miércoles, 30 de mayo de 2012

Sombras en la terraza: invierno -3


San Justo de la V. León, febrero 2012.

88RRADAS


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Marcando la diferencia
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                           B                                                        a
                          
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Fenómeno


León, febrero 2012.
 

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                                            a.-                                                     blanco     
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                                              a.-
                                                a.-



Tiro al blanco


Los ex-enganches de la ex- parra.
León 2012.  


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El frente popular
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El ejército rojo
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bandas paramilitares
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1917

En números rojos

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Ya os hablé de las 88RRADAS. Cuando empecé con ellas el año 88 no tenía idea de ordenadores, y ahora poco, seguramente todas las posibilidades que estos ofrecen me hubieran venido de perillas en su día, porque letras y números estaban recortados de periódicos y revistas y pegados sobre cartulinas u hojas de papel.

No son más que entretenimientos infantiles sin pretensiones, pero el corta y pega era engorroso y me llevaba mucho tiempo, no es que entonces tuviera más que ahora, simplemente aproveché un accidente doméstico que me tuvo inmovilizado un par de meses. Y los años siguientes seguí con estos divertimentos.
Con el ordenador apenas he jugado por las mismas razones, escasez de tiempo. Veo que muchas de estas chorradas son fáciles de hacer y sobre todo se montan más rápido, pero el cortar y pegar aún ofrece más posibilidades, y nunca saltan las líneas como aquí.

En Psilicosis fui publicando algunas. En la revista varias estaban dedicadas a Joan Brossa, maestro de la poesía visual, que había fallecido el año 99. Hoy, que sigo floho, con ciertos problemillas de salud, vuelvo a ellas porque mucho más no puedo hacer. El ejército rojo y el tiro al blanco son nuevas.

Karaoke de pobres. Cantante callejero negro interpretando un Blues.


Salud.

Ramiro.

martes, 29 de mayo de 2012

Sombras en la terraza: invierno -2


San Justo de la Vega. León, febrero 2012.

A

A eso  de las cinco de la mañana me levanté y salí a la calle, no podía dormir, había estado dando vueltas en la cama y a todos los problemas que me cercaban, sombríos y amenazadores. Pensé que tal vez el frescor de la noche me ayudara a despejar los negros nubarrones que se cernían sobre mí, y un paseo largo a fatigar un poco el cuerpo para volver después al lecho. Todo eran sombras.

Pero la noche estaba espesa y caliente. Me interné por las callejuelas más oscuras y frescas de la ciudad buscando un poco de alivio. Los rincones en sombra exhalaban un vaho de fruta podrida y moho, las esquinas de las casas olían a orines. Un gato negro me salió al paso desde un solar oscuro y pensé en malos augurios, en pesadillas más tenebrosas que la oscuridad del barrio.

El calor no aflojaba, era denso, pesado y húmedo como el de una tormenta de verano. La ropa se me pegaba al cuerpo e iba caminando fatigosamente, paso a paso como una vieja cucaracha. Una sombra se deslizó al fondo de un callejón umbrío. Oí susurros y lastimosos quejidos y luego otra vez un silencio torvo como el que precede a un crimen. Quise regresar, dejar aquel deambular deprimente.

No tenía miedo y no porque sea una persona valiente sino porque pensaba que quién en esas calles podría dar más pavor que yo mismo, me vi reflejado en el cristal de un escaparate y no me reconocí. El cielo parecía cubierto y no se veía ni una mísera estrella, ni el más leve destello en esa capota nocturna impenetrable. Cuando volví a casa me arrastraba, aún más aplastado por las ideas.

Las farolas temblaban con una luz triste y mortecina. Cerca de los cubos donde suelo tirar la basura todas las noches, incluida ésta, pisé un excremento de perro y escuché una horrible blasfemia que debió salir de mis labios, pero también extrañé la voz, no era la mía. Me volví como adivinando una presencia ominosa a mis espaldas. Nadie. La misma soledad y aquel silencio mortal.


Notaba la suciedad de las calles adherida a la piel, el olor de las ratas pegado al cuerpo. Cuando me metí en la cama fue como si entrara en una fosa común, temblaba, sentía avanzar la negrura dentro del pecho, cómo las sombras iban tapando lentamente mi corazón. Me dormí al fin mientras mi alma se ocultaba tras una nube, semejante a una luna oscura y fatalista. A día siguiente todo había pasado. 


León, febrero 2012.

