fueron los peor parados, pero la cosa no pasó de algunos moretones y rasguños. La altura no llegaría a dos metros.

Nadie se enteró de la aventura, probablemente ni siquiera el vecino perjudicado que es difícil que echara en falta dos chorizos entre los jamones, las cecinas y el centenar de tripas, de cerdo, vaca, sabadiego, lomos y morcillas, colgadas en aquel secadero.

Sin embargo ese domingo no se atrevieron a llevar los chorizos a la bodega para asarlos con unos sarmientos cuando el padre los mandó por el cántaro de vino.

Los comieron la tarde del sábado siguiente en el monte los tres conjurados y según contaban les supieron a gloria. Se rieron de los apuros que una semana antes habían pasado.
Pero asaron los chorizos con leña de encina, envueltos en una hoja de berza y untados con grasa de cerdo, como habían visto hacerlo al padre más de una vez.

Nunca se les ocurrió volver a entrar en casa ajena ni coger lo que no era suyo. Al final los siete hermanos, buenos comedores, acabaron siendo adultos gruesos, incluido el gordito, que además fue mi padrino de bautismo.

Ramiro Rodríguez Prada

P.D. Aunque esta es una historia apócrifa hecha de retazos e imaginación ya no hay testigos vivos que la puedan desmentir y sus hermanos murieron también. De todos modos las travesuras de este estilo no eran tan raras y mi intención, además de entreteneros, era recordar a mi tío Andrés.

Ahí os dejo un contraste musical con el cuento de hoy (en realidad de los años 30 ó primeros 40).

Nina Hagen y Herman Brood en plan tranquilo, cosa rara en ellos.

Das war so schön, en fin, Eso fue muy hermoso.


Salud