B


Bien sé que ni las noches de la ciudad ni la oscuridad me son propicias, por eso acostumbro a retirarme pronto y tengo por norma no acostarme más tarde de las doce. Pero esa noche no podía dormir, hacia las cinco de la madrugada me levanté y salí pensando dar un corto paseo por la misma calle donde vivo, sin dejar el barrio. Hacía calor y buscaba algo de frescura.

Enseguida me sorprendió la deliciosa temperatura de la noche y llamó mi atención la cantidad de luz que podemos derrochar los urbanitas en horas y horas de iluminación inútil, para nadie, porque  no vi ni una sola persona en todo ese deambular que, poco a poco se fue alargando. Caminando a buen paso salí de las calles y lugares conocidos. Me había perdido pero no sentía ningún miedo.

Un airín manso y dulce parecía murmurarme al oído una melodía mientras avanzaba entre las casas. Escuché las risas de una pareja, la tos blanda de un niño y los ronquidos estentóreos de algún gordo fumador. Un gato solitario, teñido con las luces de las farolas, se paró en la acera y me miró como si quisiera saludarme. Luego echó a andar contoneándose, seguro de no conocerme de nada.

El cielo parecía oscuro pero todavía podían adivinarse los destellos de cientos de estrellas, a pesar de la competencia desleal de la exajerada iluminación nocturna. Un delicado aroma y un soplo cálido me llegaba desde las pequeñas avenidas arboladas y en los callejones más estrechos envueltos en suave penumbra las flores de los balcones se daban la mano. Se diría un paseo diurno pues todo era luz.

No me sentía nada fatigado después de un buen rato de insistir en aquel paso vivo que llevaba, todo lo contrario me notaba ligero y volatil como el aire. No sé cuánto tiempo habría pasado pero no tenía ninguna gana de volver al lecho, ni siquiera de regresar a casa. Pero después de cruzar un paso de peatones y enfilar una calle llena de escaparates, llegué a un pequeño parque conocido.

Habían recogido la basura y los cubos donde la deposito cada noche estaban ya amontonados en la acera esperando el camión de la empresa que los administra. Tan tiesos y curiosos en sus sitios que parecían esculturas urbanas luciendo a los ojos de un público nochernigo y escaso, para iluminar mis próximos sueños. Me acosté pero no pude pegar ojo. Al día siguiente estaba hecho polvo.


La terraza de San Justo de la Uve.
León, febrero 2012.

C

¡Color, carallo!, cuando no puedo dormir redondo salgo a pasear. Eso hice esa noche pinturera. Me recibieron en la calle los amarillos  de las farolas, los destellos azules de los focos de los automóviles, los marinos de los rótulos y letreros de los bares. Me puse a caminar entre el  arcoiris de colores que bañaba las aceras. Hasta las sombras estaban coloreadas.

Los anuncios luminosos nocturnos de los interminables negocios urbanos, en todos los colores  conocidos del espectro me teñían el rostro. El esmeralda brillante de las peluquerías, el fucsia chillón y el púrpura deprimente o incandescente de ciertos locales, según el tono, el parpadeo de grandes letreros colgados de los edificios con figuras blancas sobre fondo negro y viceversa. 

No sentía ni frío ni calor, como si no hubiera temperatura. Sólo hacía color. Junto a un semáforo un gato verde se paró sin objeto aparente y fue cambiando alternativanmente al naranja y al rojo. Me miró con indiferencia y continuó su deambular noctámbulo. Yo lo imité por inercia pues también me había detenido en el semáforo y, como el gato, iba cambiando de color. 


Rosario. De mil colores.


Salud.

ramiro

lunes, 28 de mayo de 2012

Sombras en la terraza: invierno


León, febrero 2012.

Román.

Román murió muy joven, tenía 15 años cuando cayó por el respiradero de una mina clausurada, un chamizo que abrieron dos mineros en horas libres, con permiso del ingeniero de la empresa minera dueña de la concesión. Este allanó el camino y firmaba los papeles a cambio de un tercio de los beneficios. Escasos porque el lugar donde abrieron la galería, cerca del río, era una zona peligrosa con mala sustentación y filtraciones de agua. Había una buena capa de antracita de fácil extracción, pero una crecida invernal les inundó el pozo y lo abandonaron.

De los tres a los diez años yo pasaba por el verano largas temporadas en casa de mis abuelos maternos, en un pueblo minero de El Bierzo alto, el de Román. En la casa vivía mi abuela y sus tres hijas, la pequeña 7 años mayor que yo, y mi abuelo. Eran cuatro mujeres que me traían en palmitas. Fui el primer nieto y sobrino, y además varón. Mi abuelo estaba conmigo más ancho que largo y tenía mucho de las dos dimensiones: medía  uno noventa y llegó a pesar 130 kilos. Lo llamaban con un aumentativo.

Todo el mundo en el pueblo trabajaba en la mina, dentro, fuera o en las múltiples actividades relacionadas con ella, el transporte, los talleres, el comercio... . La familia de Román vivía en una casa vecina a la de la abuela y su padre era picador. Murió en un accidente de mina un año antes que él. El guaje decía que iba a ser picador como su padre.

Pero la historia inocente que quiero contaros, menos triste, sucedió cuando Román andaba por los ocho o diez. Me sacaba dos años, así que yo tendría alrededor de siete.

En casa me habían dicho que lo más malo del pueblo era Romanín, que no me juntara con él de ninguna manera. No es que el rapaz fuera malo, es que era un trasto terrible y se metía en todos los fregaos.
Debió ser la atracción de lo prohibido, no era consciente de eso, pero me hice inseparable de aquel chaval. Como vivíamos al lado jugábamos todas las mañanas a la vista de los mayores y pronto se vió que Román cuidaba bien de mí, que era el pequeño, y se instaló cierta confianza entre ellos.


La terraza, febrero 2012.

En el largo verano de un pequeño pueblo de finales de los años cincuenta, lleno de niños, era imposible no perderle la pista al tuyo en más de una ocasión, y aquellas tardes se alargaban después de la cena hasta bien entrada la noche.

Ya días antes habíamos realizado pequeñas excursiones sin salir de las inmediaciones del caserío, las eras, el camino de los arenales, los lavaderos del carbón, el puente sobre el río... . Él conocía todos los rincones del pueblo y decía que sabía de sitios fuera de allí donde no había estado nadie.
Yo lo escuchaba con la boca abierta. Tenía ese carácter pasional y entusiasta, siempre alegre y decidido, y esa mirada de los pillos e inquietos que no paran y cuando hacen una ya están pensando en la siguiente.

¡Mañana vamos a ir a un sitio, ya verás!

Una preciosa mañana de agosto pedimos permiso a mi abuela para ir hasta el puente que estaba a la salida del pueblo. A los dos nos gustaba mucho el río pero aquel no era como el de mi pueblo, bajaba negro del carbón, no íbamos a bañarnos, sólo a dar una vuelta, mirar y tirar piedras. Pero Román no había olvidado su promesa. Llegamos y bajamos al río.
Un poco más abajo desembocaba la que llamaban Reguera del valle. Era un pequeño río que por encima de las minas bajaba cristalino, donde las mujeres hacían la colada en el verano, cuando los dos lavaderos del pueblo casi se quedaban sin agua. Había estado allí muchas veces con mi abuela y mis tías junto a otras muchas mujeres con sus tablas de lavar la ropa.

El objetivo de Román no era llegar hasta ese lugar, sino remontar el riachuelo hasta su nacimiento. En realidad ni siquiera estoy seguro de que existiera un plan.

Nos habían dicho que volviéramos antes de comer. Después de dejar atrás el punto donde las mujeres lavaban creo que debimos perder la noción del tiempo que pasaba.

Íbamos de emoción en emoción. El torrente, porque el río fue menguando, se remansaba en pequeñas piscinas caprichosas de agua transparente, había cascadas, regueros rumorosos que se sumaban a la corriente, lugares sombríos y frescos bajo los árboles.
Veíamos muchas truchas, pequeñas y velocísimas que desaparecían como centellas sorteando los cantos redondos del lecho.

Supongo que llegábamos al final porque ya bajaba poca agua. Nos habíamos bañado desnudos en donde se nos antojaba y en ese último lugar había pequeñas pozas, minúsculas bañeras donde cabían justos nuestros pequeños cuerpos o nuestros aún más minúsculos culos, y allí estuvimos un buen rato, pero recuerdo que el agua estaba fría.
El torrente parecía nacer en una especie de cueva o cortado muy angosto en el farallón rocoso que había interrumpido nuestra marcha, a varios metros de altura. El agua se precipitaba desde aquel lugar entre vegetación muy densa.

San Justo, febrero 2012.

El hambre debió ser lo que hizo que recordara la recomendación de mi abuela.

Serían las cinco o las seis de la tarde cuando entramos de vuelta en el pueblo. Ya nos íbamos enterando por el camino.

¡Román, cuando llegues a casa tu madre te va a sacudir el polvo a base de bien!

Ya había corrido la noticia de que habíamos aparecido. Medio pueblo nos estuvo buscando, las mujeres, porque muchos hombres no habían salido todavía de la mina. Nos buscaban sobre todo río abajo, donde alguien nos había visto por última vez. Pensaron que nos habíamos ahogado.

¡Román cuando salga tu padre te va sacar el brillo, danzante!

Como yo era forastero y más pequeño el pobre Romanín se las estaba llevando todas.
Fue la única vez que recuerde que mi abuela me riñó, pero después me abrazó y lloró como una magdalena. Yo no entendía nada. Nos lo habíamos pasado como los indios y no corrimos ningún peligro, en la Reguera el agua apenas llegaba a las rodillas.

Este episodio puedo considerarlo mi primera aventura, pero no tanto por las emociones que vivimos mientras remontábamos el río como por el escándalo posterior. Creo que fue eso lo que hizo que fijara en la memoria los escenarios, los personajes, la peripecia en definitiva. Sin embargo sólo fui consciente de ello cuando había terminado.
Tengo recuerdos anteriores a esa edad, pero pocos con tantas imágenes y tan vivos como estos.


Román no llegó a casa hasta el día siguiente. Pasó aquella noche fuera, durmió en un pajar. Cuando vio a su madre a la puerta con las manos en jarras llamándolo a voces, ¡Romanín, ay cuando venga tu padre, ven aquí, sinvergüenza!, echó a correr y  ¡¡échale un galgo!!

Ramiro Rodríguez Prada

Ψαραντώνης & Αγγελάκας (ΗΡΩΔΕΙΟ) - Να'χεν η θάλασσα βουνά.


Υγεία και καλή νύχτα, Salud y buenas noches.

domingo, 27 de mayo de 2012

Yira la peonza, yira, yira...


                           .
                             .
                           º
                              º        
              o
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                                        O
                                                               O
                                          M
                                                             ¡Hola!
                                                       Amigos míos,
                                                  buenos días a todos.
                                            Os voy a contar un cuentín.
                                     Es una historia vieja y muy conocida.
                             La he actualizado un poco, ahora es una fábula:
                     Primero empezaron a desaparecer palomas de los parques
                pero nadie se preocupó por ello, había muchas, eran muy sucias,
           la mayoría estaban enfermas, tuertas, y con muñones en lugar de patas.
      Es mejor así, la ciudad ganará en limpieza y esas guarras alimentarán a otros.
      Nadie se extraña de que en tiempos de hambre se amplie la oferta alimentaria.
      Pronto dejaron de verse por las noches ratas o esos gatos callejeros sin dueño.
         La mayoría se frotó las manos, desaparecían de las calles dos lacras más.
              Pero enseguida la necesidad empujó al sacrificio de otros animales.
                    Pequeñas mascotas de compañía, hamsters, ratones blancos.
                         Los pájaros de las jaulas dejaron de sacudir el alpiste,      
                                aunque son un bocado ridículo, un aperitivo.
                                       Pero nosotros estábamos tranquilos,
                                             éramos los reyes del mambo.
                                                Ahora gente bien vestida
                                                       anda ya a la caza         
                                                           Tú tranquilo,
                                                             esto no va
                                                               contigo.
                                                                 Salud.                
                                                                  Uno
                                                                     -                                                            
                                             V
                                                          _________                                                  
                    
                                                               Ramiro.

              Bandoneón. Tango "Yira Yira" (1930), de Enrique Santos Discépolo.
                                                   Canta, Virginia Luque.

                                http://www.youtube.com/watch?v=9Yuff1_2Ju4 

                                               Aunque te quiebre la vida,
                                              aunque te muerda un dolor,
                                             no esperes nunca una ayuda,
                                                ni una mano, ni un favor.

                                                  Cuando te dejen tirao
                                                     después de cinchar
                                                     lo mismo que a mí.
                                       
                                               Te acordarás de este otario
                                                    que un día, cansado,
                                                      ¡se puso a ladrar!
                                                      

                                                               Guau!...
                           

sábado, 26 de mayo de 2012

Puertas carretales -3


San Justo de la Vega. León 2011.

Gacho

Cambié la posición del ordenador, me sentaba de espaldas a la ventana que da al patio de luces. Ahora, además de la luz de la pantalla, puedo ver también la del sol que empieza a entrar este mes en la cocina, un pelín y de refilón durante una hora, en el fondo de este pozo habitualmente deprimente. Parece una tontería pero ese cambio de perspectiva me animó un poco hoy, un día precioso que sin embargo a mí me pilló bajo de fuerzas.

Anoche pensé que no podría terminar esa pequeña historia de Sindo. Al final remonté un poco y la  cerré a las dos y media de la mañana. Las pocas horas de sueño, y eso que con calor suelo dormir mejor, no consiguieron restablecerme y hoy, como dicen los griegos, sigo kaimos, o en asturiano,  gachu.
Tuve un día de muchísima actividad ayer y a veces no medimos suficientemente el esfuerzo, ya toy vieyín, lo sé y la generosidad a ultranza, el derroche o el exceso se ven limitados por la naturaleza que ya se encarga de recordárnoslo si lo olvidamos.

Y ya me vengo quejando de que la notable mejoría del tiempo, el aumento de la luz y demás signos de la cercanía del verano en lugar de animarme ponen en evidencia el contraste oscuro de mi encierro. Sería el momento de agarrar cartulinas, acuarelas y espátula y salir. No lo haré, pero sería lo propio.
Ya perdí los seis kilos que gané el agosto pasado en Grecia. No disfruto de la vida y el sol reales, día y noche aislado pensando en islas.

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Detalle de los paños y remaches de un portalón.
San Justo. León 2011.

El patio de mi casa

Cuando una nube oculta al sol aquí se hace de noche.

Cuando reaparece

amanece.

Son muchos días y noches en una sola mañana soleada y nubosa.

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El grupo Late ensayando "All these faces".

Modelo con arco de ladrillo visto y triple hoja.
San Justo de la Vega. León 2011.

Numerolomía

Estuve jugando este mes con el nº de entradas en las etiquetas, unificándolas en diecisietes, veintisietes, treintaisietes, veinticincos, etc.
Casi desde el principio quise llevarlas emparejadas, pero pronto me di cuenta que sería imposible y unas engordarían más que otras. Ahí está por ejemplo ese Alfabetos, cajón atrófico de palabras, saco acromegálico de lenguajes, abriendo la disidencia a lo bestia. O los prototipos griegos con un cinquín pelao.

Como ya no era posible el equilibrio me lancé a los emparejamientos, tríos, cuartetos, quintetos y demás orgías numéricas. También a las cifras finales, el 3, el cero..., pijadas para entretener la vista y quizá conseguir alguna otra sonrisa de algún inocente. Pero no hay mancias, ni Kábala ni Numerología, diversión y sólo eso.

Lo que sí hay también es un cierto gusto estético por la cifra, por su dibujo, su sonido, a qué huele un ocho, si rasca un uno, quién acompaña al dos. Por eso debe ser que nunca se me dieron bien las muertemáticas. Sólo veía con claridad su valor extrínseco, demasiado abstracto el aritmético.

Dado que en esta tesitura el signo es caprichoso, y voluble la cantidad que representa, hoy lo mismo quiero al seis que mañana odio al nueve.

¡Hombre, también aprendí a echar mis cuentas!. No siempre salen o no cuadran, pero el desfase, cuando lo hay, es escaso porque el saldo es humilde y limito las expectativas.

Y ahí sigo con la brocha. Después de los sietes no sé por donde me dará. El cero siempre es una tentación, tan redondín y cerrado en si mismo.
Lo curioso es que en estos párrafos, aunque los titulara así, Numerolomía, y comenzaran con ese tema, sólo quería hablar de que la mayor tentación en este momento, floho-floho, es la etiqueta Perdío, independientemente del nº de post que en ella tenga. Pero me lié una vez mais y el daño está hecho.


Portón enclastrado en pared de ladrillo.
San Justo. León 2911.

Cinquillo blasfemo
(Matemática antigua)


Perdido como un tres
en el garaje a solas me desnudo
arden los cuatros tremebundos
de los tricornios fieros
en un dos

En la pareja sorda
de los ochos
sube una tarde verde
hasta el charol

Hace un siete recortado
y negro un nueve
exhausto y encorvado
más dos treces
y yo me cago en diez
por no citar a dios

Ramiro Rodríguez Prada

(De 'Interrogatorios y otras Partidas perdidas'. 2012)

Τρυπες - Ολα ειναι δρομος.  Agujeros - Todos son camino. 



Υγεία, Salud!